jueves, 21 de abril de 2016

Violencia tectónica

Derrumbes en Ecuador
Siempre causan temor las convulsiones con las que la Tierra zamarrea las sólidas construcciones que el ser humano cree edificar sobre su corteza y cuya destrucción provoca la muerte de cientos de personas, aplastados o atrapados bajo los escombros. Estas violentas manifestaciones de la naturaleza cogen desprevenidos a los habitantes de las zonas proclives, a pesar de los sismógrafos y las previsiones con que los científicos intentan contrarrestar sus efectos destructivos. Estos terremotos, como los tsunamis o las inundaciones, anulan la soberbia del ser humano que cree poder enfrentarse, con su inteligencia y tecnología, a unos fenómenos telúricos de violencia devastadora.

Ello es, precisamente, lo que ha ocurrido hace unos días, de manera casi simultánea, con dos terremotos que han sacudido violentamente a Japón y Ecuador, como si esos países, que se ubican en extremos opuestos del mundo, hubieran sufrido los efectos de una única presión que ha hecho temblar la superficie de la Tierra. En el plazo de 24 horas, un potente seísmo, de magnitud 6,4 en la escala de Richter, causaba en el sudoeste de Japón cerca de 50 muertos y obligaba evacuar a más de 100.000 personas. Otro aun más letal, de magnitud 7,8, ocasionaba una catástrofe en la zona costera de Ecuador, donde dejaba un balance provisional de más de 500 muertos, miles de desaparecidos y cerca de 20.000 personas sin techo. Este último terremoto está siendo, porque todavía persisten las réplicas, el peor seísmo que ha sufrido el país sudamericano en las últimas décadas.

Tales temblores, debidos a la colisión de placas tectónicas que se desplazan lentamente por debajo de la corteza terrestre, son habituales sobre unas fracturas, denominadas fallas, que se forman en el punto de fricción de dos placas. Una empuja a la otra, introduciéndose por debajo o por encima de ella, con tal fuerza que eleva las montañas y, de vez en cuando, libera tal cantidad de energía que hace temblar todo lo que está situado sobre ella, tierra o mar, provocando terremotos o maremotos.

Aparte de la coincidencia temporal, ambos terremotos comparten la característica de estar ligados al “Cinturón o Anillo de fuego del Pacífico”, brecha en la que convergen las placas del lecho marino con la continental, provocando una presión tan enorme que, tras acumularse durante cientos de años, se libera de forma brusca en forma de terremotos de gran intensidad. La mayoría de los seísmos del mundo tienen lugar en algún punto del Anillo de Fuego.

Derrumbes en Japón
A pesar de conocerse las causas por las que se producen estas violentas sacudidas de la corteza terrestre, apenas se toman medidas para contrarrestar sus efectos más mortíferos. La irracionalidad imprudente del ser humano lo lleva a establecerse en zonas de riesgo sísmico, a construir sobre cauces secos por donde discurrirán las aguas de una inundación o a los pies de un volcán. Saber, como se sabe, que se está viviendo sobre una falla debería hacer extremar las precauciones que minimicen las consecuencias de un más que probable temblor de tierra, como los sucedidos en Japón y Ecuador. Siendo de magnitudes similares, el de Japón ha provocado menos víctimas mortales que el de Ecuador, fundamentalmente por la precaución nipona de construir sus edificaciones con medidas antisísmicas, cosa que no se ha previsto en el país sudamericano, donde el número de fallecidos es diez veces mayor que el del país asiático.

Parece evidente que la peligrosidad de estos violentos fenómenos tectónicos procede antes de la imprudencia humana que de la fuerza desatada de los mismos. Cabe esperar, por tanto, que tras el rescate de las víctimas y la prestación de todas las ayudas necesarias para la reconstrucción de las zonas afectadas, las autoridades decidan adoptar las medidas que la ciencia y la técnica permiten para evitar exponer a la población a los riesgos evitables de un terremoto. No todo ha de ser lamentaciones y hay responsabilidades que asumir cuando se quiere determinar por qué unos terremotos causan más víctimas que otros, dependiendo del país donde se produzcan.

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