Y madrugo, como el resto de los días laborales. He de reconocer que me gusta más levantarme temprano que trasnochar. El día de Año Nuevo procuro aprovechar la mañana para saludar una jornada especial en la que la tranquilidad reina por todas partes. Las calles están vacías y los comercios cerrados. Algunos ancianos y los que todavía están recogiéndose de la noche son las pocas personas con las que puedes tropezarte en ese deambular mañanero. Algún bar te permite tomar el desayuno o ingerir un café caliente con su propietario aferrado al mostrador como tú a tus hábitos cotidianos. Unos saludos sirven para que nos reconozcamos fieles a unas costumbres que están desapareciendo en beneficio de las concentraciones noctívagas multitudinarias.
Cuando mis hijos eran pequeños, solíamos irnos al campo a explorar entre los pinares la hierba blanquecina de escarcha y la sorprendente transparencia de un aire todavía húmedo que transportaba esporádicamente el canto de los pájaros, el roce de las hojas al viento o el eco de voces lejanas. Una venta de carretera, cuando eso no se tildaba, podía aliviar con una sopa y unos filetes el hambre del mediodía, para que el regreso al hogar no estuviera obligado por la necesidad del almuerzo.
Los desayunos tempraneros en días festivos, como el de hoy, satisfacen esa búsqueda de tranquilidad y evasión, ese impulso por reencontrarnos a nosotros mismos en los detalles rutinarios que nos caracterizan y que nos permiten aislarnos de las prisas y de los compromisos para dejar hueco a las conversaciones que no hallaban su oportunidad y al ensimismamiento placentero de ver pasar los minutos pensando en las musarañas.
Es lo que he hecho hoy en Villanueva de
No hay comentarios:
Publicar un comentario