Te despido, agosto, aunque todavía tu agonía se prolongue
hasta los días bochornosos con los que te enfrentas al otoño. Te despido,
agosto, con el adiós de unos ojos deslumbrados por la brillante luz con que hacías
retroceder las sombras de la noche. Te despido, agosto, con el aborrecimiento
de tu influencia para aglomerar multitudes embebecidas de ocio gregario. Te
despido, agosto, en el estertor de tu último aliento con el que sucumbes a la
voluntad insobornable del calendario. Te despido, agosto, sin pena ni lamento
por la derrota de un tiempo en que reinaste con menosprecio a cuántos te
rechazaban. Te despido, agosto, con la esperanza de que tu marcha precede al
tiempo gris que escapa de la monotonía absoluta de lo azul o negro. Te despido,
agosto, con la seguridad de que retornarás exultante de las cenizas del
invierno. Te despido, agosto, saludando con alegría la variedad cíclica que nos
hace disfrutar de distintas monotonías fugaces. Pero sobre todo, te despido,
agosto, sin confundir que no eres tú el que se marcha, sino que soy yo quien
hace una muesca más al cronómetro de mi existencia. Te despido, en fin, agosto,
en la confianza de poder repudiarte el año que viene. Por eso te despido,
agosto.
viernes, 31 de agosto de 2012
La `deconstrucción´de TVE
Poco duró la ilusión de una televisión pública independiente
y de calidad que habíamos saludado en alguna ocasión en este blog. En aquel
momento, parecía que se apostaba por conformar un mercado audiovisual que
integrase las ofertas de canales privados, como garantía de pluralidad, con
unos medios públicos que respondieran no a la rentabilidad, sino a la
independencia y la profesionalidad.
Fue un sueño alimentado por las medidas que adoptó el defenestrado
Gobierno socialista, tendentes a liberar a Televisión Española (TVE) de la
sumisión gubernamental que la mediatizaba, mediante la elección de su
presidente por parte de una mayoría cualificada del Parlamento, y dotándola de
cierta autonomía presupuestaria con la que sufragaba su consideración de
servicio público y la alejaba de la competición por la tarta publicitaria
(eliminación de la publicidad comercial). Tales pasos hacia una televisión
pública, libre al fin del control por el gobierno de turno, hicieron albergar la
esperanza de encaminarnos hacia el modelo británico, representado por la BBC , toda una referencia de lo
que debe ser una televisión de prestigio e independencia.
Sin embargo, con el advenimiento de un Gobierno conservador neoliberal
y las medidas adoptadas vía del decreto-ley, el Ejecutivo retoma el control
gubernamental del ente público de Radiotelevisión Española, en el que desembarcan
los periodistas más sectarios procedentes de Tele Madrid, decide la
privatización de las televisiones autonómicas y legisla a favor de la
concentración mediática, todo lo cual evidencia la voluntad de optar por un
modelo audiovisual totalmente contrario al soñado.
Con la excusa de la crisis económica, Mariano Rajoy acomete el
debilitamiento de TVE y/o la supresión de los medios públicos autonómicos, al
tiempo que favorece la creación de dos grupos mediáticos que monopolizarán el
espectro audiovisual español y acapararán el mercado publicitario de
televisión. En ese contexto hay que valorar la flexibilización de las
condiciones que impuso la
Comisión de la
Competencia para la fusión de Antena3 con la Sexta. Una vez sorteado el obstáculo
de la Comisión ,
que trataba de evitar un monopolio audiovisual en España, la estructura mediática
resultante quedará concentrada en muy pocas manos, que corresponderán a los
grupos formados por Mediaset y Antena 3, los cuales dispondrán de un poder casi
absoluto para imponer la programación de lo que se ve en España por televisión.
En puridad, una vez realizada la fusión pendiente, el
panorama televisivo nacional quedará reducido a dos grandes grupos
empresariales que están participados por conglomerados transnacionales que, a
su vez, extienden sus ramificaciones a Internet, aplicaciones para móviles y
tabletas, la edición de libros, revistas, diarios y otros medios digitales. Mediaset
(Tele5 y Cuatro) y Antena 3 (Antena3 y la Sexta ) dispondrán de más de la mitad de la
audiencia y el 85 por ciento de la publicidad en televisión. Los auténticos dueños
de este monopolio televisivo español son la italiana Mediaset, la alemana
Berstelmann (RTL), la editorial Planeta y Prisa, un cuarteto que domina ya la
televisión en abierto y de pago, además de abarcar otros mercados, como el
editorial y cultural, determinando en gran medida la oferta informativa,
cultural y de ocio de que dispone el consumidor español.
Si a ello añadimos la “deconstrucción” de la televisión pública,
a la que intencionadamente se debilita para finalmente hacerla inviable, se
comprenderá la alarma de quienes confiaban en una televisión independiente y de
calidad que contrarrestase la influencia de unos medios privados que atienden
exclusivamente a su rentabilidad comercial. Pero con las medidas del Gobierno favorecedoras
de la concentración mediática –a lo que tiende cualquier mercado que no se
regula-, el mayor duopolio de Europa tendrá efectos en todo el mercado de la
comunicación, impidiendo a los grupos pequeños e independientes ejercer ninguna
competencia a tan fantástico y absoluto dominio. Sin TVE, quedamos a merced de
los grandes tiburones de la televisión comercial.
martes, 28 de agosto de 2012
La balanza de la sangre
La mayoría de la personas piensa que nunca va a necesitar sangre. Y si así fuera, los hospitales dispondrían de la que hiciera falta. Ambas premisas son falsas. Nadie puede adivinar su futuro como para saber lo que va a ocurrirle el día de mañana. Ni los hospitales están surtidos permanentemente de todos los componentes sanguíneos que, en un momento dado, podrían requerir. Todo depende, en un caso, del azar, y en otro, de la colaboración ciudadana.
Y la razón es muy sencilla. Toda la sangre que se utiliza en la práctica médico-quirúrgica de los hospitales proviene de las personas que la donan. Hay sangre porque existen donantes que facilitan ese producto biológico de forma periódica. Gracias a los donantes, es posible atender en los hospitales cualquier demanda de transfusión sanguínea o cualesquiera de sus componentes derivados, como el plasma o las plaquetas.
Es imprescindible la donación periódica de sangre porque ese tejido no se manufactura artificialmente. Se trata de la única “medicina” que no se puede adquirir en un laboratorio ya que ninguno ha sido capaz todavía de fabricarla. No existe sangre artificial ni ninguna sustancia que pueda sustituirla. No es cuestión, por tanto, de dinero o de pagar impuestos, sino de donarla. Eso convierte a los donantes de sangre en personas fundamentales para la asistencia sanitaria de todos, y deberíamos ser prevenidos al respecto.
Deberíamos prevenir esa asistencia colaborando en que los depósitos de los bancos de sangre hospitalarios estén siempre surtidos y listos para atender cualquier contingencia. Si lo prefiere, por una razón egoísta: porque usted mismo puede necesitarla. Nadie está exento de una enfermedad, un accidente o mil circunstancias más que podrían conducirlo a un hospital y requerir ser transfundido. Sería el peor momento para tomar consciencia de la trascendencia de la colaboración ciudadana y, quizás, demasiado tarde para buscar soluciones.
No crea que la sangre sólo sirve para paliar su pérdida en caso de accidentes y grandes hemorragias. La mayor parte de ella se destina a tratamientos convencionales de muchas enfermedades que no son urgentes, pero que sin sangre no se podrían abordar. Casi todas las intervenciones quirúrgicas se realizan previa reserva de sangre; anemias importantes precisan transfusiones de hematíes regularmente; otras patologías requieren el aporte de plasma o plaquetas para estabilizar la situación del paciente o contrarrestar los efectos de procedimientos que, como la diálisis, ocasionan hemólisis en los enfermos renales. Si a ello añadimos los tratamientos en cuidados intensivos, en grandes quemados, los trasplantes y las urgencias, por citar sólo algunas áreas que prescriben muchas transfusiones, se comprenderá mejor la permanente necesidad de sangre de los hospitales. Tanta necesidad que, diariamente, son requeridas centenares de unidades (bolsas) de sangre o sus hemoderivados en la rutina asistencial de cada uno de ellos.
Y la única manera de conseguir toda esa cantidad de sangre es mediante la donación altruista, voluntaria y periódica. El donante se convierte, así, en el factor estratégico que posibilita la atención sanitaria del conjunto de la población. Tanto si está sano y no la necesita, pero podría donarla, como si está enfermo y necesita sangre, cada persona es primordial en la estructura hemoterápica de la medicina. De ahí que, ante las premisas iniciales, la verdad resultante sea que donar es, en cuanto se asume como hábito de conducta, la única manera de garantizar la existencia permanentemente de sangre, en cualquier circunstancia. No es una disquisición teórica, sino un hecho real. Y la realidad es que usted -y todos- está impelido a ello por una comprensión racional del problema: porque usted puede donar sangre para salvar vidas o porque su vida puede depender de los donantes. Independientemente del lado en que le sitúe la fortuna, usted es la razón de ser de la necesidad de sangre en nuestra sociedad. Aunque puestos a escoger, ¿en qué lado de la balanza prefiere encontrarse?.
Y la razón es muy sencilla. Toda la sangre que se utiliza en la práctica médico-quirúrgica de los hospitales proviene de las personas que la donan. Hay sangre porque existen donantes que facilitan ese producto biológico de forma periódica. Gracias a los donantes, es posible atender en los hospitales cualquier demanda de transfusión sanguínea o cualesquiera de sus componentes derivados, como el plasma o las plaquetas.
Es imprescindible la donación periódica de sangre porque ese tejido no se manufactura artificialmente. Se trata de la única “medicina” que no se puede adquirir en un laboratorio ya que ninguno ha sido capaz todavía de fabricarla. No existe sangre artificial ni ninguna sustancia que pueda sustituirla. No es cuestión, por tanto, de dinero o de pagar impuestos, sino de donarla. Eso convierte a los donantes de sangre en personas fundamentales para la asistencia sanitaria de todos, y deberíamos ser prevenidos al respecto.
Deberíamos prevenir esa asistencia colaborando en que los depósitos de los bancos de sangre hospitalarios estén siempre surtidos y listos para atender cualquier contingencia. Si lo prefiere, por una razón egoísta: porque usted mismo puede necesitarla. Nadie está exento de una enfermedad, un accidente o mil circunstancias más que podrían conducirlo a un hospital y requerir ser transfundido. Sería el peor momento para tomar consciencia de la trascendencia de la colaboración ciudadana y, quizás, demasiado tarde para buscar soluciones.
No crea que la sangre sólo sirve para paliar su pérdida en caso de accidentes y grandes hemorragias. La mayor parte de ella se destina a tratamientos convencionales de muchas enfermedades que no son urgentes, pero que sin sangre no se podrían abordar. Casi todas las intervenciones quirúrgicas se realizan previa reserva de sangre; anemias importantes precisan transfusiones de hematíes regularmente; otras patologías requieren el aporte de plasma o plaquetas para estabilizar la situación del paciente o contrarrestar los efectos de procedimientos que, como la diálisis, ocasionan hemólisis en los enfermos renales. Si a ello añadimos los tratamientos en cuidados intensivos, en grandes quemados, los trasplantes y las urgencias, por citar sólo algunas áreas que prescriben muchas transfusiones, se comprenderá mejor la permanente necesidad de sangre de los hospitales. Tanta necesidad que, diariamente, son requeridas centenares de unidades (bolsas) de sangre o sus hemoderivados en la rutina asistencial de cada uno de ellos.
Y la única manera de conseguir toda esa cantidad de sangre es mediante la donación altruista, voluntaria y periódica. El donante se convierte, así, en el factor estratégico que posibilita la atención sanitaria del conjunto de la población. Tanto si está sano y no la necesita, pero podría donarla, como si está enfermo y necesita sangre, cada persona es primordial en la estructura hemoterápica de la medicina. De ahí que, ante las premisas iniciales, la verdad resultante sea que donar es, en cuanto se asume como hábito de conducta, la única manera de garantizar la existencia permanentemente de sangre, en cualquier circunstancia. No es una disquisición teórica, sino un hecho real. Y la realidad es que usted -y todos- está impelido a ello por una comprensión racional del problema: porque usted puede donar sangre para salvar vidas o porque su vida puede depender de los donantes. Independientemente del lado en que le sitúe la fortuna, usted es la razón de ser de la necesidad de sangre en nuestra sociedad. Aunque puestos a escoger, ¿en qué lado de la balanza prefiere encontrarse?.
domingo, 26 de agosto de 2012
Armstrong, una huella indeleble
Era más de medianoche, tal vez la primera vez que
trasnochaba en mis primeros 16 años de existencia, y lo hacía en compañía de mi
padre, que dormitaba en un sillón mientras yo aguardaba ansioso, tumbado en el
suelo, la culminación de la vela con los ojos pendientes de la televisión. El
salón estaba en penumbras, apenas disipadas por la débil luminosidad de una
pantalla que mostraba al mundo en blanco y negro y con voz susurrante, para no
despertar al resto de la familia. Sólo mi padre y yo habíamos decidido no
perdernos el instante histórico en que Neil Armstrong posaba su pie sobre la
superficie de la Luna. Fue
un día de verano y Sevilla dormía con las ventanas abiertas para que el calor
no perturbara el sueño de la gente. Como el que había atrapado a mi padre y del
que lo tuve que librar para que presenciara las imágenes que empezaba a emitir
la televisión. Una figura borrosa descendía con suma precaución por una
escalerilla, con movimientos lentos, como si flotara sumergido en una piscina.
Eran las primeras horas de la madrugada del 21 de julio de 1969 y retransmitía
la crónica Jesús Hermida. Pocos hechos he vivido yo con tanta intensidad como
aquellos.
Hoy, cuarenta y tres años más tarde, aún tengo vivo en la
memoria aquel episodio de mi adolescencia en que Neil Armstrong pronunció la
histórica frase de “es un pequeño paso
para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad ”. Acababa de pisar la Luna y dejaba una huella indeleble,
no sólo sobre la polvorienta superficie lunar, sino en los recuerdos de toda
una generación que siguió la misión del Apolo 11 como la aventura más grande
jamás realizada por el ser humano.
El hombre que encarnó la utopía de los visionarios, el
astronauta que hizo realidad el sueño del hombre por explorar otros mundos,
murió ayer a los 82 años. Tras esa inimaginable misión que capitaneó como
comandante, Armstrong no volvió a volar nunca más, aunque siguió en la NASA hasta 1971. Su única odisea,
para la que se preparó durante cuatro años, lo había convertido en un héroe, como
a sus compañeros Michael Collins y Edwin E. Aldrin., tripulantes de la expedición
que transportó el cohete Saturno V rumbo al satélite de la Tierra. Y con esa
consideración ha muerto, como el héroe que puso por primera vez un pie en la
Luna. Un hecho que forma parte de mi
memoria sentimental. Al buscar la revista conmemorativa que la Editorial Argos
realizó aquel año de 1969 sobre “El hombre llega a la Luna ”, que guardo como un
tesoro, no puedo menos que desear al mito de mi juventud: descanse en paz. Tu
huella sigue en mi memoria.
sábado, 25 de agosto de 2012
Ecce homo y esa mujer
Ha tenido protagonismo informativo, entre chanzas y mofas, el
resultado de la deplorable restauración que una octogenaria ha realizado de un
fresco del siglo XIX pintado en el muro de una parroquia de Borja, en Zaragoza.
Nadie anteriormente había reparado en la obra ni le brindaba atención para su
conservación. Estaba allí como podía estar una mancha de humedad: algo
consustancial al deterioro de un lienzo mural dejado a la intemperie. Ni las
autoridades eclesiásticas ni las civiles, de cualquier nivel, habían dispuesto
jamás ningún segundo de atención o los recursos necesarios para la debida custodia y
protección de lo que ahora tanto se lamenta. Una pigmentación sobre las piedras
de un santuario que el tiempo y la indiferencia se estaban encargando de
difuminar imperceptible, pero incesantemente. Algo que sólo una feligresa de 81
años pudo percibir de tanto acudir a humillarse al templo.
Con arrojo senil, la
preocupación y unos rudimentarios conocimientos de pintura mueven a la buena mujer a limpiar aquel fresco del olvido y el moho que van cubriéndolo. Y aunque
del voluntarioso empeño sólo surgió lo esperado de un profano, para hilaridad
de quienes se desternillan con los tropezones ajenos, ningún “experto” de los
que tanto abundan, a cualquier nivel, se dignó mover una pestaña para evitarlo,
como tampoco ningún responsable del lugar que cobija el depósito pictórico, con hábitos o sin
ellos, se acercó a la anciana para agradecerle su generosidad y recomendarle
confiar con más devoción en los designios divinos para con todas las cosas, incluidas las obras de escasa relevancia artística como aquella.
Pero
cuando la vergüenza de lo sucedido se transforma en comidilla mundial, gracias a las redes sociales e internet, la
carcoma de la indolencia burocrática busca culpables en las manos arrugadas y
vencidas de una vieja que se atrevió hacer lo que nadie había hecho:
recuperar del ostracismo una pintura abandonada en una iglesia. Del Alcalde,
del Obispo, del concejal de Cultura, de la Dirección General
de Patrimonio o del presidente de un Gobierno que se niega a “gastar” en nada,
mucho menos en cultura, no se acuerda ninguno de los que ríen, sólo de la humilde abuela que se
dejó llevar por una sensibilidad para la que ya no tenía fuerzas ni presteza.
Más que risas, me apena que la pobre mujer, con la debilidad de una edad
provecta, sea maltratada por una imprudencia de la que deberían responder
tantos “responsables” ociosos e incompetentes, a cualquier nivel, que ahora se
afanan en buscar chivos expiatorios. Si el rostro de los inútiles aflorara en
los tesoros culturales que desprecian o ignoran, entonces sí tendríamos razones
para la chanza y el jolgorio.
jueves, 23 de agosto de 2012
¡Maldito wikileaks!
Hay veces, pocas en realidad, que mi punto de vista coincide
con el de personas que profesan una ideología de la que disto años luz, lo que
me hace temer por la integridad de mis convicciones. En absoluto me considero
un dogmático, pero compartir los argumentos de personalidades con las difiero
diametralmente me hace sentir incómodo, aunque valoro sobremanera la actitud de
quienes son capaces de evolucionar críticamente.
Sumido en la lectura del último de libro de Mario Vargas
Llosa (La civilización del espectáculo, Alfaguara, Madrid, 2012),
descubro que participo de sus reflexiones en torno al asunto de los papeles de
Wikileaks: “chismografía destinada a saciar esa frivolidad” (V.Llosa) de
una “parte de la actual imbecilización social” (F.Savater) que cree
tener derecho a saberlo todo de todos. Y me sobresalto al comulgar con la
valoración que se hace de la información, cuando la cultura se ha convertido en
espectáculo, destinada al entretenimiento o la satisfacción de la necesidad de
diversión de lectores adormecidos por el tedio.
Porque resulta, a mi modo de ver, que la “hazaña”
protagonizada por Julian Assange, un hacker informático, de extraer o comprar
documentos confidenciales de legaciones diplomáticas de determinados países, lo
único que revela es la desinhibición con que algunos funcionarios, por muy
cualificados que sean, despachan sus comentarios y observaciones sobre las
relaciones internacionales, y cuyo “alto” interés periodístico radica en
alimentar el morbo y la curiosidad malsana de los aburridos. Y si para ello hay
que violentar el derecho a la privacidad y confidencialidad de las
comunicaciones, el mundo entero se presta a ello amparándose en la libertad de
información, saco en el que se mete toda clase de rumores y chismes que se
confunden, intencionadamente, con la verdadera información, por deseos de
manipular más que de informar y contribuir a la conformación de la Opinión Pública.
Más grave, sin embargo, que esta concordancia con las
valoraciones de Vargas Llosa me resulta la comprensión con que leo las
argumentaciones, acerca del fraude que supone el caso Assange, de Ana Palacio,
la primera mujer que asumió la cartera de Asuntos Exteriores en España
(2002-04), abogada experta en Derecho Internacional y de la Unión Europea , de
marcada tendencia conservadora, y de cuya actividad política disentí
totalmente.
El autor de las filtraciones de wikileaks está acusado en su
país de residencia, Suecia, por delitos de violación sexual, lo que se
sospecha es una turbia maniobra para arrestarlo y extraditarlo a EE UU, país que
todavía no lo ha acusado ni reclamado en relación con las informaciones
confidenciales sustraídas y publicadas del Departamento de Estado. Suecia ha cursado una Orden de Detención
Europea para que Inglaterra lo detenga, ya que Julian Assange se había
refugiado en tierras de la
Pérfida Albión. Agotadas las vías legales, el hacker pide
finalmente asilo en la embajada de Ecuador en Londres, donde permanece recluido
sin que Reino Unido conceda el salvoconducto que le permitiría salir hacia el
país sudamericano, librándose de ser detenido.
En un embrollo en el que destacan más los componentes
políticos que los jurídicos, Ana Palacio plantea las incongruencias de quienes
abogan por un Estado de Derecho, pero socavan su alcance y respeto, y denuncia
el silencio de una Unión Europea que no se pronuncia cuando se cuestiona la
legitimidad jurídica de sus Estados miembros.
Aun siendo partidario de la mayor transparencia en el
funcionamiento de los Estados, donde ninguna actividad ha de estar vedada a la
inspección pública, salvo las estrictamente secretas por ser estratégicas y
relativas a la defensa nacional, la existencia de ámbitos privados protegidos
por derechos constitucionales no pueden quedar expuestos a la curiosidad
descontrolada. De ahí que me parezca oportuna la reflexión de la antigua
ministra de Aznar sobre el nulo apoyo que presta la Unión Europea a un
asunto que afecta a dos de sus Estados miembros, cuyas actuaciones judiciales
están siendo puestas en tela de juicio por terceros, lo que influye en la
percepción que tienen los ciudadanos de las garantías legales que sus países
ofrecen.
Compartir opiniones con Vargas Llosa y Ana Palacio me hace
repudiar todo este lío de wikileaks, esos papeles más propios de una “prensa
del corazón” política que de periodismo serio y relevante. Ignoro si son las
vaharadas de un agosto soporífero o síntomas de una senilidad prematura, pero estas
coincidencias con el pensamiento conservador me están amargando el verano.
¡Maldito wikileaks!
miércoles, 22 de agosto de 2012
Cuando la estrategia se vuelve en contra
Hubo un tiempo en que el Partido Popular, estando en la
oposición, no tenía reparos en utilizar la lucha antiterrorista para desgastar
al Gobierno. Era cuando acusaba al Ejecutivo de “estar traicionando a los muertos”
y que la política antiterrorista servía sólo para “fortalecer a ETA”. Ninguna
medida gubernamental parecía del agrado de un Partido Popular que enarbolaba la
bandera de las víctimas y se colocaba tras las pancartas de las
manifestaciones, rompiendo el frente unido entre los demócratas contra el
terror para asumir postulados maximalistas, desde los que exigía medidas
extremas.
Mientras estuvieron en la oposición se convirtieron en
adalides del cuestionamiento de cualquier instrumento que no fuera únicamente la
fuerza policial para vencer a ETA, socavando con sus críticas los esfuerzos
emprendidos para evitar los asesinatos, el cese de la violencia y las salidas para
reconducir las aspiraciones de los independentistas por vía de la legalidad, a
través de cauces pacíficos y democráticos de participación política.
Tal estrategia que recusaba todo consenso que no se limitase
a la mera asunción de los postulados radicales de los populares era de fácil
ejecución y proporcionaba enormes réditos electorales a los conservadores,
aunque supusiera fracturar la unión entre demócratas y faltar a la lealtad con el Gobierno en un asunto de Estado
que requiere discreción, tacto y enormes dosis de responsabilidad en los
partidos con posibilidad de gobernar.
Dos veces ha repetido el Partido Popular esa estrategia de
confrontación en materia de política antiterrorista: la primera, durante los
gobiernos de Felipe González que acabaron enfangándose en una “guerra sucia”
contra ETA, dirigida desde el Ministerio del Interior, y de la que se lucraron
algunos altos responsables y determinados elementos policiales gracias al uso
de fondos reservados sin ningún control. Una deriva que degeneró de la obsesión
por afrontar, por “atajos” y a cualquier precio, las crueles campañas
criminales de ETA, capaz de cometer más de cien asesinatos en una legislatura.
Esa situación puso en bandeja a José Mª Aznar la posibilidad
de auparse a la presidencia del Gobierno merced a una frase insistentemente
pronunciada en cada debate parlamentario y cada mitin: “¡Váyase, señor González!”.
La dura oposición de Aznar, que se nutría de los casos de corrupción en las
filas socialistas y de lo que se denominó “terrorismo de Estado”, sirvió para
que el líder de la oposición se hiciera eco de las insinuaciones que señalaban
al presidente de Gobierno como el “Sr. X” que dirigía la trama de los GAL,
policías y mercenarios que combatían a ETA con la anuencia de determinados
cargos del Gobierno. Y dio resultado: tras cuatro legislaturas de gobiernos
socialistas (1982-1996), Aznar consiguió que el Partido Popular accediera al
Poder.
La segunda ocasión fue cuando retornaron a la oposición por obra
y milagro de José Luis Rodríguez Zapatero, quien contra todo pronóstico
desalojó a los populares del Poder tras los atentados cometidos por terroristas
islamistas en Atocha. Otra vez los populares volvieron a la estrategia radical,
sobre todo durante la primera legislatura del socialista, acusando al Gobierno
de rendirse a ETA y claudicar ante sus exigencias, al impulsar un “proceso de
paz” con el que pretendía acabar con la existencia de la banda terrorista
mediante el diálogo y negociación. Los populares y la Asociación de Víctimas
del Terrorismo (AVT) se conjuraron para manifestarse repetidamente contra la
política antiterrorista del Gobierno, rechazando incluso las medidas de
reinserción de los presos que se desvinculan de la banda o los beneficios
penitenciarios (prisión atenuada, permisos, etc.) que pudieran serles
aplicados.
Sin embargo, toda esa estrategia radical contra la política
antiterrorista del PSOE se vuelve en
contra cuando el Partido Popular tiene oportunidad de gobernar. Porque,
inviable la derrota de ETA exclusivamente por vía policial, debe aplicar
mecanismos basados en aquello que criticaba ferozmente desde la oposición.
Entonces no recuerda sus exigencias maximalistas y las pancartas tras las que
se parapetaba para denunciar chantajes y traiciones ante cualquier iniciativa
antiterrorista.
Ni el mismísimo Jaime Mayor Oreja, convertido en el
“martillo” de la oposición al Gobierno en esta materia, es capaz de recordar su
paso al frente del Ministerio de Interior desde el que acercó presos de ETA a
las cárceles del País Vasco, excarceló a decenas de ellos y tuvo que escuchar
la referencia de su presidente al “movimiento de liberación vasco” cuando Aznar
autorizó el inicio de negociaciones con
ETA en la tregua de 1998.
Entonces, y ahora también bajo el Gobierno de Rajoy, lo que
era cesión se transforma en cumplimiento estricto de la ley, la “blandura” ante
presos enfermos son medidas penitenciarias humanitarias y los planes de
acercamiento y reinserción son actuaciones gubernamentales que se basan en “cumplir la ley en la lucha contra ETA para derrotar a ETA”. Salvo las propias bases más
extremistas del Partido Popular, nadie niega la legitimidad del Gobierno para
diseñar y aplicar la política antiterrorista, así como el consenso y lealtad
con que ha de ser secundado en su labor, precisamente para no mostrar ninguna
fisura entre los demócratas que pudiera beneficiar a los asesinos. Pero esa
actitud ha de mantenerse tanto si se gobierna como si se está en la oposición,
cosa que no hace el Partido Popular y por eso la estrategia se le vuelve en
contra. ¿Aprenderá alguna vez la lección?
lunes, 20 de agosto de 2012
Carne de gallina
Hoy se cumplen cuatro años del accidente del avión de
Spanair que dejó 154 muertos y 18 supervivientes en las cunetas del aeropuerto
de Barajas, y se me pone la carne de gallina. No por miedo a volar, sino por la
irresponsabilidad con que, en más ocasiones de lo deseable, se realiza el
pilotaje de un avión. Aquel caluroso mediodía, los pilotos
-según los peritos- olvidaron desplegar unos alerones (flaps y lats) en las alas que consiguen dar mayor
sustentación a la nave, y al ser incapaz de elevarse, acabó estrellándose contra la pista.
Una cadena de fallos, aislados o concatenados, dio
lugar a que el accidente se produjera. En primer lugar, el recalentamiento de
una sonda, que sirve para medir la temperatura exterior de la nave, hizo que
los mecánicos de mantenimiento la desconectaran al no poderla reparar. Según los manuales de la compañía, no
era un sistema esencial de vuelo. "Solucionado" el problema, los
pilotos emprenden un segundo intento de despegue sin configurar adecuadamente
el avión, olvidando accionar los citados alerones que amplían la superficie del
ala y dotan de mayor sustentación a la nave durante las maniobras de despegue y
aterrizaje. Además, tampoco realizaron minuciosamente las operaciones previas de
comprobación (procedimientos operativos estándar) ni la confirmación visual de
la palanca que indica la posición de los flaps y lats en cabina. Para colmo, no
sonó el TOWS del avión, una alarma que avisa a los pilotos si olvidan activar esos
alerones, imprescindibles para el despegue. Para el Sindicato Español de
Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA), la deficiencia del TOWS, al no sonar, facilitó
el siniestro, puesto que si hubiera funcionado correctamente, la tripulación
hubiera abortado el despegue. En cualquier caso, es este cúmulo de
deficiencias lo que hace altamente peligroso volar en avión.
Si a ello añadimos que otra compañía, Ryanair, hace volar
sus aviones con una carga “justa” de combustible, lo que ha causado ya el
aterrizaje de emergencia de al menos tres aviones este verano, el pánico a
volar parece justificado. Entre las “chapuzas” de los técnicos de mantenimiento,
las negligencias de los pilotos, los fallos en los sistemas del avión no
corregidos por el fabricante, la inexistente supervisión de Aviación Civil y
las políticas de ahorro de las compañías, el hecho cierto es que, aunque el avión
sea en sí mismo un medio seguro, volar es un riesgo cada vez mayor, por las
imprudencias e irresponsabilidades de cuantos debían velar por la seguridad de
la navegación aérea.
Y se me pone la carne de gallina porque la tragedia no
termina cuando se produce el siniestro, sino porque los supervivientes y los
familiares de los fallecidos todavía les aguarda un duro y largo
proceso de pleitos para obtener algún reconocimiento como víctimas de accidentes
que no tenían que haberse producido si todos los implicados hubieran actuado
correctamente.
Una mujer, que perdió a su sobrina en el accidente de
Spanair, lleva cuatro años esperando que el siniestro no quede impune y se arbitren
medios para que, ante hechos tan luctuosos, las autoridades se dignen ofrecer un “trato
digno” a familiares y las víctimas. Mientras tanto, en los juzgados de Madrid todavía
están pendientes sobre si mantienen las inculpaciones sobre los mecánicos de
mantenimiento, culpan a los pilotos o extienden las responsabilidades al
fabricante del avión y a las autoridades que expiden los certificados de
aeronavegabilidad.
Nadie tiene prisa por resolver este desgraciado accidente,
salvo esos familiares de las víctimas y los supervivientes, que ven cómo se
prolonga su calvario ante el parsimonioso proceso judicial. Se le pone a uno la
carne de gallina con tanta negligencia y despreocupación.
sábado, 18 de agosto de 2012
"Güelo"
Era parco de palabras y reacio a mostrar sus sentimientos. Se
refugiaba en un silencio desde el que compartía reuniones familiares y
cualquier evento al que tuviera que asistir. Por eso sorprendió que, en aquella
ocasión, levantara su vaso para decir a los suyos: “Les quiero a todos y los
quiero mucho”. Hubo un instante de
expectación enmudecida que fue interrumpido por una vocecita que surgió al otro
extremo, casi desde debajo de la mesa: “¡Güeloo!”.
Sus ojos buscaron a la nieta de apenas
dos años con una ternura líquida que los hacía refulgir de brillo, mientras una
sonrisa se apoderaba de su rostro. Todos estallaron en comentarios y dejaron al
abuelo sumido en su mundo de silencio, en el que parecía feliz.
viernes, 17 de agosto de 2012
Viernes, 17

jueves, 16 de agosto de 2012
El secuestro de la democracia
En los últimos años, los ciudadanos tienen la sensación de
que la política, el ejercicio democrático del poder, está siendo usurpado por
la economía, que impone sus criterios sin atender la voluntad de los afectados.
Con la excusa de enfrentarse desde hace cuatro años a una crisis financiera
global, los gobiernos de muchos países europeos, en especial los que contaban
con mecanismos reguladores del mercado, están siendo obligados a adoptar
medidas en contra de su propio ideario, que dejan sin protección a amplias
capas de la población, a los más necesitados. Se asiste, así, a una pertinaz
lucha ideológica que, olvidando cierto equilibrio mantenido desde la segunda
Guerra Mundial hasta principios de este siglo, tiene como consecuencia el
desistimiento de la voluntad popular y la pérdida de confianza en la democracia.
Los seguidores del liberalismo económico, conservadores que
propugnan un Estado esquelético que no intervenga en sus asuntos, están
aprovechando las circunstancias para destruir y desprestigiar al Estado de
Bienestar, al que acusan de insostenible, despilfarrador y causante de la
crisis por el derroche del gasto. En ese sentido, y faltando a la verdad de
forma descarada, no dudan en sembrar la alarma en la población exacerbando el
costo de la asistencia sanitaria a los inmigrantes, el peso de las nóminas de
los empleados públicos, el “abuso” en las prestaciones por desempleo, la carga
de las becas para estudiantes indolentes y hasta la factura farmacéutica que se
financia a cargo de los impuestos, sin contar las ayudas a la dependencia, los
recursos destinados a empresas y trabajadores en dificultades y las
subvenciones a sectores de interés social. Para los adalides del
neoliberalismo, todo ello no es más que un derroche en gasto inútil e
inasumible. Incluso el cheque-bebé hubo de ser eliminado en una sociedad como
la española con una baja tasa de natalidad.
Acostumbrada a que el mercado ofrezca los servicios y bienes
que demanda la sociedad, la política se ha limitado a dejar hacer, mientras
actuaba en aquellas parcelas ajenas, en principio, a la iniciativa privada por
su escasa rentabilidad. Es decir, la supremacía política conservaba la
dirección de la “infraestructura” económica, corrigiendo o atenuando el voraz
apetito de aquella. Así, era posible que colegios privados se instalaran en las
grandes urbes, donde tenían asegurado el negocio entre las clases medias o
liberales, mientras el Estado creaba escuelas en todos los pueblos, sin
importar más que el derecho de unos niños a la educación.
La sociedad democrática detentaba la confianza de los
ciudadanos para regular los mercados en beneficio del interés público
mayoritario. Una tutela que siempre ha sido necesaria si se deseaba conseguir
un mejor reparto de la riqueza y lograr una mayor justicia para todos,
combatiendo las desigualdades sociales.
Sin embargo, algo sustancial ha cambiado en esta relación
entre la política y la economía. Algo que ha alterado la jerarquía de valores
hasta tal extremo que se han invertido los términos. Ahora es la economía la
que dicta las directrices sociales y las normas de convivencia, supeditando a
la política ser mero instrumento al servicio de sus intereses. Los Gobiernos
han pasado a ser marionetas manejadas por la presión que ejercen los mercados y
los evaluadores de la solvencia de países soberanos. El capitalismo, que tiene
sus ventajas para la producción en masa y la creación de mercados, también
tiene sus inconvenientes sin un adecuado control que mitigue su afán insaciable
de rentabilidad. No se detiene en contemplar las libertades (tiende a la
concentración) ni los beneficios del conjunto de la población (no aspira al
bienestar social, sino al negocio).
Como resultado de esta dejación política es la aparición de
situaciones, como la actual, en que las democracias se hallan secuestradas por
los mercados. Ellos son los que demandan imperativamente el desmantelamiento de
las estructuras públicas que servían para el sostén de los más desfavorecidos y
la eliminación de derechos que protegían a los más débiles, en aras de una
contabilidad “equilibrada” de las cuentas públicas. La sanidad, la educación,
la justicia, los derechos laborales, las ayudas a la dependencia, las políticas
de igualdad y todo el sistema que paliaba los desmanes de una economía
mercantil sin freno, han sido puestos en cuestión y tildados de “gasto” insostenible
que han de ser “ajustados”. Si ello no se ha intentado antes es porque hoy, gracias
a las nuevas tecnologías, es posible adoptar instantáneamente decisiones de
especulación financiera a escala global que dejan sin posibilidad de reacción a
los Gobiernos nacionales, sumiéndolos prácticamente en la bancarrota. Hoy, el
Capital puede poner de rodillas a los Gobiernos, y no se recata de hacerlo, máxime
si una “crisis” financiera, originada por los excesos avariciosos de los mismos
economistas especuladores, les sirve de excusa.
La culpa de esta inversión de valores la tiene la propia
política, que se ha dejado avasallar por la economía, atendiendo a sus
requerimientos de suprimir toda regulación a cambio de inversiones y
patrocinios. La política ha abdicado de su responsabilidad ante los ciudadanos
y atiende sólo a los intereses del capital, al que presta cuantas ayudas niega
a una población progresivamente empobrecida. No es de extrañar que, ante el
abandono de la política, surja la desafección y el peligro de populismos que se
alimentan de la falta de esperanzas de la gente y de su creciente indignación.
Los Gobiernos elegidos democráticamente deben asumir su
responsabilidad para controlar y regular la actividad económica, atendiendo al
bien común y al bienestar social. No es de recibo que se inyecten miles de
millones de euros en bancos y no se puedan contratar profesores. Quien así lo
haga está vendido al capital y actúa como su agente, no al servicio de los
ciudadanos. Y miente si arguye que no puede hacer otra cosa porque, como
advirtió Adam Smith, los mercados siempre se muestran ávidos de romper o
corromper los límites que regulan su voracidad. Por ello hay que tenerlos bajo
control. Es cuestión de anteponer los intereses de la gente, no del negocio,
que ya tiene campo suficiente para su desarrollo y rentabilidad. Es la única
manera de librar del secuestro a la democracia mediante una regulación también
democrática de los mercados y apostando por el crecimiento en vez de la
austeridad como única receta para salir de la crisis. Pero es una lucha ideológica
que, por ahora, vamos perdiendo. ¿Hasta cuándo?
martes, 14 de agosto de 2012
¿El fin justifica los medios?
Acudo al interrogante para explorar algunas reflexiones
sobre aquella máxima kantiana que nos
previene de que “el fin no justifica los medios”. Y lo hago al hilo del
“asalto” que miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), liderados por
el parlamentario autonómico José Manuel Sánchez Gordillo, a la sazón alcalde de
Marinaleda, realizaron a sendos supermercados de Écija y Arcos de la Frontera , de los que se
llevaron sin pagar 13 carros de compra repletos de alimentos. Las imágenes del
espectáculo, en las que se visualiza a empleadas intentando evitar el expolio y
son apartadas sin contemplaciones, presas del llanto, dieron la vuelta al mundo
como algo bochornoso y tercermundista. Incluso en España estos hechos provocaron
la controversia entre partidarios y detractores de unas acciones que no dejaron
indiferente a nadie, consiguiendo así el propósito buscado.
Es evidente que el objetivo de todo ello no era, como proclamaba
el mismo Gordillo a través de un megáfono, paliar la necesidad de los
hambrientos gracias a lo “recaudado” en los comercios, sino hacer visible una
manera de enfrentarse al Sistema mediante la desobediencia civil y el
incumplimiento de la ley. Para él y sus seguidores, la validez del fin
justifica los medios empleados.
El Gobierno, en cambio, reaccionó como garante de la
legalidad, anunciando órdenes de detención e instando a la Fiscalía del Estado
investigar los hechos, lo que añadía más notoriedad a un acto de gamberrismo -todo
lo simbólico que se quiera-, mediáticamente “engordado”. No en balde los
propios sindicalistas habían convocado a los medios de comunicación para
conseguir la oportuna difusión de los acontecimientos. El exceso de celo en la
reacción gubernamental propició que el líder jornalero tratara con chanza las
amenazas proferidas contra su persona, aunque varios de sus seguidores acabaran
siendo imputados, tras pasar por comisaría, como autores materiales de los
hechos. En su condición de político aforado, Sánchez Gordillo se permitía tildar
de “franquista” al ministro de Interior y mofarse del juez que lo cita para
cuando buenamente pueda personarse en el juzgado, sabiendo perfectamente hasta
dónde llega su inmunidad parlamentaria. Lograba así el fin perseguido: situar
en la opinión pública el debate sobre los problemas que, en tiempos de recortes
económicos y supresión de derechos, sufren quienes quedan orillados a su
suerte, sin socorro estatal.
En puridad, la actuación de los sindicalistas nos vuelve a
plantear el conflicto ético entre la validez de los fines y la racionalidad de
los medios empleados para alcanzarlos, dando lugar a manifestaciones o
posicionamientos de todo tipo, desde el pragmatismo más condescendiente hasta
la más descarada hipocresía. Bien es cierto que la mayor incoherencia la ofrecía
el propio Sánchez Gordillo, al pertenecer a un grupúsculo integrado en
Izquierda Unida (IU), partido que gobierna en coalición con los socialistas la Junta de Andalucía. Era
representante de la oposición y del Gobierno, simultáneamente. Algo tan difícil
de explicar que el vicepresidente de la Junta , Diego Valderas, coordinador general de IU,
se vio obligado a asegurar que se trataba de un “acto simbólico” del que no
compartía las “formas”, pero sí el “fondo”. Es decir, volviendo al terreno de
la ética, que no estaba de acuerdo con los medios, pero sí con el fin
perseguido.
Precisamente eso es lo más llamativo de la cuestión, la
argumentación basada en los principios para justificar conductas o actuaciones
discutibles. Para unos, es intolerable saltarse la ley aunque su finalidad sea
buena; y para otros, la transgresión de los principios no importa si se obtienen
beneficios elevados. Es la eterna pugna entre una ética utilitarista y otra
basada en la supremacía de los principios.
Lo que ha propiciado Sánchez Gordillo es una anécdota
reivindicativa, consecuente con los ideales que encarna el personaje, ya fajado
en ocupaciones de fincas, marchas y manifestaciones con las que da a conocer
situaciones injustas, abusos y desigualdades que quedan ocultos bajo la
“normalidad” de la realidad y su encorsetamiento legal. Sus acciones, sin
embargo, no son las únicas que parecen no guardar equilibrio entre la finalidad
y los medios. Tampoco son las más graves
o peligrosas.
El Gobierno de la
Nación también se ampara en una ética utilitarista cuando
amnistía a quienes cometen el delito de evadir dinero, cuya procedencia no se
cuestiona, con tal de disponer de algunos ingresos extraordinarios. O cuando se
colabora en el asesinato de sátrapas o en la invasión de países, violando todas
las leyes internacionales, con la finalidad de dar protección a poblaciones que
soportan una dictadura.
En definitiva, mentir para salvar de la muerte a un hombre, atracar un
supermercado para despertar conciencias o perdonar la deuda de defraudadores fiscales
o bancarios son recursos de una ética utilitarista que reniega de la rigidez
kantiana. Por eso, ante la pregunta del titular, la única respuesta posible es:
depende. Depende de los medios y depende de la finalidad. Y de las convicciones
morales o éticas de cada cual.
sábado, 11 de agosto de 2012
¡Ofú, qué calor!
Ayer faltó poco para que me derritiera, como un helado, en
medio de la calle. El sol caía a plomo y el país padecía uno de los días más
sofocantes del verano, con los termómetros a punto de reventar los récords de
calor que se recuerdan en Sevilla. Pero para un maníaco casi senil como yo, ir
a tomar café fuera de casa es una costumbre que no se interrumpe más que por
causa mayor, como sería estar ingresado en un hospital o atrapado en el trabajo.
Por lo demás, cuarenta grados, más o menos, es la temperatura habitual de estas
fechas en la región, a pesar de las informaciones y alertas que se irradian machaconamente
a través de los medios de comunicación. Raro es el día que la televisión,
cuando trata la información meteorológica, no avisa de las recomendaciones para
limitar los efectos del calor en personas vulnerables, aconsejando
mantenerse en sombra e ingerir abundantes líquidos. Y se explayan en estadísticas
que demuestran que cada año se superan los registros históricos en cuanto una
ola de calor, procedente del Sahara, naturalmente, asola puntualmente la Península , repitiendo imágenes
de la señora que se abanica acaloradamente y adolescentes que se remojan en
cualquier fuente de la vía pública. Son noticias cíclicas de todos los veranos.
Muchos creen, sin embargo, que he de ser un loco por salir a
esas horas de la tarde, cuando el aire hierve en los pulmones, a cumplir con costumbres
que no sólo te satisfacen, sino que también te hacen sentir un individuo consecuente
con valores y criterios racionalmente asumidos. Porque, vamos a ver, si estos
calores a los que debíamos estar acostumbrados han de impedir cualquier actividad innecesaria,
como es ir a tomar café a un bar, ¿cómo podemos explicar que sobreviviéramos a tiempos,
no tan antiguos, en que no existían los aires acondicionados ni en los
establecimientos ni en los vehículos? Aún recuerdo, porque no es tan lejano,
excursiones a la playa por estas fechas con el coche atestado de ocupantes y todas
las ventanillas abiertas para combatir el calor, pasar el día arrumbados
alrededor de una sombrilla, entre chapuzón y chapuzón, compartiendo la única
sombra disponible, y regresar a última hora de la tarde, apretados y
enrojecidos como gambas, a una casa en la que nos “refrescábamos” delante de
los ventiladores, mientras nos embadurnábamos de nivea. Y nadie sucumbió de una
insolación, al menos en mi familia.
Hoy, con tantas comodidades y bienestar en lo cotidiano,
hasta la temperatura propia de la estación nos parece un calor insoportable e
inaudito, como si nunca hubiéramos sufrido nada igual. Y, aunque me parece bien
que se advierta de las consecuencias de no saber afrontar los riesgos que el
calor provoca, la alarma exagerada y reiterada puede conducir a lo contrario, a
hacernos temer y no saber afrontar un ambiente climático para el que nuestro organismo
tiene defensas mediante la regulación térmica por el sudor y una sed que nos
obliga a prevenir la deshidratación.
Pero, claro, hoy no queremos sudar, ni despeinarnos ni
sentir calor. Así, instalamos aire acondicionado hasta en el cuarto de baño,
con lo que el calor que producen hacia el exterior eleva aún más la temperatura
de nuestras ciudades. Y si alguien decide salir a tomar café, rápidamente lo
miran como a un demente, como si no existieran sombritas y agua que calmen la
calor. ¡Locos están los que se buscan con tanto frío artificial una pulmonía de
verano!.
viernes, 10 de agosto de 2012
Prometheus, una incoherencia espectacular
¡Y tan espectacular! Ya en su primera semana de proyección,
la película de Ridley Scott ha recaudado en España más de 3 millones de euros,
convirtiéndose así en el tercer mejor estreno del año, tras “El Caballero oscuro”
y “Los vengadores”.
Prometheus, protagonizada por Charlize Theron,
Michael Fassbender y Noomi Rapace, intenta explicar un viaje a los orígenes de
la humanidad y, de paso, desvelar la procedencia de Alien, ese octavo pasajero que tanta
fama deparó al director de la saga. Pero esta “precuela” no cuela porque apenas
disimula las arbitrariedades de un relato con más pretensiones que aciertos.
Entre reiteradas apelaciones pseudofilosóficas a la génesis de la vida y los
estruendos de unos efectos brillantemente elaborados, el film de Scott se agota
en el empeño de hilvanar infructuosamente una narración que sea, por lo menos,
consecuente con las expectativas generadas por la publicidad en un público
fiel, pero no idiota, a la ciencia ficción.
Y es que la película se limita, simplemente, a un mero
ejercicio de incoherencia sumamente espectacular que ofende la inteligencia
de los espectadores. Ningún actor, salvo quizás el androide tan previsible como
insulso, se toma en serio el papel que representa, reflejando lo disparatado de
los comportamientos que describe el relato audiovisual, especialmente
truculento.
Entre mitos bíblicos y referencias antropológicas, Prometheus
resulta un engaño, una gran estafa que decepciona al más sumiso admirador de
Ridley Scott. Desde el arqueólogo incompetente que se ¡desorienta! en el
interior de la estructura que está cartografiando, hasta bichos cuya presencia
nada aportan a la historia y enigmas que no responden a ningún planteamiento
lógico, sin contar los decorados que parecen añadidos para resolver secuencias
posteriores (quirófano de la “jefa” que no está dotado para atender problemas
femeninos) y acciones que ni en Superman son creíbles (una recién operada de
cesárea que se levanta de la camilla para luchar contra alienígenas o el que se
escapa de morir aplastado por una nave descomunal gracias al hueco de una roca
sobre la que se estrella), etc., todo parecen ocurrencias que se han
incorporado para resolver insuficiencias del libreto o alargar la duración del
film. Nos cuidamos de citar todo lo anterior con la prevención de no revelar incoherencias aún mayores
en la trama de una película que, en vez de narrar un imaginario nacimiento de
la humanidad, se extravía entre la insolvencia de un guión infumable. No
pretendemos espantar a los espectadores, sino avisarlos de que los genes de la
más absurda confusión se diluyen en el metraje inútil de lo que no es más que
una chapuza sumamente rentable. Y lo consiguen: se están forrando con esta
mierda. ¡No se la pierdan!
jueves, 9 de agosto de 2012
Jubilación contradictoria
Un compañero se jubiló ayer en el trabajo y se marchó con
una sensación anímica que lo mantenía desconcertado, sin saber si debía estar
alegre o triste de su suerte. Por un lado, era consciente de que conquistaba un
derecho en el momento en que comienza a discutirse su idoneidad y se hacen
cábalas sobre la financiación pública que lo haga sostenible. Pero, por otro,
finalizaba una etapa de la vida y la que se abría ante sus ojos está impregnada de
esa pátina que transforma en epílogo cualquier proyecto de futuro. Le abrumaba el
cambio radical que iba a experimentar: de estar siempre ocupado por obligación
en una faena a empezar a pensar en cómo matar el tiempo, sin pensarlo mucho….
Sin embargo, mi amigo se considera afortunado porque el
balance personal le ofrece un resultado satisfactorio, que le hace estar
agradecido. Su familia, su trabajo y su vida se han adecuado a las capacidades
y expectativas de que disponía, consiguiendo esa cada vez más difícil
estabilidad en la que se asienta lo que muchos denominan felicidad, no exenta
de los contratiempos y sobresaltos que la convierten en un valor escaso, altamente
cotizado. Como buen compañero, se hacía notar cuando compartía funciones y jornadas
contigo, con una presencia tan discreta y acomodaticia como eficaz.
Para los que anhelamos seguir sus pasos, la envidia
perdurará en nuestro ánimo más que el recuerdo que él pueda conservar de quienes lo
acompañamos en su trabajo, con excepción hecha de los que conquistaron su amistad.
Compañeros y amigos lo despedimos ayer contagiados de esa sensación contradictoria
que él sentía un día que debía ser de júbilo. ¡Suerte, socio!
miércoles, 8 de agosto de 2012
Curiosidad en Marte
Hace un año, con ocasión del último viaje de un
transbordador tripulado (Atlantis), el director de la NASA , Charles Bolden, avisó
de que la investigación espacial se centraría en lo sucesivo en proyectos más
ambiciosos aunque sin vuelos humanos, como la exploración de Marte, con
vehículos automáticos. Y el lunes pasado, efectivamente, se empezaron a recibir
desde ese planeta las primeras fotografías de baja resolución que confirmarían
que una nave robótica, tras una espectacular maniobra de aterrizaje que tuvo en
vilo durante siete minutos a los ingenieros del centro de control, había
llegado sana y salva e iniciaba el chequeo de todos sus sistemas antes de
comenzar su misión. Curiosidad estaba en Marte.
No es el primer ingenio que se envía a aquel planeta, pero sí
representa un paso cualitativamente importante en la aventura espacial y una demostración
asombrosa de la capacidad tecnológica que permite el lanzamiento con precisión
de sondas cada vez más complejas, pesadas y completas para la exploración del
espacio cercano, relativamente, de la Tierra. Se trata de la nave Curiosity,
también bautizada como Mars Science Laboratory o MSL, un sofisticado laboratorio
rodante, dotado con un arsenal instrumental que le permitirá estudiar la
constitución geológica del suelo marciano y detectar residuos orgánicos. Parecido
a los “enanos” Opportunity y Spirit, que fueron enviados en 2004, el
MSL consta de 6 ruedas para desplazarse sobre el terreno, diecisiete ojos, dos
cerebros y un brazo de dos metros de longitud para otear un paisaje seco,
pedregoso e inhabitable para los humanos, pero que siempre ha despertado el
interés de los astrónomos y científicos, que buscan conocer el origen del
Universo.
Ya en 1976, las gemelas Viking
1 y 2 se convirtieron en las
primeras naves que se posaron en Marte en la historia de la astronáutica, para
rastrear alguna posibilidad de vida en aquel mundo rojizo que tanto ha
alimentado a la imaginación, desde que el italiano Schiaparelli creyera haber
visto canales allí a través de su telescopio. Con menos romanticismo pero más
ambición científica, Curiosity
desarrollará todo un programa de exploración geológica en las cercanías del cráter
Gale -seleccionado por la probable existencia de arcillas que se forman en
presencia de agua-, que dará continuación a la investigación del planeta, iniciada
en la década de los noventa del siglo pasado.
Esta misión, que tiene una duración de al menos dos años y
un coste de más de 2.000 millones de euros, servirá para evaluar si alguna vez
Marte fue un mundo apto para la vida orgánica, tal y como se conoce en la Tierra. Tras recorrer
567 millones de kilómetros, el robot, del tamaño de un utilitario y de una
tonelada de peso, intentará hallar alguna respuesta en los análisis geoquímicos
que realizará para detectar compuestos orgánicos en las muestras del terreno
marciano. Pero, ¡ojo!, no se buscan marcianos, sino las bases químicas en las
que se sustenta la vida, lo que permitirá conocer mejor el origen de
nuestra propia existencia. Y el inicio de esta nueva aventura no ha podido ser
más espectacular, con imágenes del Curiosity colgado del paracaídas durante el
descenso a Marte, tomadas por el satélite MRO (Mars Reconnaisance Orbiter) en órbita
alrededor del planeta. Habrá que continuar a la expectativa de las noticias que
la NASA suministre
de esta misión, en la que España participa con un instrumento meteorológico, el
REMS, diseñado por el Centro de Astrobiología del INTA para medir la
temperatura del aire, suelo, presión y humedad, además de la radiación ultravioleta
que recibe el terreno, al tener Marte una atmósfera muy tenue (1 % de la
terrestre) y carecer de campo magnético global.
Es lo que
tiene la ciencia: no es excluyente y posibilita una colaboración enriquecedora
a hombros del conocimiento y la razón. Justo lo contrario de las creencias y
las supersticiones
martes, 7 de agosto de 2012
¿A dónde nos lleva Rajoy?
Mariano Rajoy alcanzó la presidencia del Gobierno favorecido
por una crisis económica mundial de la que responsabilizó casi en exclusiva al
anterior mandatario, José Luis Rodríguez Zapatero, insistiendo en que bastaba
con relevar al socialista de La
Moncloa para que la situación mejorase. En aquellos tiempos y
con una ufanía sin límites, el líder del Partido Popular aseguraba -tanto si se
lo preguntaban como si no- que con él sentado en el Gobierno los mercados
recuperarían la confianza en España y la economía retornaría a la senda del
crecimiento, todo lo cual sería suficiente para garantizar la creación de
empleo. A estas alturas de la historia, sería bueno recordar que la ahora denostada
“herencia” de los socialistas consistía en unas cifras de paro del 21,5 por
ciento y una prima de riesgo en 162,9 puntos (6 de mayo), datos frente a los
cuales Zapatero acabó por realizar un giro total de su política económica, acometiendo
una rebaja del sueldo a funcionarios y empleados públicos, una reforma laboral
y la congelación de las pensiones. No fue suficiente: cuando Rajoy fue
investido presidente (22 de diciembre), la prima de riesgo había escalado a los
341,9 puntos, presagiando el mantenimiento de la desconfianza sobre España.
¿Qué ha pasado desde
entonces? Rajoy ganó las elecciones con un mensaje tan simple como
atractivo (bastaba su presencia para generar confianza), sin aludir ni
concretar ninguna de las reformas que mantenía ocultas en su programa
electoral. A pesar de reclamar medidas urgentes, atrasó deliberadamente la aprobación
de los Presupuestos Generales del Estado hasta la celebración de las elecciones
autonómicas andaluzas, para no perjudicar a su candidato, Javier Arenas, que
finalmente no conseguiría la presidencia de la Junta de Andalucía. En cualquier caso, los
ciudadanos ya le habían confiado una mayoría absoluta con tal de que cumpliera
sin dilación las promesas ofertadas durante la campaña. Una mayoría
desbordante. Nunca antes en democracia la derecha española había acaparado
tanto poder como el que atesoró Mariano Rajoy, controlando la mayoría de los
gobiernos regionales, la inmensa mayoría de las capitales de provincia, el
Gobierno central de la Nación
y demás instituciones cuyos responsables dependen de la designación por mayoría
del Parlamento.
Un poder que obnubila y posibilita dar la vuelta, como a un
calcetín, al país en su conjunto, como se evidencia con las iniciativas que los
conservadores emprenden desde el primer día no solo en economía, sino en políticas
sociales, especialmente. La regresión en materia de libertades y derechos
individuales ha sorprendido incluso a los propios votantes del Partido Popular,
que no esperaban que un ministro aparentemente tan “progresista” como Alberto
Ruiz-Gallardón, antiguo “verso suelto” entre los conservadores, fuera el
artífice de una reforma de la ley del aborto que retrocede prácticamente a los
tiempos en que, salvo en supuestos muy restringidos, estaba prohibido. Se vuelve a sustraer a las mujeres
la capacidad de decidir sobre su maternidad, un derecho ya arraigado entre la
población, salvo en aquellos sectores más reaccionarios y beligerantes contra
la libertad sexual y de costumbres de la sociedad española.
Al mismo tiempo, el Gobierno de Mariano Rajoy también se
apresura a suprimir la asignatura de Educación para la Ciudadanía del
currículo escolar y el ministro del ramo, José Ignacio Wert, consigue el raro
privilegio de ser el primer responsable gubernamental al que dejan plantado en una
Junta de Rectores universitarios que debía presidir. Con él, la educación
pública sufre los mayores envites de la historia, con el endurecimiento de los
requisitos para la concesión de becas, el encarecimiento de las matrículas
universitarias, la modificación de la enseñanza secundaria y el bachillerato,
la recuperación de las antiguas reválidas al final de cada etapa educativa, la
reforma de las plantillas docentes y, en definitiva, la apuesta por la
enseñanza privada en detrimento de la pública, a cuyo profesorado no se tiene
empacho en tildar de vago e incompetente. No es de extrañar que ante semejante “vuelco”
en la enseñanza, el profesorado elevara su protesta, en forma de huelga, consiguiendo
la participación de todos los niveles educativos, desde infantil a la
universidad, en toda España. Tampoco resulta sorprendente que, a causa de esta
agresión, en nueve autonomías comience a verse reducido el número de docentes
por primera vez en 23 años, a pesar del incremento de alumnos. La calidad de lo
público se resiente con estas medidas nada improvisadas.
En Sanidad, lo más valorado por los españoles, se mete la
tijera a destajo y, con la excusa del ahorro en la provisión de un derecho (a
la salud) que al parecer es insostenible, se deja sin cobertura sanitaria a los
inmigrantes, se aumenta el copago en las recetas, incluyendo a los
pensionistas, se eliminan medicamentos de la financiación pública y se pretende
establecer una cartera de servicios única a todas las autonomías,
menospreciando la potestad de éstas a administrar unas competencias
transferidas. Sin embargo, a Andalucía se le obstaculiza la subasta de
medicamentos con la que se ahorrarían muchos millones en gasto
farmacéutico. Para la derecha, pues, sobran
médicos, enfermeros, celadores, auxiliares y administrativos dedicados a velar
por la salud de la población en un sistema público que hasta ayer era la
envidia del mundo. Y, del mismo modo que en educación, la emprenden con medidas
que, previo deterioro intencionado, obliguen a los ciudadanos a optar por una
sanidad de titularidad privada que les ofrezca lo que comienza a negárseles en
la pública: calidad y prestaciones.
La estrategia es idéntica en cualquier servicio público que se
contemple y en materia de derechos y libertades. Se reducen las ayudas a la Dependencia y las
prestaciones por desempleo. Se legisla para establecer la pena de prisión
permanente revisable (cadena perpetua) y se endurece la actuación policial ante
las manifestaciones ciudadanas, aunque estuvieran constituidas por escolares de
bachillerato (como en Valencia, el pasado mes de febrero), proyectándose una
reforma del Código Penal que pretende castigar más severamente los delitos de
desórdenes públicos y atentados contra la autoridad, con lo que toserle a un
policía puede derivar en penas de prisión. Y por si fuera poco, la información
se controla férreamente mediante una Televisión pública adscrita nuevamente al
Gobierno, que asume el nombramiento del presidente de la RTVE entre afines bajo el
subterfugio de la mayoría simple, por falta de acuerdo parlamentario para una
mayoría cualificada que garantice su independencia gubernamental. Es así como
una televisión que estaba alcanzando cotas de neutralidad informativa y calidad
profesional relevantes comienza a decantarse por el sectarismo y la mediocridad,
bajo la batuta del nuevo presidente, Leopoldo González-Echenique, y un equipo de
“urdacitas” seleccionados en Tele Madrid o Intereconomía, que expulsa (por las
buenas o las malas) a responsables de programas de la talla de Pepa Bueno, Juan
Ramón Lucas, Toni Garrido, Ana Pastor y Fran Llorente (director de
informativos). Hasta los documentales y las series retornan, para no desentonar
con la mentalidad, al “El hombre y la Tierra ” y “Curro Jiménez”. Pero hay más: se amenaza
a organizaciones cívicas por criticar los recortes que Rajoy ha decretado, con
la finalidad de impedir que entes, cuya razón de ser es velar por los derechos
de los consumidores, como la
Federación de Consumidores Facua, informen de la posibilidad de ejercer recursos de
inconstitucionalidad contra muchas de esas medidas indiscriminadas que lesionan
derechos.
¿A dónde nos quiere
llevar Rajoy? Aparte de la vuelta al pasado en servicios y derechos
conforme a una ideología conservadora que se impone al conjunto de la sociedad,
Rajoy y sus medidas económicas nos conducen abiertamente al rescate de Bruselas
y a la quiebra del país. Con todas sus reformas estructurales y su capacidad
para generar "confianza" en los mercados, raro es el día que la prima de riesgo
no alcance la mayor subida de la historia y la Bolsa de Madrid se hunda en el pozo de las pérdidas.
Con sólo siete meses en el poder, el paro aumenta hasta rozar los 6.millones de
personas, la prima de riesgo se balancea alrededor de los 600 puntos básicos (Irlanda
fue intervenida con 544, Grecia con 500 y Portugal con 517) y los recortes nos
mantienen en una recesión de la que costará salir sin un empobrecimiento
general de las clases medias y trabajadoras.
Los “ajustes” de Rajoy, que ya lleva dos reformas del sector
financiero, una draconiana reforma laboral, recortes en sanidad y educación,
subida del IVA y otros gravámenes, supresión de innumerables subsidios y
bonificaciones a la industria (carbón) y trabajadores (a la contratación),
eliminación de la deducción por vivienda, asfixia económica de la administración
autonómica y municipal, nueva rebaja de sueldo a empleados públicos, despido o
no sustitución de funcionarios, aumento de la jornada laboral en el sector público,
liberalización de horarios comerciales, rescate bancario tras la ruina de
Bankia, y planes para recortar en pensiones, elevar la edad de jubilación y
continuar las tijeras en la función pública, no han servido hasta la fecha para
frenar el paro, evitar la recesión y reducir significativamente el déficit de
las cuentas del Estado.
Antes al contrario, el Gobierno se encamina directamente hacia
un nuevo rescate en otoño a causa de la parálisis de la actividad económica, que
se ha agravado con sus políticas de austeridad a raja tabla. Desechada
cualquier otra manera de combatir la crisis, como es el estímulo al crecimiento
que promueven los partidos de izquierdas, el Gobierno de Mariano Rajoy se deshace
en llamamientos dramáticos para que el presidente del Banco Central Europeo,
Mario Draghi, se decida a comprar deuda soberana que rebaje la presión de los
mercados sobre la prima de riesgo. Con una recesión activa, las políticas de
austeridad exprimen donde no se puede rascar más: en el bolsillo de unos
ciudadanos que ya comienzan a sentir frustración ante la incapacidad y las
mentiras de Rajoy para afrontar con éxito la salida de la crisis económica.
Ni queriendo podría Rajoy orientarnos al rescate por camino
más directo. Todas y cada una de sus medidas nos acercan más y más a una situación
que requerirá mayores recortes y más sacrificios de la población, hasta
despojarnos de cualquier servicio financiado por los Presupuestos y de derechos
que precisen de recursos públicos. Movido por su ideología liberal, sus
iniciativas desmantelan los socorros que el Estado de Bienestar prestaba a los
más desfavorecidos y entrega a la iniciativa privada la prestación de los
mismos en condiciones mercantiles. Europa entera está a merced en estos
momentos del apetito voraz de un capitalismo que nos doblega en nombre del
mercado, y Rajoy está convencido de la bondad de los mordiscos. Tan
narcotizados estamos que no nos damos cuenta de ello hasta que nos hayan comido
vivos… Con ayuda de Rajoy.
viernes, 3 de agosto de 2012
Viernes desérticos
Las ciudades del interior, sobretodo si no están
muy alejadas de la costa, cuelgan los fines de semana de agosto el cartel de “cerrado
por vacaciones”. La mayoría de los comercios echan las persianas aprovechando
el éxodo de una gran parte de la población. Las calles se quedan vacías y
embargadas de una fantasmagórica quietud. Las escasas personas que las pueblan
parecen almas atormentadas que deambulan cabizbajas y en silencio, como si temieran
tropezarse consigo mismas. Son, en realidad, espíritus encarnados de ausentes
que no han podido abandonar la mortaja urbana en la que sobreviven durante el mes
más tórrido del verano. Sólo cuando cae la noche, esos moradores del infierno
salen al exterior en pos de los espacios de ocio que permanecen estoicamente
abiertos. Allí se congregan los damnificados de estos días insustanciales que
buscan en un cine o un bar, entre bocanadas de aire refrigerado, la compañía
que les abjure de tanta soledad. Agosto es el mes de los viernes desérticos
para los que soportan, por obligación o placer, una calma chicha.
jueves, 2 de agosto de 2012
El rapto de Europa
![]() |
Rapto de Europa, Torremolinos, España |
Es justamente lo que ha sucedido en España y en otros países
europeos, donde se han impuesto gobiernos tecnócratas, reformas constitucionales
y políticas de extrema austeridad y radical reducción de servicios públicos y
derechos sociales que han supuesto, en la práctica, el desmantelamiento de lo
que se conocía como Estado de Bienestar, aquellos sistemas implementados tras la Segunda Guerra Mundial para la
provisión de una cobertura sanitaria, educacional y de protección de los más
desfavorecidos en sus necesidades básicas, sustentados por el Estado gracias a
una política tributaria progresiva.
Tal organización en la redistribución de riqueza de manera
solidaria, desde los que más tienen hacia los desafortunados por las desigualdades
en las condiciones de partida, en forma de servicios públicos, parece recibir
el rechazo frontal y definitivo de un capitalismo que se ha cansado de tolerar
la existencia de sociedades socialdemócratas que limaban sus asperezas.
Zeus-mercado no admite actualmente que Europa siga
divirtiéndose con la prestación de servicios públicos y rapta la voluntad
europea mediante el toro de las primas de riesgo y la consiguiente dificultad
en la financiación de las deudas soberanas. Hoy, Creta se ha convertido en los
entes que vigilan la extensión del capitalismo más genuino con el que se somete
a las economías nacionales.
Se materializa, así, el relato mitológico que la Grecia antigua -¡cruel ironía!-
vaticinó para esta región del mundo bautizada Europa, el nombre de la
atractiva princesa hija de los reyes de Tiro. Ni ser cuna de la democracia ni fuente
cultural de las más bellas leyendas simbólicas para la comprensión del mundo le
han servido al país heleno –y, con él, a todo el continente- para zafarse de
los envites obsesivos de ese dios-mercado que la conduce sobre su lomo hacia
los dominios del capitalismo más despiadado. Estamos asistiendo a un auténtico
rapto de Europa.
miércoles, 1 de agosto de 2012
Vacaciones íntimas
No perdía la costumbre de madrugar para bajar a dar un largo
paseo solitario por la playa y admirar un mar plateado que el sol iba
coloreando en distintas tonalidades de azul y verde. Gustaba sentir la arena
aun fría bajo sus pies descalzos y la brisa mañanera, húmeda y fresca, que
erizaba su piel. Era una caminata en silencio en la que podía embelesarse con el rumor de las olas y el graznido de las
gaviotas mientras sus pensamientos se perdían en la inmensidad de un horizonte
que partía el mundo por la mitad. Antes de que la muchedumbre perturbara su
deambular por aquel paraíso de paz y sosiego, regresaba a la casa justo cuando
la familia se preparaba para disfrutar del día de playa. Aprovechaba entonces
para sumirse en la lectura del periódico y degustar un desayuno elaborado con
parsimonia y mimo. Esas eran sus vacaciones. El resto de la jornada era el
precio a pagar para poder disfrutarlas.
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