sábado, 20 de diciembre de 2014

Semillas filiales


Cuando son simientes, nos volcamos en cuidarlas, protegerlas y regarlas para que nada les falte ni impida su crecimiento. Abonamos con mimo unos suelos fértiles para que sus raíces sean fuertes y profundas, sin darnos cuenta que sus troncos se yerguen sólidos hacia las alturas, desde las que contemplan unos horizontes mucho más amplios que los que les proporcionamos con nuestra protección y afanes. Ignoramos, en nuestra obcecación amorosa, que ya no son semillas sino maduros individuos que se valen por sí mismos y determinan su futuro con la misma pasión y entrega con que los criamos. Un día nos sorprenden con decisiones para las que pensábamos no estaban preparados y nos devuelven el fruto de su libertad, prendida en las muestras de unos lazos filiales que, aun en la distancia, son cada vez más estrechos y sinceros. Los hijos nos corresponden, así, haciéndonos sentir orgullosos de ellos, dondequiera que estén, y despertándonos la añoranza endulcorada de su niñez sujeta a nuestro regazo. Por eso nos rendimos ante las babas de los nietos y nos fundimos en abrazos con sus padres. Nunca dejaremos de ayudarlos y amarlos, como si los acabáramos de sembrar.

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