La vida reproduce un nuevo milagro, el noveno de mi estirpe,
que más allá de las connotaciones religiosas me llena de asombro y admiración.
Son milagros biológicos que, desde una flor a un ser humano, señalan la senda evolutiva
hacia el futuro de las especies, sin más sentido que el de la supervivencia y
permanencia de todo ser vivo y de su linaje genético. Sin embargo, cada uno de
ellos es un ejemplo hermoso y tierno de una vida individual que inicia su
existencia desde la fragilidad y la vulnerabilidad más absolutas. Una vida
dependiente de sus progenitores y de un contexto que han de posibilitar su
desarrollo y la plenitud de sus capacidades. Venir al mundo siendo tan
indefensos y delicados, despierta un innato instinto de protección en quienes
reciben como un milagro el regalo de la descendencia. Porque no hay nada más
maravilloso que formar familias unidas que comparten, no sólo los genes de sus
ancestros en la sangre, sino los afectos y un amor infinitos. Bienvenido a la
vida, mofli.
viernes, 31 de enero de 2020
miércoles, 29 de enero de 2020
Bulos, falsedades y mentiras
En este primer mes del año (que todavía no ha acabado), ya han sido asesinadas siete
mujeres en nuestro país a manos de una violencia machista que algunas personas
se niegan a reconocer, ocultando la realidad con el relato ficticio sobre una supuesta
violencia “intrafamiliar o doméstica”. Sin embargo, el cómputo de hombres
muertos por sus esposas o exparejas es tan insignificante que compararlo con el de
mujeres muertas por un machismo asesino resulta insultante y ofensivo. Los que
niegan esta evidencia insisten tanto en la mentira -como aconsejó Goebbels- que,
incluso, algunas mujeres dan su confianza y voto a partidos que desprecian la
realidad y no admiten que la mujer sea víctima de la peor de las desigualdades,
la que no reconoce su dignidad como persona y la considera un ser inferior. Una
cultura patriarcal y machista ha consentido durante siglos que la mujer sea
tratada como simple objeto a disposición y disfrute del hombre. Y que, por
lo tanto, pueda desprenderse y ser eliminarlo, incluso con el asesinato,
cuando no sirve o se revela. Es la actitud -asesina- que adopta el engreído
de su superioridad machista. Para estos obtusos a la razón, el feminismo -la
lucha por la igualdad en derechos de la mujer- es una peligrosa ideología
porque combate la discriminación que la mujer sufre por el mero hecho de ser
mujer, algo que los conservadores de las tradiciones -como el machismo en
nuestra sociedad- no son capaces de soportar ni tolerar, negando la realidad. Por
tal razón, los reaccionarios que intentan desacreditar o suprimir las políticas
feministas que persiguen la igualdad efectiva de la mujer (listas paritarias, colegios
mixtos, igual salario a igual trabajo, acceso a trabajos acordes con su
formación, etc.) y las de protección contra la violencia machista (amparo
judicial y policial, teléfonos de ayuda, casas de acogida, etc.), se ven en la
necesidad de recurrir a la falsedad, al bulo y a la abierta mentira para justificar
sus prejuicios y “vender” sus mensajes a la ciudadanía. No quieren aceptar que
la mujer sigue siendo víctima de una violencia machista reacia a desaparecer. Y
que se expresa, no como violencia intrafamiliar, sino como lo que es: machismo asesino. Si
no fueran tan obtusos, les bastaría este mes de enero para comprender que la
realidad ha vuelto a ponerse tristemente de manifiesto, contradiciendo sus
falsedades negacionistas sobre la discriminación criminal que soporta la mujer,
por razón de sexo.
Del mismo modo, es también falso y tergiversado que los
inmigrantes sean los culpables de todos los males que padecemos como colectividad.
Ni la delincuencia ni el desempleo ni el deterioro de los servicios públicos
son debidos a ellos, como proclaman los que exigen vallas, muros y ejércitos en
las fronteras para “impermeabilizar” nuestro país de quienes huyen del hambre,
la miseria o las guerras. Mientras los que se dedican extender bulos que criminalizan
hasta a los menores sin familia confinados en centros de acogida, propalando el
odio al migrante, el Jefe del Estado, a la sazón rey de España, durante los
actos celebrados en Jerusalén por el 75º aniversario de la liberación del campo
nazi de Auschwitz (Polonia), donde fueron exterminados 1.300.000 personas, pedía
al mundo entero, lo que incluye a nuestros “puristas” raciales, que había que “poner
coto al odio, la xenofobia y el racismo”. Entre lo expresado por el rey Felipe
VI y lo sostenido por esos negacionistas de la diversidad, existe la misma
distancia que entre la realidad y la mentira. Sin embargo, se empeñan los
xenófobos en manipular los hechos para intentar convencer a los ingenuos de que
limitando libertades y recortando derechos ganamos seguridad, necesaria para
“resolver” un problema que en realidad no existe, el de la migración. Al
contrario, los inmigrantes representan una oportunidad. Es lo que declara el flamante
ministro de Seguridad Social y Migraciones al asegurar que, sin una media de
270.000 migrantes anuales, de aquí al 2050, no se podrá garantizar el sistema público
de pensiones, debido al envejecimiento de la población. La realidad vuelve a
desmentir a los populistas xenófobos, quienes, no obstante, no dejan de irradiar
el miedo y el odio para ganar adeptos a sus mentiras, bulos y falsedades. Y
conseguir votos, a costa de pisotear los Derechos Humanos. ¡Ni la mujer ni el inmigrante
merecen respeto como personas!
La última falacia demagógica que circula con profusión es la
censura escolar, denominada eufemísticamente “pin parental”, que promueven los
mismos que despotrican del feminismo y practican el racismo. No quieren que en
las escuelas se eduque a sus hijos en el respeto a la igualdad de las personas,
la diversidad de la identidad sexual y la pluralidad social en cuanto a ideas,
creencias y costumbres, derechos todos ellos reconocidos y protegidos por la Constitución. Esgrimen los censores la defensa de la “libertad” de los padres a
elegir la educación de sus hijos, pero se guardan en señalar que a lo que
aspiran es someter la escuela al sectarismo de una ideología que es contraria a
los valores constitucionales de igualdad, tolerancia, respeto y libertad. Denuncian
alarmados un supuesto adoctrinamiento quienes, precisamente, persiguen adoctrinar
en las escuelas con ideas religiosas (respetables a título individual) y
valores sectarios (válidos como opción política) que hacen prevalecer la desigualdad de la mujer, la tutela moral
de la sociedad, la discriminación racial y la injusticia económica que condena los
pobres a la pobreza eterna, por condiciones de nacimiento. Se trata, pues, de
otro enfrentamiento que los propagandistas de bulos, falsedades y mentiras
mantienen contra las conquistas logradas en democracia y que posibilitan que la
educación sirva de “ascensor” social y ayude a emancipar a las futuras
generaciones de las ligaduras que nos mantienen atados a convencionalismos
trasnochados y a formas de pensar reaccionarias, excluyentes o discriminatorias.
La verdadera intención del “pin parental” no es dar “libertad” a los padres
para escoger una educación "a la carta" (podrían pagársela en colegios de élite), sino atacar a la enseñanza pública. Pretenden
que el Estado financie centros privados de educación que -¡Oh casualidad¡- imparten
esas asignaturas que “eligen” los padres para adoctrinar a sus hijos, sin
respetar el derecho de los niños a recibir una educación acorde con los derechos y valores
que consagra la Constitución. O que los colegios públicos se conviertan en
centros religiosos. La realidad, no obstante, vuelve otra vez a contradecir estas
mendacidades, porque el verdadero adoctrinamiento es presentar una creencia
como si fuera una verdad científica, impedir que los profesores ejerzan su
cometido y arrebatar al Estado su obligación de garantizar modelos educativos basados
en valores constitucionales que buscan conformar sociedades más libes,
plurales, diversas, abiertas, tolerantes, pacíficas y respetuosas. Sólo los
sectarios que están en contra de estos objetivos son partidarios del “pin
parental”.
Rechazan la pluralidad y la diversidad existente en la
sociedad como reniegan del cambio climático. Va en contra de sus intereses y
del capitalismo mal entendido. Que no se pueda explotar todo un bosque y ganar
dinero por respetar los árboles que contribuyen a fijar el dióxido de carbono
de la atmósfera, evitando ese calentamiento atmosférico que hace cambiar el
clima, no entra en sus molleras. No creen en la ecología, la sostenibilidad y
la salvaguarda del medioambiente. Chorradas. Para ellos, la contaminación es
progreso, las calles atascadas de coches es signo de vitalidad económica, el agotamiento
de recursos es capacidad productiva, el destrozo de formas y medios de vidas (para
animales y humanos) es libre comercio y poder empresarial, el empobrecimiento
de muchos es inevitable para la riqueza de pocos. Arrasar el planeta es incondicional
al emprendimiento… lucrativo de unos cuantos. Y esos cuantos, siempre los
mismos, son los que reniegan del ecologismo, la solidaridad, el feminismo, la
educación en igualdad y tolerancia, y del bienestar de todos, porque les
perjudica. Todos son explotadores que están en contra de cuantos movimientos de
liberación emerjan en el mundo para la emancipación de los oprimidos y la defensa
de este barco en el que navegamos por el Universo. Y para engañar a todos,
recurren a los bulos, las falsedades y las mentiras. Se llamen como se llamen
(aquí, en Italia, Brasil o Estados Unidos, por citar algunos sitios donde logran
convencer), ya los vamos conociendo, aunque crean que con sus populismos ultranacionalistas
puedan seguir manipulando nuestra percepción de la realidad. Esta acaba
imponiéndose, no sólo por terca, sino por responder a la verdad.
viernes, 24 de enero de 2020
Echándote de menos
A veces me despierto en medio de la noche y te observo
dormida. Estás a mi lado, pero te siento ausente, lejos de mí en tus sueños. Y
te echo de menos. Otras veces es una sensación de soledad que me embarga cuando
me quedo sólo en la casa mientras vas a trabajar. Sé que volverás, pero tu ausencia
me hace estar esperándote con la misma angustia de una pérdida. No puedo evitar
echarte de menos. Incluso, cuando compartimos el sofá en la tranquilidad última
de la tarde, enfrascados en la lectura, levanto la vista para espiarte absorta
en tu libro y percibo la distancia que en esos instantes nos separa. Estando
juntos, tu alma y pensamientos vuelan a los lugares que descubres en los
libros. Son apenas unos segundos fugaces que me hunden en la orfandad y la
desesperación, al imaginar que podría perderte. Y vuelvo a echarte de menos, aguardando
una mirada cómplice o una sonrisa de aliento. Siempre estoy esperándote porque te
echo de menos constantemente, sin motivo.
lunes, 20 de enero de 2020
Temporales de invierno
Durante el invierno suelen producirse temporales que azotan
al país con bajadas de las temperaturas, copiosas nevadas, fuertes vientos y lluvias
más o menos intensas que desbordan los ríos y causan inundaciones. Esas
borrascas invernales no son infrecuentes en una estación y unas latitudes en
las que discurren desde el Atlántico hacia Europa los frentes y perturbaciones
atmosféricas que las generan. Pero cada vez que se ciernen sobre España, raro
es el temporal que no causa cortes de carretera por nieve acumulada, campos anegados
y zonas urbanas cubiertas por el agua, olas que golpean la costa, destrozan paseos
marítimos y engullen la arena de las playas y hasta desprendimientos de árboles
o cornisas que, aparte del peligro que conllevan, pueden interrumpir el
suministro de energía o las comunicaciones.
Cada año, pues, los temporales, dependiendo de su
intensidad, dejan un reguero de daños y damnificados que, en cuanto vuelve a relucir
el buen tiempo, dejamos caer en el olvido… hasta la próxima vez. Entonces nos
comportamos como si no supiésemos que, en invierno, los temporales no
constituyen ninguna extravagancia y no hubiéramos tenido ocasión de preverlos y
enfrentarlos. Seguimos construyendo carreteras no acondicionadas para paliar
nevadas intensas que inmovilizan a miles de conductores, incluso en autovías y
autopistas de primer nivel, obstaculizamos y edificamos en los cauces y riberas
de los ríos, limitando su capacidad de drenar las grandes avenidas de agua, instalamos
sumideros que debieran evacuar la lluvia caída pero que no cumplen su cometido
con eficacia no sólo en sótanos, sino también en las cunetas de las calles, y levantamos
muros, tendemos cables y plantamos árboles sin los suficientes cimientos y firmeza
como para soportar las fuertes rachas de viento que acompañan estos recurrentes
temporales.
Y, así, todos los años volvemos a contabilizar daños,
destrozos, pérdidas y víctimas mortales de unos fenómenos que parecen que
siempre nos cogen desprevenidos y desprotegidos, como a un caribeño perdido en Siberia.
Son catástrofes tan reiterativas como las noticias que puntualmente nos
informan sobre ellas los medios de comunicación todos los inviernos. Parece que el
único interés que despiertan los temporales es mediático, ya que no sirven para
que sepamos cómo combatirlos sin caer en el alarmismo o… el espectáculo. Y,
así, año tras año.
sábado, 18 de enero de 2020
Los dinosaurios y el ser humano
Hubo una época en que los dinosaurios poblaban la Tierra
hasta que un cataclismo los hizo desaparecer. Eran animales temibles, de todos
los tamaños, que durante millones de años dominaron la tierra, los mares y el aire
de este planeta y lo convirtieron un lugar sumamente peligroso para el ser
humano, si por entonces hubiera coexistido con ellos. Pero ni su fiereza ni su
tamaño pudieron impedir que más del 70 por ciento de las especies de esos
grandes monstruos se extinguiera de manera inesperada y sorprendente. El
hábitat al que estaban acostumbrados y del que dependía su existencia cambió de
forma tan brusca, que no tuvieron tiempo de evolucionar para adaptarse a las
nuevas condiciones climáticas, hasta el extremo de que prácticamente la
totalidad de las especies, salvo algunas que tenían alas, desapareció de la faz
de la Tierra de manera definitiva. Sabemos de su existencia por los restos petrificados
que periódicamente los paleontólogos descubren en casi todos los continentes del
mundo. Y para los científicos resulta mucho más misterioso, no la
presencia de aquellos grandes animales prehistóricos, sino su súbita extinción masiva, que sólo dejó el rastro de esqueletos fosilizados. Que toda una vasta fauna que
dominaba el planeta desaparezca de la noche a la mañana, según tiempos
geológicos, representa un interrogante que no hallaba una respuesta que convenciera plenamente a los investigadores.
Se barajaban dos teorías que podrían explicar la extinción
de los dinosaurios. Una de ellas hacía referencia a la erupción de uno o varios
volcanes tan gigantes que la enorme cantidad de lava que vomitaron afectó a la
temperatura global de la atmósfera. La otra relaciona ese cambio climático, tan
drástico como para afectar a la vida en todo el planeta, con el impacto de un
meteorito de enormes proporciones, de unos 10 kilómetros de diámetro, que se
estrelló en lo que hoy es la península del Yucatán, en México, a finales del
Cretácico, hace unos 65 millones de años. Un estudio reciente aboga a que el
meteorito, y no los volcanes, fue el causante del repentino y drástico cambio
del clima que motivó la desaparición de aquellos gigantescos animales. Sea como
fuese, la cuestión es que la existencia de los seres vivos que pueblan nuestro
mundo, antes y ahora, está estrechamente vinculada a un clima determinado que
posibilita su viabilidad y desarrollo.
Un hecho fortuito, como la erupción de volcanes o el impacto
de un asteroide, supuso un cambio climático tan radical que afectó a las formas
de vida existentes en el planeta, haciéndolas desaparecer. El mismo peligro
amenaza en la actualidad a la humanidad, pero no por causas fortuitas, sino provocadas
por el ser humano. Aquel calentamiento global que llevó a la extinción a los
dinosaurios, de manera imprevista, es el mismo fenómeno climático que, como
consecuencia de la emisión de gases con efecto invernadero que produce la
actividad humana, podría poner en serio peligro la permanencia del hombre en la
Tierra, tal y como la conocemos hoy en día.
Parece demostrado, ya con total seguridad, que no fue la
lava lo que modificó la temperatura global del planeta, sino que gases
expulsados a la atmósfera de manera ingente fueron los responsables del cambio del
clima que causó la extinción de muchas formas de vida. Pero si la desaparición de
los dinosaurios fue fruto de un azar catastrófico, parece irracional que el ser
humano, que se considera el único animal racional del planeta, corra idéntico
destino por su irresponsabilidad, avaricia y soberbia. Ya que resulta
incomprensible e injustificado que, por mero afán económico, no se avenga a tener
en cuenta las advertencias de los científicos sobre el cambio climático y
persista en mantener un estilo de vida que contribuye al calentamiento global
de forma acelerada. De seguir así, dentro de miles o millones de años podría llegarse
a descubrir, los que sobrevivan, que el ser humano se extinguió por no querer
evitar su desaparición. La de los dinosaurios fue mala suerte, pero la nuestra
sería un auténtico suicidio.
miércoles, 15 de enero de 2020
Trabajar cuatro días
Ha sido noticia (¡todo un acontecimiento!) que una empresa
de Jaén haya implantado la jornada laboral a sus trabajadores de cuatro días a
la semana, respetándoseles íntegramente el sueldo. Acostumbrados como estamos a
una “lógica” (neoliberal, por supuesto) que dicta lo contrario, que haya que dedicar
más horas al trabajo para “producir” más, sin aumento de salario o, incluso,
rebajándolo, lo decidido por la jienense Software Delsol parece una “ocurrencia”
de algún empresario que ha perdido el juicio. Sin embargo, no resulta
descabellada, aunque sí “revolucionaria”, una medida que viene a ajustar la
jornada de trabajo a unas circunstancias dramáticas de carencia de empleo y desigualdad
social. Otras veces en la historia del trabajo se han adoptado restricciones y
regulaciones legales sobre la jornada laboral de los trabajadores para
adecuarla a las exigencias de cada época. Desde el trueque a la moderna economía
de la oferta y la demanda, los obreros han transitado desde la esclavitud hacia
el estatuto de los trabajadores para conseguir una mejora progresiva de sus
condiciones laborales, en función de las necesidades o circunstancias sociales.
El paso dado por la empresa de Jaén es sólo uno más en esa dirección.
Software Delsol únicamente se ha adelantado a una
necesidad que acabará afectando al sistema del trabajo. Desde el presente mes
de enero, sus 181 trabajadores disfrutan de una jornada laboral de 36 horas en
invierno y 28 horas en verano, en vez de las habituales 40 horas semanales. La
mayoría de ellos acude al trabajo de lunes a jueves, y los que tienen que
atender a los clientes lo hacen rotando en períodos de cuatro días de forma que,
cada cuatro semanas, acumulan cuatro días extras de descanso. La empresa, que
se dedica a prestar soporte de software a pymes de España y Sudamérica, ha debido
aumentar su plantilla en 25 trabajadores más. Y todo ello, sin que la
productividad acuse merma alguna. Al contrario, gracias a la mayor implicación de
los empleados ha mejorado la productividad, ha descendido el absentismo laboral
(menos bajas) y se ha valorado la reducción del tiempo de trabajo como una
forma de repartir beneficios entre la plantilla. Además, el buen clima laboral ha propiciado la fidelización de la plantilla, su corresponsabilidad con los
objetivos empresariales y la atracción de talento.
Sólo una mentalidad inmovilista, anclada en el pasado, mantendría
el concepto de productividad por trabajador unido sólo al número de horas que
dedica a su trabajo cada día. Con la revolución industrial, las máquinas y la
electricidad potenciaron tanto la productividad que rebajaron la jornada
laboral desde las 14 horas diarias, sin descanso, a las 8 horas diarias,
con un día de descanso a la semana, lo que arroja un cómputo de 48 horas
semanales. Entonces, también, esa restricción de la jornada supuso toda una
“revolución” que muchos empresarios rechazaron, al considerar que perjudicaba la
“rentabilidad” de sus negocios y beneficiaba exclusivamente a los trabajadores.
Pero no solo fueron factores técnicos los que propiciaron aquella
reducción de la jornada dedicada al trabajo, sino también económicos y
mercantiles. Lo que producían las empresas debía ser vendido para que proporcionara
beneficios, y para comprar (consumir) había que tener dinero (mejora salarial)
y tiempo libre para gastar (ocio). Con la emergencia de la sociedad de consumo
nació la exigencia de 8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de sueño, que el
mercado transformó en una nueva fuente de negocio y oportunidad de ganancias.
En la actualidad, con las nuevas tecnologías la
productividad no ha dejado de crecer. La nueva “revolución tecnológica”, que la
robótica y la inteligencia artifician impulsan, ha permitido que se produzca
más con menos trabajadores. El desempleo resultante es causa de una de las más dramáticas
facetas de una desigualdad que aflora en las sociedades modernas. Un paro por
escasez de empleo que condena mucha gente a la exclusión social, a la
marginación y al resentimiento, todo lo cual alimenta la conflictividad y los
enfrentamientos en la sociedad.
Trabajar menos para que haya trabajo para todos no es una
medida tan descabellada como pudiera pensarse. Es anticiparse a una necesidad
que más tarde o temprano tendrá que adoptarse en el mundo laboral para combatir
ese paro estructural que genera la revolución tecnológica y que socaba la
cohesión social y el bienestar de la población en su conjunto. En vez de dedicar
recursos a subsidios por desempleo y otras políticas contra la exclusión del
mundo del trabajo, parece más sensato y razonable repartir el tiempo de trabajo,
reduciendo la jornada laboral, para que más gente tenga posibilidades de acceder
al trabajo. Dado que la productividad no está ligada exclusivamente al número
de horas dedicadas al cometido laboral, la reducción de la jornada y el reparto
del trabajo beneficiaría la inserción social de los desempleados, el consumo en
general y la conciliación familiar de todos los trabajadores. Sería adecuar el
mercado del trabajo a las exigencias de una sociedad inmersa en la revolución
tecnológica y que afronta las consecuencias que esa revolución ocasiona, como son
la desigualdad y la marginación por la escasez de trabajo. Visto así, la iniciativa
de Software Delsol es una inteligente apuesta por el futuro y la
preservación del trabajo en un mundo que revoluciona los viejos paradigmas empresariales,
laborales y sociales. ¡Chapeau!
domingo, 12 de enero de 2020
Mirada nocturna
Pasear de noche por Sevilla te permite contemplar otra
Sevilla, una ciudad que resurge de entre las sombras para ofrecer perfiles
menos nítidos o rotundos, pero muy sugerentes y atractivos, de una difusa belleza
casi espectral. Una vez apagadas las luces deslumbrantes de la Navidad, tan
intensas como cegadoras, Sevilla brilla con la luz amarillenta de sus
monumentos y farolas, una luz más cálida que convierte perspectivas y rincones
en postales de un claroscuro encanto que atrae la mirada y emboba al paseante. Es
la mirada nocturna que se derrama sobre Sevilla cuando el Sol se acuesta y la
Luna recorre un cielo de estrellas para admirar desde lo alto una ciudad en
penumbras, pero no dormida.
(Fotografías del autor. Giralda y Torre de la Plata)viernes, 10 de enero de 2020
¿Normalidad?
Tras más de cuatro años de gobiernos inestables en España,
parece que, con la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno,
llegará por fin la normalidad a la política española y recuperaremos los usos convencionales
de cualquier democracia: el de un Ejecutivo que se dedique a gobernar y el de una
oposición que controle desde el Parlamento la labor del Gobierno. Es decir, podremos
dejar de cuestionar la legitimidad de un presidente investido por la mayoría establecida
en el Congreso de los Diputados, y no consideraremos deslealtad institucional a
la función crítica y discrepante de la oposición. Y ambas funciones -gobernar y
vigilar la acción de gobierno- se amoldarán a los procedimientos civilizados y respetuosos
que se han echado de menos durante todo este tiempo perdido de inestabilidad.
Eso, al menos, sería lo deseable.
Pero después del bochornoso espectáculo presenciado durante el
debate de investidura y en la previa campaña electoral, caracterizados por las
exageraciones, las descalificaciones y la demagogia, todo optimismo queda
lastrado por la desconfianza que generan los actores de la política española,
empeñados en demonizar al adversario, procurar una respuesta emocional en la
gente y mantener la tensión, la sospecha y el juicio de intenciones, sin
siquiera esperar a los errores y aciertos que cometa el todavía no constituido
Gobierno socialista, el primero de coalición en nuestra democracia. Nada
augura, pues, que la normalidad vaya a ser la tónica del nuevo período político
que se avecina, lo que, sin duda, iría en perjuicio de nuestro país, de los
ciudadanos y de sus expectativas colectivas o individuales. Para los pesimistas
-esos optimistas informados-, la normalidad será más un deseo que una realidad.
Y es que veníamos mal y continuamos mal, a pesar de que, en
teoría, se abre una legislatura que debería ayudarnos a olvidar cualquier eventualidad
electoral hasta dentro de cuatro años, para aprovechar ese tiempo en abordar y
atender los graves problemas y retos a los que se enfrenta España. Toda una
legislatura para pensar en el bien común y el interés general antes que en los
intereses particulares y partidistas de nuestros agentes políticos. Pero el
termómetro de lo que será el futuro inmediato, en cuanto a actitudes y
compromisos de quienes nos representan, parece que registra una fiebre elevada debida
a la confrontación, la polarización y la radicalización con las que se desenvuelve la
diatriba política. Como si todos ellos asumieran aquella estrategia de “cuanto
peor, mejor”.
No importa que el programa suscrito por este Gobierno de coalición
de PSOE y Unidas Podemos sea tan razonable como cabía esperar de un Ejecutivo
socialdemócrata, que pone el énfasis en medidas sociales y en la recuperación
de derechos y prestaciones a los que más perdieron con la pasada crisis
económica. Un programa que no incluye nada de socializaciones ni ruptura de la economía
de mercado, sino correcciones de aquellos abusos y privilegios a que es dada la
concentración empresarial y el capital. Para ello, el futuro Ejecutivo prepara una
Ley de Presupuestos que amplíe el gasto, pero también los ingresos. Hay margen
para ambas cosas, tanto para garantizar el poder adquisitivo de las pensiones y
los salarios de los empleados públicos, como para aumentar la recaudación a
través de nuevos impuestos (ambientales, de sociedad a entidades financieras, etc.)
y con la subida de dos puntos en el IRPF a los contribuyentes con ingresos
superiores a 130.000 euros. También promete abordar la derogación, parcial al
menos, de la Reforma Laboral aprobada en 2012 por el Gobierno del PP, que devuelva
a los trabajadores su capacidad de negociación y defensa ante las abusivas imposiciones
empresariales. Así, está previsto prohibir por ley despedir a un trabajador a
causa de su absentismo por bajas de enfermedad o embarazo. Y priorizar los
convenios sectoriales a los de empresa. El marasmo educativo será corregido por
una nueva Ley de Educación, menos ideológica que la LOMCE y más útil para
preparar a nuestros jóvenes a las exigencias de un mundo competitivo que
demanda formación de calidad. Se potenciará la educación pública, se prohibirá
la subvención a centros que segreguen en razón del sexo y se eliminará la
asignatura de religión, que será de carácter voluntario, como materia computable
del currículo. Dicho programa también contempla suprimir la Ley de Seguridad
Ciudadana, la llamada “Ley Mordaza”, además de restringir los aforamientos
políticos para luchar contra la impunidad de la corrupción, en el marco de la honestidad
y transparencia en la dedicación pública. Y, naturalmente, se afrontará el
“conflicto catalán” desde el diálogo y la negociación para hallar soluciones
respetuosas con el ordenamiento jurídico-legal a los problemas políticos y de
convivencia entre catalanes y entre aquella región y el resto de España.
Por otra parte, los temores que parece infundir la ideología
“comunista” de Podemos en el Gabinete de Sánchez, pertenecen más bien a la
propalación malintencionada del “miedo” que a la realidad. Bastaría con leer las
declaraciones del líder de la formación, Pablo Iglesias, al medio digital ediario.es
para percatarse de que el “terror bolchevique” ha sido erradicado del ideario
comunista desde mucho antes que naciera Podemos, cuando el eurocomunismo renegó
de la “dictadura del proletariado” y aceptó el sistema democrático liberal para
acceder al poder y efectuar reformas en el capitalismo, sin pretender
eliminarlo. Ni esas declaraciones de Iglesias, que será vicepresidente de
Derechos Sociales del futuro Gobierno, en las que admite que “somos conscientes
de nuestros límites”, pues la política, la nuestra como la de cualquier Estado
europeo, está definida en el marco de la responsabilidad fiscal europea. Ni sus
acciones, allí donde gobierna (Ayuntamientos, Comunidades Autónomas), ofrecen motivos
para temer “revoluciones” políticas o económicas. Como tampoco sus “pares” en otros
países (Portugal, por ejemplo), donde no se han dedicado a socavar el
capitalismo y la economía de mercado, sino lo contrario: a enmendar sus
defectos y abusos, cumpliendo con los objetivos de déficit, aclarando el marco
regulatorio de la actividad económica y socorriendo a los más necesitados. ¿Es
ello temible?
Sin embargo, la derecha, en sus tres versiones, sí intenta propagar
ese miedo en la población, poniendo en duda, incluso, la legitimidad de nuestro
sistema democrático, que establece la investidura de un presidente de Gobierno mediante
una mayoría de votos favorables en el Congreso de Diputados. Y deslegitimando votos
según la ideología del parlamentario, como si no todos fueran iguales en su
condición de representantes de la ciudadanía. Esa derecha no sólo se niega a conceder
los cien días de “gracia” al futuro Ejecutivo para cuestionar su labor, sino
que incluso ya acusa al Gobierno todavía no nacido de ser un “peligro para el
país”, ir “contra España”, ser mayordomo de una democracia “opuesta a la
legalidad” y otras lindezas por el estilo, en feroz competición entre las tres
derechas, del PP, Ciudadanos y Vox, por ver quién resultaba más duro y
convincente en su oposición al futuro Gobierno. No ha esperado a enjuiciar la
legitimidad de ejercicio, la que deriva de su gestión, sino que ha comenzado por cuestionar
su legitimidad de origen, la de su alianza con “comunistas, independentistas y terroristas”,
como si ser de izquierdas, soberanista o proceder de la izquierda abertzale
fuera delito.
Por todo ello, la “normalidad” que se espera que este
Gobierno traiga consigo será bastante complicado de lograr. Porque, por un
lado, mantener los acuerdos de gobernabilidad con las fuerzas dispares que lo
han apoyado requerirá de denodados esfuerzos por satisfacer las exigencias de
cada una de ellas, tanto económicas como políticas. Y por otro, por el acoso
implacable que ya aplica la derecha radical (política, mediática, económica),
dispuesta a negar hasta el aire y la oportunidad a un Gobierno al que repudia y
combate desde antes, incluso, de que sea haya constituido como tal. Ojalá estemos
equivocados, pero recuperar la normalidad se antoja una tarea prácticamente
imposible si de la confrontación se calculan réditos partidistas.
martes, 7 de enero de 2020
Tiempo fugaz
Este tímido sol de invierno
y este azul tan cristalino
que humedecen la mirada
de una melancolía serena
por un tiempo que revolotea
como golondrinas en el vacío,
ahora aquí inquietas,
mañana idas como el frío.
(Sevilla, enero de 2020)
lunes, 6 de enero de 2020
La magia del 6
Durante la infancia, ese tiempo en el paraíso del que nos
expulsan cuando crecemos y nos creemos listos, el día 6 de enero empezaba mucho
antes de salir el Sol. Inquieto y desvelado, me levantaba en medio de la
oscuridad para ir a descubrir los regalos que me habían dejado los Reyes Magos
en el salón, como si buscara un tesoro fantástico en la Isla de la Inocencia. Por aquel
entonces, estaba convencido de que unos magos de Oriente, que no serían repatriados
desde la frontera, hacían realidad las ilusiones y sueños de los niños. Incluso
cuando ya sabía que los padres participaban del engaño, seguía levantándome de
madrugada para buscar aquel regalo inesperado que hacía brillar en el niquelado de mi primera bicicleta los destellos de unas pupilas dilatadas de emoción.
Aquella ilusión se ha mantenido, ya como auténticos
Reyes Magos, a la hora de aprovechar el silencio y la oscuridad de la noche
para depositar los regalos con los que estarían soñando mis hijos.
Escucharlos, haciéndome el dormido, cuchichear y recorrer la casa en penumbra para
encontrar lo que buscaban, mientras abrían paquetes y expresaban exclamaciones cada vez más perceptibles, me hacía recobrar la vieja emoción infantil del Día de Reyes. Tal
vez ese pellizco sea lo mejor de la Navidad: la magia del día 6 al ver los regalos, que se transmite de hijos a padres, porque somos los adultos los
que heredamos esa ilusión: la de soñar con el paraíso perdido de nuestra
infancia.
domingo, 5 de enero de 2020
Gobierno de Reyes Magos
Si no se produce ninguna zancadilla en el último minuto (¡y
mira que ha habido muchas!), los Reyes Magos traerán un Gobierno “estable” a
España. Era lo que pedía la inmensa mayoría de los españoles en la carta a sus
majestades de la ilusión. Después de ocho meses de interinidad y dos elecciones
generales, el candidato del PSOE, Pedro Sánchez, podrá al fin reunir una
mayoría de votos favorables en el Parlamento que le permitirá ocupar el despacho
presidencial del Palacio de la Moncloa, sin estar en funciones ni de manera provisional,
como lo ha venido siendo desde que ganó una moción de censura al gobierno de
Mariano Rajoy, en mayo de 2018. Si lo consigue, será el primer gobierno de
coalición que se formalizará en nuestro país desde la Segunda República,
gracias al pacto alcanzado entre los socialistas y Unidas Podemos, más el apoyo
parlamentario de otras fuerzas regionalistas, nacionalistas e independentistas.
Pero contará con la frontal y beligerante oposición de la derecha (de todas
ellas: la derecha, la ultra derecha y la ultra-ultra derecha, como las calificó
Pablo Iglesias), que ha hecho todo lo posible por bloquear e impedir la
consecución de ese probable Gobierno de izquierdas. Es decir, si no se malogra
a última hora, los Reyes Magos posibilitarán un Gobierno que acabe con la
inestabilidad en la que se ha instalado desde hace un lustro la política en
nuestro país. Ya era hora.
Las negociaciones para cerrar ese acuerdo han sido numerosas
(por el número de partidos con los que acordar), complejas (por los diferentes y
hasta opuestos intereses de cada uno de ellos) y, más que discretas, opacas y
ambiguas. Todo ello daba pábulo a la desconfianza y el malestar, incluso en el
propio PSOE. Durante las mismas, algunos barones territoriales socialistas expresaron
sus recelos por los compromisos que tuviera que aceptar su partido para ganarse
el apoyo de otras fuerzas parlamentarias. Temían que se tuvieran que cruzar
determinadas “líneas rojas” que todos ubican en las concesiones soberanistas que
exigiera ERC, el partido independentista del líder catalán Oriol Junqueras,
actualmente en prisión. Existía temor también en otras autonomías, temerosas de
la posibilidad de un trato privilegiado a Cataluña que, por mucho “conflicto
político” que mantenga con el Estado, iría en detrimento de la igualdad de
derechos y prestaciones que todas las comunidades merecen. Todos, barones,
autonomías y oposición, desconfiaban de unos apoyos, por otra parte
imprescindibles, procedentes de partidos independentistas debido a las
contrapartidas que pudieran exigir, aunque sea el mero reconocimiento político
de su “singularidad” y el derecho democrático a perseguir sus objetivos, en el
marco del “ordenamiento jurídico” existente; es decir, constitucional. A pesar
de todo, tales objeciones eran las tomadas por “amistosas”, planteadas por los
que, en cualquier caso, preferirían la formación de un Gobierno de izquierdas a
la repetición de unas terceras elecciones generales, de cuyo resultado nadie
excluye un bandazo, por hastío, hacia la diestra. La oposición de derechas, que
recupera poco a poco terreno, apostaba por nuevas elecciones, bloqueando con una
negativa férrea la investidura con sus votos o abstención de un presidente
socialista. Y para denostar, a renglón seguido, los apoyos logrados en la
bancada de la izquierda, única opción posible. En este sentido, la derecha ha
actuado, como se conoce coloquialmente, de forma que “ni come ni deja comer”.
Pero si el “fuego amigo” era el provocado por la
desconfianza de lo convenido en ese pacto de investidura, el fuego enemigo, procedente
de la derecha reaccionaria, lo fue -es y será- por su total y absoluta cerrazón a
un acuerdo entre las izquierdas que haga posible la formación de un gobierno de
coalición del PSOE y Unidas Podemos, como si un gobierno de izquierda fuera la
primera vez que sucede en España. Mientras estuvo en fase de negociación, la
derecha política y mediática no se cansó de denunciar que se estaba pactando
con los que quieren “romper” España, con “comunistas, separatistas y golpistas”,
todos ellos enemigos declarados de este país, aunque reúnan toda la legitimidad
democrática para sentarse en el Congreso de los Diputados y ser tan dignos representantes
de los españoles, como los demás diputados. La voluntad de apostar por el
diálogo para encauzar el conflicto territorial de Cataluña, supuso nada menos que
la catalogación del PSOE como partido “no constitucionalista”, cuando entre los
autodeclarados constitucionalistas se alineaban formaciones cuyos presidentes
no habían votado la Constitución, otras que no existían cuando se aprobó y alguna
que se posiciona en contra del diseño constitucional del Estado de las
Autonomías y de algunas libertades y derechos constitucionales. Ese fuego
enemigo se atrevió a tildar al candidato de traidor y felón por tratar de armar
una mayoría parlamentaria que permita su investidura.
Cuando escribo este comentario aún no se conoce el resultado
del pleno de investidura. Pero la munición empleada por la derecha, antes y
durante la sesión, ha sido contundente y de grueso calibre. A estas alturas de
la democracia en España, tales actitudes viscerales de confrontación parecían haber
sido superadas en el proceder democrático de la alternancia del poder y en los
usos de cortesía, basados en el respeto y la educación, en las relaciones personales
y la diatriba entre los políticos, cual adversarios y no como enemigos
irreconciliables. Sin embargo, las descalificaciones, los insultos, las amenazas,
las mentiras y las insidias han acaparado el contenido de los reproches dirigidos
desde determinados sectores sociales de la derecha -político, mediático, económico,
etc.- a los partidos empeñados en consensuar un gobierno de izquierdas y a los
partidarios que apoyaban tal iniciativa, por otra parte, perfectamente legítima
y democrática, dada la mayoría representada en el Parlamento, derivada de la
voluntad, expresada en las urnas, de los ciudadanos.
Incluso ha habido llamamientos, desde el catastrofismo más irracional,
a una defensa de la patria ante una supuesta amenaza a “la seguridad nacional”,
representada por el candidato socialista o por un gobierno por él presidido en
coalición con Podemos. Era lo que demandaba un exmilitar integrado en Vox a
través de un artículo publicado en la edición de El Mundo de Baleares,
en el que hace un llamamiento a “los poderes del Estado” para evitar la
investidura de Sánchez e, incluso, examinar si había incurrido en crimen de
traición. El mensaje es implícito.
Más explícito era el de un filósofo, columnista de ABC,
que afirmaba que “la situación es gravísima” porque el Gobierno en funciones se
apoya “en quienes quieren destruir la Nación y destruir la Constitución”. Asegura
el alarmista que “otra guerra civil es posible”. Habla de odio para referirse a
la memoria histórica, de la chabacanería instalada en el Parlamento, por la
fragmentación partidista, y del imperio de la mediocridad, política y social. Por
todo ello, concluye que “España casi agoniza (…) que puede morir”.
Uniéndose al coro del catastrofismo apocalíptico, algunos “ministros”
de la Santa Madre Iglesia Católica, la que aloja en sus templos tumbas de
dictadores y de asesinos (Queipo de Llano sigue en la Basílica de la Macarena
de Sevilla) que provocaron una guerra civil, la que paseó bajo palio, mientras
vivieron, a los que firmaron sentencias de muerte, fusilamiento y garrote vil a
inocentes que mantenían ideales contrarios al fascismo, no han dudado de solicitar
a sus fieles que "elevaran oraciones especiales por España" en todas
las iglesias, misas y conventos. España, a juicio de estos preclaros monseñores
de la Conferencia Episcopal, está en una “situación crítica”. No piden rezar
por los inmigrantes ahogados, ni por la miseria a la que están condenadas
muchas familias a causa de un modelo económico injusto y egoísta, ni siquiera por
las asesinadas por la violencia machista, que ha causado más muertes que el
terrorismo de ETA, sino que poden orar para que el Altísimo, que se sienta a la
derecha, naturalmente, impida un nuevo gobierno progresista en España que pueda
poner en riesgo el chiringuito de la concertada, la financiación pública de su
tinglado eclesiástico y demás privilegios que disfruta “su” iglesia en un
Estado constitucionalmente no confesional.
Si todo lo anterior no es catastrofismo, al estilo de la
portavoz parlamentaria del Partido Popular cuando dice que la situación actual
es peor que cuando ETA mataba, ¿qué será entonces catastrofismo? Esos velados llamamientos
a una intervención del Ejército (“los poderes del Estado”) o avisos de que
“otra guerra civil” parece justificada, no constituyen simples ejemplos de una
diatriba política polarizada, sino amenazas nada sutiles de una derecha radical
que está dispuesta a utilizar todos los medios a su alcance para retener un poder,
un gobierno, un país, una sociedad, una economía y una cultura bajo las
directrices de su ideología. Y ello es grave y peligroso. Porque si las
derechas consideran que la democracia y la libertad sólo son válidas si les sirven
para retener el poder, tachando de ilegítimas las alternancias en el gobierno
por decisión soberana de los españoles, entonces corremos el riesgo de que se
produzcan todos los males apocalípticos que nos vaticinan si ellas no gobiernan.
No hay que olvidar que fueron las derechas las que iniciaron la última guerra
civil en España para “defenderla” del gobierno legítimo de la República.
Tal vez por ello, sería “saludable”, aunque sólo sea para “exorcizar”
todos esos designios de maldad de los que se le acusa, que el primer gobierno
de coalición pudiera materializarse en la democracia española. Para demostrar que
un gobierno de izquierdas, en el que participe Podemos, no es ningún riesgo
para el país, ni supondrá una hecatombe para la economía, la integridad
territorial, la unidad nacional o la identidad de la población, tan plural y
diversa como la de cualquier país moderno. Más allá de un programa que incluye
derogar los efectos más lesivos de la Reforma Laboral, aumentar el tipo
impositivo a las rentas superiores a 130.000 euros, actuar contra la
precarización del trabajo, adecuar nuestra sociedad a la cuestión ecológica y climática,
atender la revolución feminista, regular la proliferación de las casas de apuestas,
limitar los abusos en el alquiler de viviendas o ampliar las libertades básicas
y los derechos sociales, más allá de todo eso, sería conveniente un gobierno de
izquierdas para fortalecer nuestra democracia en la normalidad de la
alternancia en el poder, sin apelar al catastrofismo ni al fundamentalismo
ideológico. Nadie está en posesión de la verdad, menos aún en política.
Por eso, puede que esta vez que los Reyes Magos acierten con el regalo que se merece el país: un nuevo gobierno estable y progresista que afronte los problemas que nos agobian. Y si se equivoca, dentro de cuatro años pedimos otro. ¿Dónde radica el peligro? ¿O acaso la gente no sabe votar?
miércoles, 1 de enero de 2020
67 en la nada
Una mota de polvo da una vuelta al año alrededor de un insignificante sol de entre los que cubren el cielo de puntitos de luz en la noche. Esa
estrella, junto a miles de millones como ella, forma grupúsculos más grandes
que también por miles de millones pueblan el universo de galaxias y
constelaciones. Antes de eso y después de eso es la nada: el silencio y el
vacío. Pero, entre tanto, a una escala tan reducida como la de un microbio
sideral, una vida consciente de su existencia celebra que acaba de dar 67
vueltas, desde que nació, al astro que alumbra su planeta. Comparado con la nada
de la que venimos y a la que vamos, celebrar ese hecho es festejar un
latido imperceptible de esa nada que somos y no comprendemos. Pero, poder
hacerlo, es ya un milagro de ese ruido absurdo que se produce entre dos silencios, parafraseando a Beckett. Es
mi cumpleaños. Perdonad la ñoñería.
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