sábado, 22 de septiembre de 2012

Crítica al fanatismo religioso


Si se puede debatir sobre los conocimientos científicos y hasta de las leyes naturales y jurídicas que nos gobiernan, ¿cómo no criticar a las religiones, basadas en creencias indemostrables? Es un completo disparate situar las religiones al amparo de la crítica e incluso del humor –siempre con respeto y carente de insultos-, como si fuesen asuntos intocables. Nada hay más arraigado en el ser humano que el amor, sentimiento que aflora en cuanto encuentra oportunidad, pero que, sin embargo, sirve para provocar la risa a causa de las tonterías a que induce o al llanto cuando precipita una tragedia. Nadie se ofende con novelas, teatro, música, televisión o cine, en los que la crítica y el humor advierten de los excesos de un sentimiento no controlado por la razón.

Si el amor a personas físicas es cuestionable, ¿cómo impedir la crítica al amor supersticioso a lo sobrenatural? La actitud crítica debiera prevalecer sobre creencias religiosas que impulsan conductas intransigentes, como si estuvieran poseídas de una verdad absoluta. No es mofa poner en evidencia la parafernalia y el integrismo intolerante en los que las religiones suelen incurrir al encerrarse en si mismas para rechazar lo que en realidad son: construcciones simbólicas que buscan explicar lo que desconsuela al hombre cuando se enfrenta a la dimensión trascendental y lo inevitable de la muerte. Será algo muy respetuoso y personal, pero perfectamente criticable como cualquier actividad o iniciativa humana, máxime si es capaz de promover inquisiciones, prohibiciones, guerras y odios enconados.

De ahí que, ante la desorbitada reacción que están produciendo en el mundo islámico las caricaturas de Mahoma, publicadas en el semanario satírico francés Charlie Hebdo, y el trailer de la irrelevante película norteamericana La inocencia de los musulmanes, adelantado por Internet, este blog se posiciona junto a los que defienden la libertad de expresión y un espacio público laico. Lienzo de Babel considera que ninguna religión debería imponer su moral al conjunto de la sociedad ni influenciar en las políticas que arbitran las normas de convivencia. Es la razón, y no las creencias, lo que adecua el comportamiento cívico de las personas, por lo que no deben admitirse las airadas amenazas que manifestantes presuntamente escandalizados profesan contra las críticas que se hacen de la religión, cualquier religión. Ninguna iglesia es el templo de la verdad, puesto que ésta radica sólo en la razón. Dicho sea con todo respeto y sin acritud. Pero déjense de monsergas, por favor.

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