lunes, 5 de octubre de 2015

¿Qué pasa con Pemán?

Los jóvenes de hoy no es que no hayan leído a José María Pemán (Cádiz, 1897-1981), es que no saben siquiera quién es. Si acaso, algunos podrían referir haber escuchado ese nombre en boca de sus padres o de algún profesor de aquellos recalcitrantes en resaltar las “glorias” del bando victorioso de la Guerra Civil española. Otros, los menos -entre los que me encuentro-, recordarán haber leído artículos suyos en la “tercera” del diario ABC, el periódico de declarada adhesión monárquica y abigarrada lealtad al régimen que implantó una dictadura en España. A todos, en cualquier caso, les sorprenderá la pequeña trifulca que se ha montado en los últimos días a cuenta de este escritor que lleva 35 años enterrado en una tumba de la Catedral de Cádiz. Y se preguntarán, con razón, ¿qué pasa con Pemán?

Hay que decir que Pemán era un escritor andaluz que cultivaba la novela, la poesía y el teatro, además del ensayo y los artículos periodísticos, con estilo tradicionalista y siempre desde unas convicciones religiosas, católicas por supuesto, y monárquicas, de don Juan (abuelo del actual rey), también por supuesto. Era una pluma dotada para el ingenio y la “grasia” en comedias de ambiente andaluz, costumbristas y castizas, y abiertamente al servicio de la causa franquista, a la que exaltaba de manera épica y triunfalista. Se convirtió, así, en una de las figuras representativas de la intelectualidad afín al régimen dictatorial, con el que ideológicamente se alineaba, produciendo una prolífera y dilatada actividad literaria que comprendía todos los géneros. Antes de la guerra, había alcanzado un gran éxito con la obra El divino impaciente (1933), un drama histórico sobre la figura de San Francisco Javier. Más escandaloso resultó su Poema de la Bestia y el Ángel (1938), obra poética que algunos tachan sin ambages de “literatura fascista”, por su adhesión triunfal al régimen de Franco.

Tras la guerra, fue nombrado director de la Real Academia Española de la Lengua, cargo que cedió al poco tiempo. Más recientemente, obtuvo el reconocimiento de Caballero de la Orden del Toisón de Oro de manos del rey Juan Carlos I. Su fama y su ideología lo convirtieron en adalid de los sectores más reaccionarios de la derecha política y social española, que le rinde veneración. Un busto suyo, esculpido en bronce, presidía el vestíbulo del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera, de donde ha sido retirado por acuerdo del Pleno del Ayuntamiento, con la intención de borrar nombres y símbolos del franquismo. Toda una afrenta para la “caverna”.

Y es en este contexto en el que una concejal de Izquierda Unida del Ayuntamiento jerezano, Ana Fernández de Cosa, vierte expresiones sobre el escritor, en el transcurso del Pleno que debatía la moción para la retirada del busto, que los herederos de Pemán consideraron injuriosas, por lo que presentan una demanda por calumnias. La edil comunista había afirmado que “José María Pemán y Pemartín era un fascista, un misógino y un asesino”, lo que causa gran revuelo en ámbitos no sólo políticos sino también culturales, de signo conservador, y contra la concejal, a la que exigen una rectificación en toda regla. Por su parte, los cinco hijos de Pemán presentan una demanda, previa a la formulación de querella, contra la edil jerezana por un supuesto delito de calumnias, que justifican en que los “descendientes del escritor no deben ni pueden resignarse a la calumnia, la afrenta, el denuesto y a la palabra torcida (…) de quien ya no puede defenderse”. Le piden a la edil que se retracte de la consideración de “asesino” imputada al escritor como condición para suspender la denuncia.

Los valores literarios y los juicios artísticos de José María Pemán no se ponen en cuestión, sino su significación política. Las palabras “gruesas” de la concejal subrayan la adscripción cómplice de Pemán a una dictadura que “asesinó” a miles de españoles, todavía esparcidos en fosas comunes por toda la geografía, y su alineamiento ideológico con un  régimen dictatorial y “misógino” que consideró a la mujer subordinada al hombre hasta para abrir una cuenta bancaria. El fascismo de ese régimen fue alabado por el escritor desde antes incluso de su implantación, cuando llamaba con vehemencia a la insurrección militar contra la legalidad de la República desde sus artículos en el citado diario madrileño. Un personaje totalmente identificado con un régimen sanguinario que trataba con misoginia a la mujer y actuaba de manera fascista, no puede evitar verse calificado con los mismos atributos políticos de la causa que defiende y apoya. La historia juzga el pensamiento de un autor que no dudó en poner su pluma al servicio de una dictadura abyecta, totalitaria y violenta, por mucho que ganase una guerra fraticida. Y en virtud de decisiones democráticas, que persiguen la recuperación histórica y la erradicación de cualquier apología del sectarismo, la violencia y la dictadura –como fue el franquismo-, no deberían producirse discusiones por el traslado de José María Pemán a los libros de historia y literatura.

Porque reubicar a Pemán en la literatura, donde lo podrán continuar venerando sus seguidores y lectores, y retirar los símbolos que homenajean a través de sus más fervientes lacayos a la guerra civil y la dictadura, es un acto de higiene política y democrática necesidad. Los méritos que reunió Pemán para presidir teatros y subirse a los pedestales de la gloria en mármol y bronce son más ideológicos que literarios, pues artistas como él, que cultivaron la literatura de manera brillante, fueron represaliados con el olvido o perdieron la vida por defender la legalidad de la República y mantener un compromiso por la libertad, la democracia y los humildes. Ningún busto de Federico García Lorca o Miguel Hernández, con idéntica o más elevada calidad literaria, recibe a los espectadores en un teatro español, simplemente por tener la desgracia de pertenecer al bando derrotado en la Guerra Civil. Es de justicia que ahora, cuando disfrutamos de democracia y libertad, se eliminen los “homenajes” y símbolos apologéticos del sectarismo y la sinrazón para sustituirlos por los que instan a la concordia, la paz y la igualdad. Valores que José María Pemán no representaba, por muy “gracioso” que fuera en sus comedias o filosófico con su Séneca.

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