domingo, 31 de enero de 2016
El suspiro de vivir
Fue ayer cuando inaugurábamos el año y hoy enero se nos escapa ya de la vida entre sueños apresurados y anhelos insatisfechos. Los días transcurren con el vértigo de unas horas en las que se diluyen las imágenes de proyectos y afanes. Así, cabalgamos a lomos de un tiempo desbocado que nos conduce a un destino cada vez más cercano, sin aflojar la marcha y con el temor constante de despeñarnos por un precipicio. Cada hoja arrancada del calendario nos asoma al túnel oscuro donde se adivina la pendiente del barranco. Entonces buscamos el freno que detenga las premuras del vivir y las prisas de quien gobierna nuestras existencias a través de una sucesión vertiginosa de estaciones y amaneceres. Por eso, a punto de habitar febrero, ya lamentamos su brevedad como el instante fugaz en el que perdura un suspiro, el suspiro de vivir.
sábado, 30 de enero de 2016
Sábado dulce
Este sábado puede ser dulce como un caramelo, un día para
flotar hacia los ojos amados, saborear la miel de unos besos y sentirse bañado
con las caricias de una piel desnuda mientras el sol recorre el cielo en busca
de estrellas y ángeles que se refugian en la oscuridad de la noche. Este sábado puede ser
dulce, como la melodía de Paolo Nutini, por el hecho sencillo y mágico de estar contigo, compartiéndolo, saboreándolo.
Que lo disfruten.
viernes, 29 de enero de 2016
“Populismo” de derechas
La izquierda política menos centrada y pragmática practica el populismo para captar la atención de los ciudadanos, de aquellos predispuestos a escuchar mensajes que pretenden cambiar el mundo para construir otro totalmente nuevo y libre de los fallos de éste. Es difícil sustraerse de las bondades de las utopías cuando, quién más quién menos, aspira vivir en una sociedad sin paro, sin enfermedades, sin penurias, sin contaminación, sin diferencias entre las personas, sin fronteras, sin delitos y, si me apuran, sin deudas, sin obligaciones y hasta sin Dios. Ofrecer todo o parte de esto es lo que se llama populismo, bien desde la ingenuidad o bien conociendo perfectamente su imposibilidad total o parcial. En todo caso, es un recurso tremendamente eficaz para encantar a los ilusos.
No obstante, el populismo no es exclusivo de la izquierda
soñadora. También la derecha lo utiliza cuando le conviene aglutinar a su
electorado y consolidar apoyos o atraer nuevos simpatizantes. Aunque es un populismo
menos prosaico y más materialista, se trata, al fin y al cabo, de propuestas
populistas que remachan el conservadurismo y hasta las actitudes más
reaccionarias del pensamiento político de derechas. Buen ejemplo de ello es el
candidato norteamericano por el Partido Republicano Donald Trump, ese
energúmeno millonario metido en política, empeñado en enervar a los sectores de
población más inmovilistas de la sociedad de los EE.UU. para que voten el
retorno a los tiempos de la segregación racial, el darwinismo social más despiadado
y el anarquismo económico, exento de toda regulación, que refuerce el
imperialismo yanqui en el mundo, bajo la máscara de la globalización, y, de
paso, beneficie sus particulares intereses empresariales.
En España, donde el entramado económico, financiero y
empresarial no es dado a veleidades izquierdistas salvo cuando exige socializar
sus pérdidas, la derecha acude al populismo cuando promete bajar los impuestos.
Arguye, como motivo, la presión fiscal existente en nuestro país, pero sin
compararla con la de países de nuestro entorno, con los que es perfectamente
equiparable. Ni tampoco explica la diferencia entre impuestos directos e
indirectos, cuya suma recaudatoria aporta los ingresos necesarios para el
sostén del Estado, sus instituciones y la provisión de los servicios públicos. Habla
siempre, repitiéndolo hasta la saciedad como recomendaba Goebbels, de la
necesidad de “adelgazar” el Estado cuando lo que persigue es dejar en el
esqueleto al Estado de Bienestar, tildándolo de insostenible y causante de un
gasto desmesurado. Para esa élite que sólo habla en términos economicistas, es
un dispendio que haya escuelas públicas, hospitales públicos, guarderías
públicas, universidades públicas, sistema público de pensiones, seguridad
pública, bomberos como empleados públicos, red vial del Estado, autovías
públicas, transportes públicos subvencionados, medicamentos subvencionados,
ayudas a la dependencia, juzgados públicos y jueces funcionarios, y todas las demás
ayudas y prestaciones con cargo a la Hacienda pública. Para el populismo de derechas,
todo ello representa un gasto innecesario, imposible de financiar con los
impuestos, que ocasiona una deuda insostenible. Se trata, como veremos, de un
populismo que oculta otras intenciones.
Disminuir los impuestos directos como promete la derecha -los
que se pagan en función de las rentas de cada cual-,favorece fundamentalmente a
quienes más ganancias declaran, personas que pueden costearse la adquisición de
cualquier bien o servicio de manera privada. Las clases pudientes son las grandes
beneficiadas con esa bajada de impuestos que proclama la derecha, ya que no es
lo mismo un “ahorro” de cien euros en la declaración de la renta de un
trabajador que miles de euros en la de quien ejerce una profesión liberal y
atesora un gran patrimonio. Es una reducción fiscal tramposa que, para colmo,
resulta sumamente perversa.
Es perversa porque los impuestos indirectos, los que gravan cualquier
producto, actividad o servicio y vienen añadidos inseparablemente en el precio,
han de ser satisfechos por todos, independientemente de las rentas de cada
cual, por el sólo hecho de adquirir, contratar o consumir tales productos. Una
bajada de impuestos directos lleva acarreada la subida de los indirectos para
que las arcas del Estado mantengan equilibrados sus ingresos. El parón en el
consumo y la menor actividad económica a causa de la crisis es lo que ha
llevado al Gobierno subir el IVA, castigando aún más a quienes ya soportan las
consecuencias del desempleo, la reducción de salarios y la limitación de ayudas y prestaciones públicas.
Ahora, además, tienen que pagar más impuestos indirectos. Aquellos cien euros
que podría ahorrarse un humilde trabajador con la bajada de impuestos apenas sirven
para compensar lo que pagará de más, gracias a los indirectos, en todo lo que
adquiera o consuma, quebrando notablemente su escaso poder adquisitivo. La
perversidad estriba en que, a través de los indirectos, los pobres pagan los
mismos impuestos que los ricos, de manera indiscriminada.
Y es que, aunque los impuestos indirectos compensen la merma
de ingresos de Hacienda causada por la bajada de los directos, lo que realmente
oculta el populismo de derechas es un inconfesado interés por que los servicios
públicos sean provistos por la iniciativa privada. Se trata de una jugada maestra
con la que se consiguen matar dos pájaros de un tiro: por un lado, conquistar
un nicho de mercado que explota sin ánimo de lucro entidades de titularidad
pública; y, por otro, eximir a los pudientes de financiar servicios o
prestaciones públicas que casi nunca van a utilizar porque disponen de los de
titularidad privada. La derecha está en contra de una fiscalidad progresiva que
grave la renta de los ricos porque sólo sirve para financiar servicios
destinados a los más desfavorecidos, justamente quienes más los necesitan. Los
pudientes prefieren pagar sus médicos, su educación o su seguridad, y los demás
que se busquen la vida.
Precisamente, todas las políticas de “austeridad”
implementadas con excusa de la crisis económica van encaminadas a eliminar ese
“gasto” que la derecha considera superfluo porque descansa en los impuestos
directos que todos deben satisfacer proporcionalmente a sus niveles de renta. Por
eso hace uso del populismo, para que la gente, incluidos los desfavorecidos de
la sociedad, asuma sus postulados con el señuelo de la bajada de impuestos.
Existen muchos ejemplos de populismo de derechas. Reiterar
constantemente, como una verdad incontestable, que debe gobernar la lista más
votada, es otro de esos populismos recurrentes en la actualidad por parte del
Partido Popular, obviando que nuestro sistema político es parlamentario, no
presidencialista. Gobierna quien consiga el voto mayoritario del parlamento. Y,
como éste, muchos más. Esta es la diatriba ideológica que se ventila en los
debates del modelo de sociedad que enfrenta a partidos de derechas y de
izquierdas, los cuales hacen uso del populismo para engatusar a los
destinatarios de sus mensajes. Forma parte, desgraciadamente, de la dialéctica
partidista y del discurso político en nuestro país. Conocer esta estratagema
para poder diferenciar propuestas serias de propaganda electoral es
responsabilidad de los votantes. Ellos son los que votan y validan populismos o
programas. Aunque al final los engañen como a palurdos.
miércoles, 27 de enero de 2016
60 soles
Su rostro refulge con el brillo de 60 soles e irradia una luz que disipa cualquier sombra en derredor. Una vitalidad juvenil se adivina en sus ojos inquietos, con los que escudriña el bienestar de los suyos y espanta, al clavarles la mirada, amenazas e infortunios. Palabras de cariño y ternura brotan de sus labios, dulces como la miel cuando besan y temblorosos cuando sufren, sin importarles descubrir sus sentimientos. Siempre alerta a las voces y los ecos, sus oídos no se vuelven sordos a los requerimientos de cuántos reclaman una atención incondicional y la disposición absoluta para los demás, nunca para ella. Sus manos están permanentemente abiertas para ofrecer, alimentar y abrazar, pero se escabullen cuando han de pedir o recoger las recompensas a tantos desvelos y tanta entrega. Sus piernas no paran de recorrer la distancia, corta o larga, que la separa del contacto y el afecto de sus seres queridos, sin que los obstáculos o la fatiga los hagan reposar. Y su cuerpo refleja la bondad serena de un alma limpia y buena como sólo una madre y una esposa, una estrella para su familia, es capaz de poseer. Por eso, su rostro resplandece hoy con el brillo de 60 soles, tantos como años cumple, al contemplar emocionada el fruto de su amor fértil y generoso. ¡Felicidades!
lunes, 25 de enero de 2016
¿Por qué los ciudadanos dan la espalda al PSOE?
Si se repitieran elecciones generales, por la imposibilidad
de llegar a un acuerdo en el Congreso de los Diputados para elegir al
presidente del Gobierno, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) seguiría
sufriendo, según las encuestas, una pérdida del apoyo popular y obtendría menos
votos aún que los hasta ahora conseguidos. Pasaría, en tal supuesto, a ser la
tercera fuerza parlamentaria, por detrás del partido emergente que le disputa su
electorado: Podemos. Todo ello indica que el socialismo histórico español
seguiría despeñándose por la pendiente que lo conduce a la irrelevancia en el
panorama político de España, tras haber protagonizado la Gran Política -con mayúsculas, la de Estado- de este país y de impulsar la modernización de sus estructuras sociales, económicas y culturales. Se hace pronto, si se es olvidadizo, el resumen de un partido con tanta experiencia y responsabilidad en la transformación de nuestra sociedad.
También es fácil enumerar, si no se es ecuánime, los motivos
de la decepción de la gente con los socialistas. Pero ninguna de las causas que
cualquiera pudiera citar justifica el severo castigo que recibe esta formación
por parte de la ciudadanía, teniendo en cuenta que ninguna de ellas es extraña
a otras formaciones que, al parecer, gozan de mayor indulgencia. No se trata
del “y tú más” ni del “mal de muchos consuelo de tontos” lo que deseamos
destacar, sino que idénticas conductas provocan reacciones distintas, según
quién las practique. Me explico.
La corrupción, por ejemplo, es el primer y más grave problema
que causa desafección en los votantes socialistas. Se trata de un mal
transversal que afecta a la mayoría de los partidos, especialmente cuando
asumen responsabilidades de gobierno en cualquier Administración (estatal, autonómica o local).
Y viene de antiguo. Desde que asumió el poder por primera vez, en el año 1982,
el PSOE se ha visto salpicado por múltiples escándalos de corrupción que han
creado malestar entre los votantes y simpatizantes hasta el extremo de dejar de
votarlo. Los Filesa, Roldán, Juan Guerra y,
en los últimos tiempos, los ERE de
Andalucía y las ayudas a la formación son
casos que, en mayor o menor medida, han dilapidado la confianza que los
socialistas despertaron entre los ciudadanos. Nunca supieron distinguir que, ante
la más mínima sospecha de irregularidad y, desde luego, en todos y cada uno de
los casos de imputación judicial, es preferible defender los intereses de las
instituciones que la presunción de inocencia de los implicados. Mantenerlos en
el cargo hasta dilucidar las acusaciones ha generado esa desconfianza que, a la
postre, se ha traducido en abandono de un proyecto que había entusiasmado a
millones de españoles, deseosos por conseguir una sociedad más justa,
igualitaria y en constante progreso. Esa actitud ingenua de dar credibilidad al
compañero investigado ha acarreado la pérdida de apoyo popular y de millones de
votos de forma imparable.
Sin embargo, los fenómenos de corrupción también afectan, en
mayor medida, si cabe, al partido en el Gobierno sin que por ello pierda el
apoyo mayoritario de la población, aunque sí la mayoría absoluta de que gozaba en
el Congreso. Abusos, enriquecimiento personal, financiación ilegal, sobres con
sobresueldo y donativos por concesiones de obras o servicios públicos son
algunos de chanchullos que se descubren tras los casos del Lino, Naseiro, Gürtel,
Bárcenas, Fabra, Palma Arena, Brugel, Tarjetas Black y otros, sin que
electoralmente hayan tenido repercusión en el voto, hasta hoy. Tal parece que
los ciudadanos toleran como intrínseca la corrupción que comete la derecha
política pero hacen asco de la que afecta a partidos de izquierdas, siendo
ambas, por igual, una enfermedad que perjudica la salud de nuestra democracia y
deteriora la relación y la confianza de los ciudadanos en sus representantes.
No obstante, no parece que sea la lacra de la corrupción,
tan generalizada en los partidos políticos, lo que motiva esa hemorragia de
votos que “anemiza” la simpatía social en los socialistas, un distanciamiento
que se agudiza con la aparición de la crisis económica y tras la absurda decisión del entonces
presidente del Gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, de negar lo
evidente y minusvalorar la incidencia de ésta en la economía española.
Arrollado por la envergadura de la crisis, no tuvo más remedio que, al final,
reconocer su error y adoptar unas duras medidas, a instancias de Bruselas y de los
mercados, para corregir el déficit, mediante recortes en el gasto social, que
eran diametralmente contrarias a su política e incumplían su programa electoral.
No se correspondían con la respuesta esperable a su ideología socialdemócrata.
Si aquella táctica inicial de ocultar la realidad resultó fallida, sus
consecuencias fueron letales para el PSOE, que desde entonces no levanta
cabeza.
Aquel recorte del PSOE supuso el inicio de una poda del
Estado de Bienestar que, con el PP en el Gobierno, se ha acentuado hasta dejar
sólo el tronco pelado de las estructuras asistenciales públicas. Cortar cuántas
ramas fueran posibles del árbol del Bienestar se ha llevado a cabo con el único
propósito de reducir miles de millones de euros en lo que los mercados
consideran gasto improductivo, el gasto social. Así, si uno recortó en un 5 por
ciento el sueldo de los funcionarios, otro lleva años congelándolo; si uno
congeló las pensiones en 2011, otro utiliza el subterfugio de un incremento
inapreciable para continuar, en la práctica, congelándolas indefinidamente; si
uno redujo las inversiones públicas, otro recortó en educación, sanidad,
dependencia, introdujo copagos y repagos y dejó sin prestaciones sanitarias a
los inmigrantes; si uno eliminó el cheque-bebé, otro rebajó cuantía y duración
de las ayudas por desempleo, abarató el despido, rebajó las becas y aumentó el
IVA, un impuesto que han de pagar tanto el rico como el pobre, de forma
indiscriminada. Es decir, ambos Gobiernos, a la hora de enfrentarse a la crisis
económica, actuaron según la ortodoxia capitalista de estimular la economía
contrayendo el gasto y favoreciendo al capital, conforme demandaban las
autoridades de Bruselas, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial.
Y, una vez más, fueron los socialistas los que cargaron con
los estigmas de una situación –la crisis financiera originada por la avaricia
de bancos y agencias de calificación de Estados Unidos- de la que no eran
responsables y por unas iniciativas inoportunas pero necesarias que han sido mantenidas
y profundizadas por los conservadores, quienes no han tenido empacho en
intentar exculparse con la apelación a la “herencia recibida” cuando se han
dedicado a aplicar con denuedo lo que, en todo caso, era consustancial a su
programa económico e ideológico, independientemente de la existencia de una
crisis o no. Tal ha sido el éxito de la invectiva que los ciudadanos han
acabado convencidos de que la destrucción de empleo, rescatar a los bancos, las
dificultades de financiación de las empresas y todos los ajustes y recortes
acometidos para reducir el gasto social se debían a la gestión del Gobierno
socialista, cuando ambos, socialistas y conservadores, actuaron frente a la
crisis siguiendo escrupulosamente la misma pauta: la recomendada por los
mercados.
Es, precisamente, la gestión de la crisis y el
incumplimiento del programa socialista, desde aquel mayo de 2010, lo que más
daño ha ocasionado al PSOE. A partir de entonces, declina el favor de los
ciudadanos hacia un partido que, con más de 130 años de historia, ha
contribuido casi en solitario a la modernización y el progreso de España, hasta
situarla al mismo nivel que otras democracias de nuestro entorno. A lo mejor, una
actuación política coherente con la ideología y una sincera pedagogía en
explicar las presiones y exigencias de los poderes económicos mundiales, tal
vez habrían ayudado a mantener la fidelidad de los votantes y simpatizantes
socialistas. De ahí que, haciendo un inútil ejercicio de elucubración
contrafáctica, si Zapatero se hubiera negado a seguir los dictados de Merkel,
Obama y FMI y hubiera dimitido, tal vez hoy ningún partido emergente le estaría
arrebatando su bandera socialdemócrata y su electorado, empujándolo a la
irrelevancia mediante promesas populistas y reproduciendo su programa, al que
añade propuestas radicales de imposible cumplimiento, pero sumamente atractivas
para el confiado y crédulo votante.
Además de la corrupción y la dejadez ideológica, el PSOE
acusa el hastío de sus seguidores por las batallitas taifas que libran sus
barones por el control del aparato y la capacidad de influencia en la orientación
estratégica y programática que habrá de seguir, tras cada Congreso federal, el
partido. Las diferencias entre Susana Díaz y Pedro Sánchez ponen de relieve la
debilidad y la fragmentación de un proyecto político que se suponía sólido e
indiscutible. Tales diputas por el liderazgo y las discrepancias entre
comunidades por asegurar pactos de gobernabilidad (cuestionados por unos y
otros), junto a la defensa egoísta de diferencias insolidarias (por motivos identitarios,
financiación diferenciada, recursos naturales, etc.), hacen que se recele de
una formación, con organización federal, en la que la igualdad de todos los
ciudadanos, independientemente de cualquier condición, era uno de sus originales
objetivos prioritarios.
Los votantes dan la espalda al PSOE por sus incongruencias y
las traiciones que ha cometido contra su propio ideario, más que por los
escándalos de corrupción, aunque éstos tengan un peso elevado en la frustración
que la política infunde en la gente. No son los ciudadanos los que han variado,
sino el mensaje y la actuación de los socialistas. Los ideales fundacionales, puestos
en solfa por unas amenazas de un mundo seducido por la lógica dominante del
mercado, siguen constituyendo el anhelo de votantes y simpatizantes
decepcionados por un socialismo cautivo de sus propias debilidades y renuncias,
hasta el punto de ser sustituido por las renovadas ofertas de actores
emergentes, vírgenes aún de estos pecados propiciados por un pragmatismo indecente, capaz de asegurar que, no
importaba gato blanco o negro, si cazaba ratones, es decir, si posibilitaba el acceso
al poder.
Aunque la socialdemocracia nunca ha sido contraria al
capitalismo, sino reformista de sus aristas más inhumanas, sus postulados han
sido barridos por la idolatría a la riqueza y el dinero. Han sido laminados por
la globalización neoliberal y los ha vuelto insensibles a los costes humanos que
acarrea un falso bienestar económico promovido por un mercado que impone sus
reglas y condiciones. Los socialistas han claudicado de la utopía. Por
contentarse con lo posible y renunciar a lo imposible han fallado a los que
confiaban en que otro mundo era posible, sin oprimidos y sin explotadores. Han
dado sobrados motivos para esa pérdida incontenible del apoyo mayoritario de la
población.
Recuperar dicha confianza será una tarea ardua y larga,
aunque no imposible. Ello supondrá refundarse, plantearse de nuevo las
cuestiones de siempre y volver a ofrecer respuestas a los sin voz, los
oprimidos y a cuántos se quedan en la orilla sin ayudas, sin recursos, sin consuelo.
Tendrá que demostrar que sigue persiguiendo sus eternos ideales de justicia,
tolerancia, igualdad y libertad, desde la honestidad, la trasparencia y la
ejemplaridad, para corregir los desmanes de un sistema globalizado de economía
de mercado. No le queda otra si no quiere que los ciudadanos continúen dándole
la espalda.
viernes, 22 de enero de 2016
Los “radicales” de Intermón y la OIT
Cuando toda crítica y cualquier disenso de la política económica neoliberal, implementada entre otros por el Gobierno del partido Popular para presuntamente combatir la crisis financiera, son rechazados de plano y las alternativas que se proponen en sustitución se consideran fruto de tendencias radicales, puede pasar que se extienda tal calificación a propuestas y organizaciones de contrastada seriedad y solvencia internacional que alertan sobre las negativas consecuencias que se derivan de unas iniciativas empecinadas en ignorar y marginar aún más a los desfavorecidos y humildes de la sociedad. Es lo que tienen las actitudes dogmáticas e inmovilistas, incluso en el campo de la economía: son incapaces de ser flexibles y aceptar opciones diferentes que favorecen al conjunto social y no a una minoría privilegiada, sumamente rica y poderosa.
Para quienes no admiten ninguna desviación de la política
económica aplicada hasta la fecha, basada en una austeridad absoluta en el
gasto y la inversión pública, supondrá un enorme disgusto los sendos informes
que Intermón Oxfam –una ONG nada
sospechosa de izquierdismo radical- y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) –la agencia de Naciones
Unidas dedicada a promover la justicia social y el reconocimiento de las normas
fundamentales del trabajo- han dado a conocer para alertar del precio en
desigualdad y pobreza que se les hace pagar a amplias capas de la población por
atender y satisfacer exclusivamente los intereses del mercado y el capital.
La evasión y elusión fiscal en España, por la que se desvían
a paraísos fiscales más de 59.000 millones de euros por parte de empresas y
grandes contribuyentes, ocasiona un deterioro a las arcas del Estado que todas
las reformas y ajustes acometidos es incapaz de compensar. Una actitud egoísta
de los pudientes que, según Intermón Oxfam, aprovechan un entramado de paraísos
fiscales creado para privilegiar a los que disfrutan de una economía al
servicio de ellos, de ese uno por ciento de ricos que concentra más riqueza que
35 millones de personas en nuestro país. No es de extrañar que, con esas políticas
y actitudes insolidarias, España sea el país donde más ha crecido la
desigualdad de ingresos y el número de personas pobres y en riesgo de exclusión,
convirtiéndose en el cuarto país más desigual de la Unión Europea. Más de tres
millones de personas viven actualmente en la pobreza, el doble que en 2007,
como consecuencia de decisiones políticas y económicas erróneas que castigan
fundamentalmente a los más débiles de la sociedad. Y es que justamente en
momentos de crisis como el que estamos viviendo, cuando se necesita proteger a
los más desfavorecidos, es cuando se adoptan iniciativas contrarias al interés
general que sólo benefician a los afortunados que más recursos disponen. Esta denuncia
de Intermón Oxfam tiene que doler, por tanto, a quienes promueven tanta
injusticia y, para que no se conozca, se dedican a tachar de radicales a los
que se quejan.
Son los mismos a los que se les llena la boca de hablar de
una “recuperación” que apenas ha conseguido reducir el paro en España, puesto
que la creación de empleo se basa, en virtud de esas políticas y “reformas”
económicas, en contratos mayoritariamente temporales que lo único que han
provocado es un mercado laboral caracterizado por la precariedad. Precariedad
del empleo, precariedad de las condiciones laborales y precariedad salarial
que, para colmo, han producido lo que se ha dado en llamar “trabajadores pobres”,
aquellos que no disponen de una remuneración suficiente respecto a sus
necesidades y se ven progresivamente abocados a la exclusión social. Una
situación de la que alerta la OIT
al advertir en su informe del aumento elevado número de familias en riesgo de
situarse por debajo del umbral de pobreza, cifra que subió del 27,3 % en 2013
al 29,2 % en 2014.
Sin embargo, los promotores de semejante “austericidio” en
nuestro país siguen desoyendo todas estas alarmas provenientes, no de
adversarios políticos nacionales, sino de organismos internacionales preocupados
por la deriva de las desigualdades y la pobreza en el mundo a causa de las políticas
económicas de gobiernos como el nuestro, atentos sólo a los intereses del
mercado y de los detentadores del capital. Tal es su ceguera dogmática que ni
siquiera aprecian, muchos menos atienden, las alarmas que entidades caritativas
como Cáritas elevan sobre las consecuencias de abandonar a su suerte a miles de familias españolas sin recursos, sin ayudas y sin ninguna posibilidad
de mejora que estas nuevas condiciones económicas imponen. Y es que, a juicio
de los fanáticos del neoliberalismo, todos los que no acaten las decisiones
gubernamentales en materia social y económica obedecen a un izquierdismo
radical cuyos postulados son nefastos y perjudiciales para sostener y
continuar la “recuperación” de España. Se entiende que aluden a “su” recuperación,
la de los ricos y pudientes que se benefician de todas estas medidas causantes
de desigualdad y pobreza en nuestro país.
miércoles, 20 de enero de 2016
La vida era su enfermedad
No terminaba de padecer alguno cuando aparecía otro malestar de los que habían convertido su salud en una sucesión indefinida de achaques. Sobre todo, desde que había alcanzado esa edad en la que pensaba que tenía merecido el descanso y la tranquilidad, cosas que relacionaba con no tener más gastos que los corrientes y que los hijos fueran dueños de sus vidas y no dependientes de la suya. No es que anteriormente careciera de problemas, sino que los asumía como inherentes a la existencia, un peaje a pagar. Incluso su nacimiento había sido problemático por su empeño en venir a este mundo antes de tiempo, de manera prematura. A consecuencia de aquellas prisas, su corazón tenía una malformación que le obligó, cuando no pudo dilatarlo más, a pasar por el quirófano en medio del camino de la vida, como diría Dante, preso de un miedo que todavía lo sobresalta algunas noches. Aún conserva una cicatriz en el pecho, larga y rojiza como una lombriz, que lo marca por haber sobrevivido a un bisturí que, sin embargo, no le extirpó los temores a un motor renqueante.
Durante su primer año de colegio le colgaron unas gafas para
que pudiera ver lo que escribían en la pizarra y, más tarde, leer los
periódicos o las indicaciones del salpicadero del coche, sin que hasta la fecha
se haya desprendido de ellas. Las considera parte de su anatomía, como las
orejas. Todas las enfermedades de la infancia lo persiguieron hasta la
adolescencia y la juventud, y le dotaron de una experiencia provechosa en
sarampiones, paperas, anginas, fiebres tifoideas, convulsiones, diarreas,
pulmonías, gripes, alergias y demás quebrantos que sirvieron, al menos, para que
pudiera diagnosticar mejor que los médicos cualquier dolencia en sus hijos. Con
todo, la vida le había parecido siempre una aventura digna de ser vivida,
siempre y cuando no se le exija
demasiado ni se le busque algún sentido. Estaba convencido de que era justa y que quien no tiene una cosa,
tiene la otra, y entre todos se reparten sus penas y alegrías.
Pero, al coronar la jubilación, confiaba en que los años se olvidaran de él y lo dejaran apurar el resto del tiempo con placidez y con la salud arañada pero llevadera. Pretendía aburrirse observando el vuelo de las moscas o el cambio de estaciones mientras simulaba ojear los libros que no había podido leer. No se lo permitieron. Al poco de cobrar las primeras nóminas de la pensión, la tensión se descontroló y lo ató a una caja de pastillas y a una dieta sin sal. Más tarde, el colesterol añadió nuevas prohibiciones y más píldoras al pastillero. Igual que las súbitas carreras que su corazón emprendía sin motivo aparente pero con mala intención, acelerándole el pulso y los nervios. Finalmente, un cáncer le impidió, primero, orinar con fluidez y, después, se expandió más allá de la próstata, condenándolo al ultraje de sondas y colonoscopías humillantes que le amargaron la vejez. Una tarde, mientras jugaba al dominó con los parroquianos del bar, perdió el conocimiento y su cabeza golpeó las fichas con el estruendo con que se coloca el doble seis de cierre. Ni la quimioterapia ni las operaciones habían logrado detener a su último enemigo, el que lo venció definitivamente. La vida era su enfermedad.
lunes, 18 de enero de 2016
Ébola, sacerdotes y médicos
España tuvo un nefasto protagonismo en el combate contra
esta enfermedad al evacuar a Madrid a los dos misioneros españoles contagiados por
ella y posibilitar, de esta manera, que una enfermera auxiliar se convirtiera
en la primera persona diagnosticada por ébola fuera de África. Una cadena de
inverosímiles y absurdas actuaciones expusieron a nuestro país al peligro de
una enfermedad mortal que había causado más de 28.000 casos de infección y
provocado la muerte de cerca de 12.000 personas en África. Aunque se sabía que
el virus del ébola era muy infectivo y con una alta tasa de mortalidad, la
respuesta internacional fue tardía, escasa y lenta, y la española, incongruente
y chapucera, hasta que se produjeron los primeros casos de contagio entre el personal
voluntario desplazado a la zona. Se trataba de
un problema ajeno, distinto y distante hasta que saltó a España, Estados
Unidos, Reino Unido y otros países alejados del foco principal. Entonces, generó
preocupación y ocupó el interés de los medios de comunicación.
Mientras otros países aportaban con cuentagotas equipos
médicos (medicinas, hospitales, depuradoras, personal sanitario, etc.), movidos
fundamentalmente por organizaciones no gubernamentales -como Médicos Sin Fronteras,
Médicos del Mundo, etc.-, de España partían curas y misioneros junto a una insuficiente
ayuda estatal contra el virus. Si, en la antigüedad, cualquier aventura
colonial española, aparte de las riquezas, se justificaba por la conversión de
los nativos al catolicismo, lo que nos convertía en martillo de herejes, en la
actualidad, al parecer, seguimos obedeciendo las mismas obsesiones. Desde
nuestros reyes emperadores hasta hoy, las creencias han prevalecido a la razón y
el conocimiento en todos los ámbitos de nuestra sociedad, desde la educación a
la política y de la cultura a las costumbres. Es por ello que, todavía hoy, se
implanta la asignatura de religión en la enseñanza en vez de facilitar recursos
a la ciencia y la investigación. También, que sea “natural” a
nuestro paisaje la existencia de más iglesias o parroquias que bibliotecas o escuelas.
Incluso, que sea el Estado quien se haga cargo de las remuneraciones de curas y
de esos profesores de religión aunque, en paralelo, ese mismo Estado aplique recortes presupuestarios
en educación, sanidad, enseñanza universitaria, becas, dependencia y otras
prestaciones y servicios públicos. Las preferencias gubernamentales son claras y siguen un
patrón histórico. Y así nos va.
Se estaba desmantelando en Madrid el único hospital especializado
en enfermedades infecciosas emergentes cuando se produjo el contagio de los
misioneros que daban consuelo a los enfermos de ébola en África. Y en vez de
enviar equipos y recursos, dando una respuesta rápida al problema para romper
los círculos de contagio del foco allí existente, se destina una partida
extraordinaria de fondos para, en un despliegue sin precedentes, traer a España
en avión medicalizado al cura infectado y volver a habilitar urgentemente el
hospital que se había desmontado para poder tratarlo con la máxima seguridad. Con
todo, el tratamiento político de la crisis pasará a la historia de las
vergüenzas nacionales, con consejeros de sanidad que pretendieron hacer recaer la
responsabilidad en la víctima contagiada y una ministra que tuvo que ser
apartada de las ruedas de prensa para evitar que hiciera más el ridículo.
Pero de algo ha servido. Esta epidemia ha demostrado al
mundo entero que resulta más económico y eficaz fortalecer los sistemas
sanitarios de los países afectados que tratar de paliar cualquier epidemia de
manera específica y expatriar a los cooperantes contagiados. Hay que reforzar
la vigilancia y los controles sobre estas enfermedades emergentes, aunque no
nos afecten directamente, porque pueden convertirse en pandemias de una mortalidad
elevada. De hecho, según Félix Hoyo, responsable de Operaciones internacionales
de Médicos del Mundo, “la mortalidad sobreañadida por otras enfermedades es
todavía mayor que las víctimas del propio ébola”.
Desgraciadamente, el ébola ha puesto en evidencia que, hasta que
no hay una amenaza a nuestras sociedades, no se acometen los esfuerzos necesarios ni se
potencia la investigación para combatir ninguna enfermedad. Más aún, a pesar de que
había matado a miles de personas en África, no se avanzó en su conocimiento ni se extremaron los controles epidemiológicos hasta que no surgieron los primeros
casos de enfermos por ébola fuera de aquel continente. Esa dedicación tardía sobre la enfermedad es lo que ha permitido, ahora, contar ya con una vacuna de una efectividad cercana
al 100 por ciento.
También en nuestro país, el ébola ha tenido consecuencias
positivas. Nos ha hecho ver la necesidad de “salvar” al hospital referente en
investigación y tratamiento de enfermedades emergentes que se pensaba destinar
a otro cometido, según criterio de los responsables de nuestra sanidad, más
“rentable” o “sostenible”. Probablemente, ha evitado su privatización. Y ha obligado
actualizar todos los protocolos de actuación en estos casos de enfermedades
sumamente infecciosas y nos ha dotado de la experiencia y material
recomendables. Miles de “monos con capucha”, aptos para manipular a estos
pacientes sin correr riesgos de contagio, han quedado repartidos por diversos
hospitales del país, sin saber siquiera cómo conservarlos. Ya es algo.
Con todo, fieles a nuestro linaje histórico, seguimos mostrando
inclinación por las creencias que por la razón, y mantenemos intacta nuestra
tendencia a confiar más en la divina providencia que en el conocimiento
científico. Así, ante el anuncio de que la OMS ha erradicado la última epidemia de ébola del
mundo, sólo sabemos exclamar: ¡gracias a Dios!
viernes, 15 de enero de 2016
Días tímidos
Los días de este aprendiz de invierno son tímidos, indecisos
de las inclemencias con las que suelen venir acompañados y vergonzosos de cubrirse
con el manto blanco con el que todos los identifican. Apenas se han atrevido a despertar las torrenteras de los arroyos ni a obsequiar copos de nieve a las cumbres que charlan con
las nubes. De tan templados y secos, parecen días atrasados del otoño o
adelantados a la primavera que se divierten confundiendo la floración de las
plantas y el celo de los animales. Pétalos prematuros y amores a
destiempo son los signos de una súbita vitalidad que los seres agradecen y aprovechan, sin buscar refugio de los chaparrones ni abrigo de los
fríos, en una exhibición impúdica de sus instintos. Cuando estos días dejen de
sentirse timoratos, sorprenderán a todos
desprevenidos y confiados en que el invierno había renunciado a
sus ventiscas y temporales con las que predispone el renacer de las
pasiones. Ese es su cometido y encanto.
miércoles, 13 de enero de 2016
Cuesta de enero de la recuperación

El año de la recuperación, de las cifras boyantes en comercios y hoteles, del cambio de tendencia en la creación de empleo, de la vuelta a la venta masiva de automóviles, de una ligera subida en el precio de la vivienda, del incremento imperceptible (0,25 %) en las pensiones y en los sueldos de los trabajadores (1 %), el año, a pesar de la proliferación electoral, de una oportuna reactivación de la economía, este año tan positivo en tantas magnitudes arranca con la denominada cuesta de enero, el mes en que suele deshacerse el espejismo de un fútil optimismo en los datos macroeconómicos y en el que la percepción de la precariedad y las dificultades vuelve a impregnar la cruda realidad que nos rodea.
Es entonces cuando descubrimos que empleos temporales,
condiciones laborales precarias y salarios también precarios caracterizan un trabajo
igualmente precario que, ni así, es capaz de generar empleo sostenido para
aliviar a los millones de desempleados que la crisis y los recortes del actual
Gobierno se han llevado por delante. Un trabajo, además de precario, barato que, de hecho, ha permitido pagar 40.000 millones de
euros menos en remuneraciones salariales que se traducen en beneficios para las
empresas y se atribuyen a una supuesta estimulación del negocio. Así, aumentan las ganancias gracias a unos menores costes laborales. Hasta las cifras del paro lo demuestran, aunque para ello se haya que "elaborar" las estadísticas. De esta manera
resultan indiscutibles, pero no convincentes: hay menos parados registrados en las oficinas de empleo
porque más de la mitad de ellos han perdido cualquier tipo de prestación y toda
esperanza de encontrar algún trabajo. Sin ayudas y sin empleo, dejan de ser
solicitantes que aligeran las estadísticas oficiales y alimentan la euforia de
los que venden el humo de la recuperación.
Una recuperación que, en este año recién estrenado, tampoco
servirá para controlar el déficit público, ese por el que se han hecho todos
los ajustes estructurales y todos los recortes de gasto sin poder evitar que
alcance el 100 por ciento del PIB, a pesar de los vientos favorables que soplan
del Banco Central Europeo (BCE), que compra (financia) deuda soberana, y de los precios del
petróleo, que se han desplomado hasta niveles insospechados sin que tengan fiel
reflejo en el precio de los carburantes, que no bajan en idéntica
proporción. Tras la "poda" en educación, sanidad y dependencia, del tijeretazo en
el importe de las becas, del saqueo en más de 30.000 millones de euros de la
“hucha” de las pensiones, de la subida de impuestos, de los copagos y repagos
en determinadas prestaciones y servicios, 2016 nos obligará a escalar una
"cuesta" de nuevos recortes por importe de otros 20.000 millones que nos impone Bruselas para cumplir con lo pactado con el déficit. No se sabe
qué partidas sufrirán otra disminución de sus mermadas cuantías, ni qué
gobierno deberá responsabilizarse de ello, si es que se continúan implementando
medidas de tan discutibles efectos.
Si en el mejor contexto postcrisis (gracias al BCE y
el petróleo) la actividad económica de España sólo ha podido crear precariedad
laboral, salarios indignos, desasistencia social y un enorme agujero en el
sistema de pensiones, el año que nos aguarda promete ser particularmente empinado. Porque vender
esta “recuperación” como la mejor gestión posible es dejar en la cuneta a
quienes la están soportando con empobrecimiento y siendo víctimas de desigualdades,
abandonados a su suerte en nombre de los mercados. Y es que una recuperación
que sólo beneficia a unos pocos es, en realidad, una falsa recuperación y, peor
aún, una injusticia económica, social y moral de la que nadie, honestamente,
puede vanagloriarse. No hay duda de que nos enfrentamos a los primeros peldaños de la
cuesta de la recuperación, en los que la mayoría de la población se dejará el
aliento sin saber siquiera si conseguirá coronar la cima. Es lo que tiene este mes: acaban las fiestas y los contratos temporales.
lunes, 11 de enero de 2016
Hipocresía con los refugiados
Ahora que el embrollo catalán parece resuelto de aquella manera y el lío español comienza a enmarañarse aún más en Madrid por el reparto de puestos parlamentarios y las negociaciones a múltiples bandas para designar
al "macho alfa" gubernamental, es mejor desviar la mirada a lo que sucede en
medio del patio en el que ocupamos un rincón para convencernos de que no
tenemos remedio. Por mucho que disimulemos, somos así: falsos, hipócritas,
ambiciosos, engreídos, mentirosos, fatuos, envidiosos y mediocres. Igual que catalanes
y españoles, que son la misma cosa y comparten la misma historia, en Europa nos
la cogemos con papel de fumar y, detrás de las grandes palabras con las que
representamos la función humanitaria, quedan los miedos, los recelos y las fobias
que siempre hemos tenido hacia el “otro”, el distinto, el vecino, el
extranjero, el inmigrante.
Mucho predicar solidaridad, pronunciar grandes promesas, prometer
recursos sin austeridad, ofrecer ayudas sociales y demás cuentos de cara a la
galería, para finalmente demostrar lo que siempre hemos hecho: nada. Muchas
reuniones, muchos acuerdos, grandes planes para levantar centros de acogida,
determinar cuotas por países y otras zarandajas por el estilo, y resulta que,
en realidad, tras la careta de las buenas intenciones, sólo hemos realojado a
272 refugiados durante todo 2015, en nuestro inmaculado solar europeo, de los más
de 100.000 a
que nos habíamos comprometido. La cristiana España, en la que una ministra –en
funciones- se encomienda a la
Virgen del Rocío para solucionar problemas de su competencia,
sólo ha realojado a 18 asilados de los 17.000 asignados. Todo un hito de la
sensibilidad con que recibimos a quienes nos piden socorro y reclaman ayuda por
las amenazas que les hacen huir con lo puesto, jugándose la vida.
Evitando por todos los medios ser tachados de xenófobos,
cosa nada extraña a tenor de lo expuesto, nos parapetamos en mil excusas para
justificar una conducta tan indecorosa como inmoral que no hace más que resaltar
el egoísmo y la deshumanización que nos caracterizan. En un principio, España
adujo las dificultades para el empleo que ya padecen los nacionales como
obstáculo para la acogida de refugiados, a pesar de que la cuota asignada representaba
un refugiado por localidad. El ultracatólico ministro del Interior, que no
tiene empacho en condecorar imágenes religiosas, advirtió, a su vez, del
peligro terrorista que podía entrañar la llegada de tantos inmigrantes, temor
compartido extensamente por sus conmilitones europeos. Y aunque, efectivamente,
se han producido atentados execrables en Francia, ninguno de los yihadistas que
los cometieron eran foráneos, sino fanáticos belgas y franceses tan
descerebrados como los que les convencieron de cometer asesinatos y suicidios.
No son, pues, los refugiados quienes nos traen o exponen a la amenaza
terrorista, sino el abandono de aquellos valores que sirvieron para fundar la Europa de los ciudadanos,
los derechos y la libertad.
Al éxodo que proviene de África en busca de alguna
oportunidad para escapar de la miseria y el subdesarrollo, se une los que huyen
de la guerra incivil que asola desde hace cinco años Siria, donde más de
250.000 personas han muerto y centenares de miles, de cualquier edad, viven en
condiciones infrahumanas, víctimas de los bandos enfrentados. Otros conflictos
en la región (Irak, Afganistán, etc.) también provocan la avalancha de
refugiados que intentan llegar a Europa para salvar la vida y no morir de una
bala, una bomba o de inanición. Pero aquí los recibimos con recelos, dudamos de
sus costumbres y tememos sus intenciones. Levantamos barreras para
estigmatizarlos con nuestros prejuicios y que no crucen nuestras fronteras o
regresen por donde han venido. Nos vale cualquier excusa, como las agresiones
machistas producidas la pasada Nochevieja en Colonia (Alemania), para endurecer
leyes que permitan deportarlos inmediatamente a sus lugares de origen y
quitárnoslos de encima. En vez de impartir justicia y hacer respetar los
derechos constitucionales, sin importar raza, sexo, creencia religiosa o
lengua, aprovechamos la comisión de un delito, como es el acoso o la violencia
machista –tan común por otra parte en nuestra propia sociedad- para castigar de
manera distinta y extemporánea al inmigrante.
Ante la emergencia social que representan los refugiados,
Europa y España responden con cicatería e hipocresía. Ni la dignidad de las
personas, ni el respeto de los derechos humanos que les son inherentes nos
mueven a tratarlos como lo que son: semejantes a nosotros en todo y, por tanto,
merecedores de nuestra solidaridad y ayuda. Cumplir solamente con el 0,5 por
ciento de lo comprometido en materia de asilo y realojo es para avergonzarse
de ser ciudadano europeo y compartir su egoísmo. Si el precio de nuestro progreso y prosperidad es la
deshumanización, estamos abocados a la barbarie y a repetir aquellos errores del
pasado que nos llevaron una vez, a nosotros también, ser emigrantes. ¿Ya no nos
acordamos?
viernes, 8 de enero de 2016
Al fin, simplemente viernes
Finalmente, un viernes sin adjetivos, sin etiquetas. Un viernes libre de invitaciones al consumo, los gastos, el exceso. Un día que no es festivo, ni puente entre festivos, ni vacío de prensa, ni nominalmente extraño cual black friday. Simplemente,
viernes: último día de la semana laboral, puerta al ocio o a la rutina a costa de
uno mismo y su imaginación y no a expensas de los demás. Primer viernes “normal” del año para
volver a la normalidad, a las cosas sencillas, humildes y personales, sin los agobios
de la multitud, sin atracos al bolsillo y sin atracones de calorías. Al fin,
simplemente viernes para lo que uno quiera o apetezca, no para obedecer a la
publicidad, los dictados del comercio o las tendencias de la banalidad. Viernes,
simplemente. Al fin.
miércoles, 6 de enero de 2016
De toros, bárbaros y trompeteros
Nunca me ha gustado la fiesta de los toros, lo reconozco de
antemano, pero de ahí a insultar y tachar a los aficionados de bárbaros y a los
toreros de “asesinos en serie”, va un trecho, el que recorre de manera desvergonzada
un supuesto entrevistador mediático que suple sus carencias con osadía y
desfachatez. Pero defender la mal llamada fiesta nacional por los beneficios
que proporciona a la hostelería, el turismo o los transportes, como hace otro
profesional trompetero y apocalíptico, es como tolerar la esclavitud o la trata
de blancas por lo que aportan a la actividad económica y la riqueza nacional.
Ambos “líderes” de los medios manosean el asunto de la tauromaquia para conseguir seguidores que apuntalen sus respectivas audiencias y, de paso, sus remuneraciones, sin importarles lo más mínimo no sólo el tratamiento serio del tema, sino también el menosprecio a millones de personas que no comparten sus opiniones gratuitas. Uno, hace un programa con ello, y, el otro, elabora una columna periodística; es decir, cobran en metálico metiéndose con lo que sea. Son insistentes y ambos ya merecieron sendas entradas en esta bitácora.
Con todo, no seré yo quién se rasgue las vestiduras por las discrepancias que genera la fiesta de los toros en nuestro país. Asuntos más importantes sacuden la convivencia en España, más lacerantes que las corridas de toros, como son la pobreza que se extiende entre amplias capas de la población, el aumento de las desigualdades y un paro que deja a muchos trabajadores y sus respectivas familias a las puertas de la miseria y la exclusión social. Sin embargo, cuestiono las formas simplistas y faltonas con que se expresan y disienten “comunicadores” con fama, que no prestigio, en este país. No se corresponden con la supuesta “calidad” que aseguran atesorar ni con el nivel educativo que se les podría exigir. Más bien exhiben un estilo barriobajero propio de taberna de polígono de extrarradio. Quizá sea lo que buscan al considerar que es lo que demandan y con lo que se identifican sus seguidores. Allá ellos.
Con todo, no seré yo quién se rasgue las vestiduras por las discrepancias que genera la fiesta de los toros en nuestro país. Asuntos más importantes sacuden la convivencia en España, más lacerantes que las corridas de toros, como son la pobreza que se extiende entre amplias capas de la población, el aumento de las desigualdades y un paro que deja a muchos trabajadores y sus respectivas familias a las puertas de la miseria y la exclusión social. Sin embargo, cuestiono las formas simplistas y faltonas con que se expresan y disienten “comunicadores” con fama, que no prestigio, en este país. No se corresponden con la supuesta “calidad” que aseguran atesorar ni con el nivel educativo que se les podría exigir. Más bien exhiben un estilo barriobajero propio de taberna de polígono de extrarradio. Quizá sea lo que buscan al considerar que es lo que demandan y con lo que se identifican sus seguidores. Allá ellos.
Pero, como digo, sin estar de acuerdo con la tauromaquia,
hay que aceptar que se trata de una actividad relacionada con una
característica cultural hispánica que, en vez de intentar sectariamente
eliminarla de nuestro acervo, podría reconducirse hacia una práctica menos
cruel y morbosa del sacrificio de un animal. No se inventaría nada nuevo: sólo adaptar
su ejecución a los parámetros que los tiempos imponen para evitar el sadismo innecesario
con cualquier ser vivo, ya sea por imperativos alimentarios (en mataderos) o de
ocio (la caza, las corridas de toros, etc.). Tal es la razón por la que se
castiga el maltrato en caballos, perros o cualquier otro animal de compañía o
labor. Con los toros bravos debería ser igual. En otros países, como Portugal,
Francia y algunos de Sudamérica, se celebran fiestas de toros en las que no se
mata al animal, sino que se devuelve vivo al corral tras la lidia. Es posible
–y deseable- que una discusión serena y profunda del asunto, entre defensores y
antagonistas de la fiesta taurina, pero con personas con mucha más preparación y
ecuanimidad que las aludidas anteriormente, podría servir para encauzar la
problemática taurina por los derroteros del civismo y el mutuo respeto, y en la
que podrían participar el Estado, que ha de regular tal expresión cultural, y
los agentes sociales y económicos (ganadería, hostelería, turismo, etc.)
concernidos. Todo, menos ensartarse en insultos ordinarios, por muy rentables
que sean para sus protagonistas.
El salvajismo y la violencia hay que erradicarlos de
cualquier espectáculo, incluido el mediático. Ni la tauromaquia vería mermar su
atractivo si se suprimiesen de ella el sufrimiento y la muerte innecesarios del
animal, dejando exclusivamente espacio para el lucimiento de la habilidad del
torero frente a la nobleza e instinto del toro, ni el periodismo perdería
“mercado” si se extirpase de él el recurso fácil, pero letal para su verdadera
función informativa, del amarillismo, la maledicencia, la superficialidad y el afán
por la espectacularidad. Ambas actividades requieren profesionales cualificados
que, por lo que se ve, es su mayor problema. Tal vez sea éste el “quid” de la
cuestión: toreros que se limiten a torear y no a masacrar a un animal, y periodistas
que se circunscriban diligentemente a aportar información veraz, y no opinión
tendenciosa, para que los ciudadanos se formen su propio criterio. A lo mejor
es mucho pedir.
lunes, 4 de enero de 2016
El futuro comenzó ayer
No nos damos cuenta de que transitamos por él porque nos
acostumbramos a convivir con lo que nos depara y a integrarlo en nuestra
cotidianeidad. Viajamos al interior de nuestro cuerpo con sondas que exploran
nuestros órganos y visualizan su funcionamiento, facilitando la reparación de daños
que, hasta no hace mucho, representaban una muerte segura y que hoy sólo
constituyen dolencias curables y pasajeras. Los by-pass, los cateterismos
vasculares, las arteriografías, las laparoscopias, los TAC, las resonancias
magnéticas, los implantes de tejidos, los trasplantes de órganos, la cirugía
robotizada, los avances en terapia molecular y el descubrimiento de nuevos,
selectivos y más eficaces fármacos son elementos, entre otros muchos, de un
futuro que está presente en nuestra realidad y nos permite vivir más tiempo y
en mejores condiciones de salud.
Asimismo, si miramos a nuestro entorno, los cambios moldean
el mundo que habitamos y al que ya no percibimos como un lugar hostil,
peligroso y temible, inabarcable en sus dimensiones e infinito en recursos por
explotar. El futuro nos lo muestra en su verdadero tamaño, cada vez más pequeño
y próximo al agotamiento por la extracción desmesurada e insostenible de sus
riquezas, lo que nos obliga a respetar sus ciclos, a no alterar con
contaminación su atmósfera y a cultivar con esmero lo que nos brinda para
nuestra supervivencia. El futuro al que aspiramos nos lo presenta con la imagen
de una insignificante esfera azul que vaga por la inmensidad del espacio, pero milagrosamente
situada para albergar vida, una vida que ha evolucionado hasta convertirse en
lo que somos, seres conscientes de su existencia y de lo que les rodea.
Sobre la superficie de ese mundo frágil y hermoso viajamos
más rápido, seguros y cómodos que nunca, llegando a cualquier parte en cuestión
de horas. No son necesarias las jornadas que la literatura aventuraba para rodearlo
en globo, sino escasos minutos para hacerlo a bordo de la estación espacial o
pocas horas para que un avión nos traslade a las antípodas. Las máquinas
acortan distancias y nos acercan destinos remotos con una facilidad pasmosa,
tanto por tierra, mar o aire. Pero, en contrapartida, esas máquinas vuelven también
más mortíferas y precisas las guerras, permitiendo atacar cualquier objetivo
sin necesidad de invadirlo con un ejército ni que un piloto maneje aparatos que
se conducen y programan desde lejos, por control remoto. El futuro, en su
aspecto macabro, nos proyecta
destrucciones y bombardeos como si fueran imágenes de un videojuego que nos ahorran
la crueldad y el sufrimiento que llevan consigo y nos habitúan a banalizar la
violencia y la muerte.
Pero, si hay un lugar donde el futuro irradia toda su magnificencia
es en el espacio, cerca de las estrellas, donde nos impresiona con el
sobrevuelo de la nave New Horizons
sobre el planeta Plutón o con las huellas dejadas por los vehículos rovers de la NASA en la polvorienta
superficie rojiza de Marte. También nos mueve al asombro con esa decena de
planetas menores, asteroides y cometas visitados por sondas espaciales, las
cuales han escrutado y desentrañado su forma y composición para aportar datos
que nos permiten comprender los complejos procesos de la Tierra y los misterios
existentes más allá del Sistema Solar. En ese futuro tangible de la exploración
espacial, junto a los avances tecnológicos y científicos, destaca la
imprescindible colaboración y entendimiento de los cerebros más privilegiados
del mundo, sin importar raza, nacionalidad e idioma, como pone de manifiesto la Estación Espacial
Internacional (ISS), que ya ha cumplido el décimo quinto año con presencia
humana continua a bordo, gracias a la visita de más de 220 personas,
procedentes de 17 países distintos, y que han utilizado aquellas instalaciones
en órbita sobre la Tierra
para desarrollar más de 1.700 investigaciones que alimentan nuestro progreso y
nos introducen aún más en un futuro que no es mañana, sino que empezó ayer.
Un futuro esplendoroso que, no obstante, arrastra
dificultades del presente y errores del pasado. Un futuro no exento de
problemas que nos acompañan sin encontrar solución, bien por codicia y
fanatismo, bien por el egoísmo con el que intentamos establecer diferencias y
conservar privilegios. Así, mientras avanzamos hacia el microcosmos y ampliamos
los límites del macrocosmos, la paz y la seguridad internacionales siguen
siendo amenazadas por guerras y conflictos sin fin. Incapaces de resolver
viejas heridas que aún sangran, como el conflicto palestino-israelí, foco de
tensiones en la zona, o los de Afganistán, Nigeria o Somalia, otros nuevos
enervan el clima de violencia y odio que se extiende por Siria, Yemen, Libia,
Sudán del Sur, etc. Guerras viejas y guerras nuevas que causan muertes y
desplazan a más personas que nunca antes.
Son tumores del pasado y supuraciones del presente que contagian
al futuro, restándole confianza y credibilidad, y convirtiéndolo en una promesa
utópica, por cuanto apenas ofrece alguna esperanza a las injusticias y
desigualdades que siguen presentes en la actualidad. Salvo el acuerdo mundial
contra el cambio climático, que se supedita a indeterminadas y voluntarias
actuaciones futuras, han sido pocos los avances en la lucha global contra la
desnutrición y la miseria, que provoca hambrunas que castigan a los habitantes
de 52 de los 117 países del mundo. Huir del hambre y la guerra es la causa de
los cientos de miles de refugiados que intentan llegar a una Europa que teme
por su estabilidad y bienestar. Para la mayoría de ellos no hay futuro, y el
presente es sólo una negra realidad colmada de calamidades.
Otro cáncer que carcome las potencialidades del futuro es el
terrorismo, cuyos atentados sacuden el corazón de Europa y la hacen renunciar a
sus valores más preciados, como la libertad, en aras de una supuesta seguridad.
Pero un futuro sin libertad no es futuro, sino retorno al pasado. Las
dificultades para enfrentar esta violencia, de raíz islamista en el Viejo
Continente, o mafiosa de los carteles, como en México, o ideológica, como en
tantas otras partes del mundo, nos sumerge en la decepción y el abatimiento.
Sin embargo, el futuro es imparable. Con sus luces y sus
sombras, está ya instalado entre nosotros y nos impele a corregir las rémoras
del pasado que limitan su pleno desarrollo. Somos nosotros los que construimos
el futuro con nuestras propias manos, jamás nos es dado. A todos nos
corresponde el esfuerzo por perfeccionar un futuro que comenzó ayer para no
defraudar las expectativas de nuestros hijos por un mundo mejor: el sueño de la Humanidad que se renueva
cada año.
viernes, 1 de enero de 2016
Aroma de año nuevo
![]() |
Foto. Carlos Araujo |
Si ese ambiente y actitud caracterizaran todos los días
del año que acaba de nacer, la mitad de los asuntos que nos agobian desaparecerían como las nubes en
un cielo de verano, en el que no hay lugar para tormentas provocadas por las rencillas y la envidia. Por eso, hoy, al estrenar este 2016 y saborear otra
taza de café aromatizado de camaradería, no puede uno menos que acordarse de aquellos a los que
el Sol, al asomarse tras el horizonte de la mesa, hace brillar en sus semblantes
una tenue sonrisa con la que confían seguir disfrutando de momentos tan gratos
en el trabajo, en la familia y en la vida.
A cuántos han pasado esta noche en sus trabajos y no con sus familias.
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