Desde Esquivel hasta Coripe, pasando por “el lobito” de
Guadalcanal, se extiende toda una geografía sentimental que, precisamente en
estos días de febrero, me despiertan emociones y reverdecen recuerdos que
evocan una naturaleza tan virginal como las pulsiones incontroladas de un alma libre
y sincera. Por esos lugares que he recorrido simplemente por imperativos de un corazón franco,
acelerado por percibir la belleza insospechaba que encerraban, queda la
satisfacción de haberlos tenido al alcance de mis ojos y de disfrutar aún por escasos
minutos de toda la emoción que pudieron brindarme. Son espacios recónditos que
no figuran en las guías, excepto la que nos conduce a deambular el sendero
de nuestra existencia a golpes de un destino caprichoso. Por eso quedan
grabados de forma indeleble en la memoria como parajes excepcionales, donde hallamos
lo más auténtico y verdadero de la naturaleza y de nosotros mismos. Pasan a
formar parte de lo que somos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario