sábado, 30 de junio de 2018
Nos tomamos un respiro
Un año más -¡y van nueve!- hacemos un alto durante el mes de julio para
descansar, dedicar más horas a la familia, saldar viejas cuentas con uno mismo,
satisfacer algunas querencias y vagabundear sin depender del tiempo ni de la
necesidad por donde nos lleven los pies y la curiosidad. Tomamos vacaciones porque
se la merecen los que nos acompañan en esto que es vivir y convivir, sean
consanguíneos que habitan ese rincón íntimo en el que guardamos los afectos más
valiosos, o extraños y desconocidos con quienes nos une una manera de ver y
sentir el mundo, alguna extravagancia compartida o innumerables interrogantes a los que
no hallamos respuesta, pero seguimos planteárnoslas. Lienzo de
Babel enmudece en julio para regresar en agosto compartiendo
inquietudes y desasosiegos con todos los que se dignan seguirnos y prestarnos
un poco de su tiempo y atención. Nos tomamos un respiro para poder continuar. ¡Que
disfrutéis unas merecidas vacaciones!, pero sin olvidar que hasta el Atlántico es limitado, como nos recuerda Julian Lage:
jueves, 28 de junio de 2018
Un semestre de vértigo
Nadie podía imaginarse que la política española alcanzaría
la velocidad vertiginosa que ha tenido en el medio año transcurrido de este
2018. La alegría que deparó al Gobierno del Partido Popular (PP) la aprobación
tardía de los Presupuestos Generales del Estado le ha durado menos que un
caramelo en la puerta de un colegio. A las pocas horas de ese triunfo que
parecía proporcionar al Ejecutivo fuelle suficiente para acabar la legislatura
(prorrogándolos en 2019), el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) le
presentaba en el Parlamento una moción de censura que resultó exitosa y apeó, sorpresivamente,
a los populares del poder. Los que habían prestado su apoyo al Gobierno para aprobar esos Presupuestos no tuvieron empacho en negárselo para secundar la moción socialista, razón por la cual Mariano Rajoy, sabiéndose ya expulsado de La Moncloa , se pasó más de siete horas atrincherado en un restaurante madrileño para no tener que oír los desaires de sus exsocios parlamentarios. Lo echaron de presidencia del Gobierno sin darle apenas tiempo de guardar las fotos de su despacho. Todo tenía que transcurrir de prisa.
Y es que la cosa venía endiablada desde el comienzo mismo de
la legislatura y no tenía pinta de calmarse. Los hechos se desarrollaban a
velocidad de vértigo y arrollaban a cuántos se ponían por delante, incluidos
los sediciosos que pretendieron declarar unilateralmente una república en Cataluña
en octubre pasado, yendo a dar con sus huesos en la cárcel o haciendo las
maletas del exilio. Nadie supo prever que el expresidente de la Generalitat , Carles Puigdemont,
acabaría huido en Bruselas, el vicepresidente Oriol Junqueras estaría desde
entonces entre rejas, varios exconsejeros de aquel govern correrían la suerte de uno y otro, según sus lealtades, y que
Rajoy, en fin, recalaría en Santa Pola (Alicante) como registrador de la
propiedad, su verdadera profesión tras su paso fugaz, de 35 años, por la
política. Todos ellos han sido víctimas de la precipitación de acontecimientos
que ha jalonado los últimos tiempos de la política española, incapaz de serenarse.
Todo se aceleró tras la sentencia del caso Gürtel, que declaró culpable, por primera vez en democracia,
al Partido Popular de beneficiarse de la trama de corrupción para financiarse
irregularmente, y de la consideración por parte del tribunal de la testifical
del presidente del Gobierno como poco creíble. Su palabra y su partido quedaban
cuestionados con el fallo judicial. Llovía sobre mojado en las sospechas que
arrastraba al partido en el Gobierno con la corrupción, lo que motivó y facilitó
la moción de censura de los socialistas, inimaginable aunque deseada desde el
inicio de la legislatura. Unas semanas antes habíamos asistido a la dimisión de
la presidenta de la
Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, por el fraude en la
obtención de un supuesto máster que adornaría su currículo académico sin
haberlo cursado. También pudimos contemplar la confesión inaudita del
exsecretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, en la que reconocía que
el partido se financiaba con dinero negro. Y hasta vimos al atildado expresidente
de aquella comunidad, Francisco Camps, ingresar en la cárcel por elusión fiscal
y evasión de capitales. Todo ello ha resultado letal para la formación que
gobernaba el país sin más excusas que arrogándose una recuperación económica
debida fundamentalmente a factores externos (financiación de la deuda soberana
por parte del BCE y abaratamiento de la factura energética de la OPEP ) más que a las medidas
de austeridad y precariedad adoptadas por el Gobierno.
A mitad de mandato, pues, y contra todo pronóstico, se ha producido
un vuelco en la gobernabilidad del país, al acceder los socialistas al sillón
de mando mediante la primera moción de censura que consigue su objetivo, sin
que nadie se lo esperara, ni siquiera los mismos socialistas. Pedro Sánchez, un
tenaz político que se ha fajado contra sus propios compañeros de fila que lo
denostaban y contra un Gobierno al que le juró que “no es no”, conseguía no sólo recuperar la secretaría
general del PSOE sino la presidencia del Gobierno, por esas carambolas que el
destino concede a los esforzados y testaduros
inasequibles al desaliento.
Ese líder joven y ambicioso, al que todos consideraban
temporal en un PSOE en sus horas más bajas, ha constituido el Gobierno más
feminista de Europa, el más preparado de España y el más inestable de la
democracia por disponer, en principio, de sólo 84 diputados socialistas en un
Parlamento de 350 escaños. Supo aprovechar, empero, la oportunidad del rechazo unánime
que provocaba el PP de la corrupción para descabalgarlo del Gobierno, tomándole
la delantera a Ciudadanos, el partido que pretende liderar la derecha española
y que apostaba por convocar nuevas elecciones. Ahora Sánchez deberá retener los
apoyos que le brindaron la izquierda y los nacionalistas del Congreso de los
Diputados para insuflar la ilusión que los ciudadanos habían perdido en la
política y en la honestidad de su ejercicio.
Con sólo tres semanas en el poder y sin derecho a los cien
días de gracia que suele dispensarse a todo gobierno para demostrar su empeño,
el presidente socialista ha evidenciado sensibilidad con el fenómeno de la
migración, autorizando el desembarco en España de los rescatados por el buque
Aquarius que Italia rechazaba. Ha aprobado un Decreto-ley para suspender el
consejo de administración de RTVE (la televisión pública estatal) y proceder a
su renovación de acuerdo con la nueva normativa elaborada por el Parlamento. Ha
manifestado su voluntad de acercar los políticos catalanes presos a Cataluña y
de reunirse con el presidente de aquella Comunidad para encausar el problema
catalán por vías políticas y mediante el diálogo, en el marco de la legalidad
vigente. Ha prometido sacar la tumba del dictador Franco del monumento del
Valle de los Caídos para reservar aquel lugar a la memoria de todos los fallecidos
durante la Guerra Civil
y no a la peregrinación y honra del franquismo. Ha considerado que, derrotada
definitivamente ETA, la política de dispersión penitenciaria podría modificarse
para trasladar los terroristas encarcelados de más edad (70 años), enfermos
graves y arrepentidos a cárceles del País Vasco, como muestra de normalidad de
un país libre que ha ganado su lucha contra el terror. Ha devuelto el carácter
universal de la sanidad española y ha suprimido algunos de los copagos
farmacéuticos que afrontaban los pensionistas. Ha anunciado que no se renovarán
a su vencimiento las concesiones de las autopistas de peaje. E, incluso, dado
el renovado impulso que este Gobierno representa en la forma de actuar en la
realidad, ha conseguido que los agentes sociales acuerden subidas salariales
del 2 y 3 por ciento, que se fije como objetivo para el año 2020 un salario
mínimo de mil euros y que el incremento anual de las pensiones vuelva a estar ligado
al IPC. Pero hace depender de los apoyos que consiga en el Parlamento la
derogación de la Ley Mordaza ,
la suavización o eliminación de la Reforma
Laboral y hasta un nuevo acuerdo de financiación autonómica.
Muchos asuntos que exigen seguir corriendo sin desmayo.
Como vemos, estos seis meses de vorágine política han sido
apabullantes en acontecimientos en España. Tantos que se ha podido presenciar
cosas nunca vistas anteriormente, como que el Partido Popular se embarcase en
un proceso de primarias para elegir al sucesor de Rajoy al frente de la
formación, al que han concurrido hasta siete candidatos. Y que un miembro de la Familia Real ingrese en
prisión, también por corrupción, dejando a una infanta triste y compungida y
sin hablarse con su hermano, el rey. Por ello, y como esto siga así, nos veremos obligados
a exclamar aquello: "¡Cosas veredes, amigo Sancho!"
lunes, 25 de junio de 2018
Perspectivas de la migración
El drama de la migración nos golpea cotidianamente, nos atosigan las fotografías de decenas o centenares de inmigrantes que luchan por llegar por cualquier medio a las costas de nuestro país en embarcaciones rudimentarias o saltando las alambradas de la frontera que nos separa de Marruecos. Son imágenes tan habituales que nos hemos acostumbrado a observarlas como parte del paisaje y que, en el mejor de los casos, nos inducen a pronunciar algún comentario de contrariedad o repulsa, casi nunca de conmiseración y comprensión. O, peor aún, nos dejan en la indiferencia, que es la expresión del que nada siente, nada le importa y nada le preocupa, salvo la propia vida y hacienda. Sin embargo, los hechos que nos revelan son tercos y suceden a diario no sólo en nuestro país sino en todo el Mediterráneo, evidenciando un problema continental que no sabemos cómo resolver e intentamos abordar cada cual –cada país- a su manera. Pero lo peor de esta cotidianeidad del drama es su banalización, la tendencia a ignorar su alcance, negar el mal que lo causa y a no reaccionar ante las implicaciones que representa para nuestra sociedad y los valores en que se fundamenta nuestro modelo civilizado de convivencia.
De tan reiteradas y cíclicas, miramos las fotos más por
curiosidad que por interés de lo que nos dan a conocer. Más por excepcionalidad
estética que por dato gráfico. Les dedicamos sólo unos segundos antes de continuar
con lo que nos interesa o evade de la información que recibimos a raudales, sin
ahondar jamás, ni preocuparnos de verdad, en ningún asunto. Sin embargo, esas
imágenes muestran perspectivas de los hechos y de quien los observa. Están
tomadas desde una posición que en absoluto es neutral ni objetiva. Reflejan una
manera de mirar y percibir/comprender lo que pasa, aquí y en el mundo. También,
a veces, demuestran con meridiana claridad la existencia de mundos diferentes
que no se acercan, sino que se distancian o repelen. Son imágenes que están
impregnadas de nuestra actitud ante lo fotografíado, sin siquiera sentirnos
aludidos por lo aprehendido, por lo que vemos.
Como esa imagen de dos mundos divididos por una valla. Dos
realidades opuestas, separadas por una alambrada, para que en un lado se pueda
disfrutar de la vida jugando tranquilamente al golf, y en el otro se desarrolle
una catástrofe que empuja a la gente a huir saltando, si es necesario, la
barrera. Una valla que subraya la indiferencia distraída de los afortunados en la
diversión en contraste con la desesperación incrédula de los que están
encaramados a ella, teniendo a la vista el futuro que persiguen y que le es
negado. Queda patente en esa foto la indolencia confortable de los
privilegiados frente a las dificultades insoportables de los que tienen la mala
suerte de nacer al otro lado.
Es una perspectiva de la migración que retrata con fidelidad
el hecho y la actitud hacia lo percibido, evidencia la despreocupación que
nos ocasiona un drama que sólo nos impele a levantar muros para que nos
protejan y aíslen de las miserias del otro lado, pero que son completamente inútiles
para combatirlas y paliarlas. Más que la migración, la foto resalta nuestras
vergüenzas y el cretinismo de nuestras conductas ante un problema del que no
somos ajenos ni inocentes. Una perspectiva que nos avergüenza porque estar a un
lado u otro de la valla es simple cuestión de azar, no de superioridad étnica,
económica o cultural.
Pero más bochornosa es, si cabe, la imagen que captó Javier
Bauluz, en el año 2000, en la
Playa de los Alemanes, en Zahara de los Atunes (Cádiz). Es un
rincón solitario, medio salvaje, azotado por el viento cuando sopla Levante con
rabia, que es casi siempre, al que los bañistas acuden atraídos por su belleza
paradisíaca y su tranquilidad escondida. Pero también es de las zonas más cercanas
a África y a las que intentan llegar los que migran de aquel continente. La
travesía del Estrecho, a pesar de la escasa distancia, es peligrosa cuando el
mar está embravecido y los vientos adquieren velocidad por hallarse encajonados
entre las montañas de ambas orillas. Pero nada de ello detiene a los que desean
huir de la miseria, la pobreza, las guerras y la muerte. Por pequeña que sea la
posibilidad de futuro que adivinan al otro lado del mar, se juegan todas las
cartas a esa posibilidad. Las cartas de la vida, que es lo que está en juego. Desgraciadamente,
un número nada insignificante de jugadores pierden la partida. El soberbio mar
se cobra su precio y abandona la carta de su triunfo sobre la arena, donde
deposita los que se ahogan en el intento.
Y eso es, justamente, lo que nos muestra la imagen de
Zahara: la presencia de un cadáver devuelto por el mar en una playa en la que los
bañistas ni se inmutan. Se ha hecho tan habitual el drama migratorio que ya
apenas conmueve ni nos echa a perder el día. Nos estamos acostumbrando a una
“monotonía de la muerte”, parafraseando a Saramago, generada por el goteo
incesante de los que arriban a nuestras costas, al precio que sea, para toparse
con la indiferencia de los más, el rechazo e intolerancia de muchos, y la
compasión y solidaridad de los pocos que aún conservan corazón y sentido
cívico, tan escaso como el sentido común. Aunque la foto es trucada, más
simbólica que fáctica, puesto que la indiferencia de los bañistas es supuesta
(nadie les ha preguntado) y oculta en el encuadre a policías, médicos,
curiosos, personal de asistencia, etc., -como criticó Arcadi Espada en su Diarios (Espasa, Madrid, 2002)-, sirve
al menos para materializar la perspectiva de ese alejamiento del dolor, del
sufrimiento, de la angustia y de la desesperación con que contemplamos desde nuestros
cómodos sillones domésticos el drama de la migración.
El auténtico valor de estas imágenes es, pues, su
perspectiva, el enfoque de quien observa y cómo lo percibe. Más que el hecho en
sí, es el contexto y la mirada del observador lo que destaca. Y en ambas fotos,
el contexto sobresaliente es nuestra despreocupación, esa percepción de lo
ajeno que es para nosotros, presentes en las imágenes, el drama de la
migración, lo extraño que nos resulta el dolor de los migrantes y su
infortunio. Aunque salten nuestras vallas y mueran en nuestras costas, los inmigrantes
y refugiados no son capaces de conmovernos ni despertar nuestra preocupación,
más allá del fastidio de su presencia y la alteración que provocan en el
paisaje. Hay fotos más duras y crueles que nos muestran la muerte en primer
plano de niños ahogados o buitres aguardando una agonía para empezar el
banquete. Pero son imágenes sin contexto, sin una perspectiva que nos incluya.
Documentos gráficos elocuentes de un drama en el que no nos vemos concernidos
más que como vehículos de información. Pero las imágenes aquí comentadas nos
retratan sin disimulo como espectadores, nos reflejan tal como somos: hipócritas,
egoístas e insolidarios con lo que sucede a nuestro alrededor. Por eso, aunque
me golpeen la conciencia y atosiguen mis sentimientos, estas imágenes son las
que mayor estremecimiento me provocan con esa perspectiva en la que me sitúan
como observador/testigo de la escena. Y no lo soporto.
sábado, 23 de junio de 2018
Verano fugaz
Hace poco que comenzó el verano, justo en el día más largo del año. Pero es curioso que, desde el nacimiento de esta estación calurosa, los días comiencen a menguar tan imperceptiblemente que hasta mediados de agosto no notamos que anochece cada vez más pronto. Y es que así es el verano, algo que siempre va a menos, que apuramos sabiendo que se consume y acaba, aunque el calor de algunas jornadas nos agobie como una sauna en el infierno. Es la estación propicia para el descanso y las vacaciones, actividades por definición pasajeras, breves, cuasi suspiros que nos hacen sentir el instante antes de que disuelva en la vorágine de la rutina. El verano, que ya mengua, acaba de iniciar su recorrido por nuestra piel y su calor nos acompañará hasta, incluso, cuando se haya ido, hasta ese otoño de sueños grises y abrazos fríos. Tiempo de siestas pegajosas y noches de chácharas, esta estación de luz y jolgorio se antoja fugaz como una vida contemplada a la edad en que todo es imparable y nada permanece, salvo la ilusión que nos despierta. Todavía queda todo el verano por delante, pero ya notamos, sin desearlo, que se va apagando, va consumiéndose tan inexorablemente como el brillo de nuestros ojos o la fuerza de nuestros anhelos. Así es el verano, como la vida, algo que aprovechar mientras dure.
jueves, 21 de junio de 2018
Europa y los migrantes
Demostrando una gran sensibilidad ante la actitud de Italia de prohibir el desembarco de más de 600 migrantes rescatados por el barco Aquarius en aguas que separan a ese país
de Libia, el nuevo Gobierno socialista de España ha autorizado la acogida por
razones humanitarias de esos inmigrantes en nuestro país, adonde han llegado
tras una travesía que les ha hecho recorrer medio Mediterráneo y que ha durado
más de tres días, en condiciones que dejan mucho que desear, en un navío no preparado
para el transporte de personas. Nada más desembarcar en un puerto de Valencia,
acondicionado para ofrecerles ropa, alimentación y primeros auxilios, aparte de
los trámites de extranjería oportunos, se les ha concedido un permiso especial de
residencia de 45 días por las circunstancias excepcionales que han tenido que
atravesar. Un permiso que no se concede a todos los inmigrantes que alcanzan
las costas españolas por sus propios medios o después de haber sido rescatados
por patrulleras de Salvamento Marítimo ante un dilema semejante: socorrerlos o
dejarlos a la deriva.
Esta diferencia en el trato a migrantes, según el grado de
implicación del Gobierno en la acogida (unos son “irregulares” y otros son
“invitados”), desluce innecesariamente lo que, en todos los casos sin
distinción, debiera ser el comportamiento habitual ante personas que huyen a
nuestro país de las guerras, la pobreza, la desesperación y las persecuciones
que les acechan en sus países de origen, obligándolos a lanzarse al mar en
busca de auxilio, protección y posibilidades de una vida mejor e infinitamente
más digna. Sea por humanitarismo o por exigencia legal, la defensa de los
Derechos Humanos que asisten a todos los inmigrantes –insisto: sin distinción- que
llegan o traemos a nuestro país debería encabezar la actitud con que los
acogemos y tratamos, sin que ello suponga un problema moral, de orden público,
de seguridad o de convivencia para nosotros. Y, mucho menos, de temor a un
posible “efecto llamada”, como arguyen los líderes nacionalistas populistas y los
gobiernos xenófobos que, como el del país transalpino, se niegan a socorrer a unas
personas que, enfrentadas a la necesidad imperiosa de sobrevivir, no se
detienen por muchas barreras que levantemos ni todo el agua del mar que encuentren
en su camino.
Los que huyen no lo hacen atraídos por ningún “efecto
llamada”, sino por mero instinto de supervivencia y hacia el lugar más próximo
que les parezca seguro y con posibilidades de llevar una vida digna de vivirse.
Tampoco les mueve el ánimo de delinquir, como se les acusa para atemorizar a
los nacionales y atraer, así, su voto a partidos racistas o al refrendo de
medidas egoístas e insolidarias, del todo inhumanas. No llegan a España, Italia
o Grecia por ser destinos turísticos, sino porque son territorios limítrofes de
la zona de donde proceden y de la que huyen sin importarles jugarse la vida. Estos
países sureños –como el nuestro- constituyen una frontera de Europa, lindante
de África y Oriente Próximo, que no es, ni puede ser, impermeable a los flujos
migratorios de personas que esperan de nosotros, de la Europa civilizada y
próspera, cuando menos, una oportunidad y que seamos consecuentes con nuestros
propios valores y esos Derechos Humanos que decimos respetar por convicción.
Y es que el problema migratorio es mucho más grave y
complejo que la anécdota protagonizada por el buque Aquarius. De hecho, durante el fin de semana en que el barco transportaba
a Valencia a los rescatados al sur de Italia, intentaban llegar a nuestras costas
más de 1.300 inmigrantes (507 en el Estrecho, 152 al sur de Canarias y 631 en
el mar de Alborán) en precarios cayucos, pateras y lanchas neumáticas, que les hacían pagar un
precio insoportable: 43 personas resultaron desparecidas por caídas al mar debido
a la extenuación, la hipotermia y los rigores del viaje, a pesar de los
esfuerzos realizados por Salvamento Marítimo para rescatarlos, movilizando barcos y
helicópteros, tras conocer los avisos de buques mercantes y ONG que alertaban
de la presencia de tales embarcaciones, muchas de ellas a la deriva y
semihundidas. Se producía, así, uno de los fines de semana de mayor presión
migratoria y más trágicos de los últimos tiempos, con muertes que engrosan la
estimación de 244 personas perecidas por ahogamiento, superando el total de 224
fallecidos registrados en 2017 en el intento por alcanzar las costas españolas.
En todo el Mediterráneo, la cifra se eleva a cerca de 900 muertos en lo que va
de año.
Es, por tanto, un problema de primera magnitud por el hecho
de que están en juego vidas humanas. Y es un problema que afecta a Europa en su
conjunto, aunque el drama se desarrolle en sus fronteras exteriores y,
paradójicamente, cuando la presión migratoria está reduciéndose
considerablemente desde que se tienen registros, por mucho que las medidas
xenófobas de algunos gobiernos intenten trasladar a la opinión pública una
preocupación excesiva que alimenta un grado de crispación artificial. Se obtienen
réditos electorales con mensajes anti-inmigrantes y refugiados que llevan al
gobierno a partidos ultranacionalistas, racistas, supremacistas y extremistas,
tanto en Italia y Polonia o Hungría, como en EE UU o Filipinas. Cuela entre la
población el miedo al extranjero, sobre todo si es pobre y miserable, víctima
de guerras, explotación y calamidades.
Por ello, necesita Europa una política común de asilo y
ayuda al refugiado, más allá de las cuotas vinculantes por países, limitar y
regular los flujos internos de asilados entre los Estados miembros sin alterar
la libre circulación del espacio Schengen, y unas medidas pactadas de defensa y
actuación en sus fronteras contra la inmigración irregular (reforzar el
Frontex), para no hacer recaer toda la responsabilidad en los Estados
fronterizos que actúan de cordón sanitario frente a los migrantes en la zona
meridional (Italia, Grecia, España y Malta), como esas controvertidas
propuestas de creación de “plataformas regionales de desembarco” fuera de
nuestras fronteras (algo parecido, pero con mayor transparencia, a lo que se acordó
con Turquía) para acoger y seleccionar, entre migrantes económicos y
perseguidos o refugiados políticos, los que se dirijan a la UE por el Mediterráneo, en
colaboración con las agencias de la ONU
Acnur (para los refugiados) y OIM (para las migraciones). Y, desde luego,
potenciar la cooperación y ayuda al desarrollo con los países de origen de la
migración.
Con todo, el fenómeno migratorio que sufre Europa no es el
de mayor intensidad del mundo ni la fuente de problemas más preocupante del
Continente, fuera aparte de que así lo quieran tratar algunos gobiernos
europeos. Las poco más de 700.000 personas que solicitaron asilo en alguno de
los 23 países comunitarios, en 2017 -según datos de la agencia europea de asilo
(EASO)-, representan una proporción minúscula y manejable frente a los 25,4
millones de refugiados solicitantes de protección registrados en el mundo en el
mismo período. Y son los sirios, con 6,3 millones de refugiados, los que
encabezan este drama, seguidos de los afganos obligados a desplazarse a
Pakistán, los rohinyás que padecen genocidio en Myanmar, los sudaneses víctimas
de la guerra civil que asola Sudán del Sur, etc. La lista de atrocidades,
violaciones, encarcelaciones, explotación, humillaciones y trato inhumano que
genera el odio y el racismo contra el extranjero no para de aumentar, incluso
en países supuestamente avanzados y civilizados, como Italia, donde hasta los
gitanos despiertan la ojeriza del fascista Salvini, o EE UU, donde Trump separa
y encarcela a niños de hasta tres años para chantajear a sus padres inmigrantes
que desea expulsar del país.
Frente a este panorama, la migración y los refugiados que
soporta Europa resulta un problema de menor envergadura que, en cualquier caso,
por culpa de las políticas populistas de algunos gobiernos comunitarios, pone
en tela de juicio nuestros valores éticos y democráticos y hasta el propio
proyecto europeo. Como país que fuimos de emigrantes, ahora estamos,
afortunadamente, en condiciones de ofrecer ayuda a los que migran a nuestro
territorio, que es Europa, desde el respeto a los Derechos Humanos por encima
de cualquier otra consideración o circunstancia. Y de hacer del modo de actuación
con el Aquarius la norma a seguir hacia
todo inmigrante o refugiado y que Europa en su conjunto ha de imitar y asumir. Ese
es el reto que hemos de superar para demostrar el grado de civilización
alcanzado por nuestra sociedad y no caer en la banalización del mal con que
tratamos al otro, extraño o extranjero, sea migrante o refugiado.
viernes, 15 de junio de 2018
El cuento de la economía
A pesar de la economía, la sociología o la política, existen pobres y ricos, tanto en términos de renta como en categorías sociales. Hay ricos y pobres porque existen personas que disfrutan o carecen de recursos económicos y, además, según el tipo de renta, unos se agrupan entre los banqueros, los ejecutivos, los
empresarios o los profesionales liberales, y otros entre los obreros, los parados,
los inmigrantes y hasta los pensionistas. En medio de ambos extremos sociales,
se sitúa una extensa clase media y trabajadora que vive al día o tiene muy poca
capacidad de ahorro.
Frente a ello, la economía y la política ofrecen distintas
representaciones de esta bruta y lacerante realidad, explicaciones más o menos
científicas y movidas, en ocasiones, con voluntad de corregir problemas, que
sólo convencen a quienes las exponen y a los entendidos, pero cuya eficacia es,
históricamente, escasa, por no decir nula. Son teorías y análisis “a
posteriori” de los fenómenos que intentan explicar. Y para una vez que osan
preconizar, caso del marxismo, no aciertan ni por asomo. En cualquier caso,
esas teorías o proyectos económicos no evitan el acumulo exorbitado de riqueza por
una minúscula parte de la población, cuyos privilegios y prerrogativas
garantizan normas e instituciones creadas a su medida, ni libran de la extrema
pobreza o pobreza a los que desafortunadamente han caído en ella,
manteniéndose una desigualdad inmoral e injusta que apenas fluctúa,
independientemente de la evolución de los ciclos económicos, es decir, ajena a
las fases de expansión o crisis de la actividad económica. Siempre habrá ricos
y pobres, aunque habrá más pobres cuando menos empleo haya y más ricos cuando
el mercado financie sin reservas la especulación indecorosa de los pudientes.
Todos los datos macroeconómicos que nos suelen vender para
asegurar que la recuperación es manifiesta y que pronto (nunca se concreta
cuándo) la notarán los ciudadanos, es una falacia que engaña a una gran parte
de la población, siempre crédula a los milagros, excepto a quienes “venden la
burra” y, por supuesto, a los que continúan soportando una situación de pobreza
y dificultades a pesar de tales promesas. La economía es un cuento que sólo
sirve para que nos acomodemos a una situación dada y sin ánimo de modificarla.
Por muchos cuantiles, deciles, percentiles, quintiles y demás trozos en que se divida
la población, en un extremo estarán siempre los pobres y en el otro, los ricos.
Y ninguna teoría ni estadística económica cambiará esa triste realidad que
conforma nuestro modelo de sociedad, entre otras cosas, porque ni las políticas redistributivas (quitar a
los ricos para dar a los pobres) ni el aumento del crecimiento económico (más
actividad, más empleo) apenas modifican la pobreza relativa y la desigualdad en
general, puesto que no producen un crecimiento asimétrico en el que las rentas
de los pobres crezcan más que las del resto. Aparte de que pretender esto es absurdo,
siempre será una utopía que los ricos y acomodados consientan ser empobrecidos
para sacar de la extrema pobreza a los más pobres y reducir de verdad la
desigualdad existente en la sociedad.
Lo más conveniente, por
tanto, es seguir contando el cuento de que se está trabajando en favor
de los desfavorecidos todo lo que se puede, que siempre será poco, para, al
menos, mantener un simulacro de educación (apostar por una generación venidera
mejor formada y, por ende, con mayores oportunidades de prosperar -como
nuestros universitarios actuales, en paro o trabajos precarios-), de sanidad
cuasi universal (para morir en plazos mientras se aguarda en alguna lista de
espera) y de pensión a jubilados (cada vez más reducidas y previa cotización cada vez más prolongada) para que puedan cenar calentito en un asilo. En
resumidas cuentas, un cuento con el que imaginamos vivir en el país de las
maravillas, gracias a este sistema económico tan formidable que nos hemos dado.
En fin.
jueves, 14 de junio de 2018
¡Calor!
Este año, el calor se ha hecho rogar. A menos de dos semanas del verano, empieza al fin la temperatura a subir en los termómetros para estar en consonancia con la estación. Tal atraso en un calor que nos obliga a desprendernos de las ropas pesadas y oscuras no es habitual en estas latitudes sureñas del país, en las que el calor predomina sobre todas las estaciones del año, acostumbrándonos a darle la bienvenida en plena primavera, tras las fiestas de Semana Santa y Feria. Pero este año, la primavera ha sido inusualmente arrasada por borrascas sucesivas que han dejado un rastro de frío, viento, lluvia e inundaciones interminable. Hasta hoy. Hoy ha hecho su aparición el ansiado, de momento, calor y ha iluminado nuestros rostros de alegría y color, al recordarnos que las vacaciones, las playas y las terrazas bulliciosas nos aguardan a la vuelta de la esquina. Luego el calor se prolongará más allá de lo que corresponde y lo maldeciremos. Pero eso es otra historia. Ahora toca agradecer que el calor se digne a reinar sobre estos días próximos al verano. ¡Ya era hora!
miércoles, 13 de junio de 2018
El "desorden" mundial de Trump
![]() |
Líderes del G-7 en Canadá |
Y eso es, justamente, lo que está haciendo con sus decisiones el presidente más bocazas, impulsivo e impredecible de EE UU. y sus populistas políticas supremacistas, englobadas bajo el lema “América primero” (America first) con el que ganó las elecciones, contando con el apoyo encubierto de Rusia, detalle este último que continúa investigándose por parte de un fiscal especial. No ha habido acuerdo internacional ni normas implícitas y explícitas de ese orden mundial que no hayan sido despreciadas por Donald Trump, haciendo que EE UU faltase a su palabra, incumpliera tratados ya en vigor y comprometiera objetivos ambiciosos que afectan a millones de personas. Exhibiendo un claro desdén hacia la diplomacia convencional, Trump impone su veleidosa personalidad (de comercial charlatán) para “ganar” objetivos tangibles a su concepto de nación providencial hegemónica, aun a costa de aislarla del resto de la comunidad internacional y de distanciarla de sus aliados históricos y estratégicos.
![]() |
Actitud de Trump en la cumbre del G-7 |
Así, nada más asumir el poder se autoexcluyó del Acuerdo
Transpacífico que su antecesor, Barack Obama, había impulsado y suscrito un año
antes con once países de Asia y América. También ha obligado a renegociar, sin
ningún fruto hasta la fecha, el Acuerdo de Libre Comercio para Norteamérica
(NAFTA, en sus siglas en inglés) que mantenía con Canadá y México, a los que
acusa de obtener ventajas. Y es que sus intenciones proteccionistas chocan
frontalmente con todo convenio comercial regido por la reciprocidad y la equidad
entre distintas áreas económicas del mundo. Pero mucho más grave y peligroso aun
es la ideología visceral e imperialista que le ha motivado retirarse del
Acuerdo del Clima de París para la lucha contra el cambio climático, siendo EE
UU uno de los países más contaminantes del mundo, y del Pacto Nuclear de Irán, que
impedía la fabricación de armas atómicas a cambio de levantar las sanciones
económicas. El Pacto había sido trabajosamente elaborado y suscrito entre el
país persa y EE UU, contando con el y aval de China, Rusia, Francia, Reino
Unido y Alemania, pero era duramente criticado por Israel, país protegido por
EE UU que desconfía de Teherán y no desea perder su capacidad de influencia y la
supremacía en la región.
Pero donde ese fanatismo proteccionista se ha exhibido con
más descaro ha sido durante la reciente cumbre del G-7 (grupo de países más
industrializados del mundo: EE UU, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia,
Italia y Japón. Rusia ha sido excluida por la anexión de Crimea en el conflicto
bélico que mantiene con Ucrania), donde el presidente norteamericano, fiel a su
estilo provocador y maleducado, volvió a acusar al mundo entero de robar a
Estados Unidos por preferir un libre comercio mundial, recíproco y equitativo,
sin aranceles ni intervencionismo estatal. Los países que integran el G-7
representan más del 65 por ciento de la riqueza del mundo, por lo que en estas
reuniones coordinan posiciones y mecanismos de colaboración sobre el entramado
económico y político mundial que pueda beneficiarles. Y a esta cumbre Trump
acudió dispuesto a hacer valer su visión aislacionista de la política económica
norteamericana. Llegó a defender los aranceles que está imponiendo a muchos
productos importados con el argumento de la “seguridad nacional”, lo que generó
las críticas del primer ministro de Canadá, país anfitrión de la cumbre, al
recordar que soldados de ambos países “habían luchado hombro con hombro en
tierras lejanas en conflicto desde la Primera
Guerra Mundial”. Estas `verdades del barquero´ hicieron
reaccionar con furia al mandatario norteamericano quien, vía twitter como
suele, menospreció a su homólogo canadiense, tachándolo de “débil y
deshonesto”.
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Donald Trump y Justin Trudeau |
Y es que Trump no acepta que se le cuestione y, menos aún,
se le haga aparentar debilidad. Inmediatamente, tras conocer estas críticas,
ordenó retirar su firma del comunicado final conjunto de la cumbre, lo que ha provocado
un cruce de acusaciones entre los mandatarios allí reunidos que ha hecho estallar
una crisis diplomática. Más que acuerdos y estrategias, la última reunión del
G-7 ha evidenciado
las divergencias existentes entre todos contra uno y las mutuas desconfianzas.
Francia y Alemania han expresado su hartazgo con la política incendiaria del
presidente norteamericano y sus exigencias de que el mundo entero baile al son
que más le conviene a los intereses comerciales cortoplacistas de EE UU. Nadie
está conforme con la postura de Donald Trump, salvo Rusia, expulsada del grupo,
e Italia, gobernada ahora por un gobierno populista y xenófobo que ha prohibido
el desembarco de refugiados socorridos por un barco frente a las costas de
Libia. Este es el nuevo “desorden” mundial que ansían los dirigentes
ultranacionalistas y demagógicos, como Trump y los adláteres que desea surjan,
con ayuda de sus ideólogos radicales, en otras partes del mundo,
fundamentalmente, Europa.
Sus contradictorias y veleidosas iniciativas desde que
gobierna en la Casa Blanca
están socavando el orden mundial tan difícilmente conseguido en las últimas
décadas por motivos espurios de proteccionismo comercial y preponderancia
imperial. Se deja llevar por sus instintos empresariales, sin tener en cuenta
sus responsabilidades como estadista de la primera potencia del mundo. Afectado
de egocentrismo, muestra admiración por personalidades autoritarias, de las que
le gustaría ser reflejo, sin importar que sean adversarios, como los
prebostes gobernantes de Rusia o China, al tiempo que desprecia a los líderes
amigos y aliados, de los que desconfía patológicamente. Y no duda en comportarse,
si ello le procura réditos mediáticos, del mismo modo que había criticado ferozmente
en sus predecesores, especialmente del Obama que proponía diálogo y
negociaciones con Irán, Cuba o Venezuela.
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Kim Jung-un y Donald Trump |
Ha necesitado sólo un año para entablar lo que denostaba: un
diálogo de banalidades, sin compromisos concretos ni fechas, con el sátrapa de
Corea del Norte, conteniendo aquella verborrea hiperbólica, bélica y humillante
con la que calificaba a Kim Jong-un de “hombre-cohete”, para poder vender al
mundo un ”éxito” diplomático que ha sido incapaz de conseguir desde que conquistó
la presidencia de EE UU. Con tal de incluir en su currículo la firma de un
acuerdo retórico, que no histórico, no ha tenido empacho en desdecir y
rectificar su propia actitud cuando cesó sin contemplaciones a Rex Tillerson, su
anterior secretario de Estado, por mostrarse a favor del diálogo con Corea del
Norte.
Este que emerge es el nuevo "desorden" que persigue Trump: sin
normas, sin valores y sin reglas que garanticen unas relaciones internacionales
basadas en la reciprocidad, la equidad, la lealtad y la legalidad. Él quiere
“america first”, América a su manera, y los demás que se jodan. No es de
extrañar, por tanto, que Angela Merkel calificara su proceder en la cumbre del
G-7 de “aleccionador y deprimente”, y que Emmanuel Macron expresara en el mismo
foro su resignación de que “nadie es eterno”. Pero, mientras tanto, Donald
Trump puede todavía hacer añicos el delicado orden mundial. ¡Dios nos coja
confesados!
viernes, 8 de junio de 2018
Demasiado gobierno
Pedro Sánchez, el candidato ganador de la moción de censura que derribó al carcomido gobierno conservador de Mariano Rajoy, acaba de designar a los miembros de su Gabinete, escogiendo concienzudamente las personas que lo compondrán.
El flamante Gobierno socialista tendrá 17 ministerios, la mayor parte de los cuales estará dirigido por mujeres, incluida la única vicepresidencia, adjudicada a Carmen Calvo, doctora en Derecho Constitucional, exministra de Cultura y firme defensora de la igualdad entre hombres y mujeres. Además del presidente, sólo seis hombres forman parte del Ejecutivo, en el que sorprenden dos nombres. El astronauta Pedro Duque, en la cartera de Ciencia, Innovación y Universidades, y el juez Fernando Grande-Marlaska, en Interior, ambos independientes en el PSOE. También es llamativo Josep Borrell, en Exteriores, que constituye un mensaje diáfano contra las pretensiones de internacionalización del conflicto catalán, porque será difícil argüir victimismo independentista en el extranjero con un encargado de política exterior catalán, de sobrado prestigio y constitucionalista. Y una extrañeza: el titular de Cultura y Deporte, Máxim Huerta, un periodista y escritor que reniega hacer deporte, como ejemplo de que la cultura ha dejado de ser instrumento creativo de conocimiento y emancipación para devenir espectáculo mediático. Quedan dos varones más: Luis Planas, un reputado experto en los asuntos que le conciernen, Agricultura, Pesca y Alimentación, y José Luis Ábalos, cuya lealtad al presidente, control del aparato y buen hacer para aupar a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE y a
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Carmen Calvo, vicepresidente del Gobierno |
Pero lo que más impacto ha causado ha sido la configuración
femenina del Gobierno, en el que las mujeres acaparan once carteras, con el
propósito de exhibir el compromiso con la igualdad que ya había manifestado en
múltiples ocasiones Pedro Sánchez. De hecho, este Gobierno supera la paridad
que la izquierda suele respetar en la formación de ejecutivas orgánicas o
gubernamentales, para convertirse en el Gobierno con más presencia de mujeres
de Occidente. Ocupan puestos de enorme peso y trascendencia, razón por la que
sus titulares fueron seleccionadas por su experiencia y capacitación
profesional, además de ser expertas en la materia que han de abordar de
inmediato. Las responsables del área económica, Nadia Calviño (Economía)
y María Jesús Montero (Hacienda), encarnan la ortodoxia en el
compromiso por la estabilidad económica y financiera que España ha asumido ante
las autoridades europeas e internacionales para afianzar el proceso de
recuperación tras la crisis económica. Una estabilidad necesaria para la
creación de empleo, y que éste sea de mayor calidad y menor precariedad.
En puestos clave figuran Dolores Delgado, una fiscal experta en la lucha contra el
terrorismo y valedora de la justicia universal, que asume la cartera de Justicia; Margarita Robles, exjueza y exmagistrada del Tribunal Supremo,
llega al Ministerio de Defensa
desconociendo los motivos por los que se venden fragatas a Arabia Saudí, pero
generando menos reticencias y sin el dogmatismo (banderas a media asta en
Semana Santa) de la titular saliente. Magdalena
Valerio accede a otra cartera estratégica socialmente, Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, en la que deberá revertir
las políticas más regresivas en materia laboral del anterior Gobierno. Otras
áreas en manos femeninas son Industria,
Comercio y Turismo, de la que se ocupa Reyes
Maroto, profesora asociada de Economía en la Universidad Carlos
III, Isabel Celaá, exconsejera vasca
en los gobiernos de Patxi López, que se hará cargo de Educación y Formación Profesional y de dar la cara como portavoz
del Gobierno; Carmen Montón dirigirá
Sanidad, Consumo y Bienestar Social
con el bagaje que trae de su paso como consejera valenciana en estos mismos
asuntos, demostrando ser contraria a las privatizaciones y a los lobbies
farmacéuticos; y Teresa Ribera,
ministra para la Transición Ecológica ,
confuso nombre para el departamento encargado de Energía, Cambio Climático y
Medioambiente. Mención especial merece la titular de Política Territorial y Función Pública, Meritxell Batet, que desde su despacho ministerial deberá afrontar
el “problema” de Cataluña, de donde es originaria, para encauzarlo por la senda
de la legalidad y normalidad institucional, haciendo uso de sus simpatías
federalistas y sus relaciones con los actores de la política catalana.
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Los rostros del nuevo Gobierno |
En definitiva, son 17 carteras ministeriales –cuatro más que
las del anterior Ejecutivo- para un Gobierno cuya solvencia, capacidad e
idoneidad no se cuestiona, pero que resultó elegido para erradicar la corrupción
institucional y partidista que representaba el Partido Popular (PP) y convocar
elecciones en cuanto la situación lo permitiera. La excusa que ha justificado
la moción de censura presentada por los socialistas ha sido la corrupción que
anidaba en el PP y la incapacidad de esa formación para asumir
responsabilidades, creyéndose perdonada por el voto de los ciudadanos. La
sentencia del caso Gürtel, que
culpabilizaba por primera vez a un partido político por su participación, aun a
título lucrativo, en la corrupción, causó tal indignación que aglutinó el voto
mayoritario del Congreso en torno a esa oportuna moción de censura socialista.
Había que orear el enrarecido ambiente político que la corrupción del PP había
provocado y oxigenar con ética y decencia el ejercicio de la política.
Pero, tal como está diseñado, el Gobierno de Pedro Sánchez
parece exceder tales cometidos y abrigar la intención de completar la
legislatura antes de devolver la voz a los ciudadanos para que decidan. La
solidez de su composición está enfocada a demostrar voluntad de persistencia,
mediante una gestión eficaz y progresista, todo lo que le sea posible, a pesar
de que no dispone de mayoría en el Parlamento que le asegure la permanencia que
desea. Su presentación ante los medios transmite la sensación de ser demasiado Gobierno
para tan poca legislatura y maniatado por un Presupuesto del anterior
Ejecutivo. Es decir, demasiados condicionantes y obstáculos para la ardua tarea
de perdurar lo que resta de legislatura, puesto que su legitimidad, hasta que
unas elecciones la validen, pasa por impulsar medidas de prevención, lucha y
extirpación de toda corrupción e irregularidades que afloren en la “cosa
política”, ya sea en las instituciones o, cuando menos, en el partido
socialista, que precisamente gobierna con ese cometido tras ganar su moción de
censura.
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Pedro Sánchez |
miércoles, 6 de junio de 2018
Gustos y miedos
Me gusta más el día que la noche. La luz me tranquiliza, la oscuridad me inquieta. Todo me parece agradable cuando el Sol brilla en lo alto; las tinieblas, en cambio, me infunden amenazas y traiciones. Por eso asocio la vida al día. La muerte parece que acecha siempre de noche, con ánimo de pillarnos desprevenidos y confiados en el sueño. No tengo miedo a la muerte, pero sí a morir, al trance incomprensible de abandonar la vida. La muerte es nada, morir es todo, es dejar de ser. Sin embargo, me gusta más el atardecer que el despuntar del día. Ambos son espectáculos grandiosos de la naturaleza que me fascinan, pero las puestas de Sol me conmueven hasta el estremecimiento, por esa gama de anaranjados con que se tiñe el cielo antes de ennegrecerse por completo. Tal vez sea porque todavía relaciono madrugar a un imperativo, a algo que nos desvela, obligándonos a dejar las sábanas para ser testigos del nacimiento del día. Del atardecer participamos sin que nada nos fuerce a ello, sólo el placer de contemplarlo, de admirar la belleza de un astro que se pierde tras el horizonte infinito.
No obstante, me gusta más desayunar que cenar. Comer para
afrontar el día, no para entregarnos a la inconsciencia del dormir. Y es que me
gusta comer, aunque cada vez con menos gula. No me agrada tener que ayunar, aun
de forma voluntaria. También me gusta andar, pero me da miedo nadar. Lo uno
puede cansarme y lo otro, matarme, porque apenas me defiendo en el agua. Prefiero
pasear a estar quieto sin hacer nada. Y viajar a permanecer siempre en el mismo
lugar. Será porque me gusta la compañía de mis congéneres y me da miedo la
soledad, la soledad impuesta y no buscada. La compañía de la familia y los
amigos es un lujo que no siempre está a nuestro alcance, mientras que la soledad
es un castigo la mayor parte de las veces inmerecido. Por ello cultivo la
amistad y rehúyo el enfrentamiento. Soy amante de la paz y enemigo de la
guerra. Me place el amor y me enerva el odio. Creo que un beso es más
contundente que un puñetazo. Me encantan los abrazos, pero no soy partidario de
las banderas. Las banderías me ponen nervioso y me hacen temer lo peor, como
las bullas y las aglomeraciones. Tengo miedo de los animales, grandes o
pequeños, feroces o mansos, sin embargo las personas me gustan, aunque de
manera selectiva. Me gusta la juventud, la vejez me da pánico, por las promesas
que ambos estados contienen. Adoro la salud y temo a la enfermedad, del mismo
modo que amo la vida y deploro la muerte. No ambiciono riquezas, pero no
considero una virtud la pobreza. Me preocupa no poder atender las necesidades
básicas de los míos. Pienso que el mundo se podría organizar de tal manera que
no condenara a nadie al desvalimiento, a la miseria. Tiendo a la solidaridad e
intento no dejarme atrapar por el egoísmo.
Y me gusta más leer que escribir, a
pesar de que la escritura es una pasión a la que me entrego con esfuerzo. La
lectura me brinda visiones de la realidad, la escritura me permite expresar mi
propia visión y mi manera de mirar esa realidad. En definitiva, atesoro tantos
gustos y miedos entremezclados que ignoro cuáles me definen o condicionan. Vivo
en tensión constante entre gustos y miedos, sin poder evitarlo.
martes, 5 de junio de 2018
Insólito cambio de Gobierno
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Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. |
Una vez dictada esa sentencia que señalaba al PP y no daba
credibilidad al testimonio de Mariano Rajoy, nadie en el hemiciclo de San
Jerónimo quería sostener al Gobierno de un partido político condenado por
corrupción, hecho éste de verdad insólito, aun lo fuera a título lucrativo. Y
es que son tantos los casos de rapiña y corrupción que afectan de una forma u
otra al PP, que la puntilla del veredicto del caso Gürtel venía a poner punto y final a tanta impunidad y descaro.
Ya no cabían más excusas ni condescendencias de mirar hacia otro lado. Los populares se convirtieron en los “apestados”
del Congreso de los Diputados a los que nadie, salvo Ciudadanos -el grupo que
apoyó la investidura de Rajoy con la abstención del PSOE, en 2016-, ha querido
tender la mano para impedir la defenestración de Rajoy. La legislatura ya había
comenzado convulsa y ha acabado en un estertor precipitado y letal. El nuevo
Gobierno que debe rematarla cuando convoque nuevas elecciones, breve por
definición e interesante por la pluralidad de quienes lo hacen plausible, despierta
muchas incógnitas.
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Rajoy felicita a Pedro Sánchez |
Las expectativas son dispares y hasta opuestas. Hay quienes
consideran este nuevo período de apocalíptico, sobre todo si alinean sus
simpatías con los que han perdido el Gobierno o pertenecen a los estamentos
sociales mejor tratados por aquel. Banqueros, empresarios, clases acomodadas y
detentadores de capital en general, beneficiarios de la política económica
neoliberal, la desregulación del mercado y la reforma laboral -lesiva para los
trabajadores-, que implementó Rajoy con afán austericida, han manifestado su
temor por el acceso al poder de la izquierda, como si el PSOE representara un
cuestionamiento del Sistema y no la simple modulación de sus aristas más agudas
e injustas. Ni contando con el apoyo incondicional de las formaciones más
radicales con representación parlamentaria, los socialistas –y menos en esta
coyuntura temporal- ejercerán un Gobierno que rompa en lo sustancial los
compromisos de España con Europa, el sistema financiero, el orden económico o
la orientación de su política exterior. Tampoco se apartarán de la legalidad
constitucional del Estado ni del diseño territorial del país, por mucho que
Bildu, PNV, ERC, PDdeCat o Podemos, cuyos votos favorecieron la formación del
nuevo Gobierno, insistan en proponer iniciativas proclives a reconocer un
inexistente “derecho a decidir” sobre alguna utópica independencia de ninguna región
que atente contra la unidad de España. Todo diálogo al respecto, lo único ofrecido
por Pedro Sánchez durante su investidura, se limitará a ofrecer respuesta
política a problemas políticos en el marco de la ley, dentro de su obligación
de hacer que ésta se cumpla y se respete, además de evitar judicializar aun más
el ejercicio de la acción política, incluso para desandar actitudes
intransigentes del pasado y enmendar enfrentamientos estériles.
Será la política social la que acapare la atención de un PSOE dedicado a ganarse el beneplácito de las capas de población perjudicadas por los recortes de Rajoy en servicios públicos básicos (sanidad, dependencia, prestaciones por desempleo, pensiones, etc.), la limitación de derechos (ley mordaza, etc.) y demás políticas sectarias (educación, aborto, etc.) que han empobrecido a las clases medias y trabajadoras, y han fomentado la desigualdad entre los ciudadanos. Muchas de estas medidas sociales son fáciles de materializar porque ya contaban con el refrendo parlamentario suficiente, sin que supongan un incremento insostenible del gasto. Otras, en cambio, requieren mecanismos que compensen o anulen la desviación del déficit que podría acarrear, como ligar la subida de las pensiones al IPC, la universalización de la sanidad a toda la población, incluyendo a los inmigrantes, mejoras para los funcionarios o ampliar la protección a los desempleados, entre ellas.
La reforma laboral y la financiación autonómica requerirán
un complejo trabajo de filigrana para hilvanar posturas de unos y otros en
torno a acuerdos de mínimos que hagan posible la disminución de la precariedad e
inestabilidad en el mercado laboral, por un lado, y satisfacer las aspiraciones
más urgentes de unas comunidades autonomías que han visto mermados
drásticamente sus recursos durante los últimos diez años, por otro lado. Y todo
ello, sin renunciar a la “estabilidad presupuestaria y macroeconómica” a que se
comprometió el reino de España con Bruselas.
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Los presidentes de Ucrania y España |
Por insólito que parezca, el cambio de Gobierno producido en
España no es ninguna excepcionalidad en las reglas democráticas al uso en
cualquier país civilizado ni una catástrofe apocalíptica que perjudique los
intereses generales de la
Nación. Es , por el contrario, la “norma” en democracias
consolidadas, en las que la representación política es plural o fragmentada.
Los gobiernos de coalición o de minorías parlamentarias que se agrupan para
consolidar un apoyo mayoritario, incluso entre formaciones incompatibles, es lo
común en Europa frente a esas mayorías absolutas a que estábamos acostumbrados
en nuestro país. Gobiernos multicolor –y no “frankenstein”- hay por doquier en
Europa, Portugal es uno de ellos, sin que se rompa el país ni necesariamente
les vaya mal. Antes al contrario, obligan al diálogo, al consenso y a practicar
una política de acuerdos en los que nadie está en posesión de la verdad ni
ejerce la exclusividad del patriotismo. La insólita normalidad del gobierno
socialista de Pedro Sánchez, asumido tras una moción de censura y sin que el
presidente sea diputado del Congreso, deberá acostumbrarnos a que en
democracia, máxime si es reflejo de la pluralidad de la sociedad, todas las
combinaciones partidistas son posibles, democráticas y, la mayoría de las
veces, beneficiosas para el país, pues evitan el “ahormamiento” ideológico al
que propenden los gobiernos monocolor.
Con un gobierno volcado en lo social, como parece que será
el nuevo Ejecutivo socialista español, simplemente cambian las prioridades para
repartir más equitativamente los beneficios de la recuperación económica y, por
supuesto, los sacrificios que supuso la pasada crisis financiera. Y que ello atemorice
a quienes hasta la fecha han acaparado privilegios no significa otra cosa que
el rumbo elegido es el adecuado. Con que no roben ni caigan en la corrupción,
ya salimos ganando.
sábado, 2 de junio de 2018
¡Adiós a los cafés!
Las cafeterías son establecimientos que están desapareciendo de las ciudades o van transformándose en otra cosa, en bares de copas o salones de juego, dejando sin lugares a que acudir a quienes disfrutábamos de un buen desayuno sin prisas, leyendo tranquilamente la prensa, por las mañanas, o de un aromático y bien servido café vespertino, que frecuentemente solía acompañarse de un dulce de confitería y una charla distendida con familiares y amigos. Esas amplias y confortables cafeterías, dotadas de dos espacios diferenciados para los que preferían la barra o las mesas del salón, son actualmente tan escasas que prácticamente están en vías de extinción.
Hubo una época dorada de las cafeterías, o salones de té
para los snobs, en la que estos negocios abundaban y daban posibilidad de
ingerir un café, sin sufrir ni la falta de profesionalidad de los camareros ni
los inventos que desnaturalizan esta bebida caliente en un brebaje. Nombres con
solera y marcas comerciales que confiaban en su calidad y servicio para atraer
una clientela fiel al ritual del café mañanero o vespertino, como Horno San
Buenaventura u Ochoa. Ambos nombres fueron referentes de locales donde el aroma
del café y las vitrinas de dulces jamás defraudaban al cliente. El primero, con
horno propio, tuvo una expansión como franquicia, a partir del histórico local
de la calle Carlos Cañal, que le permitió abrir cafeterías por toda la ciudad y
algunos pueblos de la provincia. El amplísimo establecimiento, de dos plantas,
que tuvo durante años en la avenida de la Constitución , con escudo
incluido en la fachada, daba oportunidad a los afortunados clientes que
lograban sentarse en las mesas situadas tras los ventanales del primer piso de disfrutar
de un café mientras contemplaban, a escasos metros, las piedras y las agujas
góticas de la Catedral ,
construida hace siglos para añadir deleite patrimonial a cada sorbo de café. Ochoa,
otra etiqueta con solera, conserva aún el establecimiento de la calle Sierpes,
pero ha tenido que cerrar los de Los Remedios y Huerta del Rey. Otros
legendarios rincones existentes en la ciudad, donde podía uno refugiarse
atrincherado tras una buena taza humeante de café, han ido cayendo a golpe de
piqueta y modernidad, como La
Ponderosa , en la Gran
Plaza , o Cafetería San Bernardo, junto al Palacio de
Justicia.
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Café Majestic, de Oporto. |
Ni siquiera en los pueblos, en que la presión especulativa
inmobiliaria era menor, las cafeterías han podido soportar la puñalada mortal
que bancos, supermercados o bares de copas les han asestado para arrebatarles
un local que ambicionaban por amplitud y ubicación, y que consideraban
desperdiciado en atender sólo a los amantes del café cuando se le podía sacar
mayor rentabilidad. Como así ha sido, desgraciadamente, llevándose por delante
sitios tan acogedores como la cafetería Nueva Florida, en la calle Gutiérrez de
Alba de Alcalá de Guadaíra o Reiscamo y Sayca en Castilleja de la Cuesta , entre otros muchos.
Y es que ya apenas quedan cafeterías amplias, hermosas y
agradables como aquellos templos del café que, cual dinosaurios, han tenido que
desaparecer a causa de la evolución de un mercado que no consiente el comercio
ni las costumbres tradicionales, mucho menos si son pausadas y sin agobios. Salvo
la superviviente La Campana ,
sin salón y amputada de sus sillas en esa céntrica plaza, Sevilla carece de
cafeterías que, por su historia y magnificencia, puedan servir de reclamo
turístico de la ciudad, como son Café
Majestic de Oporto, Café Central de Viena, Café Greco de Roma
o Café Le Procope de París, por ejemplo. A los sevillanos nos dejan los bares –algunos
con sabiduría para dispensar un buen café- y otros fraudulentos espacios donde
sirven un brebaje templado y lleno de espuma que nos quieren colar como café,
servido, para colmo, en vasos de plástico y palito de madera. Nos obligan a
decir adiós a los cafés como espacio público y estilo de vida.
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