martes, 19 de febrero de 2013

¿Qué tiene que ver Bárcenas con Mónica Lewinsky?

No piensen mal: Luis Bárcenas no tiene ninguna relación de las consideradas “íntimas” –con o sin puro- con la célebre becaria Mónica Lewinsky. Que se sepa. Pero sí mantiene con ella una importante semejanza que debería subrayarse con mayor énfasis: son los medios de comunicación los que desvelan sus “historias” de mentiras y “relaciones inapropiadas”, desbaratando sus intenciones de ocultarlas a la opinión pública. Es la prensa la que muestra cómo son estos personajes y deja al descubierto todo el entramado de avaricias, pasiones, poder y engaños que guían sus vidas.

Hace justo quince años, el 17 de enero de 1998, una página de Internet, la “Drudge Report”, publicaba cómo el prestigioso semanario Newsweek retiraba de sus páginas una información relativa a una historia de relaciones sexuales que el entonces Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, había mantenido en la Casa Blanca con la becaria de 21 años, Mónica Lewinsky. Una joven, alegre, atrevida e ingenua muchacha que es seducida por los encantos del Poder y que hace estallar el escándalo por sus confidencias a una “amiga” del Pentágono que grabó las confesiones. Si no llega a ser por el arrojo de ese modesto medio digital, cuya entrada acerca del denominado caso Lewinsky fue reproducida días después en primera página por The Washington Post, tal vez hoy nadie conocería ese affaire amoroso del ocupante rijoso del Despacho Oval, ni hubiera sido tan patente aquella máxima de Disraeli sobre la política: “el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño”.

Lo más relevante y menos escabroso del asunto es que a Clinton se le juzgó –y se le perdonó- no por adúltero, sino por mentir a los ciudadanos, ya que había declarado muy enfáticamente por televisión que no tuvo “relaciones sexuales con esa mujer”, ateniéndose a lo definido como tal por el fiscal especial del caso, Kenneth Starr. Fue una media verdad con la que trató de evitar su procesamiento, aunque finalmente se viera obligado a reconocer que mantuvo una “relación física impropia” con la becaria, lamentando haber “confundido” a todos. Abusando de los límites de la mentira para distorsionar los hechos, Clinton trató de enmascarar una realidad que los medios de comunicación iban desenmascarando conforme descubrían nuevos detalles morbosos de la “aventura” presidencial. Así, gracias al olfato periodístico del Drudge Report, se pudo conocer la “verdad”, aunque el proceso de impeachment a Bill Clinton acabara fracasando y su popularidad no sufriera apenas mella, como aún podemos comprobar.

Idéntica labor de desenmascaramiento es la que ha realizado en España el diario El País con la publicación de los papeles de Bárcenas. El periódico desveló, en su edición del pasado 3 de febrero, las pruebas documentales manuscritas del extesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, que registran supuestas entregas de dinero negro a dirigentes del partido desde, al menos, 1990, incluyendo entre ellos al actual Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, así como pagos de otros gastos de la formación política y la recaudación de donativos de empresas y empresarios que presuntamente apuntan a una financiación ilegal y una contabilidad secreta -caja b- del partido en el poder.

Tampoco hay que olvidar que Bárcenas está, además, imputado en el caso Gürtel, la trama de corrupción vinculada al PP -que también fue destapada por el mismo diario-, por los indicios que lo señalan como uno de los destinatarios del dinero con que Francisco Correa, el cabecilla de la trama, “lubricaba” sus chanchullos en la Comunidad de Madrid, entre otras administraciones. Al estar siendo investigado en el Tribunal Supremo por presuntos delitos de cohecho y contra la Hacienda Pública, Bárcenas se vio obligado a dimitir como tesorero del PP en 2010, aunque su vinculación con el partido se ha mantenido hasta la actualidad, como demuestran las últimas revelaciones periodísticas.

Estos ejemplos tan elocuentes ponen de relieve el papel fundamental que desempeñan los medios de comunicación en una democracia. Incluso cuando una mayoría de ellos haya caído en lo que Fernando Vallespín llama “relación parasitaria” con la política y muestre tendencias ideológicas o empresariales que limitan su objetividad, siguen siendo la herramienta imprescindible que posibilita al ciudadano el acceso a un conocimiento, aún fragmentario, de la realidad y la formación de una opinión, nunca exenta de manipulación, sobre lo que sucede. Y aunque también puedan suponer el peligro de transmutarnos en meros consumidores de noticias, como denostaba Habermas, no puede negarse su utilidad para, en los casos más abyectos de inmoralidad política y social, ayudarnos a destapar el gran embuste que se esconde tras las bambalinas, ya sea para ocultar bajas pasiones, negar otras alternativas políticas posibles o amparar a delincuentes que se lucran del erario público. Intentan desvelar el simulacro con que se disfraza lo real, donde la representación ficticia de virtudes encierra simplemente avaricias, vilezas, hipocresías, lujurias y luchas de poder.

Y eso es lo que tienen en común Bárcenas y Mónica Lewinsky: les une la mentira consustancial al Poder

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