Es difícil diferenciar las vacaciones en la cotidianidad de
un jubilado que, encima, no ocupa su inactividad laboral con dedicaciones no
remuneradas que lo distraigan de un tiempo a su entera disposición. Para los
que aun soportan un trabajo y siguen en activo, el período vacacional, que la
inmensa mayoría de los asalariados disfruta durante estos meses de verano, se
trata de un tiempo anhelado durante todo el año para olvidar obligaciones, no
madrugar y descansar junto a la familia en un ambiente distinto y, a ser
posible, alejado del habitual. Para un jubilado, como lo percibe quien aún no
ha alcanzado tal condición, es hacer lo mismo que el resto del año, pero en otra
parte, es decir, seguir haciendo lo de costumbre en el lugar al que se desplace
por vacaciones. Y se equivoca el que así lo crea porque el jubilado también
ansía disfrutar de vacaciones para variar de hábitos y descansar de la rutina,
aunque esta no sea impuesta por obligaciones laborales. Las vacaciones, como para
todo el mundo, resultan necesarias para recobrar ánimos y afrontar un nuevo
ciclo de aparente inanidad que hay que llenar de metas y expectativas que
inviten a recorrerlo con ilusión y esperanzas. No es mantener la inactividad improductiva
del jubilado, sino de aprovechar las vacaciones para llenar de sentido y
contenido, junto a demás proyectos familiares, un futuro que compartido parece
posible y apetecible. Las vacaciones de un jubilado sirven también para cargar
las pilas y las ganas de vivir. Disfrútenlas.
domingo, 30 de junio de 2019
viernes, 28 de junio de 2019
Animales y personas
Ha sido noticia, y no hubo barra de bar donde no haya sido
comentada, el hecho de que un juez argentino haya sentenciado que una
orangutana, llamada Sandra, tenga derechos como “persona no humana” y que, como
tales, sean reconocidos, respetados y protegidos por ley. Ello ha provocado que
más de un cliente de esas tabernas se llevara las manos a la cabeza para acompañar
con gestos un comentario de burla con el que se mofaba no sólo del mono, sino
también del magistrado. Y es que, en esos ambientes de cultura desinhibida, que
los animales posean derechos como las personas, era lo último que cabía escuchar
y menos aún entender, sin perder, eso sí, la sed. De ahí que la conclusión
fuera aplaudida por la concurrencia: "Llene aquí, maestro, antes que
vengan los monos a quitarnos la cerveza".
Podría parecer trivial la reacción del parroquiano de tasca,
pero no es así. Ante un asunto que concierne a media población -en un cálculo a
voleo- que es dueña de animales de compañía y que, de alguna manera, adquiere obligaciones
de respetar normas y derechos reconocidos a sus mascotas, la reacción pone de
relieve, a través de los comentarios que genera, un grado de ignorancia e
irresponsabilidad alarmante. Es verdad, por supuesto, que ningún ciudadano acoge
en su casa a un homínido o gran simio, que son los animales que se reconocen como
“persona no humana”, en cuanto sujetos de derecho, a nivel jurídico, por sus especiales
especificidades cognitivas y una sensibilidad que evidencia rasgos de cierta conciencia
e inteligencia. Pero que no tengamos monos en nuestras casas, sino en los
zoológicos, no significa que gatos, perros, pájaros o peces, por ejemplo, no sean
merecedores de consideración y respeto en tanto seres vivos y sensibles. Y es este
aspecto el que me gustaría matizar.
Porque, si nos reímos de las normas que amparan a los
animales más cercanos a nosotros en la escala evolutiva, cómo nos comportaremos
con los que consideramos criaturas inferiores que sólo nos sirven de
esparcimiento y diversión. Aunque España suscribió, en 2015, el Convenio
Europeo que establece que nadie debe infligir innecesariamente dolor,
sufrimiento o angustia a ningún animal de compañía, todavía queda mucha labor
de concienciación para erradicar el comportamiento de dueños que maltratan, no
cuidan o abandonan a sus animales de compañía cuando les estorban o pierden interés
por ellos. Y es que el deseo por adquirir una mascota parece ligado a modas pasajeras,
incluso para satisfacer caprichos de los hijos, antes que a un convencimiento meditado
de dar protección a un animal, responsabilizándonos de su salud y bienestar. Está
estudiado que, en nuestras ciudades de soledades multitudinarias, el cuidado de
animales de compañía viene a compensar el progresivo alejamiento del medio
rural y satisfacer una nostalgia romántica de la naturaleza, como constata la
socióloga Belén Barreiro en su libro La sociedad que seremos (Planeta,
2017), citado por Luis García Montero en Las palabras rotas (Alfaguara,
2019).
Sin querer nos delatan nuestros comentarios, porque detrás
de las chanzas en bares se oculta una actitud o unas tendencias de menosprecio hacia
animales que consideramos inferiores y carentes de derechos, a pesar de ser
seres tan vivos como nosotros y con capacidad de sentir dolor, angustia o
sufrimiento, pero también afectos y empatía hacia sus cuidadores, a quienes han
dado, en innumerables ocasiones, muestras de una fidelidad y entrega inconcebibles.
Sin embargo, todavía es bastante común, cada verano, los relatos sobre perros
abandonados por sus amos en carreteras y gasolineras mientras partían de
vacaciones, caballos reventados por agotamiento o de hambre durante romerías o
excursiones ecuestres, galgos colgados de cualquier rama cuando ya resultan
inútiles para las carreras y hasta de peces asfixiados en su propia pecera por falta
de alimentación o aporte de agua limpia cuando sus propietarios tuvieron que
ausentarse un tiempo. Tales comportamientos denotan que algunos propietarios consideran
a sus animales de compañía simples artículos de consumo de usar y tirar, sin
valorar que sus vidas no son desechables como un objeto y que moralmente están
comprometidos en no infligirles ningún sufrimiento innecesario. Máxime cuando
la posesión de un animal doméstico obedece a un acto al que no estamos
obligados.
Pero invertir la relación es igualmente preocupante, puesto que
dispensar a las mascotas un trato como si fuesen humanos y miembros de la
familia suele ser síntoma, más bien, de un trastorno afectivo, de alguna
carencia emocional, que lleva a confundir al animal con un ser humano, incluso
con un hijo. Humanizar a las mascotas y los animales de compañía es una forma
de violencia que afecta a sus instintos como abandonarlos en un descampado
cuando nos molestan. Establecer un vínculo emocional tan intenso es
desaconsejable tanto para el animal como para su propietario. Por un lado,
arranca al animal de su hábitat natural y condiciona su comportamiento a
nuestras atenciones y caricias. Y lo que es peor, lo expone a sufrir ansiedad,
temor y frustraciones cuando no recibe el trato al que estaba acostumbrado. Y
por otro, el dueño focaliza un amor tan exagerado que lo induce a considerar al
animal como si fuera un ser humano, una atención tan “personalizada” que a
veces es fruto de la pérdida de afectos en el ámbito familiar u otras
patologías de orden psicológico.
Hay que respetar y querer a los animales como son por su condición
y, a ser posible, en su entorno natural, sin forzarlos a adaptar sus instintos
y sus comportamientos en función de nuestras apetencias o nuestras necesidades
de diversión y compañía. Perros, gatos, peces o monos tienen derecho a la vida y
a vivirla en el ambiente en el que se han desarrollado y de acuerdo a su
condición animal. Ello implica que, gracias a nuestra comprensión del proceso evolutivo
por el que la hominización nos transformó de primates en humanos, reconozcamos a
los homínidos antropomorfos, por su intelecto y cercanía biológica, como “persona
no humana”. Se trata de una manifestación de nuestra inteligencia, un avance
moral y una consecuencia de la comprensión de nuestro lugar como especie animal,
cuya cúspide ocupamos. En definitiva, un hecho para alegrarse, no para hacer
chanzas dando muestras de ignorancia.
martes, 25 de junio de 2019
Lo espacial y lo terrestre
He de confesar, de entrada, que desde la adolescencia he
sentido una inusitada atracción por el Universo y los viajes espaciales, es
decir, por la astronomía y la astronáutica. Tal afición juvenil me empujaba ir
a las bibliotecas a hojear obras sobre enanas blancas, asteroides o planetas y coleccionar cuántos reportajes aparecían en la prensa que compraba mi padre
acerca de los proyectos Mercury, Géminis y Apolo, además de noticias que hacían
referencia a la NASA y Wernher von Braun, así como a los cohetes Saturno, las naves
Spuniks, Sayuz y todos aquellos héroes, como el ruso Yuri Gagarin y el
norteamericano John Glenn, que fueron pioneros en la fascinante aventura
espacial, incluyendo, naturalmente, a la perrita Laika y el chimpancé Ham. Es
algo que todavía me apasiona.
Pero también me ha interesado tempranamente la política y
los enrevesados manejes de la gobernación, junto a las ideologías e intereses en que
se basan. Tal inquietud tal vez naciera de la curiosidad por comprender la
realidad política de donde procedía y la del régimen dictatorial al que recalaba
por avatares familiares. También, sin duda, por lo heredado de un padre
interesado y familiarizado con la política y su pertinaz manía lectora de
periódicos. Eran tiempos en que me creía capaz, con cierta pedantería, de
cuestionar a Franco y su régimen ante amigos españoles de mi edad que parecían desconocer
la historia contemporánea de su país, a partir de la sublevación de un general
que lideró una guerra civil e instauró una dictadura que ofrecía sólo una
versión torticera de lo acontecido. Como los noticiarios del NoDo.
Y en esas me he mantenido. Así, presencié en directo, a
través de la retransmisión televisiva de madrugada de Jesús Hermida, la llegada
del hombre a la Luna, de la que se cumplen ahora 50 años, y fui testigo de la
evolución de la dictadura a la democracia, como ciudadano con derecho al voto,
mediante una Transición que, con la indulgencia del tiempo, resulta
sorprendente y hasta milagrosa, puesto que podía haber acabado a garrotazo
limpio, como algunos pretendieron. No ocultaré que, en plena vorágine por la
democracia, yo prefería la ruptura a la reforma y optaba por la república en
vez de la monarquía. Aquel apasionamiento juvenil, que me hacía devorar Triunfo,
Cuadernos para el Diálogo y Cambio16, entre otras publicaciones, fue
calmándose hasta mutar en un interés adulto que contempla el devenir de lo que
sucede en el espacio y en la Tierra sin las urgencias de lo inmediato y con
referencias a la experiencia. Prácticamente, como cualquier abuelo que cuenta sus
batallitas.
En la actualidad, conservo el interés por ambos campos de la
realidad, junto a otros, pero prefiero la aventura espacial a la terrestre. Me
emocionan las hazañas de rovers que recorren la superficie de la Luna o
Marte, las sondas que “aterrizan” en satélites de otros planetas o sobre
asteroides llenos de arrugas y los descubrimientos de exoplanetas u otros
cuerpos más allá de los límites de lo conocido en el espacio profundo. Me dejan
con la boca abierta esos nuevos cohetes cuyas fases impulsoras retornan
controladamente al punto de partida, y no al mar en paracaídas, para volver a
ser reutilizados, y los sofisticados instrumentos, como el reloj atómico que controlará
las señales, sin pérdida de tiempo por la distancia, que sirven para calcular
la ubicación y la trayectoria de las naves espaciales. También la incorporación
de otros actores a la carrera espacial, como Europa y China, que rompen el
monopolio de rusos y norteamericanos en la investigación científica del cosmos,
y hasta las revelaciones que confirman teorías de la física, como las fuerzas
gravitacionales, o nos muestran por primera vez la imagen de un agujero negro,
del que se supone ni la luz puede escapar. Conservo, en fin, una enorme fascinación
por el progreso en el espacio y los logros de la astronáutica, pero me
decepciona, también enormemente, el retroceso en el acontecer terrenal, donde
los nacionalismos, la estrechez de miras y el egoísmo convierten la acción
política del hombre en una asquerosa batalla movida por ambiciones particulares
o partidistas que genera conflictos, desigualdades, guerras y pobreza por
doquier.
Los avances en el espacio no se corresponden con los de la
Tierra. Trump, por ejemplo, gobierna EE UU -la única superpotencia del planeta-
y ordena el mundo a impulsos de sus instintos primarios e insolidarios y enarbolando
un discurso grosero y ofensivo, como cualquier matón de los bajos fondos. Ya no
existen telones de acero que separen territorios en función de ideologías enfrentadas,
pero continúan las divisiones por el control económico, energético, militar,
político y hasta cultural de cada bando. África se desangra por hambrunas,
enfermedades y conflictos que hacen huir a sus poblaciones en desbandada. Y de
Sudamérica también se huye con lo puesto por la mala gestión y los abusos en
países que prometían un paraíso y acabaron instalando un infierno de déspotas y
ladrones. Nuevos muros y vallas, por tierra y mar, intentan contener esas
avalanchas de desesperados, que nos parecen más peligrosos que la peste, para
que no se cuelen en nuestras casas y arrebaten la riqueza y el bienestar que acaparamos
para nosotros solamente.
Las religiones siguen empeñadas en sus sectarismos
espirituales mientras aspiran a influir en lo material, sea gobierno, sociedad
o intimidad de cada cual, todo lo que pueden, como si estuvieran en posesión de
la Moral absoluta y, aseguran, revelada. Y en España, para no ir más lejos,
volvemos a los viejos cainismos e intransigencias que, de antiguo, nos impiden
progresar en pacífica convivencia ni estar a la altura que corresponde a un
país moderno, plural, libre y civilizado. Derechos conquistados con sudor son
cuestionados por exigencias del mercado y libertades arrancadas tras años de
lucha y sangre son, a su vez, limitados o condicionados por unas élites que
nunca han renunciado a sus privilegios ni a su modelo tradicional de sociedad.
La cultura y el conocimiento están supeditados al espectáculo o a la
manipulación más insidiosa del consumismo. Comparados con los frutos de la
ciencia en el espacio, la deriva de la política hacia maximalismos excluyentes,
lenguajes arrabaleros y estrategias cortoplacistas o populistas que no atienden al interés
general, plagadas de banderías, vetos y consignas, resultan tan desagradables
que, si no fuera porque nos afectan, los aborreceríamos e ignoraríamos
olímpicamente.
Pero eso es lo que quieren. Su objetivo es defraudar, que
no nos interese la política, que nos conformemos con eslóganes y lugares
comunes y no profundicemos en las causas y consecuencias de cada hecho, cada
doctrina, cada problema y cada supuesta solución. Que nos comportemos como un
rebaño manso que vota aleccionado por la oportuna propaganda cada cuatro años o
cada seis meses, según les convenga. Y que nos olvidemos de progresar como
organización social de la misma manera que progresamos en el espacio. Que no
descubramos nada nuevo en la Tierra, como se consigue allá arriba donde giran
los cuerpos celestes, que nos sirva para librarnos de prejuicios,
supersticiones y demás ataduras de la ignorancia y la opresión. Que el
individualismo, el egoísmo y la mediocridad nos hagan esclavos en cada parcela
donde pleiteamos ambiciones y banalidades, y no que la cooperación, la
solidaridad y el esfuerzo por el bien común orienten nuestras preocupaciones, como suele en la investigación espacial.
Y eso es lo malo de las aficiones: que unas dan
satisfacciones y, otras, sufrimientos. Pero de ninguna te puedes zafar sin
renunciar a tu manera de ser y tu trayectoria vital. ¿Qué se le va a hacer?
viernes, 21 de junio de 2019
Verano
A partir de hoy, las horas se embobarán con el vuelo hipnótico
de las moscas y los días irradiarán una luz que teñirá con el color del mar a
ciudades y ánimos. El aire, sofocante pero diáfano, traerá olores a placeres renovados
y aromas de la infancia, cuando el temprano ajetreo en la cocina anunciaba
jornadas de diversión junto a la arena y las olas. Y recuerdos de sonrisas
abiertas como el horizonte azul del Atlántico y apetitos saciados con temblores
de ingenuidad o arrebatos de imprudencia. Vendrán noches sin prisas para la
contemplación de las estrellas y charlas desinhibidas sobre los misterios de
las amapolas o los ovnis, con las que se nutre la convivencia y la amistad. Volverá, desde hoy,
el tiempo apacible de lecturas pendientes y paseos sin rumbo hasta lo más
recóndito de la voluntad. Así será el verano que hoy arranca: una estación que
zamarrea al alma adormecida por obligaciones y horarios y que, cada temporada, desborda
vitalidad al calor de la vida. Hasta la música conmemora, hoy, su Día Mundial
para promover el intercambio cultural entre los pueblos a través del único
idioma que une y no nos separa: la música, con sus melodías y cánticos. Con ella podemos dar la
bienvenida al verano, disfrutando de esta noche más corta del año. ¡Adelante y que tengáis buenas vibraciones!
jueves, 20 de junio de 2019
EE UU construye otra excusa
Como parece que no existen bastantes conflictos en el mundo,
los EE UU de Donald Trump están preparando concienzudamente un motivo, una
excusa con la que actuar “manu militari” contra Irán y contrarrestar su
influencia en Oriente Próximo. Ya no le bastan las sanciones económicas que
castigaban al régimen de Teherán y que Barack Obama, el anterior presidente
norteamericano, había prometido suspender si los persas acataban, como hicieron,
el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC) con el que se limitaba y supervisaba
el programa atómico de Irán a cambio del fin de las sanciones. Era un Tratado de
No Proliferación firmado, en 2015, por Irán, China, Rusia, Reino Unido,
Francia, Alemania y EE UU, que suponía un mecanismo eficaz para controlar la
carrera armamentística nuclear del país árabe y, por extensión, de todo Oriente
Próximo. Y un éxito diplomático en las relaciones internacionales a la hora de abordar
los problemas de manera pacífica y razonable.
Pero, nada más llegar a la Casa Blanca, Donald Trump decidió
retirarse del acuerdo y comenzar a denunciar a Irán de continuar con su
programa de desarrollo de energía atómica con la pretensión de dotarse, en
cuanto consiguiera el uranio enriquecido necesario, de la bomba nuclear. Sin
pruebas ni evidencias contrastadas, también volvió a implantar las sanciones que
causan estragos en la economía del país islámico y exigir al resto del mundo (Europa
y Japón, fundamentalmente) que se abstuviera de mantener negocios con Irán si
quería evitar las represalias estadounidenses. Para presionar aún más,
Washington empezó a advertir de una creciente inseguridad en el golfo de Omán, estrecho
por donde circulan los petroleros que transportan una cuarta parte del petróleo
mundial procedente no sólo de Irán, sino también de Irak, Kuwait, Emiratos
Árabes y, sobre todo, Arabia Saudí. En medio de ese clima prebélico, se perpetran
sospechosos sabotajes y explosiones en cargueros que navegan por aquellas
aguas, sin producir daños mayores (no hay vertidos) ni víctimas, de los que EE
UU acusa inmediatamente a Irán, señalando directamente a su Guardia
Revolucionaria. Ataques que coinciden con la visita del primer ministro
japonés, Shinzo Abe, a Irán, interesado en mediar en el desencuentro irano-estadounidense.
Y aunque Irán niega toda responsabilidad, Trump ordena el envío de mil soldados
adicionales al contingente desplegado en sus bases en la región y el refuerzo,
con la suma del destructor USS Mason, de la flota que ya controla aquellas
aguas tan estratégicas para los intereses de EE UU y demás países que mantienen
negocios con las petromonarquías árabes.
![]() |
Destructor USS Mason |
Es evidente que Irán no es un país angelical y que su
voluntad por extender su influencia religiosa y política en la región,
especialmente en Siria, Líbano, Bahréin y Yemen, es indudable. El conflicto
religioso entre chiitas (Irán) y sunnitas (Arabia Saudí) enfrenta a ambos
países y a sus partidarios por el liderazgo en el mundo musulmán. La teocracia
iraní no oculta su intención de exportar su modelo a otros países musulmanes del
área, apoyando revueltas y grupos armados que propugnan la supremacía chií en
Oriente Próximo. Los levantamientos producidos durante lo que se denominó la “Primavera
árabe” permitieron a ambos contendientes manipular esos trastornos y conflictos
nacionales para expandir su influencia, pero también aumentar su mutua
rivalidad. Y lo más grave y que no se puede consentir: Irán está ganando esa
lucha regional, no sólo por los éxitos de su política, sino por los fracasos y
errores de la política saudí, tan deplorable o más, si cabe, que la iraní.
Sin embargo, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes y,
especialmente, Israel cuentan con un poderosísimo aliado con capacidad de
corregir los desequilibrios estratégicos en la zona, aún a costa de alborotar
un avispero que luego no sabe cómo calmar. Un aliado que vuelve a utilizar las
mismas estratagemas y mentiras con las que suele elaborar excusas para
involucrarse directamente en conflictos que sacian su codicia imperialista. Así,
alegando un falso atentado al Maine, buque de su armada intencionadamente
arribado en La Habana, arrebató a España los territorios de Cuba, Puerto Rico y
otras posesiones españolas en el Pacífico, tras participar en sus guerras de
independencia. También justificó su intervención en la Guerra de Vietnam con
otro ataque a navíos de su armada, guerra que sólo sirvió para calcinar aquel
país con napalm y acabar abandonándolo de mala manera. Y maquinó lo de las “armas
de destrucción masiva”, con la complicidad de los manijeros que siempre aplauden
al matón, para invadir Irak, eliminar a Sadam Hussein (un sátrapa, puesto por
los propios EE UU, que se reveló) y dejar al país hecho unos cromos. Muchos de
los actuales problemas en Oriente Próximo provienen de esas actuaciones occidentales
en el mundo musulmán, sin respetar sus creencias, costumbres, cultura y modelo
social, tras décadas de colonialismo y vasallaje.
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Carguero atacado en el Golfo de Omán |
Ahora, guiados por esa mente privilegiada que habita la Casa
Blanca, vuelve la fabricación de motivos que permitan “arrinconar” a Irán y
dejar el campo expedito a los socios de EE UU en la zona -Israel y Arabia Saudí-,
puesto que las sanciones y la diplomacia no logran doblegar al régimen de los
ayatolás. Claro que, por supuesto, también existen cuestiones geoestratégicas
que enfrentan los intereses de Rusia y China, por un lado, y los de EE UU, por
otro, que utilizan estos países y sus conflictos regionales como peones de una
partida de ajedrez por la supremacía mundial. Arabia Saudí, monarquía totalitaria
y cuyo príncipe heredero está involucrado, según informe de una relatora de la
ONU, en el asesinato del periodista saudí opositor Yamal Khahoggi, pretende la
hegemonía sunní en la región o, al menos, impedir la amenaza que representa
Irán, que lidera la rama chií del Islam. Su alianza con EE UU la protege,
incluso, de las sospechas que desataron que Bin Laden, el terrorista que lideró
el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, sea de nacionalidad saudí, país donde
emprendió su lucha contra Occidente. E Israel, como se sabe, no tolera que
ningún país árabe tenga capacidad de hacerle frente, para lo cual recurre, si
es necesario, a eliminar físicamente -no legalmente- las instalaciones, regímenes
e individuos que considera peligrosos, como hizo en Irak, Líbano, Siria o con particulares
-selectivos- palestinos.
No ayuda a este embrollo que Irán, al que EE UU vuelve a
castigar con sanciones económicas, reaccione con la amenaza de recuperar su programa
atómico e, incluso, abandonar el Tratado de No Proliferación que tanto trabajo
ha costado pactar. En tal caso, se retornaría a la casilla de salida de una
situación de mutuos chantajes que podría desembocar en una nueva guerra de
pronóstico incierto y perjudicial, sea cual sea el resultado, para las economías
dependientes del petróleo. Y en la que actuarían Rusia, aliada de Irán, que no
se quedaría de brazos cruzados para defender unos intereses que le permiten una
salida al Mediterráneo e Índico, y China, que hace lo propio para prolongar sus
enlaces ferroviarios a través de Irán y que se halla envuelta en una guerra
comercial con EE UU.
Demasiados intereses en juego en un conflicto de dimensiones
estratégicas, en el que no bastan las bravatas habituales de anunciar que se “barajan
todas las cartas” ni enviar barcos hospitales como propaganda samaritana (como
se hace con Venezuela). Por mucho que se construyan excusas que parezcan justificar la intervención que se busca, los antecedentes evidencian que el mundo gira movido
por el egoísmo, la hipocresía y la indignidad de los poderosos.
lunes, 17 de junio de 2019
Sirenas en mitad de la noche
Me arrancan del sueño unas sirenas que rompen la noche y
alarman al durmiente. Incisivos sonidos circulares que avisan del paso de
vehículos que identificamos, mientras nos despertamos, con coches de bomberos,
ambulancias o policías. Cada vez más diáfanos, aguzamos el oído para detectar
su destino y nos inquieta la probabilidad de la cercanía. Pero no es hasta que percibimos
voces y ruidos en el silencio de la noche cuando abandonamos las sábanas para
comprobar la inmediatez del peligro que nos desvela. Y volvemos a la cama tras
escrutar en medio de la oscuridad luces, fogonazos y humo al otro lado del
parque pero que nuestros sentidos se empeñaban en ubicar demasiados próximos,
avivando temores desmesurados. Eran sirenas en mitad de la noche que nos quitan
el sueño.
domingo, 16 de junio de 2019
La máscara social de la derecha
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Líderes de las tres derechas en Andalucía |
El Gobierno de derechas de Andalucía -de dos cabezas y una
cola de intenso pelaje azul-, que hace menos de seis meses desalojó a los
socialistas del poder tras detentarlo durante 36 años ininterrumpidamente, no
hace más que presumir de medidas de fuerte contenido social, mucho más sociales
que las de los socialistas, con las que intentan ocultar su ideología política
y sus intenciones neoliberales de adelgazamiento de la Administración Autonómica
respecto de lo que consideran “gasto” o “despilfarro”, destinado a corregir
desigualdades o brindar oportunidades a los más desfavorecidos. Llama la
atención ese afán por destacar en lo que siempre ha despreciado y menos le
importa a la derecha: invertir recursos públicos en medidas supuestamente
sociales o “progresistas”. Incluso, hace uso de esa etiqueta (“los más sociales
de la historia”) para calificar al proyecto de Ley de los primeros Presupuestos
que el Gobierno, formado por el Partido Popular y Ciudadanos, ha remitido al
Parlamento andaluz para su trámite y aprobación, encontrándose no sólo con el
rechazo de la oposición, sino con una enmienda a la totalidad de Vox, la
formación de ultraderecha, su socio parlamentario y, por tanto, la cola inseparable
del Ejecutivo.
Como cabía esperar tras el teatral desencuentro, al final los
ultras retiraron su veto a los Presupuestos andaluces una vez ejecutado el trueque
de cromos que realizaron en Madrid los líderes de estas tres derechas para
acordar exhibir una complicidad menos hipócrita entre ellas en aquellos
municipios y gobiernos regionales donde puedan repetir el “modelo andaluz” de explícita
tricefalia, pero ya sin cola: repartiéndose cargos y prebendas. Y es que esa cola
indisciplinada constituye en realidad la cabeza del león, en tanto en cuanto domina
el quehacer gubernamental, imponiéndole las metas e iniciativas a seguir
(violencia intrafamiliar, quitar recursos a la inmigración, reducción de
“chiringuitos” de la Administración, etc.), como acaba de demostrar en
Andalucía a la hora de condicionar los Presupuestos de los próximos años. De
ahí que, ante la imposición por parte de Voz de “derechizar” cuanto antes la
realidad social y política de Andalucía, que sus socios asumen pero que preferirían
dosificar, el Gobierno del Partido Popular y Ciudadanos intenta exhibir una
máscara social que disimule sus reales intenciones conservadoras y
neoliberales. Pretende ocultar lo que hace cuando gobierna, como, por ejemplo, en
Madrid, Murcia, Galicia y Castilla y León, comunidad esta última donde, por
cierto, el PP acapara el poder desde hace 30 años sin merecer el insulto (a los
votantes) de “régimen” con el que calificó en Andalucía a los gobiernos del
PSOE. Allí, permanecer en el poder durante décadas, es democracia; aquí, tal longevidad
conseguida en las urnas, es sinónimo de “régimen” clientelar de votantes
sobornados. Así de descarada y faltona es la derecha.
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Acuerdo para los Presupuestos |
Por eso, desde el primer minuto, el gobierno tricéfalo de la
Junta de Andalucía ha emprendido una campaña por aparentar ser el más “social” de
la historia. No hay duda de que sabe vender sus primeras iniciativas, las más
estratégicas y mediáticas, para ganarse la confianza de los ciudadanos. Así, ha
bonificado al 99 por ciento el Impuesto de Sucesiones y Donaciones que grava
herencias a partir del millón de euros. Se supone que era lo que demandaba la
ciudadanía, sobre todo los trabajadores y clases medias. Por el mismo motivo,
también ha descubierto, en un tiempo récord, que los anteriores gobiernos “maquillaban”
el volumen real de las listas de espera de la sanidad pública, razón por la que
ha puesto en marcha, con su correspondiente campaña mediática, un “plan de
choque” para reducir tales listas en los hospitales del SAS (Servicio Andaluz
de Salud) y, si fuera necesario, “externalizarlas” a clínicas privadas que
mantengan conciertos con la sanidad pública. Y como, al parecer, ya existe
financiación sin recortes (que impuso el Gobierno del PP de Mariano Rajoy en
2012), la derecha gobernante en Andalucía anuncia, a bombo y platillo, que los
nuevos contratos de eventuales en la sanidad serán, como mínimo, de seis meses
de duración; que ampliarán unas plantillas depauperadas precisamente a causa de
aquellos recortes; que pagarán horas extras sin límites; que adquirirán decenas
de TAC y Resonancias Magnéticas y, por supuesto, que suspenderá de inmediato la
“ideológica” subasta de medicamentos que aplicaba el antiguo Ejecutivo andaluz y
se sumará a la central de compras nacional, centralizada en Madrid. Lástima que
este último anuncio choque con lo recomendado por la AIReF, puesto que la
Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal aconseja aplicar a escala
nacional el sistema andaluz de subastas de medicamentos, que supondría un
ahorro de hasta 1.000 millones de euros hasta 2022. En fin…
Que la derecha pretenda parecer más “social” que la
izquierda, puede ser una estrategia a corto plazo y dirigida a los más ingenuos,
pero que, a la larga, no engaña a nadie ni sirve para nada. Porque, tarde o
temprano, acaba comportándose tal cual es: favorecedora de las élites y el
capital, con intenciones de adelgazar al Estado para que el mercado satisfaga
las necesidades de los ciudadanos, deseosa de imponer su modelo social
(elitista y tradicional), económico (capitalista) y moral (católica que tutela
a la sociedad) a toda la población, incluida la que no le vota ni comulga con
sus ideas. Es intolerante y sectaria, y contraria acérrima del gasto “social”,
aunque ahora pretenda emular una preocupación por la inversión pública en
materias de esta naturaleza. Pura estratagema coyuntural con fines, no sociales,
sino electoralistas.
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Se sella la "derechización" en Andalucía |
Tras los planes de choques contra las listas de espera vendrán “externalizaciones”
de más servicios y prestaciones sanitarias; tras los derechos de los padres a
una educación “a la carta”, aparecerán más conciertos con colegios privados
segregacionistas y católicos; tras la central de compras de medicamentos,
retornarán los copagos en función de la renta o los intereses farmacéuticos; tras
la bajada de impuestos (directos, naturalmente), florecerán los impuestos
indirectos que no discriminan según los ingresos ni suponen ninguna
progresividad fiscal; tras todas las supuestas bondades “sociales” ahora
expresadas por la derecha, acabarán imponiéndose condicionantes de “sostenibilidad”
o rentabilidad que las cercenarán de las partidas presupuestarias y de los
programas políticos. En definitiva, se caerá la máscara social de la derecha. Y
si no, al tiempo.
miércoles, 12 de junio de 2019
Lo común de las creencias
Aparte de la irracionalidad en la que descansa la creencia
religiosa -por eso es creencia y no ciencia- y de la conducta sumisa a la que
conducen el fanatismo y los rituales eclesiásticos de las tres religiones monoteístas,
con los que aseguran la obediencia y adhesión del feligrés individual, componente
de una masa impersonal de creyentes, también tienen en común que ninguna de las tres (cristianismo, judaísmo e islamismo) asigna un papel
relevante, ni en su fundación ni su dirigencia, a la mujer, subordinándola a
una estructura machista y patriarcal. Hasta la idea de Dios se corresponde, en
todas ellas, a la de un varón omnímodo y eterno, “padre” creador de todas las
cosas. También coinciden en que ninguna de las tres consiente la existencia de
sacerdotes o papas mujeres, rabinos mujeres o imanes mujeres.
La histeria colectiva que fomentan en sus manifestaciones
rituales -romerías, peregrinaciones, bendiciones, etc.- (véase las imágenes que ilustran este comentario) y la práctica machista en su organización y comportamiento,
reflejan que lo más extraordinario que tienen en común las tres grandes
religiones monoteístas es que son inventos humanos (demasiados humanos, con sus características de prejuicios
y prebendas) para encauzar la irracionalidad y el salvajismo propios de nuestra
especie, parafraseando al filósofo North Whitehead. No obstante, con ellas muchos hallan consuelo a la orfandad existencial carente de un sentido trascendente.
lunes, 10 de junio de 2019
¿Qué tienen en común?
A primeras horas de la madrugada de hoy, Lunes de
Pentecostés, culmina la Romería a la aldea de El Rocío, en Almonte (Huelva),
con el “salto de la reja”, el salto a la verja que protege el altar donde se
halla la imagen de la Virgen del Rocío. Una multitud enfervorizada saca a
hombros a la Virgen de la ermita y la pasea en procesión, entre empujones, por
toda la aldea durante el resto de la noche y hasta cerca del mediodía, de visita a las Hermandades que tienen sede cofrade en esa localidad. Es una de las peregrinaciones
más importantes del catolicismo en España, que se celebra cada año.
En Arabia Saudita acuden, al menos una vez en la vida, miles
de musulmanes en peregrinación a La Meca, lugar sagrado del Islam, durante el
duodécimo mes del calendario lunar islámico (entre agosto y septiembre). Allí,
en vez de sacar a una virgen, los fieles se dedican a dar vueltas alrededor de
la Kaaba, una construcción en forma de cubo, y besar la Piedra Negra que tiene
incrustada en una de las esquinas, por ser una reliquia musulmana.
Durante la Pascua judía, se celebra en Israel una de las festividades
más señaladas del Judaísmo, en la que se peregrina hasta el Muro de las
Lamentaciones, en la parte árabe de Jerusalén, para orar y conmemorar la
liberación de la esclavitud egipcia del pueblo judío y sentirse un pueblo
libre, elegido por Dios. Centenares de sacerdotes judíos recitan una bendición
que los fieles, situados detrás de ellos, repiten palabra a palabra. Miles de judíos acuden a recibir esta bendición.
¿Qué tienen en común estas creencias, aparte de ser religiones abrahámicas y monoteístas?
domingo, 9 de junio de 2019
Compás de espera
Las horas transcurren con la mansedumbre de la luz tamizada
por las cortinas de la habitación, perfumadas con la fragancia de un verano que
ya impregna el aire. Dejamos que la siesta nos amodorre entre los cojines del
sillón y las letanías de un televisor al que no se le hace caso. Un almanaque
languidece sobre la pared de azulejos de la cocina, como si intuyera que su
misión contable pronto se interrumpirá con la llegada del descanso vacacional,
cuando nadie consultará en sus hojas la cadencia de los días ni los vértigos de
la vida. Todo permanece en un compás de espera que afecta al ánimo y las inquietudes
cotidianas, calmándolos. Una calma expectante que nos relaja del mismo modo en que
se disipan los temores de la noche cuando está a punto de amanecer. Sólo el
amor duele a pesar de que la felicidad habite tras la puerta, aguardándote a
que decidas franquearla. Love hurts.
viernes, 7 de junio de 2019
Acarus eruditus
Que los libros tienen enemigos, no lo niega nadie. Ya
William Blades*, impresor y bibliófilo británico, elaboró un compendio curioso
y divertido, a mediados del siglo XIX, de las amenazas que se ciernen sobre ese
objeto cultural, especialmente desde que gracias al papel y la imprenta se hizo
común más allá de los monasterios y los palacios. Aparte de los peligros
naturales, como el agua, el fuego, el polvo o los insectos y los hongos, el
concienzudo bibliomaniático inglés enumera otras amenazas tan dañinas, aunque
menos tangibles, que las anteriores, como la ignorancia y el fanatismo.
Y es que lo más devastador para el libro es el que, ignaro de
su valor metafísico, lo utiliza como combustible para la chimenea o de papel
higiénico, así como quien lo destruye o censura para impedir que nadie acceda a
su lectura y aprehenda conocimiento. Los primeros, no es que queden pocos, sino
que han evolucionado hacia la erudita ignorancia con la que lo exhibe en el
mueble-bar como artículo de decoración. Los segundos, superados por los
tiempos, se limitan a relacionarlos con la rentabilidad comercial o el interés de
moda, abortando toda iniciativa que no reúna tales requisitos.
Todas esas acechanzas al libro se comportan, no obstante,
como vulgares acarus eruditus, esas polillas que se alimentan con la
destrucción del papel impreso, ajenas al daño que ocasionan a la transmisión
del conocimiento y al refinamiento del espíritu en el ser humano. En la
actualidad, además, por si eran pocas, habría que sumar nuevas agresiones que
vienen de la mano de la tecnología y la comodidad. Y no me refiero al libro
electrónico, que es libro al fin y al cabo, sino a la desidia que nos induce a reducir
nuestra comunicación a 14 caracteres y a conformarnos con titulares y clikeos
en vez de profundizar en el texto de cualquier información, alejándonos del
hábito de leer.
Entre la biblioclastia y demás bibliopatías, nos estamos
convirtiendo en temibles acarus eruditus que acabaremos haciendo
desaparecer el libro como vehículo cultural imprescindible para la transmisión
del saber.
*William Blades, Los enemigos de los libros,
editorial Fórcola, Madrid, 2016.
jueves, 6 de junio de 2019
Adiós, Noa, y perdón
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Noa Pothoven |
Noa era una adolescente holandesa que ha preferido morir a
seguir soportando las secuelas psíquicas que le dejó el maltrato de una vida corta
pero desafortunada y una sociedad enferma. Tenía 17 años, había sufrido abusos
sexuales, a los 11 y 12 años de edad, y violada a los 14 años, hechos que le
provocaron un trauma tan intenso que derivó en un sufrimiento psíquico que hacía
su vida insoportable. No soportaba la vida ni su cuerpo, al que castigó con una
anorexia por la que acabó internada a la fuerza durante seis meses, lo que
agravó su ansiedad y tendencias suicidas, y más tarde hospitalizada para ser
alimentada a través de una sonda nasogástrica. Los médicos se afanaban por
salvar su cuerpo, pero su alma estaba destrozada. Tenía padres y dos hermanos: uno,
varón y, el otro, chica, como ella. Ni su familia, que se había volcado en ayudarla,
ni los médicos, que hicieron lo propio, ni la sociedad, que apenas reacciona,
pudieron salvarla. Hundida en el pozo negro de su dolor y desesperación,
decidió dejar de sufrir y entregarse a la muerte.
Causa espanto que un adolescente,
en plena flor de la vida, no encuentre sentido a su corta existencia por culpa de
los golpes con que ésta ya lo ha tratado. Pero más espanto produce que, en una
sociedad avanzada y supuestamente civilizada, un niño/a esté expuesto a abusos
sexuales en su etapa escolar y sea víctima de violación nada más alcanzar
la adolescencia. Y que ni leyes, ni la educación, ni los pocos o muchos
recursos dedicados a ello logren erradicar esa enfermedad que convierte a
nuestras sociedades en una selva para los depredadores sexuales, camuflados en
esa atmósfera machista y patriarcal tan insana que la impregna.
Duele decir adiós a Noa, tan injustamente tratada a pesar de
su juventud, y da asco pertenecer al mundo podrido que ella ha abandonado
voluntariamente, asqueada de su maldad. Quiso aliviar su sufrimiento con el
libro Winnen of leren (Ganar o aprender), que escribió a los 16 años para
explicar y compartir su sufrimiento, confiando en que contribuyera a mejorar la
atención que reciben los jóvenes en trances como el suyo. Y aunque ganó dos
premios literarios, no sirvió a sus propósitos: ni la rescató de los problemas
psicológicos que le causaron las agresiones sexuales ni motivó que la sociedad
prestara más interés a combatir la lacra que padece.
Sólo podemos pedirle perdón por contribuir, con nuestra
insensibilidad y pasividad, al infortunio con que la vida la ha maltratado.
Perdón por formar parte de una sociedad que es incapaz de proteger a los
débiles y vulnerables, como ella. Y perdón por no poder desterrar esa
mentalidad machista que convierte a algunos hombres en animales y asesinos,
ofuscados en satisfacer sus impulsos sexuales. Adiós, Noa, y perdón.
miércoles, 5 de junio de 2019
Trump en Reino Unido
¿A qué va Donald Trump al Reino Unido? El momento de la
visita no podía ser más inoportuno: con la primera ministra británica dimitida,
aunque en funciones, y con el problema del Brexit más enconado que
nunca, sin acuerdo para una salida “ordenada” de Inglaterra de la Unión
Europea. Como si escogiera la fecha adrede, el presidente de EE UU parece que ha
ido a Gran Bretaña a echar gasolina al fuego y pavonearse ante la reina como un
vaquero que aprecia más sus reses que a sus vecinos y que desprecia lo que
ignora, aunque lo lleven a un concierto de música clásica, rodeado de lores y demás aristócratas ingleses. El presidente-empresario, cuyo mérito ha consistido
en amasar una fortuna que le ha permitido codearse con lo más rancio del partido
republicano para, con “ayuda” soviética y de la mano de Steve Bannon, auparse a
la Casa Blanca y vestir la chaqueta de comandante en jefe del mayor y más
poderoso ejército del mundo. No es triunfo despreciable, pero para el que no
está capacitado. Y lo demuestra cada vez que abre la boca, escribe un tuit o hace
una visita al extranjero, como ésta a la pérfida Albión.
Fiel a su estilo faltón y provocativo, el más extraño a los
usos diplomáticos, Trump “caldeó” su visita publicando tuits ofensivos contra
el alcalde de Londres, Sadiq Khan, al que calificó de “perdedor irrecuperable”,
por haber criticado su visita, y de ser un alcalde terrible para la ciudad, tal
vez porque en ella no se producen las periódicas matanzas que protagonizan los
norteamericanos que poseen armas de fuego. En otro mensaje aconsejaba al
Gobierno británico abandonar la UE, sin pagar ninguna factura, y cuestionaba a
la premier Theresa May por su fracaso en las negociaciones del Brexit, motivo de su dimisión, al tiempo que mostraba sin recato su apoyo al
euroescéptico Boris Johnson como sucesor de ella en Downing Street. También se
permitía recomendar al eurófobo Nigel Farage -líder del partido ultranacionalista
que provocó el referendo de la discordia, para responder con “taza y media” a
los negociadores burócratas de Bruselas. Esta es su manera de tratar a los
anfitriones de su visita oficial al Reino Unido, con una cortesía propia en establos, además de mostrar su particular visión sobre las relaciones
internacionales y la consideración que le merecen los países aliados de EE UU. Aquella
regla no escrita de la diplomacia, relativa a obviar en las visitas de Estado cualquier
alusión que pueda considerarse una intromisión en los asuntos internos del
anfitrión, ha sido olímpicamente pisoteada por el impulsivo presidente Trump. A
él no le van las sutilezas.
Claro que su comportamiento tampoco ha cogido por sorpresa a
nadie. A estas alturas de su mandato, el mundo entero conoce al procaz
presidente norteamericano y su forma de proceder, en la que no escatima
insultos, amenazas y descalificaciones groseras para conseguir sus propósitos. Con
esa estrategia ha ido al Reino Unido, obsesionado por conseguir que el país
consuma su separación de la Unión Europea, ofreciéndole para ello el mejor y
más goloso acuerdo bilateral de ayuda comercial jamás firmado entre ambos
países, como si el resto de Europa sea el enemigo. Es la misma estrategia que
está llevando a cabo con su plan-haraquiri de Palestina, a la que también promete ayuda futura, si firma la rendición que su yerno le ofrece para acabar con su conflicto con Israel, al que todo le consiente sin rechistar. En suma, es su
forma de hacer negocios: presionar, amenazar y chantajear. Y cree que gobernar
se hace de igual modo.
Los ingleses deberían tener en cuenta, antes de firmar nada,
la validez que Trump concede a los acuerdos y tratados que asume, como el de
Libre Comercio con México y Canadá, el cual ignora a la hora de elevar arbitrariamente los
aranceles de lo que importa del país centroamericano para chantajearlo por el
problema migratorio. Ni la palabra ni la firma del actual presidente
norteamericano sirven para garantizar ningún compromiso, sea económico o
político, que permita unas relaciones entre países en condiciones de respeto y
equidad. Ya lo demostró con el abandono del Acuerdo sobre el Cambio
Climático, su desvinculación con el suscrito con Irán para el control de su
plan nuclear y hasta con su denuncia del Tratado de limitación de misiles
balísticos con Rusia. Su “America first” se traduce como “el negocio, lo
primero”: ganar en todos los campos en los que EE UU está implicado, aunque
ello comprometa el equilibrio y la convivencia pacífica entre las naciones.
Y por eso va al Reino Unido: a apoyar, prometiendo en tal
caso un acuerdo “fenomenal”, un Brexit duro cuestionado por una
mayoría de ingleses -de ahí las resistencias a celebrar un segundo referendo-, y
que debilita el proyecto de una Europa unida, a la que combate por todos los
medios posibles y a la que amenaza con represalias si continúa con los planes
para dotarse de una fuerza militar conjunta y autónoma que de alguna manera escape
de la dependencia, no militar pero sí comercial, con la poderosa industria
armamentística yankee. Más que la seguridad, persigue el beneficio y la
preponderancia comercial. Si la moneda europea y Airbus ya hacen competencia al
dólar y a la industria de aviación y aeroespacial de EE UU, Donald Trump no
está dispuesto que la UE se fortalezca en otros ámbitos, como el militar y
hasta el automovilístico. Busca dividir a los países miembros de la UE con sus
proclamas ultranacionalistas y aislacionistas, alentando por un lado el Brexit
británico e incubando, por el otro, la eurofobia a través de partidos ultraderechistas que,
con ayuda de Bannon, esparce por todo el Continente. Su exigencia de que los países
europeos destinaran mayores recursos a Defensa no significaba que se
fortalecieran, sino que aumentaran sus compras militares a empresas
norteamericanas.
Su mentalidad empresarial, que no de hombre de Estado, es la
que lo impulsa, también, a abrir una guerra comercial con China, no por los
peligros de seguridad a los que alude como pretexto -el país que más espía a
través de Internet, telefonía y redes sociales es EE UU-, sino por su aventajado
dominio en tecnología 5G, la que impulsará un salto cualitativo en la
comunicación, las redes sociales y en el ecosistema del Internet de las Cosas.
Huawei no representa mayor peligro para los usuarios que Google, Facebook o
Microsoft, cuyos abusos de posición empresarial dominante y por utilización de
la información supuestamente confidencial que disponen de sus clientes han sido
repetidamente demostrados. El peligro real es la política expansiva de China
como potencia emergente a escala internacional, capaz de competir con la
supremacía estratégica de USA en el mundo. Pero Trump sólo advierte de la competencia
económica y comercial que representa China para los intereses de EE UU.
Su capacidad intelectual y sus modos rústicos no dan para
más, para disgusto de sus compatriotas más ilustrados y preocupación para las personas
sensibles del mundo, las cuales temen acabar sufriendo las consecuencias de sus
bravuconadas. No es de extrañar que su visita oficial al Reino Unido desate las
manifestaciones ciudadanas en su contra, aunque él las considere fake news,
los recelos de buena parte de la clase política, incluidos los conservadores
-Boris Johnson ha evitado fotografiarse junto a él- y la incomodidad de la
monarquía y el Gobierno británicos, a pesar de su flema, con la presencia de un
presidente tan imprevisible como osado (como la ignorancia), al que la propia May
tuvo que explicarle cómo es el Sistema Nacional de Salud inglés ante su
pretensión de incluirlo en las negociaciones sobre el futuro acuerdo “fenomenal”.
Aparte de entrometerse en la decisión de un probable
abandono de Gran Bretaña de la UE y su interés por causar la división entre los
países europeos, muchos se preguntan: ¿A qué va Donald Trump al Reino Unido? Parece evidente que no fue a conmemorar el 75 aniversario del desembarco en
Normandía, del 6 de junio de 1944, con el que dio comienzo la fase final de la II
Guerra Mundial hasta la rendición del Ejército de Hitler. No ha ofrecido ni un
discurso en el Parlamento -donde no fue invitado- ni una ofrenda de flores por aquellos
luchadores aliados, liderados por unos EE UU diametralmente opuestos a la
mentalidad que encarna Trump (insolidario, aislacionista, unilateral, xenófobo
y reacio a liderar la lucha por la democracia, la libertad y la paz en el planeta),
que entregaron sus vidas por liberar a Europa de las garras del nazismo. Es lo
que hubiera hecho un político de talla de gran estadista, pero lo que no se le
ocurre a un mercanchifle de luces cortas metido en política. Como si lo
empujaran para figurar, sólo acudió, junto a otros 15 líderes mundiales, al acto celebrado
en la ciudad de Portsmouth, desde donde partieron las tropas aliadas rumbo a
Normandía. La mayor hazaña de EE UU en defensa de los valores occidentales por
un mundo libre, sin importar el precio, quedó relegada a los intereses mezquinos
y sectarios del populista Donald Trump. Para eso, mejor que no hubiera ido al
Reino Unido.
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