lunes, 4 de marzo de 2013

Días serenos

Hay ocasiones que, ni a propósito, resultan tan agradables. Confluyen en ellas circunstancias que las convierten en inolvidables. Visitar a un hijo que vive en una ciudad distante, apartado de sus seres queridos, que los días dispensen una tregua en medio del invierno y que seas acompañado por otros miembros de la familia para llenar de emociones unas jornadas tan intensas como breves, es algo que no se olvida nunca. Justo lo que sucedió.

Aprovechando el “puente” del Día de Andalucía acudimos el jueves a Villanueva de la Serena, donde trabaja un hijo. El viaje se inició en medio de una nevada que cubrió las estribaciones de Monesterio (Badajoz), dejando un paisaje más propio de una postal navideña que del sur de España. La nieve caía con suavidad y, salvo los carriles de la autopista, pintaba de blanco tejados, árboles y tierras de los alrededores. Fueron unos instantes maravillosos no exentos de temor por quedar atrapados o la posibilidad de algún patinazo. Sin embargo, al llegar a las llanuras de Zafra, el agua sustituyó a los copos de nieve, pero mantuvo el frío. Un frío que hacía desapacible ese primer día, pero que no pudo enfriar las sensaciones que nos esperaban en nuestro destino.

La alegría de un caluroso reencuentro contagió el ambiente. Así, el día siguiente amaneció espléndido y las horas del viernes se exprimieron en excursiones a la bella localidad de Guadalupe, donde se enclava un monasterio y se desparrama un pueblo de estrechas calles porticadas. Don Benito se reservaba para unas noches bendecidas con el agua bendita de El Coliseo y la profana adoración al milagro derretido de las Tortas de la Serena y la expiación de las parrilladas.

Trujillo, la ciudad medieval y cuna de conquistadores, nos acogió el sábado para que la nieta aprendiera a jugar entre piedras históricas mientras los mayores babeábamos de tanta inocencia rendida a los pies del héroe pizarreño de espada desenvainada. Sólo las cigüeñas y los ojos de la niña observaban las pétreas atalayas como elementos de un paisaje sin más significación que el de servir para nidos o juegos.

Y el domingo volvió a encapotarse para que el regreso estuviera bañado por la luz triste de las despedidas y la imposibilidad de abarcar todos los confines de Extremadura. Una tristeza relativa por la brevedad de unos días que se diluyeron entre abrazos, risas y diversiones y porque supone la posibilidad de nuevos encuentros. Estos son los días serenos de una familia que no deja de buscar ocasiones para estar unida. ¿Se puede pedir más? 

No hay comentarios: