Cuando el primer hombre sintió miedo se inventó un mito para combatirlo. Tras varios miedos y muchos hombres, otro hombre, algo más avispado, se inventó una religión entera que lejos de reducir los miedos, los multiplicó y organizó jerárquicamente. Casi a la vez se produjo la división del trabajo: al hombre que tenía miedo le pusieron a arar; el segundo se armó con la excusa de defenderle de otras tribus y el tercero, que decía tener línea directa con el dios recién inventado, se alió con el tipo de las armas para hacer la puñeta a quien daba de comer a todos y sostenía el chiringuito. En ese instante nació la esclavitud.
Después llegó la ciencia y se puso a explicar mitos uno tras otro y el hombre de las armas y el de la conexión divina patentaron la Inquisición para defender la esencia de su negocio: no tener que trabajar la tierra. Darwin se cargó la creación en seis días con uno de descanso al explicar con datos la evolución de las especies y otros locos andan metidos en un acelerador de partículas escudriñando el primer segundo del Bing Bang con el impío objetivo de cargarse el portal de Belén.
Pese a todo hay mucha gente feliz con sus creencias religiosas y debemos respetarlos. Sólo pido una cosa: el mismo respeto para mis ideas.
Más en Los mitos, dios y la ciencia, de Ramón Lobo.
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