lunes, 4 de julio de 2011

A la defensiva

Se quedaba en silencio en la cama mientras observaba lo que le hacíamos. No iniciaba ninguna conversación y se limitaba responder a las preguntas, en un diálogo que más parecía un interrogatorio. Sus ojos eran inquietos y escudriñaban cuánto sucedía a su alrededor. Era un hombre de mediana edad, rasgos acusados y semblante serio, como si estuviera huyendo, escapando de cualquier infortunio. Al inquirir sobre su procedencia, contestaba que era sudamericano pero que llevaba muchos años viviendo en España. Si te interesabas por su estado civil, te aclaraba que estaba casado con una española. Y si le preguntabas por la enfermedad, te informaba que siempre había sido un hombre sano y fuerte que de pronto sintió una pérdida progresiva de fuerzas. Todas sus respuestas sintéticas venían acompañadas de una oportuna y breve aclaración. De igual modo aseguró tener hijos y un trabajo que eran fruto de su honestidad y confianza en el futuro. Cuando le advertimos de la necesidad de amputarle algunos dedos necrosados del pie, arguyó que aquellas prolongaciones negras que la enfermedad le estaba causando no le dolían y que apenas eran útiles para conservar su trabajo. Aquellas respuestas a la defensiva delataban a un hombre temeroso de su suerte y en alerta constante ante cualquier contingencia que pudiera afectarle. Se sentía como un animal acorralado. Por eso no se fiaba ni de los médicos que trataban de curarlo.

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