martes, 30 de abril de 2019

Abril rojizo


Último día de abril, el mes primaveral cuya generosidad para con las flores hizo que este año florecieran papeletas electorales que cubrieron el tiesto nacional de un color rojo cual amapolas silvestres. La fertilidad de esa planta de flor sanguínea invadió los espacios cultivados con pensamientos, de llamativos pétalos azules, que hacían del horizonte un mar que trepaba montañas e inundaba ciudades. Ni las lluvias ni el calor, que se alternaron para confundir a la primavera, impidieron esa encarnada floración tan inesperada. La densidad del polen en el aire advierte a los alérgicos de la democracia de que en mayo se producirá una nueva cosecha que hará germinar papeletas de todos los colores, no sólo por pueblos y autonomías, sino también en Europa, extendiendo la policromía de la diversidad por todo el continente. Un rojizo abril que anuncia un mayo florido y hermoso.

domingo, 28 de abril de 2019

El futuro es progresista


España ha votado, los españoles han decidido. Y no ha sido fácil, porque las presiones para influir en una decisión como ésta, tan trascendente para el futuro del país, fueron enormes. Y de todo calibre. Además, esas presiones han estado acompañando a una campaña electoral intensa y una precampaña inacabable, tan extensa como el mismo período de tiempo en que ha estado gobernando el Ejecutivo socialista que salió de la primera moción de censura exitosa de nuestra democracia. Y hoy, finalmente, los ciudadanos han hablado, han ejercido su derecho al voto y han expresado contundentemente su opinión, en medio de tergiversaciones y presiones hasta ayer mismo.

Porque ayer, durante la jornada de reflexión, los manipuladores de la opinión pública actuaron torticeramente con sus presiones para que la gente apoyara una determinada opción política. Una falta de delicadeza que demostraba nerviosismo. Un columnista de prestigio intelectual, en su espacio semanal de El País, trastocaba su trayectoria ideológica de izquierdas para decantarse por Ciudadanos, la última esperanza política, decía, que se le parece. Otro medio de comunicación, que no oculta su conservadurismo monárquico, aprovechó el día de reflexión para publicar un reportaje de fotos, en blanco y negro para subrayar la desolación, sobre la catástrofe humanitaria que sufren los venezolanos por culpa del régimen de Nicolás Maduro, la bestia negra izquierdista de Sudamérica. Y es que, para estos manipuladores de derechas, la izquierda era el enemigo a batir. Así de contundente lo vino a dejar por escrito, también en ABC, otro doctor en filosofía que nos tenía engañados con la careta de progresista con la que desenmascaraba en otros su desfachatez intelectual, sin percatarse de la propia. Afirmaba rotundo que lo que estaba en juego en estas elecciones era la Nación y no el Gobierno. Que el PSOE era el problema puesto que persigue permanecer en La Moncloa a cambio de indultos, reforma constitucional y autodeterminación. Así, sin dudarlo ni cubrirse con el socorrido “presuntamente” acerca de las motivaciones inconfesables de los socialistas.  Si todo esto se dijo el día de ayer, un día para guardar silencio y pensar una decisión trascendental, podrán imaginarse el tono de la precampaña y de la campaña propiamente dicha. Insufrible.

Pero, hoy, los ciudadanos han expresado su voluntad soberana y han señalado el “futuro” que desean. Y han sido sumamente claros. Prefieren un Gobierno progresista, conformado por una coalición de partidos, sin mayorías absolutas, pero con claro sesgo ideológico de izquierdas. Con sus votos han premiado al progresismo moderado y castigado la crispación y las tensiones exacerbadas de los que vaticinaban el caos si no se les facilitaba el acceso al poder. Aun pendiente del recuento final de votos, el PSOE de Pedro Sánchez ha sido, desde esta hora, el ganador indiscutible de las elecciones generales celebradas hoy, duplicando en escaños al segundo partido más votado del Parlamento. Desde sus 84 parlamentarios pasará a tener más de 122 diputados en un Congreso de 350 escaños. Un triunfo electoral que valida la política de moderación, de diálogo y de repartir con los más débiles la recuperación económica del PSOE. Y un respaldo a la labor como presidente del Gobierno de Pedro Sánchez, al que las derechas querían sacar de La Moncloa a cualquier precio. Y el precio, para ellas, ha sido la derrota, sin paliativos. Tanto ha sido la derrota que el Partido Popular, debilitado por la fragmentación del voto conservador, ni siquiera tendrá presencia en el País Vasco y dispondrá de un único representante en Cataluña.

Mañana será día de análisis y confirmación final de los resultados. Pero, hoy, es preciso subrayar la victoria del PSOE y del conjunto de la izquierda, política y social, en España, precisamente cuando los vientos que preocupan en Europa eran los del ascenso de la extrema derecha. Los españoles, con su voto, han conjurado ese problema, demostrando ser más sensatos y moderados de lo que preveían las encuestas y afirmaban por escrito los manipuladores de la opinión. Toda aquella incertidumbre previa de estas elecciones, que se mantuvo hasta hace un momento, ha sido despejada con el triunfo de la socialdemocracia, en particular, y de la izquierda, en general, a pesar de las exageraciones, las descalificaciones y la crispación que caracterizaron una campaña y el desarrollo de sus debates y confrontaciones. Los españoles han decidido que el futuro de España, que empieza hoy, sea progresista. Hay que felicitarse por ello.
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Actualización (29/04/2016)

Disculpas

Correr es lo que tiene: puedes tropezar. Y he de reconocer que he tropezado gravemente. Con las prisas por elaborar esta entrada, en pleno fragor del recuento electoral, he cometido el imperdonable error de confundir a un catedrático de Ciencias Políticas que tiene las mismas iniciales en su nombre que el autor del artículo de ABC al que me refiero en la misma. El primero no ha dejado de ser el progresista que desenmascara la desfachatez intelectual, mientras que el segundo es un catedrático de Filosofía de una universidad muy conocida por expedir títulos de máster sin necesidad de aprobar ningún examen final. Nada de ello, empero, dispensa mi falta de diligencia y rigor. Pido disculpas a los lectores y, en especial, al analista político.  

sábado, 27 de abril de 2019

Reflexión y decisión


Ignoro la causa de dedicar el día previo de las votaciones a la reflexión, después de una campaña electoral. Es costumbre y norma de obligado y legal cumplimiento en España. Pero se agradece. La capacidad atosigante del período de propaganda electoral es abrumadora. Acaba uno harto y deseando que finalice pronto: demasiado ruido. Sobre todo, para los que sabemos lo que vamos a votar desde antes de convocar a urnas. Para quienes no necesitamos más argumentos que las propias convicciones. Pero reconozco que también hay muchos que necesitan ser convencidos sobre la opción que debieran apoyar con su papeleta, porque no lo tienen tan claro. Es a ellos, seguramente una mayoría, a quienes está dirigida una campaña publicitaria tan infantil y absurda sobre algo tan importante para el conjunto de la población como es el modelo de sociedad y convivencia que queremos constituir y que no se decide con meros lemas propagandísticos. Si hablásemos de un detergente o un automóvil, tal vez podrían convencernos con la promesa del que resulta más barato o dispone de más luces en el salpicadero, porque íntimamente sabemos que todos lavan igual y andan para lo que sirven. La única diferencia distinguible sería nuestra propia vanidad o ignorancia. Pero para decidir qué nación hemos de conformar, una campaña electoral es insuficiente, a menos que creamos que votar es como adquirir cualquier producto de consumo de usar y tirar, y no la llave de la que dependerá el día a día de nuestras vidas y la de nuestros hijos. Una decisión que no se adopta con simples proclamas propagandísticos, por muy atractivos que nos parezcan. Por eso no basta un simple día de reflexión para tomar la decisión. Se requiere que lo hayamos pensado desde mucho antes y movidos por argumentos mucho más profundos y determinantes que unos eslóganes publicitarios. Hay mucho en juego. El futuro del país precisa de más meditación que un inútil día de reflexión. Pero, sea cual sea el fruto de ésta, lo importante mañana es ir a votar. Y eso es lo único que se puede decidir hoy. El futuro de España está en las manos de quienes votan. Ni más ni menos.

viernes, 26 de abril de 2019

Lluvias y claros


Tras la tempestad viene la calma, enseña el refranero, por lo que era previsible que, después de las lluvias de los últimos días, vinieran los claros que permiten que los rayos del Sol alcancen la superficie de la tierra e iluminen y templen los días, para regocijo de quienes sólo admiten como buen tiempo al soleado y seco. Cambios climáticos que corresponden con la estación primaveral, de la que el refranero también recela, advirtiéndonos de que cuando marzo mayea, mayo marcea, como ha ocurrido, pero con un febrero más propio de la primavera que del invierno. Nada permanece inalterable y, menos aun, eterno, como saben los filósofos y el hombre cabal, aquel que sola ratione ducitur*, que decía Spinoza. El mal y buen tiempo son pasajeros, como la vida y las cosas. Y aunque los claros asomen entre las nubes y nos alegren el ánimo, tarde o temprano darán paso a las inclemencias que tanto nos disgustan. Por eso, celebramos el anuncio de días azules como algo momentáneo que hay que aprovechar y disfrutar. Y, así, hasta que se pueda.   
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* Sólo se guía por la razón. Ética, IV.

miércoles, 24 de abril de 2019

Los debates de la polémica (y 2)


Si la preparación de los debates que se han celebrado en la presente campaña electoral ya dio motivos para la polémica, el desarrollo de los mismos no ha estado exento también de controversias y discusiones por determinar qué candidato ha resultado vencedor o cuáles no han colmado las expectativas que despertaban. Con todo, tuvieron dos oportunidades para errar y corregir sus intervenciones porque, a causa de la polémica inicial, fueron dos los debates finalmente celebrados en días consecutivos y en dos medios de comunicación distintos: en la televisión pública (TVE), el primero de ellos, y en otra privada (A3), el segundo y último. Había mucho en juego: casi la mitad del electorado se mostraba indecisa, según las encuestas, sobre en quién confiar su voto. Nadie tenía ganado el partido y la última oportunidad de remontar el marcador eran esos dos debates de audiencias millonarias a cinco días de ir a las urnas. Y la verdad es que los cuatro candidatos participantes de la confrontación televisiva hicieron, cada uno a su estilo y manera, todo lo posible por ganar el envite, aunque con resultados controvertidos y discutibles. La polémica que ha acompañado estos cara a cara no se resolverá hasta el recuento definitivo de los votos.

Debate en TVE
En el primer debate, en Televisión Española (TVE) el día 22, todos los candidatos actuaron según lo esperado y con estrategias que reflejan los distintos puntos de partida de cada uno de ellos, consistentes en atacar al presidente del Gobierno, por figurar como favorito en los sondeos, y no castigar en demasía a quien podría ser socio en una probable coalición gubernamental, a partir del próximo lunes. Así, Albert Rivera (Ciudadanos), agresivo y mostrando un exceso de sobreactuación, fue contundente en su ataque feroz contra Pedro Sánchez (PSOE, presidente del Gobierno) desde el primer minuto. Acusó a Sánchez de pactar con Quin Torra (presidente de la Generalitat catalana) y de querer indultar a los políticos independentistas presos a los que juzga el Tribunal Supremo. También tuvo acusaciones contra el líder de Podemos cuando afirmó que Iglesias (Pablo) y Sánchez (Pedro) eran lo mismo: una calamidad para el país y un peligro para el bolsillo de los ciudadanos.

Pablo Casado, por su parte, abusó del latiguillo paternalista “queridos españoles” al inicio de las intervenciones en que fijaba postura y se mostró con una moderación que sorprendió incluso a sus correligionarios, lo que no impidió que centrara su debate en atacar también a Sánchez. Desde su punto de vista, España siempre ha ido mal con los socialistas y bien cuando el Partido Popular que él dirige ha tomado las riendas del país. España fue mal con Zapatero, pero peor con Sánchez, resumió, haciendo alusión a estadísticas y datos que no concuerdan fielmente con la realidad. De hecho, Casado fue el candidato al que se le detectaron más afirmaciones falsas o que manipulaban los hechos. Falló en utilizar el debate para presentarse como líder de los conservadores para atraerse un voto que le disputan Ciudadanos, presente en el plató, y Vox, el ausente de extrema derecha que revoloteó siempre durante todo el encuentro. Parece unánime la opinión de que perdió este primer debate electoral, aunque ninguno lo ganó con claridad.

Pablo Iglesias, vestido de manera informal (sin tarje ni corbata como los demás), no entró en descalificaciones ni al enfrentamiento bronco de sus contrincantes para centrarse en los, a su juicio, incumplimientos de los mandatos constitucionales relativos a derechos ciudadanos, una economía supeditada al bien común y el deber de los poderes públicos a procurar una pensión suficiente que garantice una vida digna a los jubilados, por ejemplo. Apeló constantemente a la Constitución para enumerar los artículos a los que hacía referencia y se afanó por mostrarse comedido, incluso en su insistencia en reclamar de Sánchez que aclarara si pensaba pactar con Ciudadanos tras las elecciones, sin que el presidente del Gobierno resolviera sus dudas. Le afeó la “elocuencia” de su silencio, al respecto. No obstante, su enfrentamiento con el líder del PSOE fue amable y con disposición a futuros acuerdos de Gobierno.

Y Pedro Sánchez, a quien se le notaba que acudía con ese “plus” que da ocupar el despacho del presidente del Gobierno, inició el debate en tono “institucional”, empeñado en enumerar las iniciativas aprobadas por su gobierno. Sin embargo, era el centro de los ataques de los adversarios situados de ambos lados y no pudo dejar de responder a algunos de ellos. Reprochó a Casado la corrupción en su partido, que determinó la moción de censura que lo aupó al Gobierno, recriminó a Rivera que marcara un cordón sanitario en torno al PSOE y, sin embargo, “abrazara a la ultraderecha”, como hace en Andalucía, y.dio gracias explícitas a Podemos por el pacto parlamentario que le permite impulsar iniciativas legislativas. Aprovechó para asegurar, con rotundidad, que no consentirá un referendo de autodeterminación en Cataluña ni la proclamación de su independencia. Es decir, se limitó a no cometer ningún fallo, ni por lo que dijo ni en sus gestos, que suponga un peligro para sus expectativas electorales. En ese sentido, ni ganó ni perdió, pero salvó los papeles.

Todos los candidatos acudieron, tras el debate, a las sedes de sus respectivos partidos para afirmar ante sus seguidores que se sentían vencedores y contentos de poder demostrar que sus adversarios carecían de ideas y propuestas serias para el futuro de España. Ninguno se reconoció perdedor del encuentro.

Claro que faltaba el segundo debate en Antena 3 del día siguiente, martes 23, en donde volverían a repetir una confrontación similar, pero definitiva, de cara a la movilización del electorado. Y no defraudaron.

Debate en A3
Un debate a sólo 24 horas del anterior sólo sirve para corregir “debilidades” e insistir en las “fortalezas” de cada contendiente. Pero esta vez con la ayuda de una mecánica diferente en su organización, que perseguía dotar al enfrentamiento de mayor agilidad, viveza y dinamismo. Y se consiguió. Entre el ánimo de unos y una metodología favorable, sin el corsé de un tiempo tasado milimétricamente y abierto a mutuas interpelaciones y refutaciones, se consiguió que el segundo debate ganara agilidad, pero también, en ocasiones, que acabara en un guirigay de interrupciones al que estaba en uso de la palabra que impedía a la audiencia escuchar los argumentos de unos y otros. Hubo momentos en que lo que quedaba claro es la falta de respeto hacia el telespectador y una sorprendente mala educación en personas que se suponen cívicas y de formación exquisita, que aspiran gobernar España, no un corral de vecinos. También abundó la demagogia y las descalificaciones.

Pablo Casado, al que todos dieron por perdedor en el debate anterior, menos los medios afines al Partido Popular, vino dispuesto a no dejar que Rivera le arrebatase la portavocía de la derecha. Vino, según dijo, “a tope”, a elevar el tono y confrontar con Sánchez, pero también con el líder de Ciudadanos, su supuesto socio en un supuesto gobierno de derecha. Tanto rebatió con Rivera que el candidato del PSOE tiró de ironía: “Son las primarias de la derecha”, espetó cuando ambos discutían. Pero su verdadero objetivo era Sánchez, el enemigo a batir y al que quería atacar desde el primer instante, a quien destinó constantes descalificativos (“el más mentiroso”, “el candidato favorito de los enemigos de España”, etc.) y al que no dejaba de acusar de pactar con los independentistas y los “batasunos”, además de bajar los impuestos “como en Venezuela”. Volvió a manipular datos, apropiarse de iniciativas de otros y hasta de inventarse ofertas contra la inmigración, como ese “plan Marshall” para los países del norte de África. Procuró el cuerpo a cuerpo con Sánchez sin conseguirlo plenamente, entre otras cosas porque Sánchez también tenía preparada su defensa. Dejó de lado la moderación que exhibió en el primer debate, pero su “agresividad” sólo sirvió para evidenciar la disputa que mantiene por el electorado conservador con los otros partidos de la derecha: el presente en la sala (Ciudadanos) y el ausente del debate (Vox), pero presente en el ambiente.

Albert Rivera, de Ciudadanos, quiso repetir la estrategia de dureza y agresividad que tan buen resultado le dio en el primer debate. Pero se pasó. Y, además, sus contrincantes habían aprendido la lección y venían preparados para contraatacarle. Ejemplo de ello fue cuando sacó un ejemplar de la tesis doctoral de Sánchez para acusarlo de plagio y éste respondió con un libro de Santiago Abascal y Sánchez Dragó, que le entregó, con el ideario reaccionado de Vox, el socio de ultraderecha con quien no renuncia apoyarse para gobernar, si salen las cuentas, como en Andalucía. Continuamente interrumpía y aconsejaba tranquilidad al líder socialista, sin percatarse que su sudoración era evidente en el rostro brillante que captaban las cámaras, como Nixon en el histórico debate frente a Kennedy. Eso sí, otra vez fue hábil en golpes de efecto, como al desenrollar ante Sánchez un listado de todos los casos de corrupción e irregularidades cometidos por el PSOE a lo largo del tiempo. También volvió a utilizar su tarima como escaparate para fotos y demás recursos de su ofensiva dialéctica. Se mostró más inquieto que la vez anterior y no consiguió una “pegada” contundente, como era su propósito. Y hasta fue objeto de una “reprimenda” por parte de Pablo Iglesias, exigiéndole que no sea impertinente ni maleducado, a causa de sus constantes interrupciones y comentarios. Atacó a Sánchez todo lo que pudo con todas las armas, ya conocidas, de su repertorio, pero no logró tumbarlo. Perdió la oportunidad.

Pablo Iglesias, representante de Podemos, no recurrió esta vez a la cita constante de la Constitución, pero continuó con su talante moderado y centrado en ofrecer políticas prácticas en vez de etéreas promesas generalistas. Siguió mostrándose dispuesto a coaligarse con el PSOE para formar Gobierno, asegurando que los socialdemócratas sólo cumplen sus promesas cuando Podemos lo obliga a ello compartiendo el poder. Su aparente complicidad y benevolencia con el líder socialista contrastaba con su rotundidad frente a las derechas de Casado y Rivera, sin perder, eso sí, ni la mesura ni la formas. No se acompañó de ninguna foto, tabla o recorte periodístico, sino que basó su intervención en la explicación “profesoral” de sus propuestas. De pretender “conquistar los cielos” ha evolucionado hacia un pragmatismo que le hace poner los pies en la tierra. En ese sentido, ha conseguido irradiar la impresión al electorado de izquierda de que, a pesar de sus diferencias con el PSOE, Podemos es ahora una alternativa viable para un Gobierno de coalición. Y, aunque en este debate tampoco recibió una respuesta clara por parte de Sánchez sobre si pactará con Ciudadanos, al menos pudo escuchar del presidente del Gobierno que “no está en mis planes pactar con un partido que nos ha puesto un cordón sanitario”. Algo es algo. Probablemente, sea Iglesias el que saque mayores beneficios para su candidatura de estos debates.  

Y el "enemigo", el candidato Pedro Sánchez, se defendió con eficacia desde el minuto uno cuando, sin que viniera a cuento, rebatió con rotundidad las acusaciones reiteradas de los representantes de la derecha, negando haber pactado con los independentistas (“no es no”) y asegurando que nunca consentirá un referendo ni una república en Cataluña (“nunca es nunca”). Fue menos “institucional”, pero más ágil en sus respuestas a las constantes embestidas de Casado y Rivera, aliados y contrincantes, simultáneamente, en el ataque al líder socialista. Señaló a ambos como los causantes, al aceptar su apoyo, del temor a que la ultraderecha acceda al Gobierno con sus medidas reaccionarias y retrógradas. Como muestra, exhibió la copia de una carta de la Consejería de Justicia de la Junta de Andalucía en la que recaba los datos de psicólogos, trabajadores sociales y forenses que trabajan contra la violencia de género en la Comunidad. Acusó al Ejecutivo andaluz, formado por PP y Ciudadanos, de elaborar una “lista negra” en esa materia, satisfaciendo una de las condiciones que impuso Vox para apoyar la investidura de aquel Gobierno. Por lo demás, volvió a relatar el listado de iniciativas impulsadas por su Gobierno y recalcar su preferencia en constituir, si consigue la confianza de los ciudadanos, un “Ejecutivo en solitario con independientes progresistas de reconocido prestigio”. Al final, no ganó el debate, pero tampoco lo perdió. Salió más o menos indemne y liderando las preferencias en las encuestas. Lo que no es poco, a estas alturas de la campaña electoral, a cuatro días de las votaciones.

Como colofón, lo que queda de estos debates es que, más que una posibilidad informativa para aclarar cuestiones de enorme interés para el país (Economía, Educación, Europa, Política exterior, Industria y Desarrollo, Trabajo, Infraestructuras, etc.), son un espectáculo mediático en el que la polémica forma parte esencial de su contenido. El simplismo y el insulto a la inteligencia de los espectadores, cuando no las mentiras, las descalificaciones, la manipulación grosera y el recurso emocional y demagógico son elementos imprescindibles en este tipo de encuentros. Sin embargo, resultan necesarios para, al menos, ver la capacidad discursiva y dialéctica de quienes pretenden gobernarnos. Y su contribución voluntaria con el “show” o con el esclarecimiento de las dudas del electorado. Se cuestionan su efectividad, pero no su necesidad. Por ello, parece recomendable su regulación por ley, para evitar polémicas y para que todos los partidos sepan a qué atenerse de antemano. Una regulación que también desenmascararía la hipocresía de algunos partidos, como Vox, que acusa a la Junta Electoral Central de marginarlo de estos debates cuando internamente reconoce la conveniencia de no participar en ellos, como, de hecho, ha demostrado en Andalucía, donde ha rechazado su participación en los debates a los que Canal Sur lo había invitado. Con regulación, hasta los ciudadanos sabrían a qué atenerse y qué esperar de los debates políticos: algo mucho más sustantivo que esas polémicas con que suelen acompañarse.

martes, 23 de abril de 2019

Los debates de la polémica (1)


Durante la presente campaña electoral -corta en comparación con la interminable precampaña que se ha desarrollado desde el triunfo mismo de la moción de censura-, la organización de debates entre los candidatos que concurren en ella como cabezas de cartel de los principales partidos políticos ha generado no poca polémica y confrontación. Una polémica innecesaria que ha desviado el interés que debiera suscitar la exposición de las ideas y proyectos por parte de los candidatos hacia minucias que sólo interesan a las empresas organizadoras de los debates (una televisión privada y otra pública), por la publicidad gratuita que les genera, y a los estrategas de algunas formaciones políticas, por idéntico motivo, a las que les conviene más el ruido que lo sustantivo. Una polémica, todo hay que decirlo, a la que también ha contribuido, en gran medida, el presidente del Gobierno, al mostrar escaso respeto por la independencia del medio de comunicación de titularidad pública que, como Gobierno, habría sido deseable que, desde el primer momento, hubiera primado por su función de servicio público en detrimento de la cadena privada, cuyo objetivo es el lucro. Sea como fuere, los rifirrafes y las rectificaciones de última hora en torno a los debates televisivos han sobrado en una campaña electoral que ya venía cargada de excesiva virulencia y acritud, a causa de las descalificaciones, insultos y manipulaciones con que se viene desarrollando.

Todo lo anterior es consecuencia de que la posibilidad de realizar debates entre candidatos durante una campaña electoral no está regulada en España y depende del interés de los partidos por celebrarlos y de las televisiones por organizarlos. Los organizan los medios de comunicación y no los partidos políticos. En cuarenta años de democracia en España, sólo se han realizado cinco debates políticos, el primero de los cuales, a dos tandas, se celebró en 1993 entre Felipe González y José María Aznar. Quince años más tarde, en 2008, se realizó otro duelo, también a dos tandas, entre Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero. En 2011, en un tercer debate, Rajoy repitió cara a cara con Alfredo Pérez Rubalcaba. El cuarto encuentro televisado se celebró en 2015 entre Pedro Sánchez y el presidente Rajoy, quien, dos días antes, había rechazado un debate entre los cuatro aspirantes a la presidencia del Gobierno, enviando en su lugar a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Y, por último, el quinto debate fue al revés: Rajoy rehuyó el cara a cara con el líder de la oposición, pero asistió al organizado entre los cuatro candidatos que aspiraban a La Moncloa. Era la primera vez que se celebraba un debate con todos los aspirantes a presidente de Gobierno. En la presente ocasión, será la segunda vez que se celebre un debate entre los cuatro candidatos, y a dos vueltas en menos de 24 horas.

En el origen de la polémica está la decisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de escoger el debate organizado por Atresmedia (A3), la televisión privada, en detrimento del de Televisión Española (TVE), el ente público, porque le daba la oportunidad de confrontar con el candidato de Vox, el partido de ultraderecha, aliado en Andalucía con el Partido Popular y Ciudadanos, los otros partidos de derechas presentes en el debate. Pero hubiera sido la primera vez que se celebraría un debate con la presencia de un líder sin representación parlamentaria nacional, aunque con grandes expectativas de tenerla. El debate de TVE se limitaba desde el principio a los aspirantes con tal requisito, como exige la doctrina de la Junta Electoral Central y la interpretación de la Ley Electoral. Prohibido el debate “a cinco” de A3 por exigencias legales -tras recursos presentados por ERC, Coalición Canaria y PNV (formaciones nacionalistas) que recordaban que ya anteriormente se había dictaminado que la ley también debía aplicarse a los debates organizados por las televisiones privadas-, el presidente del Gobierno optó entonces por el debate “a cuatro” de TVE, que anteriormente había descartado. La cadena privada -que se apresuró a modificar su formato para adaptarlo “a cuatro” como exigía la ley- y los demás candidatos, incluido el de Podemos, la formación de izquierda, reclamaron que se mantuviera también el debate previsto en A3, aunque supusiera repetir en menos de 24 horas el de TVE, y con los mismos protagonistas: Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Cs) y Pablo Iglesias (Podemos). La presión mediática y política fue mayúscula, hasta el extremo de hacer rectificar al presidente del Gobierno y obligarlo aceptar su asistencia a los dos debates, en una especie de enfrentamiento a dos vueltas: uno de ida (TVE) y otro de vuelta (A3).

El primero a celebrarse sería el de TVE y su desarrollo condicionará el de A3, irremediablemente. En el primero, en el que no conviene agotar toda la artillería, servirá para marcar el terreno e identificar las fortalezas y debilidades, propias y ajenas, para en el segundo intentar que la mejor imagen, el mejor mensaje y los argumentos más convincentes sean el de uno y no el de los adversarios, para movilizar que los indecisos, de porcentaje supuestamente muy elevado, acudan a votar el próximo 28 de abril y escojan la papeleta de quien se cree ganador del debate.

Sin embargo, el enredo de fechas, la celebración de dos debates seguidos y la torpe instrumentalización de la televisión pública, han trastocado los planes del presidente del Gobierno y candidato del PSOE a revalidar el cargo, cuya campaña, como candidato favorito en las encuestas, transcurría con tonos “institucionales”, actitud moderada, que evitaba responder a las descalificaciones que recibía de sus contrincantes, y limitada a relatar las iniciativas, de fuerte calado social, aprobadas bajo su mandato de escasos diez meses. Una campaña sin riesgos, diseñada para no enredarse con la crispación en la que debaten los demás candidatos, que amenazan con cordones sanitarios, mentiras y manipulaciones para socavar la confianza demoscópica en el líder socialista, experto en resiliencia y capacidad de resistencia.

Pero la polémica, el lío de fechas y las discrepancias con el formato, han aflorado incluso en los prolegómenos del evento, finalmente convertido en dos debates seguidos y en dos medios distintos para confrontar frente a las audiencias. Dos debates polémicos a cinco días de las votaciones, con una tasa de indecisos del 40 por ciento según el sondeo del CIS y con prohibición de publicar nuevas encuestas que sirvan para conocer quién remonta las expectativas o pierde confianza entre el electorado. Todo ello aumenta la incertidumbre hasta el final en unas elecciones en las que, de manera más nítida que nunca, se enfrentan dos bloques ideológicos o dos modelos de sociedad distintos: el de la derecha, representada por el Partido Popular, Ciudadanos y Vox, y el de la izquierda, representada a su vez por PSOE y Podemos. Y ambos bloques buscan mayorías suficientes para poder gobernar sin cortapisas ni hipotecas, en un contexto pluripartidista en el que las coaliciones serán inevitables. De ahí la importancia de estos debates, que constituyen la última oportunidad que disponen los candidatos de intentar convencer al electorado a través de la inmensa audiencia televisiva. Todo depende de su capacidad para aprovecharlos y salir bien parados. Pero eso es asunto, tras el desarrollo de los debates, de un próximo artículo.

viernes, 19 de abril de 2019

Lluvia en primavera


Que en primavera llueve no es ninguna novedad, como tampoco que alterne días de un frío que estábamos a punto de olvidar con jornadas de un calor que hacen preludiar el verano. No en vano la primavera es la estación intermedia entre el invierno y el verano, cuya transición no suele ser uniforme y gradual, sino, a veces, a trompicones hacia atrás y adelante. La inestabilidad climática es más propia de la primavera que el tiempo apacible, soleado y benigno con que deseamos se acompañe. Por eso, cada año, solemos refunfuñar si las lluvias, el frío o el viento se abaten sobre las procesiones de Semana Santa o el albero de la Feria de abril de Sevilla, las grandes fiestas primaverales de la ciudad.

Más que al ocio en las casetas y los rituales religiosos de los feligreses, tales días desapacibles afectan negativamente a la poderosa industria del turismo, que tiene en esas fiestas tan señaladas de primavera su expectativa más importante de beneficios del año. De ahí que empresarios, autoridades y particulares deploren unas fiestas pasadas por agua, aunque las precipitaciones sacien la sed de la agricultura y los pantanos. Una lluvia a destiempo perjudica, más que a la tradición, al negocio. Sobre todo, si podía caer una semana antes u otra después, como se lamenta la mayoría de los sevillanos. Pero lo único estable es la estación, con su inestabilidad climática, frente a unas fiestas que se ubican cada primavera en fechas distintas, que hacen que Semana Santa y Feria se celebren en marzo y abril, un año, o abril y mayo, al siguiente. Nadie se alegra de que el granizo o la lluvia impidan la celebración de estas fiestas, pero, por favor, no le echen la culpa al tiempo ni se lamenten por esos `pobrecitos´ que llevaban todo el año aguardando este momento. La primavera es como es y somos nosotros los que nos empeñamos en desafiarla. Y, a veces, nos sale bien y, otras, mal.

miércoles, 17 de abril de 2019

Fe pública


Como manda la tradición y el fervor religioso, la Semana Santa acapara las calles y plazas de la ciudad con procesiones de cofradías y nazarenos, acompañadas o no con bandas de música, escolta policial de la Guardia Civil y representación de la Autoridad municipal, con sus correspondientes uniformes de gala y trajes oscuros con corbata negra, sobre los que cuelgan galones, medallones e insignias que demuestran el mérito de cada cual. Es una liturgia solemne de exhibición de una fe pública, a la vista de todos, sean creyentes o ateos, que cada año me despierta el mismo estupor, fruto de mi incapacidad para comprender tanta trascendencia sobrenatural. No puedo evitar, siendo tan maduro como soy y tener este blog la antigüedad que tiene, repetir los mismos argumentos que, con todo respeto, me llevan a no participar de la irracionalidad colectiva que se pasea por la vía pública durante esta semana, aunque la tolere a la fuerza. ¡Qué le vamos a hacer: resignación cristiana!   



martes, 16 de abril de 2019

Hijos de clase media


La crisis económica de hace una década y las medidas que se adoptaron para combatirla, centradas en una fuerte restricción del gasto social, han trastocado, tal vez de manera definitiva, las expectativas no sólo de prosperar sino de mantener el estatus que disfrutaban determinadas clases sociales en España y otros países occidentales. No nos estamos refiriendo a las clases trabajadoras y humildes de la población que ni causaron ni desencadenaron el colapso de los bancos -deuda privada-, pero fueron castigadas y empobrecidas de manera alevosa e injusta so pretexto de una austeridad a rajatabla para contener el gasto social -deuda pública-, que acabaría cebándose con ellas. Tampoco fueron las únicas víctimas. También la clase media sufrió el efecto “castrante” de las tijeras, la precariedad y las reformas “estructurales” que han instalado la inseguridad en un estamento de población que confiaba en la estabilidad de sus condiciones económicas y sociales.

En rigor, todos los estratos sociales padecieron las consecuencias desastrosas, con más o menos intensidad, de la pasada crisis financiera, con la sóla excepción del más acaudalado, el de los ricos. Únicamente la élite de los pudientes salió beneficiada de la crisis, puesto que se aprovechó de ella para mejorar sus condiciones, tanto en lo que respeta a las rentas como al tamaño del segmento. A estas alturas, nadie discute que la crisis hizo más ricos a los ricos, permitiéndoles crecer en número y fortuna. Como también que desde la crisis no sólo hay más pobres, sino que, para colmo, se han empobrecido aún más*. Todas estas repercusiones causadas a un extremo y otro de la escala social han sido objeto de análisis y reflexiones de manera exhaustiva por los expertos. Sin embargo, no lo ha sido tanto en lo que concierne a la inmensa clase media, exprimida también sin miramientos, no sólo a causa de la propia crisis económica y la consiguiente pérdida de su capacidad adquisitiva, sino también por la inseguridad laboral y la pérdida de cualificación para el desempeño de unas profesiones y un trabajo que hasta entonces eran considerados completamente seguros y estables.

Eso es, precisamente, lo que ha evidenciado un estudio reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con el título de Bajo presión: clase media exprimida y publicado el pasado 10 de abril, que destaca el estancamiento en que se halla la clase media, la más amplia si no mayoritaria de la población, después de un período de progresivo declive y debilitamiento a lo largo de las últimas décadas. La crisis económica de 2008 sólo fue la puntilla que ha deteriorado, de forma casi irremediable, sus condiciones de vida y su papel preponderante en la economía de cualquier país desarrollado. No debe olvidarse la importancia de la clase media para la estabilidad económica y el sostenimiento del consumo, pues actúa de tractor de la oferta y el mantenimiento del tejido productivo. Pero el estancamiento de los salarios, que ha provocado un descenso de las rentas por hogar que imposibilita atender el aumento del coste de la vida por la inflación (vivienda, educación, sanidad, equipamientos, ocio, etc.), junto a la incertidumbre laboral de unos empleos cualificados que corren el riesgo de desaparecer debido a la automatización y las nuevas tecnologías, han hecho que la clase media pierda capacidad y peso económico, además de menguar como estamento social, ya que las nuevas generaciones encuentran dificultades para conseguir, a pesar de su preparación, empleos estables y salarios dignos que les posibilite engrosar el estatus social de sus padres. Según el citado estudio, un hogar de cada dos de clase media, en 24 países de la OCDE, tiene actualmente dificultades económicas y no puede hacer frente a imprevistos. Ello explica que se produzca el descenso hacia una clase más baja en uno de cada siete hogares de clase media. Y que aparezca el temor en muchas familias de que los hijos vayan a vivir peor que sus padres.

Pero es que, aparte de las crecientes dificultades que encuentran los padres para costear los estudios superiores de sus hijos (másteres, desplazamientos, alquileres, becas reducidas o restringidas, etc.), éstos, además, aún completando su formación, tropiezan con enormes obstáculos para acceder al mercado laboral y hallar un empleo acorde con su cualificación académica y profesional. Y lo que hallan, en la mayoría de los casos, son trabajos de bajos ingresos, de fuerte temporalidad y ajenos a su formación. Es decir, empleos con la misma precariedad que caracteriza al mercado laboral español. De ahí la elevada tasa de paro juvenil (más de un 40 por ciento del total) y la falta o caída de ingresos que les impide, no sólo mantener su condición de miembros de clase media, sino incluso emanciparse. Tales factores económicos, junto a condiciones sociológicas, obstaculizan el futuro de los jóvenes y hacen inútil la educación como ascensor social (como no sea sólo para bajar) y como antídoto contra la desigualdad de oportunidades. Frenan, en suma, la movilidad social a causa de unas perspectivas de salida laboral tanto o más inciertas que las que amenazan al empleo de sus padres, antaño tan estables, seguros y racionalmente remunerados.

Por todo ello, los hijos de clase media se enfrentan a un futuro lleno de nubarrones. Tan negro como el del conjunto de los trabajadores que han sido víctimas de un mercado de trabajo que, con la excusa de la crisis, se ha acostumbrado a exigir condiciones laborales y salariales inadecuadas para hacer frente a los costes de la vida, y por los obstáculos que hallarán para seguir perteneciendo a la clase social de sus padres. Con semejante panorama, no resulta extraño que la clase media venga menguando con cada generación, debido a las dificultades que tienen los hijos para permanecer en ella y por la progresiva pérdida de poder económico de sus padres para conservar el estatus social. Ello explica, como una fotografía sociológica, el descontento, la falta de integración y la desafección que hacen posible los populismos y otros fenómenos de contestación social como el de los indignados, los “chalecos amarillos” y hasta el rebrote de la ultraderecha. La única conclusión posible, que parezca razonable, es no cejar en el empeño de la formación, como la mejor herramienta que ofrece mayores posibilidades para escapar de los condicionamientos de origen, y luchar como colectivo, con las armas de la democracia, por el futuro que se merecen. No se me ocurre otra.
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Notas:
* Julio Carabaña, Pobres y ricos. Editorial Catarata, pág. 92.     

domingo, 14 de abril de 2019

Aversión primaveral


Cuando la primavera estalló, él llevaba semanas con estornudos y los ojos llorosos. Sus síntomas “catarrales” eran el preludio de la nueva estación. Con la llegada del buen tiempo, su organismo reaccionaba al polen invisible que empezaba acumularse en el aire y que hacía que sus ojos enrojecieran de lágrimas y su nariz gotease como si estuviera resfriado. Golpes de tos incontrolados, breves pero reiterados, completaban con sonoridad aquel cuadro de irritación y picores con el que presentía una primavera próxima. Semanas antes de que las flores se engalanaran de vivos colores, las pastillas y los aerosoles lo ayudaban a refrenar sus arrebatos por podarlas de raíz o huir a otras latitudes. Su sistema inmune reaccionaba precipitada y excesivamente contra los estímulos de una estación que la mayoría de la gente aguarda como una bendición. Sentía aversión primaveral que combatía con antihistamínicos y pañuelos, pero que no impedía que buscase la luz del sol cada día. Sus ganas de vivir eran más fuertes que cualquier alergia.

jueves, 11 de abril de 2019

Política hiperbólica


Desde que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decidiera el 15 de febrero pasado convocar elecciones generales anticipadas, a celebrarse el próximo 28 de abril, los partidos políticos en España se han entregado a una frenética campaña que, sin esperar al comienzo oficial de la misma, los ha llevado a exagerar los problemas, magnificar sus propuestas y denostar hasta la infamia al adversario con el único propósito de diferenciar su marca como la única capaz de solucionar los problemas y ganarse la atención del ciudadano. Las alternativas que ofrecen estas formaciones al electorado descansan en un “relato, descripción o noticia que presenta las cosas como más graves, importantes o grandes de como en realidad son”, según la acepción de hipérbole que puede consultarse en el diccionario María Moliner. La intención de todos ellos no es debatir los asuntos que interesan o preocupan a la gente para que se conozcan sus propuestas, sino la de convencer al ciudadano para que les vote, recurriendo, incluso, a ignorar la verdad o negar hechos irrefutables. Lo que de verdad les importa, y por ello compiten a cara de perro, es ganar las elecciones, superar a los rivales y acceder al poder o, lo que es lo mismo, hacerse con el gobierno.

Con tal finalidad, se han lanzado frenéticamente a exagerar los defectos de los rivales y las bondades propias, pintando un panorama apocalíptico de la realidad y advirtiendo de las catástrofes que penden sobre nuestras cabezas si los contrincantes logran vencer, por sí solos o en coalición, estos comicios. Un dramatismo tan desaforado que impregna, incluso, al período previo de la campaña de una tensión innecesaria por el radicalismo con que se desarrolla la confrontación. Como si, para algunos, la democracia padeciera en la actualidad mayores peligros que cuando un teniente coronel de la Guardia Civil asaltó el Congreso de los Diputados, en febrero de 1981, para intentar un golpe de Estado, armas en ristre, que, afortunadamente, resultó fallido. O como si las dificultades económicas, tras la última crisis financiera, mantuvieran al país sin capacidad de generar riqueza, crear -aunque lentamente y en precario- empleo y no pudiera competir con oportunidades en el mercado global. O nos halláramos al borde de una ruptura del país por culpa de quienes aspiran a la independencia en Cataluña y los que intentan dialogar con ellos para encauzar el problema por derroteros democráticos y pacíficos. Para tales agoreros, en estas elecciones España se juega su ser y su futuro como nunca antes en la historia.

De hecho, antes de ser convocadas, la oposición al Gobierno en el Parlamento ya actuaba en modo electoral, insistiendo en la urgente necesidad de interrumpir la legislatura y adelantar las elecciones generales, como inevitablemente ha sucedido. La falta de apoyos para aprobar los Presupuestos Generales del Estado obligó esa convocatoria electoral. Al día siguiente, todos los partidos de la oposición comenzaron a estructurar una narrativa catastrofista en sus mensajes electorales, tratando de establecer diferencias entre las formaciones que se autodenominaban “constitucionalistas” y las que, a juicio de éstas, no lo eran´. De esta forma podían acusar a las “no constitucionalistas” de representar un riesgo enorme para el país y hasta de no ser leales a la Constitución. Tal “frente” de fuerzas “constitucionalistas” se formó con el sólo fin de “sacar” a Sánchez del Gobierno y relevar a los socialistas del poder, más por cómo se auparon a él, a través de una moción de censura, que por las políticas implementadas durante los escasos meses en que lo detentaron.    

Resulta llamativo que, entre los partidos autoetiquetados como “constitucionalistas” -Partido Popular y Ciudadanos, formaciones conservadoras-, el referente ideológico y expresidente del primero, José María Aznar, no votase precisamente la Constitución, aunque ahora se comporte como su máximo y exclusivo defensor e intérprete, y que el otro partido ni siquiera existiese ni se le esperase cuando la carta Magna fue elaborada y sancionada por las Cortes Generales y el pueblo español. Y que con esa auto-otorgada “autoridad” tachen de “no constitucionalista” a un PSOE que luchó, desde la clandestinidad y luego desde la legalidad, por traer -junto a otros partidos- la democracia a este país, participó activamente en la redacción del proyecto constitucional y promovió las principales reformas que han hecho progresar y modernizar España hasta asemejarla a las naciones más avanzadas de nuestro entorno. Todo un rifirrafe que resulta demasiado exagerado y forzado, propio de una política hiperbólica.  

Como también lo es utilizar el conflicto catalán como el gran asunto que divide a los partidos entre patriotas y traidores. Porque, por muy preocupante que, a muchos, parezca el pulso independentista en aquella comunidad, no es ni por asomo un golpe de estado ni el mayor problema político de España, aunque así convenga tratarlo a las formaciones de la derecha por incitar la radicalización de los sentimientos nacionalistas más primarios, sin importarle el deterioro de la convivencia. Obvian que los mecanismos previstos del Estado de Derecho han abortado aquel intento de desbordar el marco constitucional para forzar el reconocimiento de un inexistente “derecho a decidir” -que la ONU limita a los casos de dominio colonial y notoria violación de los derechos humanos de sectores minoritarios de la población-, para, mediante un referendo ilegal, proclamar una república en Cataluña. Y que el poder judicial está resolviendo, con todas las garantías, las posibles responsabilidades penales cometidas por aquellos autores que desafiaron la legalidad. Esa verdad que con ello no se resuelve el problema, que más pronto que tarde la política tendrá que abordar, pero se canaliza por derroteros de respeto a legalidad, lealtad institucional y cauces democráticos. A pesar de tanto alarmismo, en comparación con el golpe del 23-F, en el que los tanques salieron a las calles de Valencia mientras elementos de la Guardia Civil tenían secuestrado al Gobierno y a los parlamentarios en el Congreso de los Diputados para sustituir un gobierno democrático por otro impuesto mediante el uso de la fuerza armada, no deja de ser una perniciosa tergiversación calificar, incluso como licencia semántica, el conflicto catalán como golpe de estado. Exagerar el calificativo no agranda la gravedad del problema, aunque ayude a instrumentalizarlo con fines partidistas y electorales, que es lo que persigue la política de la hipérbole.

Al menos, afortunadamente, ya no se habla de aquellas temidas “invasiones” de inmigrantes que amenazaban nuestras costas y ciudades. El fenómeno migratorio ha vuelto a la cotidianeidad de un asunto que se amolda a los parámetros manejables de una frontera que separa un primer mundo de oportunidades de un tercer mundo de conflctos y necesidades. Sólo Vox, el partido de ultraderecha recién incorporado a la lid política, sigue empeñado en considerar a los inmigrantes como una amenaza a nuestra identidad y cultura, despertando miedos infundados en la población y contagiando de xenofobia y racismo a los otros partidos de la derecha que compiten por el mismo electorado y precisan de su apoyo para una hipotética alianza gubernamental. Tan es así que, aquellas fuerzas que conceden arbitrariamente diplomas de “constitucionalidad”, no reparan en que Vox mantiene en su ideario la derogación de las autonomías y el retorno al Estado centralista, la supresión de las políticas que posibilitan la igualdad de la mujer, otorgar la “libertad” de portar armas de fuego y hasta forzar la salida de España de una Europa como proyecto de unión económica, monetaria, comercial, política y social. Por todo ello, el mensaje hiperbólico respecto a una inmigración considerada como foco de delincuencia, violencia y terrorismo, que arrebata puestos de trabajo a los nacionales y detrae recursos de nuestras prestaciones públicas, además de desnaturalizar nuestra identidad y costumbres, queda reducido a las soflamas de unos pocos demagogos, como Abascal, Trump, Salvini y, cuando se le calienta la boca, Casado, el líder del PP que no sabemos si se va radicalizando o abandona el disimulo para mostrarse cual es.

Queda, no obstante, el recurso a la economía como ámbito para valerse de la hipérbole con intención de desprestigiar al contrario, deslegitimar sus iniciativas y despreciar lo que de positivo se haya conseguido. Un ámbito en que, todo lo que no sea “bajar” impuestos, es tomado como nefasto y perjudicial para el país y los bolsillos de los ciudadanos. Y en el que, cuando se está tan ofuscado en exagerar la ineptitud ajena y la capacidad propia, la incontinencia verbal puede deparar, a veces, malas jugadas. Como cuando se afirma que se retomaría lo acordado por el Gobierno de Rajoy de subir el salario mínimo interprofesional (SMI), en 2020, a 850 euros, sin caer en la cuenta de que en la actualidad ya está vigente un SMI de 900 euros, por decisión del Gobierno socialista. Por mucho que se quiera rectificar, el mensaje que queda es el de pretender reducir el salario mínimo.

De igual modo, parece ridículo cuestionar los “viernes sociales” del Ejecutivo por continuar gobernando e implementando iniciativas que benefician a la mayoría de la población en fechas próximas al período electoral, sin serlo todavía oficialmente, al aumentar el permiso de paternidad, ampliar la cobertura por desempleo a los parados mayores de 52 años o suprimir el “impuesto al sol” que gravaba el autoconsumo de energía sostenible generada en una instalación propia. Medidas todas ellas que paliaban los efectos de unas políticas de recortes y austeridad tomadas durante la crisis y que se suman al aumento del salario de los funcionarios, la revalorización de las pensiones o la restitución de derechos laborales ya aprobadas anteriormente por el Gobierno. Y es ridículo, además de exagerado, por cuanto, a pesar del gasto que suponen estas medidas, se enmarcan en una economía cuyo crecimiento se mantiene por encima de la media de la Eurozona, aunque presente una leve desaceleración respecto a ejercicios anteriores, y que mantiene una inflación contenida, reduce poco a poco el déficit público, sin cumplir exactamente los objetivos previstos, y logra un descenso progresivo de la tasa de paro. Criticar la marcha de la economía y las iniciativas sociales con impacto económico como perjudiciales para el país es una manipulación de la realdad por parte de quienes se valen de la hipérbole para hacer política. Una actitud que caracteriza a una campaña electoral que, oficialmente, todavía no ha comenzado.

Lo indignante de este proceder es que, los asuntos que de verdad interesan y afectan a los ciudadanos, como son el trabajo, el precio de la vivienda, el acceso a la educación en todos sus niveles, incluyendo las guarderías, la salud y la calidad asistencial, las pensiones y su sostenibilidad, las ayudas familiares y a la dependencia, la seguridad ciudadana y la garantía de libertades y derechos, la protección contra la contaminación y el medio ambiente y demás minucias de la gestión pública, quedan arrinconadas por la cháchara ensordecedora sobre banderías sentimentales y conceptos tan susceptibles de tergiversar como el patriotismo, el honor, las convicciones de cada cual y hasta lo que “quieren” y “sienten” los españoles. Una política hiperbólica sólo eficaz para confundir al votante, no para solucionar sus problemas.         

martes, 9 de abril de 2019

Espejismos


A veces noto que me están mirando, que unos ojos extraños observan cuánto miro y escudriñan lo que hago. Ojos que no veo pero que siento detrás de mí, como si me interrogaran con la mirada y reclamaran mi atención. Pero cuando trato de localizarlos, girando con curiosidad la cabeza hacia ellos, por conocer quién me observa y cruzar mi mirada con la suya, no los encuentro, no hallo nadie que me mire ni muestre interés por mí. Sólo vacío.

En otras ocasiones, distingo con claridad, entre el ruido ambiente y el murmullo de la gente, una voz que me llama, me interpela. Una voz que parece conocida y que, por supuesto, me conoce. Pronuncia mi nombre u opina sobre lo que estaba a punto de acometer, para desaconsejarlo la mayoría de las veces. Es una voz que me sorprende, por inesperada, pero no asusta, por la tonalidad familiar y pacífica. Pero que tampoco descubro de dónde procede cuando intento identificarla. Nunca conozco quién me habla entre una multitud de desconocidos que ocupa el espacio de donde procedía una voz que ha enmudecido. Sólo silencio en medio de la algarabía.

También siento, rara vez, es cierto, una presencia que me sigue o espía. Ni me mira ni me habla, pero me acompaña y perturba. Como si alguien me arrebatara la intimidad, impidiéndome estar solo, y se empeñara en estar conmigo cuando no deseo estar con nadie. Porque esa presencia la siento en los sitios solitarios en que voluntaria o casualmente me hallo. Una sensación que me hace sentir paranoico porque jamás se hace corpórea ni manifiesta. Sólo soledad.

Mis sentidos, por lo que parece, me engañan porque no responden sólo a los estímulos de la realidad, sino también a la fuerza de los deseos y las ausencias que nos mortifican. Juegan conmigo provocándome espejismos para que conozca el vacío, el silencio y la soledad de una existencia que me domina y desborda.

sábado, 6 de abril de 2019

Haiku


Para la concisión cuasi conceptual, la inmediatez resplandeciente de un momento efímero o la fugacidad de un pellizco sensorial, nada más apropiado que un Haiku, el poema japonés de sólo tres versos, como si fuera un tuit lírico de una red parca en palabras, que no en sentimientos. Vayan, pues, tres ejemplos de tales suspiros literarios:

Mañana nublada:
como en un sueño pintado
la gente pasa.
BUSON

Sobre el mar
borra el arcoíris
una golondrina.
TAKARAI KIKAKU

Silencio en la noche:
mis oídos captan
el grito sordo del cuerpo.
DANIEL

viernes, 5 de abril de 2019

Cumpleaños del Museo del Prado

Sobreviviendo a dinastías monárquicas, guerras civiles, dictaduras y otros avatares históricos que lo podrían haber hecho desparecer o expoliar sus fondos, hasta llegar intacto a nuestra democracia, el Museo del Prado, de Madrid, está de celebraciones: cumple nada menos que 200 años de existencia, una longevidad sorprendente para la vitalidad juvenil que exhibe como institución e insólita en un país que suele despreciar su patrimonio cultural, ignorar su historia y pasar de sus artistas, intelectuales e ilustrados en general. La pinacoteca más importante de España y una de las mejores del mundo, a la altura del Museo del Louvre de París, Metropolitan de Nueva York, Britanico del Reino Unido o Hermitage de Rusia, cuenta con una de las más completas colecciones de pintura europea y, por descontado, la mejor de artistas españoles, como Velázquez, el Greco, Goya, Murillo, Ribera o Zurbarán, entre otros.  

El antiguo Real Museo de Pintura y Escultura, mandado construir por el rey Carlos III para destinarlo a Gabinete de Ciencias Naturales, e inaugurado décadas después por su nieto, el rey Fernando VII, como Museo de Pintura, abrió por primera vez sus puertas en 1819 con un catálogo inicial de 311 cuadros, procedentes de las colecciones reales que los sucesivos monarcas de España fueron reuniendo durante siglos. Tanto es así que puede afirmarse que el Museo del Prado debe su existencia a las donaciones aportadas por cada uno de los reyes que, tanto Austrias como Borbones, desde el siglo XVI enriquecieron su catálogo, a semejanza de la Gallería Uffizi, de Florencia (Italia), donde la familia Médici almacenaba sus obras de arte. Hay Museo del Prado porque hubo reyes con espíritu coleccionista y afán de contribuir con su legado pictórico al Patrimonio Nacional. Por eso podemos ver obras de Bartolomé Bermejo de los tiempos de la Reina Católica, del Tiziano de Carlos V, del Bosco de Felipe II, y muchísimos otros que conformarían una lista interminable. Como resume Antonio Castillo Algarra en un artículo* reciente: “Sin Felipe IV no hay Velázquez y sin Velázquez no hay Museo del Prado”.

Lo relevante es que, actualmente, por empeño de pocos y suerte histórica, tenemos a nuestra disposición una de las mejores pinacotecas del mundo que, con la excusa de su bicentenario, podemos contemplar por primera vez, si antes no lo habíamos hecho, o volver a visitar para admirar los lienzos emblemáticos que cuelgan de sus paredes con obras de Velázquez, Goya, el Greco, Fra Angelico, Rubens, el Bosco, Tiziano, Rafael, Van Dick, Murillo, Zurbarán, Tintoretto y tantos otros. Permitámonos el lujo porque no todo es futbol ni política barriobajera.

*¿Han perdido la memoria en el Museo el Prado?, revista Claves de Razón Práctica, nº 263, pág. 70-74.

miércoles, 3 de abril de 2019

Miedos


Sí, miedos en plural, porque son muchos los que me asaltan cuando más seguridad debiera tener. Sin embargo, los años me vuelven temeroso ante los imprevistos a que estamos expuestos y frente a lo desconocido que aumenta cuanto más creemos saber. Y por el futuro, esa mezcla de imprevisión e ignorancia que impregna un porvenir que a cada paso parece más lejano y siniestro. Cualquier contratiempo, por nimio que sea, me desvela por las noches porque me hace temer no sólo que no pueda resolverse, sino que, incluso, empeore hasta agobiar de complicaciones una rutina a la que me había acomodado plácidamente. La simple rotura de una cisterna hasta una tos persistente me altera los nervios por las sospechas que enseguida me despiertan de males aún mayores que pudieran esconder. Son muchos los miedos que me sobresaltan a una edad en que debía estar curado de espanto. Miedos que me hacen buscar refugio en lo próximo e íntimo, en lo que me protege del mundo y sus peligros: en la lectura y la escritura. Sólo así consigo la sublimación de mis múltiples miedos. Me reconozco cobardica en cuanto levanto la mirada de una página.      

martes, 2 de abril de 2019

Derecho internacional: haz lo que quieras.


Además de las leyes nacionales que cada Estado elabora, existe una serie de leyes internacionales, sujetas a acuerdos, tratados, protocolos, notas diplomáticas y convenios, como la Convención de Ginebra, o emanadas por organismos por todos reconocidos, como la ONU, que conforma el entramado jurídico del Derecho Internacional que garantiza la legalidad de las relaciones de los Estados en el ámbito mundial. El reconocimiento a la soberanía del territorio, sus aguas territoriales y el espacio aéreo, las leyes que vinculan a las empresas transnacionales, los intercambios comerciales, las transacciones económicas, los pactos defensivos y hasta el aire que respiramos (se puede demandar a un estado vecino por contaminarnos la atmósfera o un río transfronterizo) están sujetos a ese Derecho Internacional que regula y facilita una relación pacífica entre países a la hora de tener que abordar la resolución de conflictos de jurisdicción supraestatal o internacional. No acatar tales leyes y desobedecer a los organismos competentes de los que emana la legalidad internacional ocasiona un quebrando peligroso del siempre delicado equilibrio que posibilita el mutuo respeto y, por extensión, la paz y el orden mundial. Pero hay quienes incumplen la ley. Tanto Vladimir Putin como Donald Trump no dudan en saltarse a la torera el Derecho Internacional cuando les viene en gana o favorece a sus aliados.

Es lo que acaba de hacer Estados Unidos (EE UU), bajo el mandato del presidente Trump, al reconocer oficialmente los Altos del Golán como parte del territorio israelí. Esa meseta que pertenece a Siria había sido ocupada por Israel durante la guerra de los Seis Días, en 1967. Desde entonces ha renunciado a devolverla -al contrario de la península del Sinaí, que también invadió en aquella guerra, pero la devolvió a Egipto-, porque todavía mantiene beligerancia con una Siria con la que oficialmente está en guerra desde 1948, lo que obliga a la ONU a mantener una misión de cascos azules de interposición, desde 1974, que vigile el alto el fuego en la zona. Y es que, para Israel, esa superficie elevada, situada al noreste del país, es un enclave estratégico que permite, no sólo la defensa del estado hebreo, sino también la vigilancia de Siria, Líbano y Jordania, además de garantizarle el suministro de agua al controlar las fuentes del río Jordán y el mar de Galilea. Algunas informaciones calculan que un tercio del agua que consume Israel proviene de allí. En todo caso, a efectos de la legalidad internacional el Golán es “terreno ocupado”, según Resolución de la ONU, que Israel se anexionó en 1981, llenándolo progresivamente de colonos, como hace en la Cisjordania palestina, con explícita intención de “hebreizar” a su población.       

Lo grave de este asunto es que EE UU quebranta la ley internacional para favorecer y respaldar la política de hechos consumados e ilegales que impulsa el Gobierno de Benjamín Netanhayu en Israel. La Casa Blanca, desde que la ocupa Donald Trump, se ha posicionado incondicionalmente al lado de Israel, cosa que nunca antes había sucedido si provocaba la desobediencia del Derecho Internacional del que EE UU era garante. La política proisraelí de Trump se salta la legalidad al reconocer los Altos del Golán como territorio hebreo, al trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén, al no contribuir con fondos para la agencia de la ONU de ayuda a los refugiados palestinos e, incluso, al negarse a ratificar el acuerdo antinuclear establecido con Irán. Y hace todo ello por conveniencia de Israel, que no acepta más poder en la región que el suyo y rechaza cualquier iniciativa que de alguna manera beneficie al régimen iraní y al movimiento de Hizbolá de milicias proiraníes.

Pero, al mismo tiempo, da oportunidad a Rusia para reemplazar el papel de EE UU en el mapa geoestratégico de Oriente Próximo y Oriente Medio, cuando le permite alinearse en el rechazo que ha despertado tal reconocimiento, no sólo con toda Europa, sino también con las potencias regionales como Irán, Turquía y Arabia Saudí, algunas rivales entre sí, así como con Siria, de la que es aliada, y Egipto. También concede a Putin argumentos con los que justificar la apropiación de la península de Crimea, arrebatada “militarmente” a Ucrania en 2014, y anexionada de manera unilateral a la Federación de Rusia, contraviniendo la legalidad internacional y el respeto a la integridad de los estados. Otros conflictos por disputas semejantes podrían, de este modo, verse inclinados a ser abordados de forma expeditiva, de forma similar a los de Golán y Crimea, al contar con antecedentes de la impunidad con que puede violentarse un Derecho Internacional que, no obstante, se exige respetar a otros. Se trata de los casos de China con Taiwán. India con Cachemira, Japón con las islas Kuriles o el mismo Israel con el resto de Cisjordania y la Franja de Gaza. O como el que protagonizó Marruecos en el Sahara español. Ninguna ley internacional parece útil para parar los pies a quienes quieran desobedecerla, si no halla el respaldo de las superpotencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aunque estas sean las primeras en violarla cada vez que les convenga o antoje. Lo más grave de la irreflexiva decisión de Trump es que retrotrae al mundo a los tiempos en que los estados poderosos podían invadir y conquistar “manu militari” territorio ajeno cuando les apetecía. Nos devuelve a un mundo sin orden y regido por la ley del más fuerte.

Lamentablemente, nos estamos acostumbrando a que Donald Trump incumpla todo tipo de normas, leyes o tratados que estime perjudiciales para esa América que él imagina por encima de cualquier legalidad que regula las relaciones estatales en condiciones de igualdad y equidad. Ya no nos causa estupor su abandono del Acuerdo de París contra el Cambio Climático, su ruptura con el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, su salida de la UNESCO, su suspensión del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, su huida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y del Pacto Mundial sobre Migración y Refugiados del mismo organismo, y sus intentos por desnaturalizar cualquier foro que contemple el multilateralismo y los consensos mundiales. Incluso nos hemos habituado a sus dislates en materia de política interna, como esas medidas selectivas contra la inmigración desde determinados países musulmanes y el famoso muro que pretende levantar en la frontera con México, la finalización del Programa de Acción Diferida para los llegados durante la infancia, la obsesión por derogar el Obamacare, el sistema que permitía un seguro médico a los más desfavorecidos, y otras iniciativas por el estilo.

Pero su falta de respeto a la legalidad internacional, incumpliéndola cuando conviene a sus intereses, transmite un peligroso mensaje al resto de naciones: haz lo que quieras con el Derecho Internacional. Porque tal comportamiento es, exactamente, el que ha validado con su reconocimiento de los Altos del Golán como parte del territorio hebreo. Ha evidenciado el apoyo con que cuenta Israel para ignorar las leyes y el Derecho Internacional. Y, lo que es peor, ha venido a subrayar la claudicación del papel de EE UU como potencia mundial garante de la democracia y del mundo libre. Si este es el ejemplo que brinda el sheriff, ¿cuál será el del villano? Pues el de cualquier matón: haz lo que quieras, que no hay ley que lo impida.