Hace justo quince años, el 17 de enero de 1998, una página
de Internet, la “Drudge Report”, publicaba cómo el prestigioso semanario Newsweek retiraba de sus páginas una
información relativa a una historia de relaciones sexuales que el entonces
Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, había mantenido en la Casa Blanca con la
becaria de 21 años, Mónica Lewinsky. Una joven, alegre, atrevida e ingenua
muchacha que es seducida por los encantos del Poder y que hace estallar el
escándalo por sus confidencias a una “amiga” del Pentágono que grabó las
confesiones. Si no llega a ser por el arrojo de ese modesto medio digital, cuya
entrada acerca del denominado caso Lewinsky fue reproducida días después
en primera página por The Washington Post, tal vez hoy nadie conocería
ese affaire amoroso del ocupante
rijoso del Despacho Oval, ni hubiera sido tan patente aquella máxima de
Disraeli sobre la política: “el arte de gobernar a la humanidad mediante el
engaño”.
Lo más relevante y menos escabroso del asunto es que a
Clinton se le juzgó –y se le perdonó- no por adúltero, sino por mentir a los
ciudadanos, ya que había declarado muy enfáticamente por televisión que no tuvo
“relaciones sexuales con esa mujer”, ateniéndose a lo definido como tal por el
fiscal especial del caso, Kenneth Starr. Fue una media verdad con la que trató de evitar su procesamiento, aunque
finalmente se viera obligado a reconocer que mantuvo una “relación física
impropia” con la becaria, lamentando haber “confundido” a todos. Abusando de
los límites de la mentira para distorsionar los hechos, Clinton trató de
enmascarar una realidad que los medios de comunicación iban desenmascarando
conforme descubrían nuevos detalles morbosos de la “aventura” presidencial.
Así, gracias al olfato periodístico del Drudge Report, se pudo conocer
la “verdad”, aunque el proceso de impeachment a Bill Clinton acabara
fracasando y su popularidad no sufriera apenas mella, como aún podemos
comprobar.
Idéntica labor de desenmascaramiento es la que ha realizado
en España el diario El País con la publicación de los papeles de
Bárcenas. El periódico desveló, en su edición del pasado 3 de febrero, las
pruebas documentales manuscritas del extesorero del Partido Popular, Luis
Bárcenas, que registran supuestas entregas de dinero negro a dirigentes del partido
desde, al menos, 1990, incluyendo entre ellos al actual Presidente del
Gobierno, Mariano Rajoy, así como pagos de otros gastos de la formación
política y la recaudación de donativos de empresas y empresarios que
presuntamente apuntan a una financiación ilegal y una contabilidad secreta -caja
b- del partido en el poder.
Tampoco hay que olvidar que Bárcenas está, además, imputado
en el caso Gürtel, la trama de
corrupción vinculada al PP -que también fue destapada por el mismo diario-, por
los indicios que lo señalan como uno de los destinatarios del dinero con que
Francisco Correa, el cabecilla de la trama, “lubricaba” sus chanchullos en la Comunidad de Madrid,
entre otras administraciones. Al estar siendo investigado
en el Tribunal Supremo por presuntos delitos de cohecho y contra la Hacienda Pública ,
Bárcenas se vio obligado a dimitir como tesorero del PP en 2010, aunque su
vinculación con el partido se ha mantenido hasta la actualidad, como demuestran
las últimas revelaciones periodísticas.
Estos ejemplos tan elocuentes ponen de relieve el papel fundamental
que desempeñan los medios de comunicación en una democracia. Incluso cuando una
mayoría de ellos haya caído en lo que Fernando Vallespín llama “relación
parasitaria” con la política y muestre tendencias ideológicas o empresariales que
limitan su objetividad, siguen siendo la herramienta imprescindible que
posibilita al ciudadano el acceso a un conocimiento, aún fragmentario, de la
realidad y la formación de una opinión, nunca exenta de manipulación, sobre lo
que sucede. Y aunque también puedan suponer el peligro de transmutarnos en meros
consumidores de noticias, como denostaba Habermas, no puede negarse su utilidad
para, en los casos más abyectos de inmoralidad política y social, ayudarnos a
destapar el gran embuste que se esconde tras las bambalinas, ya sea para ocultar bajas pasiones, negar otras alternativas políticas posibles o amparar a delincuentes que se lucran del erario público. Intentan desvelar el
simulacro con que se disfraza lo real, donde la representación ficticia de
virtudes encierra simplemente avaricias, vilezas, hipocresías, lujurias y
luchas de poder.
Y eso es lo que tienen en común Bárcenas y Mónica Lewinsky: les une la mentira consustancial al Poder
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