lunes, 26 de septiembre de 2016

12 canciones para una vida

He transitado por la existencia musitando melodías que se han quedado grabadas en mi memoria y me han ayudado a revivir momentos que, sin la música que los impregna, habrían sido olvidados sin que tuvieran una significación especial ni aportaran ningún recuerdo amable. Acaso, sin ese hilo musical que ha sido consustancial con el vivir, ni siquiera recordaría que una vez fui joven y tímido, que buscaba refugio en la música para ocultar mis debilidades y temores. Canciones que me conciliaron conmigo mismo.
Black is black, de Los Bravos.


Estas canciones no responden a un gusto musical determinado ni pertenecen a un estilo concreto, salvo el pop y el rock, sino al arbitrario capricho de quien retiene esas melodías aferradas a su vida por mil y un motivo diversos, a veces contradictorios, aunque generalmente porque le cautivaron en el instante en que las escuchó por primera vez y porque le hacen rememorar acontecimientos, un tiempo o unos sentimientos que cree fueron, en su día, felices y agradables, instantes que vinieron marcados por una banda sonora que los conservó en el cajón de lo inolvidable.
Let it be, de The Beatles.


Muchas de esas canciones sirven de acompañamiento a una pretérita y fugaz felicidad y despiertan aún la nostalgia de lo irremediablemente perdido, pero que deja el rastro indeleble de unas notas musicales con las que siempre las vinculará la memoria.
Honky tonk women, de The Rolling Stones.


Son canciones que de alguna manera forman parte de mi biografía, aunque aquí se relacionan sólo las que constituyen la médula musical de mi identidad personal. Sin ellas yo no sería el mismo porque no habría vivido lo que ellas me hacen recordar.
Ponte de rodillas, de Los Canarios.


Responden a tiempos distintos y estilos variados, pero todas se circunscriben a una época en que la música moderna influyó sobremanera en una generación que estrenaba adolescencia e ilusiones con las que pensaba comerse el mundo, antes de atragantarse con él.
Tu nombre me sabe a hierba, de Serrat.


Incluso imaginábamos poder transformar la realidad a golpes de versos y entonando himnos que señalaban el camino a cualquier lugar ubicado en la utopía romántica del soñador que fuimos.
My way, de Nina Simone.


O nos sumíamos en la más profunda e inútil de las ensoñaciones para bucear en nuestro interior en busca de una paz y una comprensión que jamás encontramos porque el silencio nunca nos perteneció ni supimos apreciarlo. Teníamos prisa por vivir y no podíamos quedarnos quietos.
Sonidos del silencio, de Simon y Garfunkel.


Sin embargo, no renunciamos a balancearnos en las notas agudas de ritmos que nos transportaban a lejanos paraísos sin necesidad de acuerdos políticos ni sustancias alucinógenas. Viajábamos sin salir de casa y con el pasaporte de un sencillo `pick-up´ que nos hacía internacionales y modernos en ferias y verbenas.
Europa, de Santana.

 
Hubo músicas para la revolución que cobardemente nunca emprendimos y para el amor que ingenuamente siempre perseguimos hasta que nos hirió y nos hizo sangrar de dolor, del dolor de los desengaños y el dolor de los obstáculos en los que se tropieza al pretender acapararlo. Canciones que mitifican sentimientos que se hacen eternos entre las notas de un pentagrama, donde siempre te encuentro.
Only you, de Yazoo.

 
O canciones que te invitan a seguirme, a venirte conmigo para volver a soñar, a recrear aquellos lugares que habitamos puros entre nubes de promesas y flores de un prado que irradiaba belleza. Eran tiempos de credulidad y lozanía cuando aún creíamos poder subir todas las montañas y atravesar incólumes todos los valles de la vida. Canciones que nos devuelven la inocencia desperdiciada en crecer y encanecer de serios.
Are you going with me?, de Pat Metheny.


Por eso me gustan estas canciones que acompañaron mi vida y supieron convertir  derrotas en ironías, que cantan la incredulidad de los perdedores y la desconfianza de los vapuleados por las leyes y las hormonas, por las deudas y las enfermedades. Con ellas, yo también transbordo en la estación de la nostalgia, rememorando viejas melodías que me inducen aun a soñar despierto lo que nunca seré y lo que ya fui: otro que llena los balcones de sacos terreros, cual trinchera donde defenderse de todos, también de mi, viejo amigo. Chao.
Transbordo en Sol, de Patxi Andión.
 
 

1 comentario:

Alberto Guerrero dijo...

Como siempre... impresionante, hay canciones como black is black que me han trasladado a la infancia, y esa película que con mis hermanas y mi hermano veía tantas veces, y otra que invitan a cerrar los ojos y subir el volumen, recordando el maravilloso sonido de la buena musica de Nina Simone en un equipo HiFi.
Creo que sólo la buena música consigue llegar a los sentimientos, emocionar y dejar buenos recuerdos.
Muy buen post, entran ganas de hacer un rocopilatorio para viajes en coche.