miércoles, 24 de abril de 2019

Los debates de la polémica (y 2)


Si la preparación de los debates que se han celebrado en la presente campaña electoral ya dio motivos para la polémica, el desarrollo de los mismos no ha estado exento también de controversias y discusiones por determinar qué candidato ha resultado vencedor o cuáles no han colmado las expectativas que despertaban. Con todo, tuvieron dos oportunidades para errar y corregir sus intervenciones porque, a causa de la polémica inicial, fueron dos los debates finalmente celebrados en días consecutivos y en dos medios de comunicación distintos: en la televisión pública (TVE), el primero de ellos, y en otra privada (A3), el segundo y último. Había mucho en juego: casi la mitad del electorado se mostraba indecisa, según las encuestas, sobre en quién confiar su voto. Nadie tenía ganado el partido y la última oportunidad de remontar el marcador eran esos dos debates de audiencias millonarias a cinco días de ir a las urnas. Y la verdad es que los cuatro candidatos participantes de la confrontación televisiva hicieron, cada uno a su estilo y manera, todo lo posible por ganar el envite, aunque con resultados controvertidos y discutibles. La polémica que ha acompañado estos cara a cara no se resolverá hasta el recuento definitivo de los votos.

Debate en TVE
En el primer debate, en Televisión Española (TVE) el día 22, todos los candidatos actuaron según lo esperado y con estrategias que reflejan los distintos puntos de partida de cada uno de ellos, consistentes en atacar al presidente del Gobierno, por figurar como favorito en los sondeos, y no castigar en demasía a quien podría ser socio en una probable coalición gubernamental, a partir del próximo lunes. Así, Albert Rivera (Ciudadanos), agresivo y mostrando un exceso de sobreactuación, fue contundente en su ataque feroz contra Pedro Sánchez (PSOE, presidente del Gobierno) desde el primer minuto. Acusó a Sánchez de pactar con Quin Torra (presidente de la Generalitat catalana) y de querer indultar a los políticos independentistas presos a los que juzga el Tribunal Supremo. También tuvo acusaciones contra el líder de Podemos cuando afirmó que Iglesias (Pablo) y Sánchez (Pedro) eran lo mismo: una calamidad para el país y un peligro para el bolsillo de los ciudadanos.

Pablo Casado, por su parte, abusó del latiguillo paternalista “queridos españoles” al inicio de las intervenciones en que fijaba postura y se mostró con una moderación que sorprendió incluso a sus correligionarios, lo que no impidió que centrara su debate en atacar también a Sánchez. Desde su punto de vista, España siempre ha ido mal con los socialistas y bien cuando el Partido Popular que él dirige ha tomado las riendas del país. España fue mal con Zapatero, pero peor con Sánchez, resumió, haciendo alusión a estadísticas y datos que no concuerdan fielmente con la realidad. De hecho, Casado fue el candidato al que se le detectaron más afirmaciones falsas o que manipulaban los hechos. Falló en utilizar el debate para presentarse como líder de los conservadores para atraerse un voto que le disputan Ciudadanos, presente en el plató, y Vox, el ausente de extrema derecha que revoloteó siempre durante todo el encuentro. Parece unánime la opinión de que perdió este primer debate electoral, aunque ninguno lo ganó con claridad.

Pablo Iglesias, vestido de manera informal (sin tarje ni corbata como los demás), no entró en descalificaciones ni al enfrentamiento bronco de sus contrincantes para centrarse en los, a su juicio, incumplimientos de los mandatos constitucionales relativos a derechos ciudadanos, una economía supeditada al bien común y el deber de los poderes públicos a procurar una pensión suficiente que garantice una vida digna a los jubilados, por ejemplo. Apeló constantemente a la Constitución para enumerar los artículos a los que hacía referencia y se afanó por mostrarse comedido, incluso en su insistencia en reclamar de Sánchez que aclarara si pensaba pactar con Ciudadanos tras las elecciones, sin que el presidente del Gobierno resolviera sus dudas. Le afeó la “elocuencia” de su silencio, al respecto. No obstante, su enfrentamiento con el líder del PSOE fue amable y con disposición a futuros acuerdos de Gobierno.

Y Pedro Sánchez, a quien se le notaba que acudía con ese “plus” que da ocupar el despacho del presidente del Gobierno, inició el debate en tono “institucional”, empeñado en enumerar las iniciativas aprobadas por su gobierno. Sin embargo, era el centro de los ataques de los adversarios situados de ambos lados y no pudo dejar de responder a algunos de ellos. Reprochó a Casado la corrupción en su partido, que determinó la moción de censura que lo aupó al Gobierno, recriminó a Rivera que marcara un cordón sanitario en torno al PSOE y, sin embargo, “abrazara a la ultraderecha”, como hace en Andalucía, y.dio gracias explícitas a Podemos por el pacto parlamentario que le permite impulsar iniciativas legislativas. Aprovechó para asegurar, con rotundidad, que no consentirá un referendo de autodeterminación en Cataluña ni la proclamación de su independencia. Es decir, se limitó a no cometer ningún fallo, ni por lo que dijo ni en sus gestos, que suponga un peligro para sus expectativas electorales. En ese sentido, ni ganó ni perdió, pero salvó los papeles.

Todos los candidatos acudieron, tras el debate, a las sedes de sus respectivos partidos para afirmar ante sus seguidores que se sentían vencedores y contentos de poder demostrar que sus adversarios carecían de ideas y propuestas serias para el futuro de España. Ninguno se reconoció perdedor del encuentro.

Claro que faltaba el segundo debate en Antena 3 del día siguiente, martes 23, en donde volverían a repetir una confrontación similar, pero definitiva, de cara a la movilización del electorado. Y no defraudaron.

Debate en A3
Un debate a sólo 24 horas del anterior sólo sirve para corregir “debilidades” e insistir en las “fortalezas” de cada contendiente. Pero esta vez con la ayuda de una mecánica diferente en su organización, que perseguía dotar al enfrentamiento de mayor agilidad, viveza y dinamismo. Y se consiguió. Entre el ánimo de unos y una metodología favorable, sin el corsé de un tiempo tasado milimétricamente y abierto a mutuas interpelaciones y refutaciones, se consiguió que el segundo debate ganara agilidad, pero también, en ocasiones, que acabara en un guirigay de interrupciones al que estaba en uso de la palabra que impedía a la audiencia escuchar los argumentos de unos y otros. Hubo momentos en que lo que quedaba claro es la falta de respeto hacia el telespectador y una sorprendente mala educación en personas que se suponen cívicas y de formación exquisita, que aspiran gobernar España, no un corral de vecinos. También abundó la demagogia y las descalificaciones.

Pablo Casado, al que todos dieron por perdedor en el debate anterior, menos los medios afines al Partido Popular, vino dispuesto a no dejar que Rivera le arrebatase la portavocía de la derecha. Vino, según dijo, “a tope”, a elevar el tono y confrontar con Sánchez, pero también con el líder de Ciudadanos, su supuesto socio en un supuesto gobierno de derecha. Tanto rebatió con Rivera que el candidato del PSOE tiró de ironía: “Son las primarias de la derecha”, espetó cuando ambos discutían. Pero su verdadero objetivo era Sánchez, el enemigo a batir y al que quería atacar desde el primer instante, a quien destinó constantes descalificativos (“el más mentiroso”, “el candidato favorito de los enemigos de España”, etc.) y al que no dejaba de acusar de pactar con los independentistas y los “batasunos”, además de bajar los impuestos “como en Venezuela”. Volvió a manipular datos, apropiarse de iniciativas de otros y hasta de inventarse ofertas contra la inmigración, como ese “plan Marshall” para los países del norte de África. Procuró el cuerpo a cuerpo con Sánchez sin conseguirlo plenamente, entre otras cosas porque Sánchez también tenía preparada su defensa. Dejó de lado la moderación que exhibió en el primer debate, pero su “agresividad” sólo sirvió para evidenciar la disputa que mantiene por el electorado conservador con los otros partidos de la derecha: el presente en la sala (Ciudadanos) y el ausente del debate (Vox), pero presente en el ambiente.

Albert Rivera, de Ciudadanos, quiso repetir la estrategia de dureza y agresividad que tan buen resultado le dio en el primer debate. Pero se pasó. Y, además, sus contrincantes habían aprendido la lección y venían preparados para contraatacarle. Ejemplo de ello fue cuando sacó un ejemplar de la tesis doctoral de Sánchez para acusarlo de plagio y éste respondió con un libro de Santiago Abascal y Sánchez Dragó, que le entregó, con el ideario reaccionado de Vox, el socio de ultraderecha con quien no renuncia apoyarse para gobernar, si salen las cuentas, como en Andalucía. Continuamente interrumpía y aconsejaba tranquilidad al líder socialista, sin percatarse que su sudoración era evidente en el rostro brillante que captaban las cámaras, como Nixon en el histórico debate frente a Kennedy. Eso sí, otra vez fue hábil en golpes de efecto, como al desenrollar ante Sánchez un listado de todos los casos de corrupción e irregularidades cometidos por el PSOE a lo largo del tiempo. También volvió a utilizar su tarima como escaparate para fotos y demás recursos de su ofensiva dialéctica. Se mostró más inquieto que la vez anterior y no consiguió una “pegada” contundente, como era su propósito. Y hasta fue objeto de una “reprimenda” por parte de Pablo Iglesias, exigiéndole que no sea impertinente ni maleducado, a causa de sus constantes interrupciones y comentarios. Atacó a Sánchez todo lo que pudo con todas las armas, ya conocidas, de su repertorio, pero no logró tumbarlo. Perdió la oportunidad.

Pablo Iglesias, representante de Podemos, no recurrió esta vez a la cita constante de la Constitución, pero continuó con su talante moderado y centrado en ofrecer políticas prácticas en vez de etéreas promesas generalistas. Siguió mostrándose dispuesto a coaligarse con el PSOE para formar Gobierno, asegurando que los socialdemócratas sólo cumplen sus promesas cuando Podemos lo obliga a ello compartiendo el poder. Su aparente complicidad y benevolencia con el líder socialista contrastaba con su rotundidad frente a las derechas de Casado y Rivera, sin perder, eso sí, ni la mesura ni la formas. No se acompañó de ninguna foto, tabla o recorte periodístico, sino que basó su intervención en la explicación “profesoral” de sus propuestas. De pretender “conquistar los cielos” ha evolucionado hacia un pragmatismo que le hace poner los pies en la tierra. En ese sentido, ha conseguido irradiar la impresión al electorado de izquierda de que, a pesar de sus diferencias con el PSOE, Podemos es ahora una alternativa viable para un Gobierno de coalición. Y, aunque en este debate tampoco recibió una respuesta clara por parte de Sánchez sobre si pactará con Ciudadanos, al menos pudo escuchar del presidente del Gobierno que “no está en mis planes pactar con un partido que nos ha puesto un cordón sanitario”. Algo es algo. Probablemente, sea Iglesias el que saque mayores beneficios para su candidatura de estos debates.  

Y el "enemigo", el candidato Pedro Sánchez, se defendió con eficacia desde el minuto uno cuando, sin que viniera a cuento, rebatió con rotundidad las acusaciones reiteradas de los representantes de la derecha, negando haber pactado con los independentistas (“no es no”) y asegurando que nunca consentirá un referendo ni una república en Cataluña (“nunca es nunca”). Fue menos “institucional”, pero más ágil en sus respuestas a las constantes embestidas de Casado y Rivera, aliados y contrincantes, simultáneamente, en el ataque al líder socialista. Señaló a ambos como los causantes, al aceptar su apoyo, del temor a que la ultraderecha acceda al Gobierno con sus medidas reaccionarias y retrógradas. Como muestra, exhibió la copia de una carta de la Consejería de Justicia de la Junta de Andalucía en la que recaba los datos de psicólogos, trabajadores sociales y forenses que trabajan contra la violencia de género en la Comunidad. Acusó al Ejecutivo andaluz, formado por PP y Ciudadanos, de elaborar una “lista negra” en esa materia, satisfaciendo una de las condiciones que impuso Vox para apoyar la investidura de aquel Gobierno. Por lo demás, volvió a relatar el listado de iniciativas impulsadas por su Gobierno y recalcar su preferencia en constituir, si consigue la confianza de los ciudadanos, un “Ejecutivo en solitario con independientes progresistas de reconocido prestigio”. Al final, no ganó el debate, pero tampoco lo perdió. Salió más o menos indemne y liderando las preferencias en las encuestas. Lo que no es poco, a estas alturas de la campaña electoral, a cuatro días de las votaciones.

Como colofón, lo que queda de estos debates es que, más que una posibilidad informativa para aclarar cuestiones de enorme interés para el país (Economía, Educación, Europa, Política exterior, Industria y Desarrollo, Trabajo, Infraestructuras, etc.), son un espectáculo mediático en el que la polémica forma parte esencial de su contenido. El simplismo y el insulto a la inteligencia de los espectadores, cuando no las mentiras, las descalificaciones, la manipulación grosera y el recurso emocional y demagógico son elementos imprescindibles en este tipo de encuentros. Sin embargo, resultan necesarios para, al menos, ver la capacidad discursiva y dialéctica de quienes pretenden gobernarnos. Y su contribución voluntaria con el “show” o con el esclarecimiento de las dudas del electorado. Se cuestionan su efectividad, pero no su necesidad. Por ello, parece recomendable su regulación por ley, para evitar polémicas y para que todos los partidos sepan a qué atenerse de antemano. Una regulación que también desenmascararía la hipocresía de algunos partidos, como Vox, que acusa a la Junta Electoral Central de marginarlo de estos debates cuando internamente reconoce la conveniencia de no participar en ellos, como, de hecho, ha demostrado en Andalucía, donde ha rechazado su participación en los debates a los que Canal Sur lo había invitado. Con regulación, hasta los ciudadanos sabrían a qué atenerse y qué esperar de los debates políticos: algo mucho más sustantivo que esas polémicas con que suelen acompañarse.

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