lunes, 6 de abril de 2015

Obama y los “halcones”


Que la política, sobro todo la internacional, es algo sumamente complejo, es de sobra conocido. Si hasta las relaciones vecinales en una comunidad de propietarios son difíciles, imagínense las que han de establecerse en un país o entre naciones del mundo. La diversidad de intereses en juego es enorme y los objetivos de cada cual, distintos y, en muchos casos, contrarios o enfrentados. Por ello, intentar abordar la comprensión de las relaciones internacionales desde la óptica del “blanco o negro” es desconocer la complejidad de la política. O con las gafas del “bueno o malo” que nos hace distinguir a amigos y enemigos.

Evidentemente, cada país defiende lo que le interesa y beneficia, lo que necesita para su desarrollo, prosperidad y seguridad. El intercambio comercial es posible gracias a la política, así como unas mínimas reglas que sirven para regularlo y poder participar del comercio global. En otras épocas, esas normas las imponía por la fuerza el estado poderoso que invadía y saqueaba los recursos de los que se abastecía. Más tarde, estableció colonias que nutrían al colonizador de materias primas a cambio de cierta autonomía a los nativos para su gobierno interno. Así surgieron muchos de los sátrapas que en un principio consentimos y luego ayudamos a derribar, lo que ha generado problemas nuevos. Ya no existen colonias en el mundo, a las que la ONU reconoció el derecho a la independencia, si gobiernos democráticos así lo decidían. Tal avance ha evitado muchas guerras, pero ha engendrado multitud de conflictos regionales. La responsabilidad de las grandes potencias en el orden mundial es, sin duda, innegable, pues la mayoría de tales conflictos derivan de situaciones coloniales antiguas, pugnas raciales/religiosas o del control de las fuentes/territorios estratégicos, en su día mal resueltos. La historia de esos países explica, que no justifica, el polvorín que actualmente existe en el mundo árabe, en el cáucaso, en el sudeste asiático y en Sudamérica, sin olvidar los que afectan a Rusia con sus exsatélites, como esa guerra que libra no tan solapadamente en el este de Ucrania después de arrebatarle la península de Crimea. Todo un enjambre de relaciones complejo y enrevesado.

Se puede intervenir en este mundo endemoniado con una actitud dialogante o, según las capacidades, violenta, imponiendo con la fuerza o la disuasión militar criterios y condiciones a terceros. A los partidarios del diálogo los consideramos “palomas”, y a los de las decisiones contundentes, “halcones”. Es una manera simplista de reconocerlos, dando por supuesto que los “halcones” pueden dialogar y las “palomas” tirar bombas. Barack Obama, como antes en nuestro país José Luis Rodríguez Zapatero, pertenece al bando de las “palomas”, líderes tachados de “blandengues” por su tendencia a buscar acuerdos que resuelvan conflictos mediante el diálogo y la negociación. Para los “halcones”, cualquier negociación es una cesión; cualquier acuerdo, una derrota; cualquier solución, una rendición propia o una victoria del enemigo. En España participamos de esa dicotomía a la hora valorar las negociaciones con la banda terrorista ETA, acusando al expresidente socialista de rendirse a los violentos. O cuando analizamos nuestras relaciones con Marruecos y los problemas en las ciudades fronterizas de Ceuta y Melilla. Frente a tales focos de tensión, unos son partidarios de la “fuerza”, y otros del diálogo. Lo que no se puede, en ningún caso, es ignorar nuestros compromisos, como el respeto a los Derechos Humanos y a la Constitución, marco legal que conforma los valores que nos guían colectivamente como país democrático en un Estado social y de derecho.

Obama, “paloma” norteamericana que mató a Bin Laden, acaba de encausar pacíficamente el problema del programa nuclear de Irán, alcanzando en unas negociaciones multilaterales, en Lausana (Suiza), un acuerdo provisional que, si los “halcones” de ambas partes no lo sabotean, supondrá un pacto que cierra a ese país el acceso a la bomba atómica. Sería un primer paso para que los persas se adhieran al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que era lo que la comunidad internacional deseaba. Los republicanos del Congreso norteamericano y Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, se declaran contrarios a estas negociaciones y muestran públicamente su desacuerdo al mero hecho de sentarse en la mesa con un país del que no se fían y al que acusan de tener ambiciones expansionistas y promover el terrorismo en la región. Los “halcones” americanos preferirían continuar y hasta endurecer las sanciones económicas con las que obligan a los iraníes a doblegarse a las exigencias del TNP , y los “duros” israelíes amenazan abiertamente de destruir “manu militari” cualquier instalación nuclear de la que se sospeche que sirve para construir una bomba. De hecho, el ministro israelí de Asuntos Estratégicos, Yuvai Steinitz, ha afirmado que “no descartaba la opción militar para hacer frente a la amenaza iraní.” Ninguna de estas amenazas “halconeras” es baladí, pues ambas se han ejecutado en otras ocasiones.

Sin embargo, ninguna de ellas ha impedido que Irán continuara con su programa nuclear, sin ofrecer garantías de que su finalidad era exclusivamente civil. Emprender una nueva ofensiva militar, tras las aventuras desastrosas en Irak y Afganistán, no parecía aconsejable a EE.UU. sin una causa clara y evidente que obligara a ello. Obama ha optado por la vía diplomática del diálogo para, sin renunciar a la fuerza, establecer negociaciones que condujeran de manera pacífica al objetivo perseguido: que Irán no se dote de la bomba atómica. Y ha alcanzado un pacto que parece anticipa ese acuerdo final que garantiza la no proliferación de armas nucleares en la región. Es su manera de actuar en política, con resultados que invalidan las críticas procedentes de los “halcones” de su país y del mundo. A partir de ahora, los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica volverán a comprobar “in situ” el cumplimiento de estos acuerdos, que reducen las reservas de uranio enriquecido, el número de centrifugadoras, limitan la capacidad de producción y permiten la supervisión de todas las instalaciones nucleares de la República Islámica. La contrapartida es el levantamiento de las sanciones económicas que soportaba Irán.

Otro conflicto enquistado en la historia norteamericana es el de Cuba, país con el que Obama ha establecido negociaciones para la normalización de las relaciones. Un bloqueo de décadas que no ha derribado al régimen comunista ni ha empujado a la población contra su propio gobierno, a pesar de las calamidades que venía sufriendo como consecuencia del mismo. Los resultados de la nueva política de diálogo con Cuba están por ver, pero los cubanos se sienten exultantes ante las posibilidades que adivinan si se mantiene la apertura entre ambos países, al igual que los empresarios norteamericanos de disponer de un nuevo mercado en el que hacer negocios.

Sólo en contadas ocasiones es necesaria la fuerza, aunque cuando esta llega su uso es imprescindible. Sin embargo, los “halcones” están convencidos de que la actitud “dura” es garantía de seguridad para alcanzar cualquier objetivo. La historia demuestra lo contrario. Los logros más beneficiosos y duraderos son los alcanzados mediante el diálogo y la negociación, basados en el mutuo respeto y la reciprocidad. Obama se muestra realmente interesado en intentar resolver los problemas con los que se ha enfrentado a lo largo de sus dos legislaturas, con un balance modestamente positivo, aunque no reconocido por la derecha ideológica de su país y minusvalorado por la del resto del mundo. Aparte del conflicto con Irán y Cuba, ratificó el nuevo tratado START con Rusia, que limita el número de cabezas nucleares de ambos países; retiró paulatinamente sus tropas de Irak y Afganistán e intentó cerrar la cárcel de Guantánamo. Durante su mandato, impulsó una reforma sanitaria que extiende la asistencia médica a toda la población, en un país donde el medical care no se concibe si no es con una póliza privada; una reforma fiscal que ha permitido la mejoría económica, la superación de la crisis y la creación de empleo, y una reforma migratoria que buscaba, no tanto regularizar a los “sin papeles”, sino proporcionarles alguna ayuda con la suspensión de su deportación durante un plazo de tres años y la posibilidad de solicitar un permiso provisional de trabajo. Ninguna de estas reformas, excepto la económica, la ha culminado como confiaba debido a la encarnizada oposición de los republicanos. Pero así es la política.

Con todo, Barack Obama pasará a la historia, no como el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, sino por la sensibilidad social de sus políticas y por iniciar la solución a los grandes conflictos crónicos que heredó de administraciones anteriores. No ha asentado la paz en el mundo, pero evitando que Irak disponga de armamento nuclear lo ha hecho un poco más seguro. El tiempo revalorizará su legado.

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