martes, 31 de marzo de 2020

Vivencias de un enclaustrado (8)


Voy perdiendo la cuenta de los días que llevamos enclaustrados entre cuatro paredes. Jornadas sucesivas que se repiten monótonamente, como déjá vus de lo que ya hemos experimentado o visto anteriormente. Sin desearlo, una especie de rutina se instala en estos días que son excepcionales en nuestras vidas, sobre hechos que jamás habíamos padecido ni conocido en nuestras confiadas existencias. Estamos acostumbrándonos a la rutina de la anormalidad cotidiana, como única manera, tal vez, de soportar un cautiverio que te condena a la inactividad y la melancolía.

Sólo la lluvia de la pasada noche, como ecos de tambores lejanos en medio de la oscuridad, pudo romper la soledad de un encierro que nos lleva a la cama por inercia, sin ganas. El sonido de las gotas al caer contra ventanas y tejados, despertando recuerdos infantiles de tormentas remotas, ayudó a sumergirnos entre los sueños con una placidez voluptuosa. Noche de lluvias que remedaba estos días extraños de confusión y temor y preconizaba un amanecer radiante y esperanzador, aunque acechado de nubarrones. Un paréntesis de ilusión para no rendirse al desánimo y el aburrimiento. Y un día más cerca de ese horizonte de libertad que anhelamos al despertarnos.    

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