jueves, 29 de octubre de 2015

Mantenella y no enmendalla

De todos los que aparecen en la famosa fotografía de las Azores, sólo uno se mantiene en sus trece, mostrando orgulloso la actitud que describe la expresión del castellano antiguo “mantenella e no enmendalla”. De aquel grupo de mentirosos que se confabularon para una guerra injusta, innecesaria e inútil, sólo el más pequeño pero más  envalentonado del grupo sigue negando haberse equivocado y haber engañado a los españoles con tal de codearse con los poderosos rufianes que gobiernan esta parte del mundo, permitiéndole subir los pies encima de la mesa en sus ranchos de Texas, mientras comparten unos puros habanos. El menos dotado de los matones, el representante del país con menos peso militar y presupuestario para una guerra no declarada y al margen de la ONU, es el que intenta mantener el tipo, cual mentiroso pillado in fraganti, para evitar tener que reconocer lo que a todas luces ha sido siempre evidente: que miente y engaña como un trilero. Tal actitud de empecinamiento en los errores es lo que refleja la expresión antigua, la actitud de quien, incluso intencionadamente por orgullo, complejo o mantener las apariencias, insiste en no reconocer sus equivocaciones o mentiras. Y eso es, exactamente, lo que hace José María Aznar, el expresidente de Gobierno que se empeña en no pedir perdón a los españoles por apoyar con entusiasmo la invasión de Irak en 2003.

De aquel trío de sicarios, en realidad cuarteto, fue José Manuel Durao Barroso, entonces Primer Ministro portugués y anfitrión de la Cumbre bélica celebrada en aquellas islas portuguesas en medio del Atlántico, el primero en declararse “engañado”, cuatro años después, con los documentos falsos que se utilizaron para demostrar que Irak poseía armas de destrucción masiva. Reconoció, siendo ya Presidente de la Comisión Europea, que el ataque e invasión a Irak se llevó a cabo con información falsa, basada en un documento de la CIA trufado de datos erróneos y tergiversados por la Administración Bush para conseguir el respaldo del Congreso. Un documento que, en cualquier caso, no confirma en ninguna de sus 96 páginas que Irak contara con armas de destrucción masiva, ni que tuviera capacidad para fabricar armas nucleares o albergara programas para el desarrollo de armamento químico o biológico, ni que tuviera relación con la red terrorista Al Qaeda.

El instigador de la guerra, el mandatario norteamericano George W. Bush, si bien tampoco ha pedido perdón por incendiar, no sólo con bombas, una zona extremadamente delicada de Oriente Próximo con consecuencias que ahora estamos pagando, sí al menos reconoce, en una entrevista concedida en 2008 a la cadena de noticias ABC News, que su mayor error fue hacer caso de esos informes de inteligencia. A pesar de tomar personalmente la decisión de invadir Irak, intenta ahora echar la culpa a unos informes que, incluso entonces, nunca confirmaron los motivos que sirvieron de excusa para emprender semejante aventura bélica. Bush jamás ha pedido perdón al pueblo norteamericano, pero reconoce haberse equivocado. Algo es algo.

Más explícito ha sido, en cambio, el exprimer ministro británico Tony Blair, quien abiertamente ha pedido “perdón por haber manejado informaciones erróneas de los servicios de inteligencia” a la hora de apoyar la invasión iraquí y por no calibrar los efectos de aquel conflicto. En unas recientes declaraciones a la CNN, Blair admite incluso que la invasión de Irak ha influido en el ascenso de los yihadistas en la región y en la aparición del llamado Estado Islámico (ISIS). Considera, no obstante, que el derrocamiento de Sadam Husein ha siso un acierto de la coalición. Bastaría con echar un vistazo al avispero en que se ha convertido aquel país y toda la zona para contradecir al cínico Blair. Pero, también, algo es algo en sus disculpas.

El único que continúa siendo terco, manteniendo y no enmendando su actitud, es José María Aznar, que sigue asegurando que España “salió ganando (en) apoyo internacional” al respaldar la guerra de Irak en marzo de 2003. De los integrantes de la foto de la infamia, Aznar sigue sin admitir errores ni encontrar motivos para el arrepentimiento por participar en una guerra ilegal e inmoral, que no contaba con el beneplácito de la ONU. Y es que no puede pedir perdón por ser esclavo de sus palabras y engaños. De hacerlo, admitiría lo que siempre ha intentado negar, abundando en la falsedad y la mentira, acerca de la clara relación existente entre su apuesta por la guerra, los atentados de Atocha y la inesperada victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero en las marzo de 2004. Aznar es un político atrapado por sus mentiras y cautivo de su soberbia. De todos los de la foto, el expresidente español es el único que no puede reconocer errores porque no se equivocó al alinearse con los matones: lo hizo a sabiendas para buscar a cualquier precio un fortalecimiento en las relaciones con Estados Unidos; no puede parapetarse tras informes falsos porque ya sabía que eran manipulados para justificar una invasión, a pesar del rechazo multitudinario que mostró la población; y es incapaz de pedir perdón porque sería impropio de un estadista de su talla y talento, capaz de seguir mintiendo para intentar ocultar las consecuencias de sus mentiras y errores.
 
Lo único que puede hacer José María Aznar es mantenella e no enmendalla, disimular dando consejos a quien quiera escucharlos y, como el chiste, intentar persuadir al personal que, de todos los fotografiados en las Azores, él es el único que no lleva el paso cambiado.

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