miércoles, 17 de octubre de 2018

Un sueño cumplido


Escultura en Pisa
Italia, un sueño hecho realidad que ha colmado las expectativas y, en parte, desgraciadamente, las ha decepcionado. Porque –culpa del visitante- un país no se visita en un día ni siquiera en una semana, del mismo modo que su historia tampoco puede conocerse ni comprender con la mera contemplación de sus encantos monumentales, paisajísticos, artísticos o arqueológicos. Pero también –culpa del país- porque ese legado apabullante de su esplendor histórico se usa de reclamo para un turismo de masas que, en vez de dosificarlo, se potencia como industria lucrativa que beneficia a las arcas del país, haciendo que masas ingentes de gentes de todo el mundo pugnen por calles, plazas, templos y museos en pos de un recuerdo o una imagen que certifique su presencia ante fuentes, cuadros, estatuas, ruinas y capillas que conforman el rico patrimonio cultural del país transalpino, la bota del Mediterráneo.


Escultura en Verona
Italia, pues, consciente de su atractivo, se exhibe descarada ante los ojos del visitante, sin pudor ni falsa modestia. Una belleza y unos encantos que no se pueden admirar en una única visita con el sosiego, el silencio y la soledad que exigen la admiración y el afán por conocerla. Lo visto, no se puede negar, confirma lo que se lee de Italia, pero con los matices impuestos por la realidad de una masificación, la exageración publicitaria de rincones y sitios y la explotación abusiva de los réditos que proporciona el turista. Aun así, Italia hay que verla -y padecerla- aunque sea para seleccionar los destinos más pintorescos, atractivos e interesantes de su variada y extensa oferta patrimonial e histórica. De norte a sur y de este a oeste, el país que se derrama a ambos lados de los Dolomitas dispensa una geografía plagada de localidades ancladas en el medievo y urbes entregadas a la modernidad y una miscelánea étnica apabullante. Del industrial Milán, pasando por la coqueta Verona de Julieta, la preconciliar Padua y la docta y roja Bolonia, hasta la Pisa inclinada de Galileo y la medieval Siena de los etruscos, existen muchos recorridos que conducen inexorablemente a la Roma del Coliseo y el Vaticano, capital del imperio romano y de la cristiandad, que se asienta sobre sus siete colinas, atestadas de turistas y aglomeraciones, sin olvidar a la fea y sucia Nápoles, víctima de las crisis y las dificultades, y la escarpada Capri, isla del lujo y la ostentación de famosos y vanidosos.

Canales de Venecia
De entre toda esa variedad paisajística y cultural, puede uno quedarse extasiado ante la irracionalidad arquitectónica de construir una ciudad sobre pilares de madera sumergidos en el fango que soportan los cimientos de una Venecia que se extiende por islas costeras, conectadas entre sí por estrechos canales surcados por góndolas y barquitos de todo tipo, como único medio de transporte posible. Una ciudad sorprendente que ha confiado su defensa a ese mar Adriático que la rodea e inunda periódicamente, hasta acabar engulléndola, como temen los venecianos, en un futuro no muy lejano. Otros pueblos han querido invadirla, pero han quedado varados en los bancos de arena y lodo que hacen de sus canales una trampa para navegantes intrusos. Sólo un puente umbilical –hoy, de asfalto y hormigón, para trenes y tráfico rodado- une Venecia con la península.

Pero, aparte de ser impresionantes la Plaza de San Marcos y la conjunción de arte griego, bizantino y renacentista que ofrece la arquitectura de sus edificios más emblemáticos, como el Palacio Ducal, la Basílica de San Marcos, el Campanile de ladrillo, la Torre del Reloj y las dos torres que guardan la entrada de la plaza, lo más llamativo para el visitante ignorante es saber que un impresor local de Venecia, Aldo Manuzio, diseñó la letra cursiva, también conocida como “aldina” o “itálica”, para poder editar lo que hoy se conoce como “libro de bolsillo”, en tamaño octavo en vez de folio como era habitual en la época, gracias al ahorro de espacio que se conseguía con ese tipo de letra inclinada y apretada.

David de Miguel Ángel
Otra ciudad que deslumbra al visitante es Florencia, cuna del Renacimiento. Esta “ciudad de las flores”, capital de la Toscana, conserva intacto el florecimiento artístico y arquitectónico que vivió en la Edad Media cuando era epicentro del comercio, la cultura, el arte y las finanzas, bajo la dinastía de los Médicis. Su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad. No en balde se erigen en él el Duomo (Catedral) de Santa María del Fiore y su cúpula renacentista del maestro Brunelleschi, el Batisterio de San Juan, la Basílica de Santa Cruz, el Campanario de Giotto, el Ponte Vecchio, la Academia de Bellas Artes que exhibe la imponente escultura del David de Miguel Ángel, y la Galería D´Uffici, un edificio en forma de U, anexo al palacio de los Médicis, en el que reunía su fortuna pictórica esta familia de banqueros y gobernantes, y que en la actualidad es el primer museo de Italia por sus obras pictóricas renacentistas.

Puente Vecchio de Florencia
La importancia de Firenze se comprende, también, por los personajes que alumbró al mundo, como el citado Michelangelo Buonarroti (pintor, arquitecto y escultor) y Leonardo Da Vinci (científico, pintor, poeta y auténtico hombre del renacimiento), que cuenta con un museo en la ciudad donde se exponen reproducciones de sus inventos y máquinas, sus dibujos de anatomía y sus pinturas más destacadas, como La Última Cena, la Mona Lisa y la Anunciación. También son florentinos Dante Alighieri (literato), Brunelleschi (arquitecto) o Boccaccio (escritor), entre otros, además de atraer bajo su influjo renovador a personajes de la época, como Giotto (arquitecto), Botticelli (pintor), Galileo Galileo (científico), Maquiavelo (escritor), etc. No cabe duda de que Florencia muestra a los ojos del curioso mucho más de lo que se conoce de ella, por lo que visitarla es una obligación de reconocimiento al arte y la arquitectura que modernizó al mundo, gracias al Renacimiento que se irradió desde la ciudad.

Pompeya
Y, como colofón, Pompeya, yacimiento arqueológico de trascendental valor y riqueza, en las afueras de Nápoles. Ruinas de una antigua ciudad romana que deja boquiabierto al visitante por su sorprendente conservación y su avatar histórico, al quedar sepultada y petrificada bajo las cenizas incandescentes que lanzó la erupción del volcán Vesubio, un 24 de octubre del año 79 después de Cristo. Una ceniza semilíquida que cubrió edificaciones y personas que no pudieron escapar de esa lluvia ardiente, formando para la posteridad unos moldes pétreos que reproducen con fidelidad, no sólo la arquitectura romana, sino también la morfología, la actitud y hasta la expresión de los que fallecieron asfixiados y quemados vivos.

Molde petrificado de niño de Pompeya
Es posible contemplar en Pompeya la ceniza petrificada que rodea columnas, además de todo el entramado urbano perfectamente conservado de calzadas, viviendas, fuentes, inscripciones, pinturas, mercado, foro, teatro, anfiteatro y hasta lupanares existentes en aquellos tiempos paganos anteriores a la pecaminosa moralidad cristiana. Pero lo que conmueve al visitante, que lo mira directamente con sus ojos, son los moldes petrificados con precisión escalofriante de personas, niños y animales que murieron tras la erupción y que, en algunos casos, mantienen la expresión de terror ante la muerte segura o de taparse la boca para no morir asfixiados.

Mapa del Museo Vaticano
Sólo por experimentar de primera mano, aunque apretujados por la masificación turística, las sensaciones que despiertan estas ciudades monumentales, merece la pena visitar Italia. Lo conocido se completa, así, con lo visto y lo sentido, dando cumplimiento a un viejo sueño que nació cuando en la escuela enseñaban el Renacimiento italiano. ¡Buen viaje!
 
Fotos del autor, excepto la reproducción de la tipografía cursiva.

No hay comentarios: