Si había dudas de que la política está al servicio de la economía (de mercado, se entiende) y que los poderes económicos mandan sobre los políticos (que se supone responden al bien general), la confesión de Mariano Rajoy de estar sopesando una “flexibilización” de la legislación sobre el tabaquismo, más conocida como ley antitabaco (Ley 42/2010), lo aclara con rotundidad. No existe la más mínima confusión al respecto: el interés del magnate norteamericano Sheldon Adelson, empeñado en construir en Madrid un macro casino al estilo Las Vegas, está por encima de la salud de los españoles. ¡Es el negocio, estúpido! podría responderse a los que aún distinguen la economía y la política como ámbitos distintos en los que podrían colisionar intereses contrapuestos. Nunca habrá tal disyuntiva, pues siempre prevalecerá la economía, rectora de la gobernanza mundial, al interés común. Hasta tal punto hay esa subordinación que puede decirse que la democracia es fruto del interés del mercado por garantizar la seguridad y estabilidad de sus negocios transnacionales antes que al deseo por reconocer derechos y libertades a los ciudadanos. Por ello, los segundos están condicionados por los primeros.
De esta manera puede entenderse que, excusándose en la creación de puestos de trabajo, el Gobierno de España tramite incorporar exenciones a la ley que prohíbe fumar en cualquier establecimiento abierto al público para dar satisfacción a las demandas del propietario del casino y permitir no solo que sea posible mantener un cigarrillo en la boca mientras se juega a las maquinitas en salones enmoquetados, sino hasta que los menores de edad puedan hacer ambas cosas: fumar y jugar en las ruletas. No puede haber restricciones a una afluencia rentable de clientes, deslumbrados con las luces y los señuelos de un fácil enriquecimiento, que beneficie al impulsor del negocio, cuyo lucro ha de asegurarse por todos los medios, incluido el de la modificación de leyes sobre salud pública.
Previamente se ha “reformado” la “estructura” laboral para que el coste salarial de los trabajadores y los derechos que devengan en antigüedad, compensación por festivos o despido y contra posibles abusos, entre otros, no supongan un coste elevado a las empresas. Así pueden los patronos multiplicar sus ganancias y disponer de paraísos fiscales donde ocultar capitales para eludir pagar impuestos. Díaz Ferrán, aquel presidente de la patronal actualmente en prisión por su conducta fraudulenta al frente de sus negocios, es elocuente de esa ambición y avaricia sin límites.
Pero en vez de actuar con leyes que eviten tales irregularidades, el Gobierno se apresta a lo contrario, a desrregular las protecciones que hacían prevalecer la salud de los españoles sobre cualquier otra consideración, simplemente por atender la solicitud de un magnate que persigue sólo aumentar sus márgenes de beneficio. Y todo ello a cambio de unas migajas de puestos de trabajo en un país hambriento por trabajar, aunque sea en un sector que tan poco contribuye al progreso y desarrollo industrial como este dedicado al juego, la bebida y la prostitución elegante.
Hoy, Día Mundial sin Tabaco, me hubiera gustado celebrar que contamos con un Gobierno que, al regular un vicio perjudicial -científicamente comprobado- para la salud como es fumar, vela por el bienestar, la seguridad y la prosperidad, incluso sanitaria, de todos los ciudadanos, sin claudicar ante una economía que se guía únicamente por el lucro y la rentabilidad a cualquier precio. Y me hubiera gustado sentirme protegido por mi Gobierno, no sólo por no ser fumador, sino porque hace prevalecer que la exposición a los tóxicos contaminantes del humo del tabaco no provoque la muerte o la aparición de enfermedades respiratorias a millones de personas, fumadoras y no fumadoras.
Si cambiar el modelo productivo de la economía de España, basado en el ladrillo (ya desinflado) y el turismo, por el de casinos y lugares de ocio como espacios con inmunidad para saltarse las leyes que entorpecen su negocio, mal cambio hemos hecho. Si eso es I+D+i, será por las tragaperras de última generación, ruletas telecontroladas digitalmente y señoritas que innovan un viejo oficio. Sólo con esa intención se comprenden los recortes en becas, educación e investigación científica que se han realizado en nombre de una presunta austeridad. Sobran universitarios porque lo que se necesita son camareros, tiradores de cartas y vigilantes. Ya lo sabéis, chavales. El “amigo” Adelson os llama para daros trabajo.
viernes, 31 de mayo de 2013
Viernes insensato
Fin de mes y fin de semana, conjunción que permite disfrutar
de alguna financiación –ahora que ni los bancos tienen dinero para prestar-
para olvidarse en la barra de un bar de las preocupaciones que agobian a los
que, afortunadamente, viven al día, aunque con el temor de perder lo único que
atesoran: un trabajo. Otros, en cambio, ya han sido víctimas de las “reformas
estructurales” del mercado del trabajo y
han ido a parar con sus huesos a la calle. Parece un crimen tener
trabajo, casa y familia en este país enloquecido y absurdo, que incluye en su
Constitución el deber de pagar una deuda antes que prestar un derecho a sus ciudadanos.
Ojalá pasen estos tiempos con la velocidad que pasan los días y se suceden las
estaciones, como en esa canción de mi juventud insensata. No para recuperar las
posibilidades de dispendio, que también, sino para que el sentido común nos
devuelva la solidaridad y una sociedad más justa. Insensato.
miércoles, 29 de mayo de 2013
Un mundo en regresión
Últimamente se están produciendo una serie de acontecimientos en países que, a ojos del español que no hace mucho tiempo -en términos históricos- pudo sacudirse el yugo de una dictadura, parecían más avanzados en hábitos democráticos y sociales. Desde aquel complejo de inferioridad que nos hacía escudriñar lo foráneo, observábamos con devoción las sociedades educadas y tolerantes de Francia y Suecia, por citar ejemplos, con la sana envidia de asemejarnos a ellas no sólo en cuanto a niveles de renta y prosperidad materiales, sino sobre todo en relación al disfrute de derechos y libertades reconocidos a sus ciudadanos y a los estándares culturales que posibilitaban erradicar supercherías y el peso de unas rancias tradiciones soportadas sólo por ignorancia, aislamiento y manipulación doctrinaria.
Sin embargo, parece que el mundo está hoy día en franca regresión,
tanto en esos paraísos admirados de nuestro entorno como en el propio solar
español. Excepto en el ámbito tecnológico, retrocedemos a marchas forzadas por
la rampa que nos devuelve a épocas pretéritas en casi todos los aspectos en que
creíamos haber progresado aún a costa de trompicones. Salvo la técnica que
evoluciona sin cesar hacia una complejidad que facilita lo inimaginable, sin
importar si es útil o banal, las ideas y la convivencia andan sus pasos para
retrotraernos a tiempos y condiciones que creíamos superados, pero -por lo que
se ve- no olvidados definitivamente.
Por eso causa estupor, al españolito que creía haberse incorporado
al mundo moderno, contemplar las desaforadas manifestaciones francesas contra
el matrimonio homosexual, con enfrentamientos incluso graves a causa de la
creciente crispación y radicalización de la protesta, en un país que se presumía
libertino en sus costumbres y adonde se acudía para descubrir fetiches
sensuales como Brigitte Bardot o asombrarse como un palurdo de las utilidades
eróticas de la mantequilla en manos de Marlon Brando. Y todo por la inesperada
y exagerada reacción promovida por los sectores más conservadores y religiosos
de una sociedad que, ya en la década de los 80 del siglo pasado, bajo el
mandato de François Miterrand, había despenalizado la homosexualidad,
aceptándola como una expresión más de la conducta e identidad sexual del ser humano.
Ya no es sólo España, cuna de la Inquisición y reducto
alcanforado de supuestas virtudes virginales inculcadas mediante imposiciones
morales al gusto de la
Conferencia Episcopal , la que está en peligro de caer en la
desviación y el pecado, sino que es también la vecina Francia libertina la que
se levanta en barricadas por los Campos Elíseos para oponerse, todavía sin
obispos tras las pancartas, a que se reconozca el derecho al contrato
matrimonial de los que desean vivir su sexualidad como les sale del culo, es
decir, como les da la gana, sin que ninguna autoridad, ni terrenal ni divina,
tenga que inmiscuirse en lo que concierne al ámbito privado del individuo, sin
que obligue al heterosexual disconforme.
Pero es que la nórdica Suecia, patria de las esculturales
bellezas que nos descubrieron el cuerpo femenino tapado sólo con dos trapos en
las playas de nuestra adolescencia, la que se muestra ahora xenófoba e
intolerante con los inmigrantes. El Estado de bienestar más sólido del mundo,
modelo de equidad y prestaciones en lo que era el paraíso social por
excelencia, ha saltado por los aires, no por culpa de la crisis económica que
afecta a los demás naciones europeas, sino a consecuencia de las políticas de
un gobierno conservador, impropias de la admirada sociedad sueca, con seguridad
la más permisiva del continente. Las calles de Estocolmo y de otras ciudades
han ardido por los enfrentamientos entre inmigrantes y policías a causa de los
recortes en las ayudas dirigidas a una población no autóctona que había
encontrado en Suecia el trabajo, la estabilidad, la integración y la
convivencia que no hallaban ni en sus países de origen ni en otros de la Europa desarrollada del
primer mundo.
Ambos países, otrora faros del progreso, son mitos que se
derrumban estrepitosamente por la deriva que empuja a esas sociedades hacia el
conservadurismo más insolidario y retrógado que pudiéramos imaginar. Y si esto
es posible en esos paraísos que conformaron la meta de nuestros sueños para una
convivencia cimentada en los derechos, el respeto y la pluralidad, sujeta sólo
a principios democráticos y pacíficos, en nuestro país la derrota es aún mayor.
Los recortes y los ajustes afectan a la mayoría de las víctimas de la crisis,
no a la minoría privilegiada que la facilitó con sus abusos y avaricias. Aquí se
eliminan derechos que nada tienen que ver con la supuesta austeridad material a
que estamos obligados por un mercado sin rostro y sin alma, pendiente sólo de
sus intereses. La religión vuelve a ser asignatura “troncal” en la educación,
el aborto un delito para la mujer y el Estado se torna en un ente policial que
carga contra cualquiera que ose manifestarse en contra de las injusticias que
se ensañan con los más débiles, ya sean estudiantes de bachillerato, abuelos
estafados con la preferentes o humildes familias a las que desahucian de
sus viviendas tras expulsarlas del trabajo.
El mundo parece, pues, embarcado rumbo al pasado, a los
tiempos felices que disfrutaban las élites de una sociedad estamental que levantaban
fronteras infranqueables a las personas, no al capital. Retrocedemos a grandes
zancadas a las épocas hipócritas de una moral puritana, partidaria de la
caridad antes que de la justicia, cuando la iglesia legislaba con el poder
absoluto de su connivencia con la política sobre asuntos de Dios y del César, y
los pobres tenían que conformarse con la promesa del cielo, no de una justicia
social redistributiva que les ayudara a escapar de situaciones indignas por la carencia
de oportunidades.
Asistimos aturdidos a una derrota que nos humilla a vivir mejor que
nuestros hijos, a quienes dejamos un horizonte sin esperanzas, sin trabajo, sin
pensiones y sin socorros, entrampados de por vida por estudiar, adquirir un
techo, tener salud o formar una familia. Ya no hay paraísos a los que escapar
de nuestras miserias porque la globalización ha extendido lo peor de la miseria
por el mundo: el egoísmo y el odio al semejante, por causa de la edad, el sexo,
la raza, la religión o la condición social, para culparlo de nuestras
desgracias, tanto en Suecia o Francia como en España. Vivimos un mundo en regresión
lunes, 27 de mayo de 2013
Diez años de una infamia
El tiempo pasa sin que se asuman responsabilidades por la serie de negligencias que determinaron la suerte de los 62 militares españoles que perdieron la vida en el accidente del avión ucraniano Yakolev 42, estrellado contra las colinas de Trebisonda, el 26 de mayo de 2003, en Turquía. Se trataba de un vuelo contratado por el Ministerio de Defensa para trasladar a los soldados que regresaban de Afganistán tras servir en la misión que tenían encomendada por el Gobierno de España en aquel país asiático.
Una serie de circunstancias explica -que no justifica- el
nefasto curso de los acontecimientos por los cuales una institución militar
subordinada a directrices gubernamentales, como es el Estado Mayor de la Defensa , fleta un avión
que no reunía las condiciones necesarias para el traslado de los soldados, es pilotado
por una tripulación que tampoco, por lo que se ha conocido de la investigación,
ofrecía mucha seguridad, al no respetar los descansos reglamentarios para
realizar el vuelo en óptimas condiciones físicas, y al parecer no estaban
instruidos para un aterrizaje, en condiciones de escasa visibilidad, en aquel
aeropuerto turco. Fatiga, inexperiencia y negligencia son las causas inmediatas
que explican el despiste de los pilotos en la aproximación a pista, errar el
rumbo y acabar estrellándose contra las montañas. Fue la mayor tragedia sufrida
en misiones de paz por el ejército español.
Esa cadena lamentable de errores, que lleva a un organismo
oficial a confiar en empresas que subcontratan los servicios solicitados sin las
debidas garantías de seguridad, puede ser explicada -que no justificada- por rutinas
burocráticas y la inexistencia de contratiempos (?) previos en el traslado de
tropas efectuados por medios ajenos al propio ejército, sin duda mucho más
económicos y prácticos, aunque según José Bono, sucesor de Federico Trillo en
el Ministerio de Defensa, existían, al
menos, 18 quejas sobre la seguridad de los vuelos contratados en este tipo de
traslados. En cualquier caso, el juez de la Audiencia Nacional
Fernando Grande-Marlaska, que juzgó a la cúpula militar de entonces, sentenció
que no había “responsabilidad penalmente relevante” y achacó el accidente a la
“fatiga y la falta de preparación” de la tripulación. Todavía hoy, en el décimo
aniversario de la tragedia, los familiares de las víctimas del Yak-42 han tenido que apelar a la Justicia de Alemania para
conseguir las indemnizaciones a las que debe hacer frente, por un importe total
de 6,2 millones de euros, la empresa Chapman Freeborn, intermediaria en la
contratación del avión.
Pero lo más lamentable y vergonzoso de este accidente fue la
chapuza llevada a cabo en la identificación de los cadáveres y las prisas por
celebrar un funeral de Estado, con los féretros repatriados a España, para dar
carpetazo al asunto. Es lo más vergonzoso e infame, pues, tras las denuncias de
los familiares de las víctimas, se comprueba la existencia de identificaciones
falsas. Hay que esperar más de un año para que el Instituto Nacional de
Toxicología certificase errores en 30 identificaciones, lo que daría lugar a un
segundo proceso judicial que, en 2009, condena al general de sanidad, Vicente
Navarro, al comandante médico José Ramírez y al capitán médico, Miguel Sáez,
por las irregularidades forenses cometidas en esas identificaciones. Eso obligó
a exhumar los cadáveres para que los familiares pudieran enterrar los restos verdaderos
de sus seres queridos. Mayor infamia no cabe.
Sin embargo, a pesar de las irregularidades,
negligencias y falsedades que concurren en este caso, ninguna autoridad civil
ni militar ha asumido responsabilidad alguna por lo sucedido, ya que el general
Navarro falleció sin cumplir condena y sus subordinados fueron indultados por
el Gobierno, al considerar que obraron de buena fe, aunque hubieran sido
condenados por complicidad en el falseamiento de identidades y ocultación de
pruebas.
Ayer, al cumplirse el décimo aniversario del fatídico
accidente, los familiares celebraron un homenaje de recuerdo en Zaragoza, sin
cejar en el empeño de exigir la asunción de responsabilidades y una justicia
que creen que España les niega. Ninguna autoridad acudió al acto en demostración
de que, para los políticos que nos gobiernan, morir por tu país no es motivo
suficiente para honrarte, sobre todo si la causa no es una bala enemiga, sino
la mediocridad y la negligencia de los que te obligan a subirte a un féretro
volante.
viernes, 24 de mayo de 2013
El timo de la crisis
Hace cinco años, desde la bancarrota de Lehman Brothers en septiembre de 2008, lo que nunca habíamos imaginado -reformas estructurales y recortes en derechos- se está produciendo a causa de una crisis económica que hemos interiorizado como fruto del gasto desorbitado por parte de los Estados. Tan eficaz ha sido la campaña de “mentalización” emprendida que ya nadie rebate la consigna de que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Nos han hecho creer que la crisis ha venido provocada por una deuda pública generada por el excesivo gasto en servicios públicos y sociales. Y lo hemos asumido sin rechistar, dejando que nos empobrecieran, rebajaran salarios, redujeran o suspendieran prestaciones y eliminaran derechos como nunca antes se había visto ni tolerado de forma tan sumisa y pacífica.
Tras cinco años de un colapso financiero que ha estrangulado
a la mayoría de las economías de los países de nuestro entorno, seguimos
sufriendo las consecuencias no sólo de una crisis sabiamente manejada por sus
causantes para culpabilizar a las víctimas, sino además de ser maltratados por
las medidas que la combaten con la disimulada intención de imponer el
neoliberalismo en la economía global de mercado. Es el triunfo de una hegemonía
ultraliberal que utiliza la crisis para barrer cualquier atisbo de oposición a
su ideología, en una batalla que libra desde que irrumpiera el tándem formado
por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, a mediados de los años setenta del siglo
pasado, contra aquellas políticas socialdemócratas surgidas tras la Segunda
Guerra Mundial que supusieron la reconstrucción de Europa y la erección de lo
que desde entonces se conoce como Estado de Bienestar.
Con la excusa oportuna de la crisis, hemos sido víctimas de
un gran timo para responsabilizarnos de los desmanes de especuladores privados
que, a partir de las hipotecas subprime y demás quiebras de entidades
financieras (AIG, Fannie Mac y Freddie Mac, etc.), colapsaron el sistema
llevando a la quiebra a bancos y entidades de crédito, dificultaron la
financiación de los estados e hicieron estallar en nuestro país una burbuja
inmobiliaria que nos mantenía en el espejismo de la abundancia. Las
consecuencias no tardaron el llegar con el parón de la actividad económica, la
caída enorme del PIB y el desempleo de millones de trabajadores.
La ortodoxia liberal había conseguido debilitar las ideas
progresistas en el plano económico y social, haciéndolas aparecer como
trasnochadas e ineficaces, hasta el extremo de obligarlas a renunciar de muchas
de las conquistas igualitarias que contrarrestaban los abusos más groseros de
un sistema capitalista desalmado. De este modo, las expresiones modernas de la
socialdemocracia -la tercera vía de Tony Blair, el SPD alemán, el PSOE
español, etc.- actuaron acomplejadas por
un pensamiento débil que les inducía a promover reformas liberalizadoras en las
economías nacionales, a privatizar empresas estratégicas, a desregular mercados
y a admitir los axiomas neoliberales acerca de una presunta intromisión del
Estado que obstaculiza el crecimiento económico.
Son precisamente tales medidas supresoras de regulaciones y
de controles del mercado, liberándolo del interés general de la sociedad, las
que han propiciado una crisis generada por la avaricia de los especuladores
financieros. La doctrina neoliberal de que el mercado se autorregula sin
necesidad del intervencionismo del Estado queda, así, desenmascarada en su
falsedad. Y los mismos que, imbuidos en ese pensamiento, promovieron esta
situación de absoluto descontrol y alimentaron la rapiña de los especuladores,
son los que ahora pretenden sacarnos del atolladero con el cinismo y la
desfachatez que les caracteriza.
No hacen más que rehuir de su responsabilidad y endosársela
a los ciudadanos. Del desastre de un mercado dejado a su albedrío, que elevó la
deuda privada -que no la pública- hasta niveles que hicieron colapsar al
sistema financiero, se ha pasado a una deuda pública que financia el rescate de
aquella mediante recortes en educación, sanidad, dependencia y otros servicios
públicos que trasladan el sufrimiento a la población y abocan a la parálisis a
gobiernos y países cuya economía está siendo intervenida de facto y
enajenada su soberanía. Personajes como, por ejemplo, Luis de Guindos, ministro
español de Economía, y Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, son
representativos de ser “pirómanos” y “bomberos”, simultáneamente, al proceder
de agencias (Lehman Brothers) y bancos (Goldman Sachs) que prendieron el
“incendio” de la crisis, sin que ello los
inhabilite para presentarse como los que van a “sofocarlo” con las medidas que nos
están recetando. Pero, no nos engañemos: ellos son simplemente agentes
manijeros de la ideología que aspira al dominio absoluto.
Sin embargo, tales medidas no se dirigen a aliviar a los
Estados (y a sus nacionales indefensos) de la estafa de que han sido objeto.
Antes al contrario, se les obliga a endeudarse aún más, prohibiéndoles acudir a
los bancos centrales para financiarse y debiendo hacerlo a través de la banca
privada en condiciones tan desfavorables como las que determinan los inversores
especulativos y las agencias de calificación. La economía se impone, de esta
manera, a la política y dicta las condiciones, como esas medidas de severa austeridad
para “equilibrar” presupuestos que agravan la recesión económica y la
convierten en una depresión generalizada. Para Paul Krugman, un economista
crítico con esta “doctrina destructiva”, el fracaso de esas políticas es
evidente.
Ya nadie se acuerda, a estas alturas de la debacle, que la
crisis que estamos padeciendo es consecuencia de una crisis del sistema
financiero, falto de regulación, y no al revés. Y que fue el modelo neoliberal
el que provocó el surgimiento de esta crisis, que se ve agravada por las
medidas que sus propios causantes nos están imponiendo porque les conviene, no
sólo por maldad.
Según Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de
la Universidad de Sevilla, el incremento de las desigualdades se ve favorecido
por el desvío del ahorro de las clases más ricas hacia la especulación en vez
de a la actividad productiva, lo que hace disminuir la recaudación pública. Y
que esa desigualdad es producto deliberado de los grandes grupos oligárquicos
que imponen moderación salarial, trabajo en precario, reformas laborales
regresivas, etc.
Son esos intereses económicos e ideológicos preconizados por
los ultraliberales los que niegan toda alternativa para combatir la crisis,
aunque en un primer momento no se opusieran a las recetas neokeynesianas que
aconsejó el G-8, reunido en Washington en noviembre de 2008, y que inicialmente
se aplicaron en España cuando el sector de la construcción entró en deflación
(pinchazo de la burbuja inmobiliaria) y se procuró infructuosamente
contrarrestar el parón de la actividad mediante el Plan E, las ayudas a parados,
inversión pública y otros estímulos fiscales. A pesar de contar con superávit,
el derrumbe de los ingresos fiscales y las inversiones de emergencia destinadas
a paliar la desaceleración económica provocaron el déficit al que ahora achacan
los liberales la culpa de la recesión y la crisis.
Negando la mayor, se traslada a la ciudadanía y a los
servicios que recibe del Estado la culpa de los desafueros cometidos por los
bancos y los especuladores privados, como si aquellos hubieran forzado a los
bancos a concederles hipotecas y éstos no hubieran ofrecido la suscripción de
tales productos financieros sin las debidas garantías de solvencia, embriagados
por la vorágine inmobiliaria. En un mundo globalizado, el riesgo de las
hipotecas subprime se transfirió a bonos
de deuda, fondos de pensiones, de inversión, etc., contagiando a todo el
sistema financiero, sin que las entidades de calificación de riesgo (Standard´s
& Poors, Moody´s, etc.), en parte beneficiadas por estas transacciones,
alertaran de ninguna anomalía.
Ingentes cantidades de dinero público se ha destinado a
salvar los bancos, provocando la crisis presupuestaria que sufren unos Estados
que han de financiarse por la banca privada. Alemania, cuya potente economía tiene
importantes inversiones como país acreedor, no ceja en las políticas de
austeridad en Europa para obligar a los países periféricos a que paguen la
deuda contraída con los bancos alemanes. Hacia el país germánico está circulando
un enorme flujo de capitales que beneficia su deuda pública, abaratando su
coste por estar muy solicitada y convirtiéndola, ante la inseguridad y
desconfianza de los mercados, en un depósito de seguridad, como explica el
profesor Vinçen Navarro. Por ello, Merkel se niega a la emisión de eurobonos, a
modificar el estatuto del Banco Central Europeo para que financie sin intereses
a los Estados miembros (con los debidos controles) y a aquellas políticas que
confían más en el crecimiento que en la austeridad para salir de la crisis.
Es evidente que esta crisis beneficia a algún país, enriquece a unos cuantos especuladores y, sobre todo, posibilita la imposición de un sistema que, ciego a sus fallos criminales, apuesta por un liberalismo acérrimo en la economía, a pesar de que conlleve la pobreza y la desatención de millones de personas. Y lo que es más grave, los recortes y “ajustes” en la inversión pública y el gasto social darán lugar a un futuro de penurias y sufrimientos que los ciudadanos no merecen, como advierte el catedrático citado de Sevilla. Los ciudadanos no fueron los culpables de la crisis, ni tampoco los causantes de la deuda de los Estados, sino la avaricia de los que acusan a los inocentes y los castigan sin misericordia, simplemente por un frío cálculo económico e intereses ideológicos. La crisis es un timo de proporciones gigantescas e inmorales que tarde o temprano hará convulsionar a los damnificados
miércoles, 22 de mayo de 2013
Depredadores
Vivimos una época dorada para los depredadores. Campan a sus anchas por dominios en expansión y están dotados de armas formidables para la supervivencia. Además, disponen de un encanto que subyuga a las víctimas, a las que embaucan con una belleza irresistible y una capacidad de simulación insuperable. Son de una voracidad insaciable y carecen de piedad a la hora de elegir presa, que puede ser de cualquier especie distinta de la suya. Te hunden sus garras con una elegancia y una precisión escalofriantes. Ocupan la élite del reino animal y se comportan con la displicencia que se adquiere al imponer siempre su voluntad. Son fácilmente detectables pues se ubican en la cúspide de cualquier hábitat, donde se exhiben sin pudor y sin miedo a ser despojados de su poder, porque pertenecen a la clase dominante. Tienen muchos nombres, halcones, tiburones, leones o explotadores, y todos son iguales: crueles.
martes, 21 de mayo de 2013
La crisis de la prensa (y 2)

Es un vaticinio que se repite como un mantra: la prensa escrita está condenada a desaparecer. Hasta hay quien predice el momento exacto, situándolo hacia el año 2043, como se atreve a precisar Philip Meyer en su libro The Vanishing Newspaper, un plazo que incluso parece optimista porque, a juzgar por la magnitud de los cambios que afectan al negocio, es posible que se adelante la fecha en que el último periódico en papel publique la esquela de su propia defunción. Ya nadie pone en duda una muerte tan anunciada.
Por todas partes asoman datos que pronostican tal desenlace.
En primer lugar, la difusión de la prensa escrita en occidente lleva años
acumulando descensos imparables que ninguna de las campañas de autopromoción llevadas
a cabo (con ofertas de libros, videos, cuberterías, vajillas, juegos, relojes y
todo tipo de artículos que se pueda imaginar) ha conseguido contrarrestar. Muchos
de esos lectores han abandonado el papel por instrumentos electrónicos y
aparatos digitales que permiten la consulta del periódico de forma permanente tras
una transición que ha sido facilitada por los propios medios, que ven menguar
el volumen de su negocio ordinario y optan por la ampliación a la edición
digital para intentar compensar tales pérdidas. La totalitaria implantación de
las plataformas digitales multimedia conforma el futuro modelo de negocio de
los medios de comunicación, lo que ha provocado una carrera por ser de los primeros
en ocupar un nicho de mercado que todavía nadie sabe cómo quedará determinado.
Y eso provoca una primera reacción desesperada de consecuencias letales: la deuda
empresarial.
Los antiguos periódicos han devenido, se han integrado o han
sido absorbidos por conglomerados mediáticos que, como empresas multinacionales
que son o tienden a ser, invierten ingentes cantidades de dinero para
procurarse un lugar en una cúspide que proporcione dividendos a la sociedad o
el holding. Esa concentración de medios en conglomerados multimedia y el
elevado endeudamiento necesario para conseguirlo se ha convertido en uno de los
elementos causales de la crisis que padece la prensa en general. Se ha querido
poner una vela a la prensa escrita y otra a la digital, cuando la primera
representa un negocio en extinción y la segunda una apuesta por una
probabilidad todavía incierta. Para colmo, la crisis económica golpea a ambos modelos
con igual dureza, agravando no sólo la disminución de la audiencia en papel
sino, además, ocasionando el descenso en las versiones en digital y trasladando
la pérdida de publicidad, crónica en papel, a las ediciones en internet.
Para el analista Juan Varela (http://www.periodista21.com/2013/04/caen-los-diarios-en-papel-y-en-internet.htlm),
tal desplome de lectores -en papel y digital- evidencia “un agotamiento del
modelo y una crisis de credibilidad que erosiona aceleradamente a las cabeceras
tradicionales”.
Pero el problema no es sólo de adaptación a una revolución
tecnológica de resultados inciertos. El problema surge cuando una empresa que
se dedicada a editar un periódico no es rentable y busca el crecimiento para afianzarse
como conglomerado de comunicación (prensa, radio, televisión, libros,
contenidos, cine, etc.) y se endeuda hasta volverse inviable. Al descenso de
las ventas se une la caída de la publicidad y la disminución del valor de los
activos y de las acciones bursátiles, todo lo cual aboca a niveles de
endeudamiento insoportables. Es así cómo la crisis de los medios permuta en un
“capitalismo de casino” por el que los grandes ejecutivos y directivos
empresariales, incluso siendo periodistas, se prestan entonces a escudarse en
la revolución tecnológica para justificar sus desmanes imperialistas y se
comportan como cualquier patrono neoliberal: recortando gastos de redacción con
sucesivos expedientes de regulación de empleo en todas las unidades de negocio
y permitiendo la entrada en el capital de fondos especulativos dispuestos a
“pescar en río revuelto”. El problema, como señala Pere Rusiñol ("Papel mojado. La crisis de la Prensa y el fracaso de los periódicos en España" eldiario.es), es que,
desde ese momento, dejan de existir las empresas editoras de periódicos para
transformarse en empresas propiedad de sectores ajenos, fundamentalmente del financiero.
La mayoría de los grandes medios españoles ha corrido esta suerte: pertenece al
mundo financiero. Una realidad que afecta de lleno a la credibilidad de los
periódicos por el conflicto de intereses que se genera en su núcleo.
Deben asumir una nueva cultura empresarial, obligada por la
propiedad de estos conglomerados multimedia, que concibe la sociedad como
mercado y a los lectores como clientes, lo que debe redundar beneficios en la
cuenta de resultados. Y, para empezar, hay que reducir gastos. En los últimos
cinco años se han eliminado más de diez mil puestos de trabajo en el sector,
afectando especialmente a esos periodistas veteranos, reacios a vender su
independencia por un plato de lentejas. Como ejemplo caliente, la abrupta
salida de Maruja Torres de El PAIS,
hace sólo unos días, por su posicionamiento en contra de ese “capitalismo de
casino” que se practica en el diario de PRISA, empresa editora. Ella misma lo
explicaba en las redes sociales: “El
director de EL PAÍS me ha echado de Opinión y yo me he ido de EL PAÍS. Tantos
años... Pero es un alivio".
Queda, por tanto, un modelo de negocio fuertemente
controlado por sectores ajenos al periodismo que condiciona su labor y vulnera
los valores y la esencia del mismo: su credibilidad. Plantillas maleables, la
información como mercancía que puede y se debe explotar como
espectáculo al gusto del consumidor y útil para su entretenimiento, la continua
y permanente actualización de noticias que ni se contrastan ni se elaboran, simplemente
se “cuelgan” en estado bruto a cualquier hora del día o de la noche, la
precarización de unas estructuras cada vez más “baratas” a base de suprimir
corresponsalías, ahorrar en colaboradores de prestigio y contratar a jóvenes periodistas
mal retribuidos y sin tiempo para investigar ni hacer reporterismo de calidad,
etc., todo ello es lo que está ocasionando la crisis mortal de la prensa. Dice
Lluís Bassets en su último libro ("El último que pague la luz. Sobre la extinción del periodismo", editorial Taurus, Madrid 2013) que “el
periodismo como oficio queda engullido en las profesiones de comunicación,
hasta que éstas, a su vez, quedan englobadas en la vida digitalizada”.
Ese es el caldo de cultivo en el que proliferan los medios
digitales dispuestos a ofrecer al lector la instantaneidad que desea, la
comunicación constante y permanente, el flujo imparable de noticias sin apenas
confirmación, procedentes en su mayor parte -a falta de fuentes y recursos
propios- de gabinetes de prensa, agencias de relaciones públicas, de
instituciones diversas y de otros medios en la red que se dedican a rebotar lo
que reciben. La exuberancia informativa parece una característica del
periodismo digital. Sin embargo, no son verdaderas noticias, en el sentido
clásico del término, sino versiones y refritos de lo que puede convertirse en
noticia o permanecer como un bulo miles de veces repetido, como esos mensajes
que se reenvían hasta el infinito en los e-mails entre particulares.
Más que una crisis tecnológica, lo que está matando a la
prensa es su claudicación ante la economía y los intereses extraños que hacen
prevalecer los nuevos propietarios. Como ya adelantaba en la primera entrega de
este comentario, se trata de una crisis mortal, a menos que el periodismo sepa
evolucionar. Porque, sea en papel o en modo digital, la prensa sólo tiene una
finalidad: desenmascarar al poder, reclamarle transparencia y desvelar la
verdad que pretende ocultar, convertirse en la mosca cojonera de cualquier
poder establecido, sea político, económico o social. Sólo así puede cumplir con
su función antiséptica en las democracias, al extender la información relevante
entre los ciudadanos para que pueda conformarse una opinión pública. Sea cual
sea el soporte en que se base, la prensa tendrá futuro si los periodistas
siguen confiando en un oficio imprescindible que ofrece información veraz,
relevante y contrastada de manera diligente, elaborada con independencia de los
hechos, de las personas que protagonizan esos hechos y de los poderes que
intentan mediar en su trabajo, manteniéndose firmes en la lealtad inexcusable
hacia los ciudadanos.
Eso es lo
que me hace otear apesadumbrado un horizonte que se empeña en presentar negros
augurios sobre la crisis de la prensa: está instalada en su mismo corazón, allí
donde late el buen periodismo.
viernes, 17 de mayo de 2013
¿Por qué se fusionan hospitales?
Esa desconfianza en las intenciones de la Consejería de Salud
genera la radicalidad de las posturas que se enfrentan al dilema de fusión sí o
fusión no, sin valorar abiertamente los beneficios o perjuicios de una opción
que, en principio, ni es buena ni mala en sí misma, sino que depende de la
finalidad perseguida y de la compatibilidad de las estructuras que se agrupan
para aprovechar sinergias y eliminar duplicidades, todo ello sin restar calidad
en el servicio, ganar eficiencia y no acarrear demasiadas incomodidades a los
usuarios.
Los sindicatos, las asociaciones vecinales y las de
pacientes se muestran unidas en el rechazo a este macro proyecto de fusión en
la sanidad pública de Andalucía por considerar que se hace a espaldas de los
profesionales y de los representantes de los trabajadores, porque se lleva a
cabo sin presentar ningún estudio o informe previo que lo aconseje y,
fundamentalmente, porque parece impulsado simplemente por la búsqueda de un
ahorro basado en recortes de plantilla (mediante amortización de puestos) y la
supresión de otras partidas presupuestarias, lo cual puede influir en un
deterioro de la calidad asistencial.
El proceso de convergencia ha arrancado con la unificación
de las gerencias de los hospitales destinados a fusionarse, lo cual, en
estricta teoría empresarial, daría lugar a una nueva entidad que englobaría el
patrimonio y los recursos de las empresas fusionadas. Y de hecho esa debía ser
la meta proyectada a tenor del nombre corporativo de la nueva entidad
resultante: “Complejo hospitalario Sevilla”, “Complejo hospitalario Granada”,
etc. Es decir, desaparecerían las entidades que se fusionan para originar una
nueva, conforme a la lógica empresarial. En las facultades se enseña que un
proceso de concentración empresarial tiene la finalidad de abaratar costes y conquistar
predominio en el mercado. Siendo lo segundo innecesario para una sanidad que
monopoliza esa prestación como servicio público, la supresión de costes y la
reducción de gastos emergen como el único objetivo racional para la fusión de
estos hospitales.
Las autoridades manifiestan el propósito de avanzar hacia un
modelo de descentralización y organización profesional por el que se
redistribuyen servicios y tareas sin que dependan ni de ubicaciones heredadas (los viejos hospitales)
ni de nueva construcción. En esta especie de “hospitales sin muros”, cuyas
instalaciones estarían repartidas por toda la ciudad, los servicios quedarán
integrados -según carta interna del gerente del Virgen del Rocío de Sevilla,
Dr. Torrubia- para “conseguir el desarrollo profesional de todos los
sanitarios, independientemente del lugar en el que trabajen”. Se omite que
igual de independiente de su zona de residencia quedaría el paciente, que
deberá desplazarse hasta donde se concentre, tras la unificación, la consulta
especializada de su hospital básico de referencia. Ya no existirán áreas
hospitalarias para determinados servicios.
A nadie se le escapa que, en consecuencia, surgirá una
plantilla que estará sobredimensionada en las unidades que acaben integradas y que
se siente preocupada de su situación laboral. Poniendo el parche antes de que
aparezca el grano, la consejera de Salud y Bienestar Social, María Jesús
Montero, ha asegurado en el Parlamento regional que “en ningún caso se va a
prescindir de estructuras existentes ni funcionantes; que en ningún caso va a
llevar consigo recorte en la plantilla o una disminución de trabajadores y que
tampoco se va a exigir la movilidad de los trabajadores, que va a ser
voluntaria...”. Palabras que provocan más alarma que tranquilidad, puesto
que en todas las fusiones de empresas realizadas en España –y no hay que
olvidar que un hospital es una empresa- se ha acometido la adecuación de las
plantillas a la nueva estructura resultante. ¿Si no a qué aventurarse en una
fusión?
Es comprensible que en las especiales circunstancias de
dificultad en que se hallan los servicios públicos y, por extensión, todas las
empresas de España, a causa de una crisis económica que no tiene visos de
solución próxima, se adopten medidas para la contención de gastos y la
viabilidad de las prestaciones de servicios o de la actividad productiva
empresarial. En ese contexto, la fusión es una estrategia útil para afianzar
cualquier proyecto empresarial con ánimo de permanencia, fortalecimiento
orgánico, posicionamiento industrial y dominio frente a la competencia. Pero en
las empresas públicas, en las que la atención sanitaria no debería estar sujeta
a condicionantes de rentabilidad o de consecución de beneficios, por responder
a la materialización de derechos reconocidos en la Constitución , una
iniciativa de la envergadura como ésta de la fusión de hospitales debería contar
cuando menos con el conocimiento y la adhesión de todos sus trabajadores.
Incluso, antes de impulsarla, hubiera sido “decorosamente” democrático abrir un
debate para pulsar la opinión de pacientes, colectivos y demás entidades
sociales afectadas por una transformación tan descomunal en las prestaciones
sanitarias a la población.
Las posibles bondades de esta medida quedan empañadas, y hasta anuladas, por esa falta de transparencia de que adolece la fusión y la nula participación que ha contado entre los sectores involucrados, al no haber sido invitados a la elaboración del proyecto. No son obstáculos insalvables si la voluntad es realmente la de trabajar en beneficio del ciudadano y en dotar de mayor eficiencia al sistema sanitario público andaluz. Siempre se está a tiempo para el diálogo franco y sincero. Si no, estaremos ante una nueva cacicada de las que estamos tan acostumbrados como hartos.
jueves, 16 de mayo de 2013
Jueves de marioneta
La semana se acerca a su final en medio de unas rutinas que nos manejan como marionetas. Hilos invisibles pero fuertes, trenzados con el acero de la responsabilidad, nos levantan cada mañana y nos arrastran durante todo el día de un lugar para otro, del trabajo a la casa, para dejarnos caer por la noche, tras algunas estaciones intermedias tan previsibles como monótonas, en la cama cual muñecos inanimados y carentes de voluntad. Ningún deseo nace de una espontaneidad que no esté sujeta a esos hilos que controlan nuestra conducta porque incluso lo que parece evasión está regido por un plan establecido que nos mueve. Sólo los locos escapan de convertirse en títeres de fuerzas externas camufladas en rutinas, porque sus hilos surgen enrevesados desde el profundo marasmo de su demencia. Nada es más terrible que la consciencia del nulo albedrío que nos hace transitar semana tras semana.
miércoles, 15 de mayo de 2013
La crisis de la Prensa (1)

Este es el lamento de alguien que sigue aferrado a un modelo caduco: el antiguo periodismo de rotativas, papel y tinta. Sabedor de poseer gustos obsoletos, el nostálgico no deja de otear un horizonte que no hace más que confirmar sus sospechas: la prensa está en crisis. Siempre lo ha estado, salvo períodos de inaudito esplendor, pero esta vez parece definitivamente mortal, mortal para aquel modelo añorado. No para el periodismo que sepa evolucionar.
Anterior a esta crisis financiera que afecta a todos los sectores de la economía, ya existía –o al menos se barruntaba- la crisis de la prensa, la que afecta a una manera de entender el periodismo. No se trata sólo de una transformación provocada por la sustitución del soporte papel (periódicos y revistas, también los libros), ineludible a la vista de cualquier profano por culpa de la revolución tecnológica digital y la implantación global de internet, sino además de la manera de entender el ejercicio del periodismo y el producto informativo por parte de los propios profesionales y por los consumidores. Estamos asistiendo al nacimiento de un fenómeno nuevo que, en parte, se parece al antiguo periodismo de novedades de interés público y, de otra, al intercambio comunicacional entre particulares, en el que se diluyen las arcaicas fronteras entre lo público y lo privado, sin depender siquiera de una pauta temporal, como era definitorio del periodismo clásico.
Las nuevas tecnologías nos han hecho cambiar nuestras costumbres y han forzado la adaptación de la actividad informativa a los hábitos imperantes, provocando nuevos modelos empresariales y nuevas formas de consumo. Para empezar, el periódico moderno ya ni siquiera es periódico. De acceder a la información a intervalos regulares (diarios, semanales o mensuales), hemos pasado a estar conectados a una fuente on line de información continua. Tampoco depositamos aquellas fidelidades lectoras en las firmas de prestigio que orientaban nuestra opinión con explicaciones, valoraciones e interpretaciones de hechos (datos o acontecimientos) de los que teníamos conocimiento precisamente gracias a los medios de comunicación. Cada vez es más rara la costumbre de comprar a primera hora de la mañana un periódico para saber cómo marcha el mundo, nuestro país y hasta nuestro pueblo porque, hoy, nos basta con hacer un “clic” de ratón para tener acceso a esa información e incluso para consultar cuántos términos –políticos, sociales, económicos, científicos, religiosos, culturales y deportivos, etc.- internet nos pueda brindar a través de miles de entradas.
Este medio por el que me lee, por ejemplo, le ofrece la información suficiente e instantánea que pueda interesarle, evitándole la necesidad de acudir a un quiosco para adquirir un producto en papel que mancha, cuesta dinero y no puede renovar sus noticias hasta el día siguiente con lo sucedido ayer. Frente al periódico antiguo, la alternativa digital sale gratis (de momento), puede incorporar la noticia de cualquier asunto relevante desde el preciso instante en que se produzca o se conozca, enlazar con asuntos y fuentes actuales, es limpio, no mancha y se utiliza desde la comodidad del hogar, sin tener que salir a comprarlo. ¿Esas son las únicas diferencias?
Aparentemente, es más democrático. Además de instantánea y gratis, la prensa electrónica permite una mayor participación de los usuarios, no sólo con comentarios y opiniones, sino también mediante la propuesta de temas, enfoques, estilos y hasta la selección y jerarquización de las noticias que gustaría recibir, comunicándolo directamente al medio y a los propios redactores. Atender esta demanda conlleva la disgregación y fragmentación de la audiencia a tenor del gusto de pequeños y múltiples grupos de interés. Tal vez por ello exista hoy en día tanta oferta de periodismo electrónico como lectores constituyen el mercado. Es la consecuencia de la estructura del mercado que impone la tecnología digital al posibilitar que cada lector configure su propia manera de consumir información. Sin embargo, esa máxima democratización va en detrimento del interés general al que debían servir los medios, cuyos índices de difusión en prensa escrita caen de forma imparable para ser sustituidos por los ordenadores, los teléfonos móviles, las tabletas y demás recursos de lectura digital, etc.
Lo grave, en cualquier caso, no es esta transición de un soporte a otro, del papel a lo digital, sino la diversificación del producto informativo para satisfacer a una demanda atomizada. Una disgregación del mercado que hace disminuir la audiencia de cada medio hasta extremos difícilmente rentables. Y para combatirla, la industria periodística acude a las recetas canónicas de contención del gasto, despidiendo periodistas, recortando recursos y, lo más indeseado, mostrando sumisión a la demanda del público, olvidando su viejo objetivo de encarnar la opinión pública en defensa del interés general, y decantándose hacia la espectacularización de unos contenidos que ya no hacen ascos ni al rumor ni a la banalidad de los hechos.
Para quien todavía tiene que imprimir en papel lo que desea leer con detenimiento, resulta lamentable una crisis de la prensa que deriva hacia un deterioro tal en la calidad y la credibilidad de los periódicos. Entre otros motivos, además del fetichista como objeto físico, por comulgar con la función de los mismos que exponía el gran Mariano José de Larra: “…el periódico es el gran archivo de los conocimientos humanos, y que si hay algún medio en este siglo de ser ignorante, es no leer un periódico”.
No obstante, la alternativa es factible y está en manos de los periodistas que no se dejan atrapar por esta dinámica de “emborronadores de la verdad”, como la define Lluís Bassets en su libro “El último que apague la luz”: pasa por rescatar el valor de los contenidos de calidad, esos que surgen de las informaciones bien contrastadas y mejor narradas. ¿Se estará aún a tiempo?
domingo, 12 de mayo de 2013
Dos años más que "indignaos"
Hace dos años que se materializó una respuesta colectiva callejera de miles de ciudadanos hartos de ser las víctimas propiciatorias de un Sistema que preserva el Capital a costa de lo social y lo público. Era el Movimiento del 15-M, que canalizó la indignación en plazas y calles de España, en lo que su apóstol, Stéphane Hessel, llamaba “insurrección pacífica”, contra la dictadura del mercado, los recortes del Estado de Bienestar y, especialmente, las iniciativas de una clase política cuyo comportamiento, falto de transparencia y sobrado de corrupción, provoca la desafección de los ciudadanos, a quienes teóricamente debían representar y rendir cuentas de su labor.
En estos dos años transcurridos, el movimiento del 15-M,
aquella acampada multitudinaria en la
Puerta del Sol de Madrid y todas las que la emularon en otras
ciudades, ha perdido consistencia unitaria al carecer de una estructura orgánica
que la convirtiera en lo que tanto denostaban: un ente, un partido o un
instrumento dependiente e integrado, finalmente, del Estado. Sin embargo, no le
han faltado motivos para la protesta y de estímulo para la participación
ciudadana.
Hoy, hay más de 6 millones de razones para combatir unas políticas
económicas que empobrecen a la población y abandonan en el paro a ese número de
españoles. Hay motivos para luchar contra una Reforma Laboral que hace recaer
todos los sacrificios en la clase trabajadora frente a la empresarial cuando
hay que dinamizar la actividad de las empresas. Más de 6.200.000 personas sin
trabajo es el balance actual de esas políticas aplicadas al mundo del trabajo
al dictado del mercado.
También hay una “marea blanca” que se subleva por una
sanidad que se está privatizando en busca del lucro en vez de satisfacer las
necesidades de la población. La salud de los españoles es puesta en manos de
gestores que están más pendientes de la cuenta de resultados. Una salud medida
al peso de la rentabilidad, único parámetro que mide la viabilidad de derechos
reconocidos en la
Constitución.
Incluso la educación se une en su totalidad –desde primaria
hasta la Universidad ,
desde profesores y alumnos hasta las asociaciones de padres- para mostrar su
repudio a reformas legales que persiguen, de igual modo, el desmantelamiento
progresivo de un sistema educativo que,
aún en su imperfección, procuraba que las desigualdades sociales no fueran obstáculos
para acceder a una enseñanza de calidad, obligatoria y hasta cierto punto
gratuita. Tampoco es rentable según los parámetros de sostenibilidad del
mercado.
Un mercado que, sin embargo, dota de ayudas ingentes a la
banca para rescatarla de las quiebras que ella misma generó, pero que no puede
permitir la dación en pago cuando los ciudadanos, abandonados sin recursos en
la cuneta, no pueden hacer frente a hipotecas abusivas y son amenazados con
desalojarlos de sus casas. La indignación por contemplar a la policía sacar por
la fuerza a la gente de sus casas, mientras los directivos de los bancos
rescatados se reparten fortunas por despido o se conceden multimillonarias
indemnizaciones a causa de una jubilación obligatoria por motivos penales, ha
dado lugar a los famosos escraches (para unos una presión inadmisible y para
otros simple libertad de manifestación) frente al domicilio de aquellos políticos
que favorecen este sistema injusto y no están dispuestos a modificar ni la ley
hipotecaria –criticada por Europa- ni las leyes que posibilitan el desahucio de
las viviendas.
Han sido dos años, pues, en que más que indignados, estamos
ya francamente enrabietados y enfurecidos contra unas políticas y un sistema capitalista
que sólo protege al dinero y no a las personas. Hartos de asistir sumisos a la
eliminación de las protecciones que las políticas sociales públicas brindaban a
los más desfavorecidos de la Sociedad. Y ,
como decía José Luis Sampedro en la introducción del librito citado, no
queremos “sucumbir bajo el huracán destructor del consumismo voraz y la
distracción mediática mientras nos aplican los recortes”. Por eso, si se ha desvanecido y atomizado el
movimiento del 15-M, habrá que refundarlo para luchar por lo que no es más que
la participación cívica y pacífica de la sociedad en asuntos que le conciernen: su orden y
el rumbo de lo que nos es común, nuestro modelo de convivencia. Y si a Dolores de Cospedal le parece mal, porque no nos limitamos como corderitos a votar cada
cuatro años, allá ella. Es su problema.
jueves, 9 de mayo de 2013
La aflicción de los días
¿Aflicción mediática?
Los hechos se suceden a tal velocidad que apenas dan tiempo para poder
asimilarlos con un mínimo detenimiento, obligándonos casi a una lectura
atropellada de los titulares que depara la actualidad antes de sentir el agobio
del exceso de información. Cuesta esfuerzo –¡y tiempo!- seleccionar, valorar,
contextualizar, relacionar y profundizar algún acontecimiento entre la maraña
de datos, opiniones, propaganda y ruido que transmite cualquier medio de
comunicación. Lo que pretendía la censura ahora es conseguido por esa avalancha
descontrolada de información: impedir que sepamos lo que de verdad sucede. ¿Y dónde
está la verdad? Se halla sepultada bajo el volumen inmenso de noticias que dan
cuenta, en el mejor de los casos, de porciones tan diversas de ella como
versiones tiene o se manifiestan. Ello nos instala en un estado de aflicción
que parece extenderse a todos los estratos de la sociedad. Así, por ejemplo, he
sentido aflicción últimamente con el acceso a los medios de información y he
detectado esa misma aflicción en muchos de los personajes que protagonizan los asuntos
que atraían mi atención.
¿Aflicción en el PP? La Policía , durante esos
mismos días, certificaba en un informe de la Unidad de Delitos Económicos y Financieros (UDEF)
que la contabilidad B era, en realidad, la contabilidad A del
partido que goza del respaldo popular para que siga, no sólo gobernando a base
de recortes a los ciudadanos, sino repartiendo sueldos, sobresueldos y “despidos
en diferido” a los imputados por corrupción que, cual metástasis, le brotan
desde la tesorería hasta las más opacas raíces y el frondoso follaje a una
organización que presume de transparencia y tranquilidad. En botánica sería una
planta podrida, pero en política es signo de vitalidad fisiológica y salud
saprofita. Para el cariacontecido Rajoy, nada de ello es verdad, salvo una
parte. El caso Bárcenas se enmaraña,
así, en informes y fotocopias que, en última instancia, no hacen más que
evidenciar “una actuación persistente en el tiempo en transformar donaciones
por encima del límite legal en ingresos en la cuenta de donativos anónimos”.
Si ese fraccionamiento de un dinero ilegal, procedente de donativos de grandes
empresas que recibían contratos enjundiosos con la Administración , no
sirvió para financiar al partido y, de paso, enriquecer a los que ocultan su
patrimonio en paraísos fiscales, ¿para qué sirvió entonces? La trama Gürtel y su derivada causa Bárcenas tienen al partido del
Gobierno sumido en una aflicción que se nota en las caras de unos dirigentes
que ya no saben cómo explicar tantas tropelías.
Hay jornadas en que uno no para de llorar.
¿Aflicción en palacio? Por el tobogán de los últimos
días se despeñaban hechos como la desimputación de una imputada, lo que, en
puridad, era hacerle una soberana putada a la susodicha -algo así como una
imputación “en diferido”-, ya que no la eximían de sospechas, sino que la mantenían
en suspenso hasta que los indicios de delito fiscal y blanqueo de dinero fueran
más consistentes, a juicio del magistrado instructor, quien insiste en seguir
pensando lo mismo que cuando la imputó. La misma Audiencia de Palma que anuló
“de momento” la citación sostiene que la princesa afligida “debía saber o conocer” los trapicheos de la empresa de la que formaba parte junto a su marido, ese cónyuge espabilado acusado de malversación de caudales públicos y prevaricación en el caso Nóos. Dentro
del pulso institucional que se está librando, se trata de un triunfo pasajero
del Fiscal General del Estado, travestido en abogado defensor en el entramado
que afecta directamente al Palacio de la Zarzuela , residencia de una Familia Real que ve
reducido su tamaño conforme tiene que despojar de tal condición a aquellos de
sus miembros que son implicados en escándalos de variado pelaje. Es deprimente
que condes y princesas, como en un tenebroso cuento de hadas, acaben en
divorcios, pleitos y cárceles por avaricias insaciables del cuerpo y el alma.
¿Aflicción
ideológica? Porque, aparte de las ilegalidades y las corruptelas, se
constata la inmoralidad de los que no tienen empacho en apretar el cinturón de
los españolitos de a pie mientras ellos se aflojan el suyo con el concurso,
generoso en sobres para gastos de “representación”, del partido. Y es que tales
personalidades que nadan en la abundancia, capaces de tener un jaguar en el garaje y no darse cuenta, son, en verdad, los únicos que pueden
“representar” teatralmente la pobreza y la humildad, pues los demás las sufrimos
en nuestras carnes, máxime cuando una impuesta austeridad recorta derechos y
prestaciones en sanidad, educación, dependencia e, incluso, en el aborto. Tal
vez de ahí derive el “lapsus” (¿) de la diputada popular Beatriz
Escudero, defensora en el Congreso de la ley, cuando se atrevió asegurar que “en
España, las mujeres que se ven abocadas al aborto son las que menos formación
tienen”, dejando patente su percepción y su sensibilidad sobre las mujeres
y los desafortunados: el vicio es cosa de pobres, pareció decir. Causa
aflicción esta soberbia ideológica que el propio ministro Gallardón reconoce en
la ley del aborto: obedece a la mentalidad (moral) del Gobierno que promueve la modificación para hacer más
restrictiva su aplicación. Y punto. Todavía hay quien cree que los ricos no
abortan como tampoco “catean” en sus caros colegios privados. Si éstos expulsan
a los que, ni con profesores de apoyo, son capaces de mantener la ratio de aprobados, otras sortean en el
extranjero las trabas que aquí votan para impedir el aborto. Así es cómo pueden
permitirse luego la indecencia de acusar desde una tribuna a los “menos
formados” y tildarlos poco menos de asesinos por desear engendrar sólo los
hijos que puedan criar y educar con un mínimo de dignidad.
¿Aflicción económica?
Si el Gobierno impulsa leyes para beneficiar a los evasores fiscales, en vez de
impedir y castigar el hurto a Hacienda ¿cómo no imaginar que lo estructural sea
el engaño y la defraudación a escala general? No resulta extraño colegir, en
estos días de tristeza, que semejante conducta sea la constante no sólo entre
miembros de la Familia Real
y el partido gubernamental, sino en la mayoría de las empresas más importantes
de este país. Porque no es aflicción sino vergüenza lo que produce saber que 33
de las 35 empresas más representativas que cotizan en el selectivo índice IBEX
de la Bolsa de
Madrid tienen cuentas en paraísos fiscales, totalmente opacas al fisco. Son
cuentas que no se justifican con la actividad mercantil de tales empresas, pero
que seguramente permiten ser generosos en donaciones y dádivas a partidos,
altas personalidades e instituciones con las que se interrelacionan con el propósito
de que ese entramado político, económico y legal sirva a sus intereses, ya sea
en forma de contratos con la
Administración , leyes que favorezcan sus negocios o
indultos cuando son sorprendidos en flagrante delito, lo cual no impide
astronómicas jubilaciones. Así cualquiera.
Hay jornadas en que uno no para de llorar.
lunes, 6 de mayo de 2013
La luz primaveral que baña a Sevilla
Tras media primavera revuelta en chubascos, vientos y coletazos de frío, parece definitivamente instalado el buen tiempo sobre Sevilla, haciendo que reluzca en todo su esplendor la fisonomía monumental de una ciudad sobrada de campanarios, torres y lienzos almenados. Cielos celestes de límpida luz y una policromía floral en glorietas y jardines sirven de marco a la exuberante belleza con la que Sevilla se exhibe sin rubor a los ojos de quien la contempla por primera vez o no se cansan nunca de admirarla, prendados del hechizo que irradia cualquier estampa, como las que aquí figuran, captadas al vuelo de un paseo en autobús y con la sensibilidad a flor de piel de Loli Martín.
sábado, 4 de mayo de 2013
Bangladesh, aviso para navegantes
¿Lo de Bangladesh sólo puede pasar en Bangladesh? Soy reiterativo con el nombre del país porque allí, en la ciudad de Dacca, el hundimiento de un edificio en precarias condiciones, que albergaba decenas de factorías textiles para marcas occidentales, ha provocado la muerte de más de 400 personas y se estiman en centenares las desaparecidas bajo los escombros. Era el Rana Plaza, un antiguo centro comercial convertido en industria fabril, donde trabajaban cerca de 4.000 personas en apretados talleres que se repartían entre sus ocho plantas, tres de ellas elevadas sin ninguna garantía técnica sobre la estructura original de cinco alturas. Debido a la aparición de crujidos y grietas, los trabajadores habían alertado en repetidas ocasiones, incluso el día anterior a la tragedia, del pésimo estado de las instalaciones, pero esas advertencias habían sido ignoradas por el propietario de las instalaciones y por los gerentes de las empresas allí ubicadas.
¿Esto sólo pasa en Bangladesh? No era la primera vez. A
finales del año pasado –hace sólo unos meses-, otras tragedias se habían cebado
sobre sendos inmuebles que se convirtieron en pasto de las llamas, dejando un
balance de 120 muertos en uno de ellos. También eran instalaciones bengalíes
que fabricaban ropa para Occidente. La estadística de siniestralidad resulta
terrorífica: más de 600 muertos y 2.000 heridos en seis años. Pero lo más
vergonzoso de todo ello es que estos “accidentes” podían haberse evitados
porque eran previsibles, dadas las amenazantes condiciones en que se hallaban
los edificios. Pero nadie hizo nada por solucionarlo.
Zara, Massimo Dutti, El Corte Inglés, Mango, H&M, Tommy
Hilfiger, Calvin Klein y otras, son marcas de prestigio en España que elaboran
parte de su mercancía, la que nos venden a precios occidentales, en talleres de
Bangladesh, Pakistán o China, en inconcebibles condiciones laborales, insalubres
y carentes de la más mínima seguridad, que vulneran abiertamente no sólo los
derechos de los trabajadores, sino también los Derechos Humanos. Pero en las
prendas que consumimos no figura la etiqueta “Made in Bangladesh” para saber
que han costado la vida de quien las confecciona.
¿Y por qué se fabrica allí? Estas industrias florecen en
esos países gracias al trabajo a destajo y los costes irrisorios, que
proporcionan beneficios astronómicos a las empresas que las contratan. Con todo,
estas contratistas presionan constantemente a los proveedores para acortar
plazos y reducir aún más los costes, lo que empuja a ignorar todo tipo de
garantías y seguridades en el trabajo. Más de tres millones de personas
trabajan en las 4.5000 fábricas de un sector que supone uno de los motores de
la economía de Bangladesh, segundo exportador de ropa del mundo, detrás de
China. Toda esta pujante industria descansa, empero, en el desprecio del
trabajador, cuyo coste salarial es de únicamente 32 centavos la hora, el más
bajo del mundo, y en la nula inversión para mejorar sus condiciones laborales y
no hacer caso de sus derechos más elementales. Constituyendo, por ejemplo, el
80 por ciento de las plantillas, a las mujeres no se les concede la baja por
maternidad en la mayoría de las empresas, a la que deberán enfrentarse sin
ninguna prestación económica.
Con una rentabilidad que multiplica por diez el coste real
del producto, las presiones a la baja de las multinacionales del sector, unos
salarios de miseria y alquileres flexibles y baratos de instalaciones e
infraestructuras, se entiende fácilmente que las firmas extranjeras acudan como
moscas a invertir en esos países donde las “catástrofes” se suceden como el
monzón, con regularidad cíclica, sin que ninguna consciencia se remueva
inquieta. Todas esas marcas participan, así, de un comportamiento criminal,
cómplice de los propietarios de aquellas instalaciones, al desentenderse de las
condiciones laborales existentes en los talleres donde confeccionan el género
que lleva su etiqueta, por mucho que suscriban acuerdos de Responsabilidad
Social Corporativa y Memorándum de Seguridad y Garantías, que sólo sirven como un elemento
más de marketing para las ventas en Occidente, donde la moral es como la de los
refrescos de moda, light.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿esto sólo puede
suceder en Bangladesh? Aparte de lo
señalado, esta industria se asienta en esos países porque tampoco hay
sindicatos que vigilen y luchen por un mínimo de seguridad laboral y a favor de
unas condiciones dignas de trabajo; no hay administraciones públicas que
regulen, inspeccionen y controlen a estas empresas, ni un Estado que ofrezca
ayuda pública y protección a los maltratados por las desigualdades sociales y
económicas. No existe formación en seguridad e higiene en el trabajo, las
negociaciones colectivas brillan por su ausencia; la escala salarial no viene
determinada en ningún convenio; no hay posibilidad de quejas y reclamaciones;
la práctica de las subcontratas es habitual y opaca; por no haber no hay ni extintores
ni escaleras de incendios en los edificios; las horas extras no se pagan pero
se exigen; el agua potable es, en muchos casos, un lujo; faltar o retrasarse en
el trabajo se castiga con reducciones desorbitadas de salario o con días
adicionales sin sueldo; bajas, enfermedad, vacaciones y otras causas pautadas
de libranza laboral ni se contemplan; el cómputo de horas lo determina el plazo
de entrega o el número de piezas por hora, con semanas laborales de 54 horas y
turnos arbitrarios; y son constantes las presiones y los abusos indiscriminados
por parte de los empresarios. ¿Suena esta “música” de algo?
Bangladesh es un aviso a navegantes. Ese es el modelo
laboral por el que abogaba un líder de la patronal (Díaz Ferrán, afortunadamente
en prisión) para ser competitivos: “trabajar más y cobrar menos”, aplicado indudablemente
a los trabajadores, no a los empresarios, como él mismo ejemplificó en sus
propias empresas. Sigue siendo la meta de todas las propuestas que realiza no
sólo la Confederación
de Empresarios (CEOE), sino también de las políticas que está impulsando el
Gobierno de España, convencido de que un mercado sin regular es más eficaz para
atender y satisfacer las demandas y necesidades de los ciudadanos. Para la
visión neoliberal de la economía, sobran sindicatos, leyes y controles que supervisen
la actividad mercantil y laboral de las empresas, cuyo afán es conseguir el
máximo beneficio posible y la más alta rentabilidad. ¿Cuántas empresas conoce
usted en España que no pagan las horas extras? ¿Cuántas que abonan salarios correspondientes
a categorías inferiores de la formación y responsabilidad desempeñados? ¿En
cuántas los turnos de trabajo no respetan el período de descanso establecido?
Siendo cada vez más fácil y barato despedir, ¿en cuántas conoce usted que se
trabaja con miedo a enfermar, discutir o contradecir alguna imposición de los
jefes y encargados? ¿A cuántas ha ocultado en el currículo estar casada para
evitar ser penalizada a la hora de un posible contrato? Parece que la regresión
en las condiciones laborales y en los derechos de los trabajadores no se limita
sólo a Bangladesh, aunque sea el caso más llamativo y tristemente espectacular.
Parece que no hay que irse tan lejos.
La deslocalización de empresas persigue paraísos, como Bangladesh,
en los que las condiciones laborales y la protección del trabajador apenas
representan “coste” alguno para el inversor, mientras disfrutan paralelamente de
excepcionales exenciones fiscales y de aranceles a la importación de material. Imponen,
además, “normas” y requisitos que obligan a eliminar cualesquiera trabas legales
que una exigua normativa laboral contemple, pero que pudieran significar alguna
merma en los beneficios. De ahí que se alteren y modifiquen planes
urbanísticos, se obvien medidas de protección ambiental y laboral, y se dicten
excepciones a leyes que estiman perniciosas a sus intereses, como las de prohibición
de fumar, el acceso de menores a casinos, etc. ¿Conocen demandas parecidas a estas, por casualidad? No
sólo Estados poco democráticos y con alta corrupción están dispuestos a
transigir con estas multinacionales, sino también aquellos en los que los
parlamentos se avienen a legislar a favor de las mismas por un puñado de
puestos de trabajos en condiciones cada vez más retrógadas.
Por ello no es baladí el ataque y la laminación del Estado
de Bienestar al que estamos asistiendo con la excusa de una crisis provocada
por la ambición desaforada de los especuladores. Tampoco es baladí ni inocente
la propuesta de Esperanza Aguirre, presidenta del Partido Popular de Madrid, para
que el Estado se libere de todas las iniciativas sociales que proveía,
transfiriéndolas al sector privado, como esos hospitales madrileños ahora en proceso
de privatización. Y nada es baladí porque lo que buscan estos idólatras del
mercado y el neoliberalismo es crear bangladesh
españoles en los que la actividad económica no se atenga a ninguna regularización
estatal ni, por supuesto, deba respetar derechos laborales de los trabajadores.
Bangladesh es un aviso para navegantes porque nos ofrece la imagen del futuro al
que nos encaminamos, donde la economía es un fin en si mismo y no está sujeta a
ninguna finalidad social, salvo al lucro y el beneficio. ¿Vamos a permitir que
aquí también pase lo de Bangladesh?
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