lunes, 25 de abril de 2016

Votos inútiles

El Rey y el presidente del Congreso 
El Rey inicia hoy la tercera y definitiva ronda de consultas con líderes parlamentarios para decidir si convoca nuevas elecciones o encarga de nuevo la formación de Gobierno a un candidato que reúna los apoyos suficientes para la investidura. Así llevamos desde diciembre pasado cuando de aquellas elecciones no surgió ningún partido con mayoría para acometer la tarea de gobernar en solitario o con algún apoyo puntual. Cuatro meses largos en un país en standby, con un Gobierno en funciones, que se niega a ser controlado por el Congreso, y una oposición fragmentada, incapaz de ponerse de acuerdo para construir una alternativa con posibilidades de gobernar. Mas de 100 días en un tira y afloja entre el Partido Popular, que exige ser reconocido como minoría mayoritaria y, por tanto, se le permita gobernar, y un PSOE que precisa de apoyos a diestra y siniestra para desalojar a los conservadores del poder. Nadie da su apoyo a los primeros y los segundos no consiguen el respaldo conjunto de quienes podrían permitirle formar ese Gobierno “del cambio”. La aritmética parlamentaria ha resultado ser más complicada de lo que, en principio, parecía posible con un poquito de voluntad para el diálogo.

A la ronda del Rey acuden los representantes de las formaciones políticas con el convencimiento de que, si no se produce un milagro, no hay más remedio que convocar nuevas elecciones generales. Si ello es así, el mensaje que se traslada a la ciudadanía es que sus votos de diciembre fueron inútiles y habrán de afinar sus apuestas en las urnas si quieren que alguien les gobierne tras una nueva campaña electoral que se antoja agotadora. Ninguno de los partidos que se han mostrado incapaces de dialogar asume la responsabilidad de este fracaso. Todos culpan al adversario de una situación inédita en la democracia española y que obliga repetir unas elecciones para conformar Gobierno, sin ninguna seguridad de que el resultado sea muy distinto del que refleja el Parlamento actual.

Volver a la situación de partida, con pequeñas variaciones en los escaños, supondría un acto de autoridad por parte de los votantes, que exigirían se respete su soberana voluntad, reafirmada en las urnas, y una vergüenza para los partidos políticos, que no saben o no quieren aceptar el veredicto democrático y se niegan plegarse al mismo, atendiendo exclusivamente a sus intereses partidistas. Ese es el riesgo que se corre al convocar nuevas elecciones. Unos confían en que, entonces, el “sentido común” permita esa gran coalición que el Partido Popular tanto ha invocado, y otros aguardan que los ciudadanos premien su intransigencia o, al menos, castiguen la del contrario, posibilitándoles las combinaciones para formar Gobierno que antes fueron imposibles. Todos transmutan los votos en inútiles cuando no sirven para sus estrategias partidistas y obligan tirar nuevas cartas para ver si la suerte les acompaña, sin pensar en los intereses del país y en las necesidades de la gente, aburrida y hastiada de que se juegue con ella.

En cualquier caso, si el Rey se ve en la necesidad de convocar nuevas elecciones, como parece probable, considerar inútiles los votos de diciembre pasado tendrá un precio, un alto precio que vendrá a profundizar la desafección de los ciudadanos con la política y agrandar su desconfianza en quienes no se toman en serio sus deseos, expresados en las urnas. Declarar inútiles esos votos traerá la consecuencia de un mayor desprestigio de un sistema político que no sirve para interpretar y asumir la voluntad democrática de votantes, a quienes se les está exigiendo, en la práctica con nuevas elecciones, una rectificación en toda regla: ustedes se equivocaron, vuelvan a votar otra vez.

Tratar así a los ciudadanos de un país en que los escándalos por corrupción salpican, especialmente, a la clase política, con una crisis económica que empobrece injustamente a quienes no tuvieron la culpa de su aparición, que rescata a los que la engendraron con dinero público, los premia con una amnistía fiscal y, al final, figuran en los papeles de paraísos fiscales, todo ello, decimos, no hace más que ahondar la brecha de la desconfianza, el rechazo, la frustración y la apatía entre los que, con razón, piensan que no sirve de nada participar y votar en democracia, puesto que, como ha quedado demostrado con las elecciones de diciembre, sus deseos volcados en las urnas no son tenidos en cuenta.

Los que están evacuando consultas con el Rey evalúan sus posibilidades electorales y no tienen en cuenta los intereses generales de la población ni las consecuencias de declarar inútil su voto. Ellos van a su bola, esa que aplasta las urnas y sofoca nuestra voz, para regocijo de los populismos que pescan en río revuelto y de los seres providenciales que todo lo prometen, hasta lo que no pueden cumplir. A ver dónde acabamos.

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