domingo, 14 de abril de 2013

Superado y olvidado

Pertenecía a otra época, felizmente superada, a la que nadie querría retornar. En un hospital con tantos centenares de trabajadores, engrosaba el reducto de las personas arrolladas por la evolución que había modernizado al país, sobre todo social y culturalmente.  Y es que aquel compañero, además de zángano, era misógino y egoísta, un estereotipo del más rancio machismo encarado y maleducado. Todos rehuían formar pareja con él en el trabajo, no sólo porque suponía asumir la mayor parte de la tarea, sino porque no aguantaban sus opiniones y sus modales. Sobretodo, las compañeras. De aspecto desaliñado, las humillaba innecesariamente al reducir a la mujer a un papel completamente subordinado aún a la voluntad del hombre. Tal vez por albergar ese pensamiento, nunca se le conoció pareja formal ni informal, manteniendo una soltería recalcitrante durante toda la vida. Asiduo de bares y loterías, sus aficiones consistían en recorrer los primeros y jugar a las segundas con enfermiza intensidad. Las discusiones en que derivaban los diálogos con él eran frecuentes, así como sus ausencias habituales del puesto de trabajo con la excusa de un contumaz cigarrillo. No se le podían encargar asuntos de responsabilidad ni abrigaba interés alguno por ganárselos. Simplemente, procuraba hacer lo mínimo para cobrar un salario que, sin embargo, sería idéntico al que consigue cualquier empleado de infinitamente mejor y mayor competencia profesional. Acabó jubilándose sin que nadie lo echara de menos, aunque de vez en cuando sirviera de ejemplo de lo es una conducta reprobable. Era un espécimen felizmente superado y olvidado.

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