lunes, 4 de enero de 2016

El futuro comenzó ayer

Todo comienzo de año nos hace desear un mundo nuevo, un lugar renovado en el que comenzar a construir lo que el presente nos niega o nuestra condición nos impide a causa de egoísmos, violencia e ignorancia. Aspirar un mundo distinto siempre ha sido un sueño de la Humanidad que cada año renace pero que nunca ha estado más cerca del alcance del ser humano como hasta ahora, no por mano de utopías inalcanzables, sino de la ciencia. Son los científicos los que nos invitan a soñar y los que nos proporcionan posibilidades sólidas para emprender el vuelo racional hacia lo ignoto, hacia ese futuro que ya no imaginamos sino que vislumbramos cerca, tan cerca que estamos instalados en él. Porque el futuro comenzó ayer.

No nos damos cuenta de que transitamos por él porque nos acostumbramos a convivir con lo que nos depara y a integrarlo en nuestra cotidianeidad. Viajamos al interior de nuestro cuerpo con sondas que exploran nuestros órganos y visualizan su funcionamiento, facilitando la reparación de daños que, hasta no hace mucho, representaban una muerte segura y que hoy sólo constituyen dolencias curables y pasajeras. Los by-pass, los cateterismos vasculares, las arteriografías, las laparoscopias, los TAC, las resonancias magnéticas, los implantes de tejidos, los trasplantes de órganos, la cirugía robotizada, los avances en terapia molecular y el descubrimiento de nuevos, selectivos y más eficaces fármacos son elementos, entre otros muchos, de un futuro que está presente en nuestra realidad y nos permite vivir más tiempo y en mejores condiciones de salud.

Asimismo, si miramos a nuestro entorno, los cambios moldean el mundo que habitamos y al que ya no percibimos como un lugar hostil, peligroso y temible, inabarcable en sus dimensiones e infinito en recursos por explotar. El futuro nos lo muestra en su verdadero tamaño, cada vez más pequeño y próximo al agotamiento por la extracción desmesurada e insostenible de sus riquezas, lo que nos obliga a respetar sus ciclos, a no alterar con contaminación su atmósfera y a cultivar con esmero lo que nos brinda para nuestra supervivencia. El futuro al que aspiramos nos lo presenta con la imagen de una insignificante esfera azul que vaga por la inmensidad del espacio, pero milagrosamente situada para albergar vida, una vida que ha evolucionado hasta convertirse en lo que somos, seres conscientes de su existencia y de lo que les rodea.

Sobre la superficie de ese mundo frágil y hermoso viajamos más rápido, seguros y cómodos que nunca, llegando a cualquier parte en cuestión de horas. No son necesarias las jornadas que la literatura aventuraba para rodearlo en globo, sino escasos minutos para hacerlo a bordo de la estación espacial o pocas horas para que un avión nos traslade a las antípodas. Las máquinas acortan distancias y nos acercan destinos remotos con una facilidad pasmosa, tanto por tierra, mar o aire. Pero, en contrapartida, esas máquinas vuelven también más mortíferas y precisas las guerras, permitiendo atacar cualquier objetivo sin necesidad de invadirlo con un ejército ni que un piloto maneje aparatos que se conducen y programan desde lejos, por control remoto. El futuro, en su aspecto  macabro, nos proyecta destrucciones y bombardeos como si fueran imágenes de un videojuego que nos ahorran la crueldad y el sufrimiento que llevan consigo y nos habitúan a banalizar la violencia y la muerte.

Pero, si hay un lugar donde el futuro irradia toda su magnificencia es en el espacio, cerca de las estrellas, donde nos impresiona con el sobrevuelo de la nave New Horizons sobre el planeta Plutón o con las huellas dejadas por los vehículos rovers de la NASA en la polvorienta superficie rojiza de Marte. También nos mueve al asombro con esa decena de planetas menores, asteroides y cometas visitados por sondas espaciales, las cuales han escrutado y desentrañado su forma y composición para aportar datos que nos permiten comprender los complejos procesos de la Tierra y los misterios existentes más allá del Sistema Solar. En ese futuro tangible de la exploración espacial, junto a los avances tecnológicos y científicos, destaca la imprescindible colaboración y entendimiento de los cerebros más privilegiados del mundo, sin importar raza, nacionalidad e idioma, como pone de manifiesto la Estación Espacial Internacional (ISS), que ya ha cumplido el décimo quinto año con presencia humana continua a bordo, gracias a la visita de más de 220 personas, procedentes de 17 países distintos, y que han utilizado aquellas instalaciones en órbita sobre la Tierra para desarrollar más de 1.700 investigaciones que alimentan nuestro progreso y nos introducen aún más en un futuro que no es mañana, sino que empezó ayer.

Un futuro esplendoroso que, no obstante, arrastra dificultades del presente y errores del pasado. Un futuro no exento de problemas que nos acompañan sin encontrar solución, bien por codicia y fanatismo, bien por el egoísmo con el que intentamos establecer diferencias y conservar privilegios. Así, mientras avanzamos hacia el microcosmos y ampliamos los límites del macrocosmos, la paz y la seguridad internacionales siguen siendo amenazadas por guerras y conflictos sin fin. Incapaces de resolver viejas heridas que aún sangran, como el conflicto palestino-israelí, foco de tensiones en la zona, o los de Afganistán, Nigeria o Somalia, otros nuevos enervan el clima de violencia y odio que se extiende por Siria, Yemen, Libia, Sudán del Sur, etc. Guerras viejas y guerras nuevas que causan muertes y desplazan a más personas que nunca antes.

Son tumores del pasado y supuraciones del presente que contagian al futuro, restándole confianza y credibilidad, y convirtiéndolo en una promesa utópica, por cuanto apenas ofrece alguna esperanza a las injusticias y desigualdades que siguen presentes en la actualidad. Salvo el acuerdo mundial contra el cambio climático, que se supedita a indeterminadas y voluntarias actuaciones futuras, han sido pocos los avances en la lucha global contra la desnutrición y la miseria, que provoca hambrunas que castigan a los habitantes de 52 de los 117 países del mundo. Huir del hambre y la guerra es la causa de los cientos de miles de refugiados que intentan llegar a una Europa que teme por su estabilidad y bienestar. Para la mayoría de ellos no hay futuro, y el presente es sólo una negra realidad colmada de calamidades.

Otro cáncer que carcome las potencialidades del futuro es el terrorismo, cuyos atentados sacuden el corazón de Europa y la hacen renunciar a sus valores más preciados, como la libertad, en aras de una supuesta seguridad. Pero un futuro sin libertad no es futuro, sino retorno al pasado. Las dificultades para enfrentar esta violencia, de raíz islamista en el Viejo Continente, o mafiosa de los carteles, como en México, o ideológica, como en tantas otras partes del mundo, nos sumerge en la decepción y el abatimiento.

Sin embargo, el futuro es imparable. Con sus luces y sus sombras, está ya instalado entre nosotros y nos impele a corregir las rémoras del pasado que limitan su pleno desarrollo. Somos nosotros los que construimos el futuro con nuestras propias manos, jamás nos es dado. A todos nos corresponde el esfuerzo por perfeccionar un futuro que comenzó ayer para no defraudar las expectativas de nuestros hijos por un mundo mejor: el sueño de la Humanidad que se renueva cada año.

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