lunes, 6 de noviembre de 2017

Lo que la actualidad oculta

Es difícil sustraerse de las imposiciones de la actualidad, escapar del vértigo que producen los acontecimientos que ocupan las portadas de los medios de comunicación y prestar atención a lo que se oculta tras la cortina opaca de lo inmediato. Porque la novedad es siempre más atractiva que lo conocido, lo nuevo resulta más atrayente que lo antiguo, aunque existan hechos que, no por viejos, son menos importantes y trascendentales que los que, según la agenda mediática, son de “rabiosa” actualidad. Cuesta trabajo destacar otros asuntos de interés más allá del juego al escondite del fugitivo expresidente Carles Puigdemont y de las vicisitudes judiciales de los delincuentes encarcelados de su gobierno en la Generalidad. Como imposible, también, ignorar el goteo de noticias sobre las investigaciones de la trama rusa que acorralan al bocazas que se sienta en el despacho oval de la Casa Blanca y que ahora está de viaje por Asia para intentar amedrentar al engreído lunático de Corea del Norte. Hay, en fin, asuntos tan enjundiosos como éstos que deberían ocupar el lugar que les corresponde en nuestra selectiva atención de la realidad, tanto de España como del mundo, pero que relegamos al baúl de lo caduco, de lo aburrido.

Apenas se habla, por ejemplo, de la persistencia de la austeridad salarial y la precariedad laboral en la economía española, a pesar de los signos de recuperación que ofrecen las grandes cifras macroeconómicas. El equilibrio de las cuentas realizado a partir de la contención del gasto ha conllevado el recorte presupuestario drástico en partidas de fuerte impacto social, como son las de educación y sanidad, que, junto al frenazo de la inversión pública y la congelación de facto de las pensiones, han provocado el empobrecimiento de amplias capas de la población. Sin embargo, ninguna iniciativa política del Gobierno se ocupa actualmente de compensar o corregir el deterioro de una redistribución de la riqueza que ha castigado sobremanera a los más débiles económicamente y vulnerables frente a la desigualdad. Ofuscados ante el desafío del nacionalismo independentista catalán, hemos olvidado las injusticias de una política económica que ha beneficiado al capital en perjuicio de los trabajadores, asalariados y dependientes del auxilio público. Y que, cuando llegan las “vacas gordas” de la supuesta  recuperación, no se suavizan esos sacrificios impuestos a una de las partes, sino que se mantienen para seguir eximiendo de los mismos a la otra parte más afortunada y pudiente. ¿Hasta cuándo, pues, se deberá obviar que el peso de la crisis sigue cayendo fundamentalmente sobre los trabajadores y clases medias, a los que ninguna ayuda es posible en estos momentos? ¿Todavía no es hora, acaso, de reclamar la máxima atención sobre una injusticia que afecta a decenas de millones de españoles, de todas las regiones del país, un número de damnificados muy superior al de esos independentistas que concitan el interés exclusivo de la opinión pública? ¿Por qué un asunto eclipsa al otro? Aún reconociendo la gravedad del desafío soberanista catalán, el deterioro al que se ha condenado a la clase trabajadora con la escusa de la crisis económica, también lo es. Incluso en mayor medida.

De igual modo, los avatares de los múltiples casos de corrupción que se están ventilando en los juzgados, en los que el partido en el Gobierno está aquejado y acusado de participar en tramas que desfalcan sistemáticamente las arcas públicas, están pasando prácticamente desapercibidos para los medios y el público en general. Así, el caso Gürtel, un entramado constituido para delinquir en comunidades donde gobernaba el Partido Popular (Madrid y Valencia), mediante adjudicaciones irregulares de contratos a cambio de comisiones que se embolsaban los corruptos, va camino de quedar visto para sentencia tras los informes finales de la Fiscalía, que considera probada la existencia de una caja “b” en esa formación política destinada a efectuar sobornos a cargos públicos a cambio de contrataciones. Y que tanto el PP como la exministra de Sanidad Ana Mato son considerados “partícipes a título lucrativo” por haberse beneficiado de esos sobornos, bien para su enriquecimiento personal, bien para la financiación irregular del partido. No olvidemos que se trata del partido de los que nos gobiernan en la actualidad y que se desgañita en reclamar el respeto a la ley y lealtad institucional a los también delincuentes catalanes independentistas, quienes, a su vez, andan interesados en engordar el problema secesionista para no dar explicaciones por la corrupción que acompañó durante toda su existencia al partido que hegemónicamente ha gobernado aquella región bajo la tutela de Jordi Pujol y familia. Tan corroído estaba por la corrupción que se han vistos obligados a disolver la vieja CiU y transmutarla en el nuevo PDeCAT para constituir Junt pel sí,  una coalición con los independentistas que ha hecho de sus dirigentes unos conversos irredentos al independentismo, de tal forma que Puigdemont y Artur Más resultan hoy día más radicales que los históricos de Esquerra Republicana de Catalunya, pero no tanto como las CUP o las entidades Ómnium Cultural y ANC, de donde procede, precisamente, la presidenta de aquel Parlament, ahora disuelto, pero de persistente actualidad informativa.

Claro que, a nivel mundial, las noticias surgen con idéntica intencionalidad acaparadora y excluyente, tanto que ya no se percibe a Donald Trump como el mayor peligro de EE UU, sino los diversos frentes en los que se ha metido y no sabe cómo resolver, salvo con amenazas y descalificaciones vía Twitter, como suelen los bocazas. La realidad se le vuelve en contra de su idílica capacidad resolutiva y hasta los yihadistas le crecen en sus barbas y cometen las mismas masacres contra indefensos ciudadanos que tanto ha criticado en Londres, París o Bruselas por sus políticas permisivas con los inmigrantes y refugiados. Y es que, por muchos muros que levante y todas las prohibiciones de entrada de extranjeros musulmanes al país que decrete, los energúmenos radicalizados atentan en su Nueva York natal contra confiados viandantes mediante el mismo procedimiento del camión como arma letal que hizo estragos en Niza o Barcelona. O que la consecuencia de esa nefasta manía de no regular la posesión de armas de fuego, como derecho irrenunciable, siga provocando un reguero de sangre inocente entre los propios norteamericanos, tan alarmante o más que los atentados terroristas que el presidente más inútil de la historia dice combatir infructuosamente con bombas y criminalizando a los inmigrantes. Todo ello queda oculto por ese viaje publicitario a través de Asia con el que el mandatario yanqui busca resarcir su deteriorada imagen de comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo, pero incapaz de evitar las pesquisas que ya señalan a personas de su entorno más cercano como conspiradores en la trama rusa de injerencia en las elecciones que lo sentaron en la Casa Blanca. Ya se sabía que las soflamas bélicas siempre han sido eficaces para desviar la atención de las debilidades propias y las incapacidades internas, todas ellas personificadas hoy bajo un solo nombre: Donald Trump.

No cabe duda que la actualidad pone el foco en asuntos que ni siquiera son los más graves y preocupantes de cuantos existen al mismo tiempo en cualquier lugar, haciéndonos desdeñar a los no iluminados con su atención. Nos obliga a centrarnos en políticos catalanes encarcelados o huidos a Bélgica cuando en España, por ejemplo, continúa imparable la violencia machista contra la mujer, con cerca de cincuenta féminas asesinadas, hasta la fecha, a manos de sus parejas o exparejas. En esa agenda de la actualidad, aparece más importante la desfachatez de los independentistas que las mujeres vilmente muertas por sus compañeros sentimentales. Una agenda que nos oculta problemas y asuntos de máxima gravedad y enorme trascendencia. Ya es hora, pues, de atender lo que la actualidad oculta.

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