lunes, 25 de marzo de 2013

Dueño de sus penas


Se preocupaba por los demás antes que por él mismo, por eso no le gustaba que su familia se molestara tanto en visitarle e intentara acompañarlo durante su estancia en el hospital. Incluso cuando estuvo recién operado, atado a un suero e inmovilizado en la cama, sufría en las noches de insomnio al descubrir a su mujer dormitando en un sillón, con la cabeza recostada sobre un lado de la mesa y escasamente arropada con una sábana. No creía necesarios tales sacrificios ni para atenderlo, puesto que el personal sanitario brindaba los cuidados pertinentes, ni por un afecto que de ninguna manera había que demostrar en esas circunstancias. Le dolía que sus seres queridos se vieran obligados a pasar ese mal rato en la habitación de un hospital cuando él postergaba las muestras de cariño para el día en que pudieran celebrarlo en casa o en la calle. Que sólo él estuviera fastidiado, sufriendo las limitaciones de una hospitalización, era suficiente para circunscribir las molestias en quien las padece. Sin embargo, nadie comprendía su disgusto cuando algún familiar o amigo asomaba el rostro por la puerta ni su complacencia de sentirse sólo en aquella habitación aséptica e impersonal. No pudo morir en soledad y a su sepelio asistieron todos los que no renunciaron a su compañía y bondad, muy a su pesar.

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