viernes, 31 de enero de 2020

Bienvenido a la vida


La vida reproduce un nuevo milagro, el noveno de mi estirpe, que más allá de las connotaciones religiosas me llena de asombro y admiración. Son milagros biológicos que, desde una flor a un ser humano, señalan la senda evolutiva hacia el futuro de las especies, sin más sentido que el de la supervivencia y permanencia de todo ser vivo y de su linaje genético. Sin embargo, cada uno de ellos es un ejemplo hermoso y tierno de una vida individual que inicia su existencia desde la fragilidad y la vulnerabilidad más absolutas. Una vida dependiente de sus progenitores y de un contexto que han de posibilitar su desarrollo y la plenitud de sus capacidades. Venir al mundo siendo tan indefensos y delicados, despierta un innato instinto de protección en quienes reciben como un milagro el regalo de la descendencia. Porque no hay nada más maravilloso que formar familias unidas que comparten, no sólo los genes de sus ancestros en la sangre, sino los afectos y un amor infinitos. Bienvenido a la vida, mofli.

miércoles, 29 de enero de 2020

Bulos, falsedades y mentiras


En este primer mes del año (que todavía no ha acabado), ya han sido asesinadas siete mujeres en nuestro país a manos de una violencia machista que algunas personas se niegan a reconocer, ocultando la realidad con el relato ficticio sobre una supuesta violencia “intrafamiliar o doméstica”. Sin embargo, el cómputo de hombres muertos por sus esposas o exparejas es tan insignificante que compararlo con el de mujeres muertas por un machismo asesino resulta insultante y ofensivo. Los que niegan esta evidencia insisten tanto en la mentira -como aconsejó Goebbels- que, incluso, algunas mujeres dan su confianza y voto a partidos que desprecian la realidad y no admiten que la mujer sea víctima de la peor de las desigualdades, la que no reconoce su dignidad como persona y la considera un ser inferior. Una cultura patriarcal y machista ha consentido durante siglos que la mujer sea tratada como simple objeto a disposición y disfrute del hombre. Y que, por lo tanto, pueda desprenderse y ser eliminarlo, incluso con el asesinato, cuando no sirve o se revela. Es la actitud -asesina- que adopta el engreído de su superioridad machista. Para estos obtusos a la razón, el feminismo -la lucha por la igualdad en derechos de la mujer- es una peligrosa ideología porque combate la discriminación que la mujer sufre por el mero hecho de ser mujer, algo que los conservadores de las tradiciones -como el machismo en nuestra sociedad- no son capaces de soportar ni tolerar, negando la realidad. Por tal razón, los reaccionarios que intentan desacreditar o suprimir las políticas feministas que persiguen la igualdad efectiva de la mujer (listas paritarias, colegios mixtos, igual salario a igual trabajo, acceso a trabajos acordes con su formación, etc.) y las de protección contra la violencia machista (amparo judicial y policial, teléfonos de ayuda, casas de acogida, etc.), se ven en la necesidad de recurrir a la falsedad, al bulo y a la abierta mentira para justificar sus prejuicios y “vender” sus mensajes a la ciudadanía. No quieren aceptar que la mujer sigue siendo víctima de una violencia machista reacia a desaparecer. Y que se expresa, no como violencia intrafamiliar, sino como lo que es: machismo asesino. Si no fueran tan obtusos, les bastaría este mes de enero para comprender que la realidad ha vuelto a ponerse tristemente de manifiesto, contradiciendo sus falsedades negacionistas sobre la discriminación criminal que soporta la mujer, por razón de sexo.

Del mismo modo, es también falso y tergiversado que los inmigrantes sean los culpables de todos los males que padecemos como colectividad. Ni la delincuencia ni el desempleo ni el deterioro de los servicios públicos son debidos a ellos, como proclaman los que exigen vallas, muros y ejércitos en las fronteras para “impermeabilizar” nuestro país de quienes huyen del hambre, la miseria o las guerras. Mientras los que se dedican extender bulos que criminalizan hasta a los menores sin familia confinados en centros de acogida, propalando el odio al migrante, el Jefe del Estado, a la sazón rey de España, durante los actos celebrados en Jerusalén por el 75º aniversario de la liberación del campo nazi de Auschwitz (Polonia), donde fueron exterminados 1.300.000 personas, pedía al mundo entero, lo que incluye a nuestros “puristas” raciales, que había que “poner coto al odio, la xenofobia y el racismo”. Entre lo expresado por el rey Felipe VI y lo sostenido por esos negacionistas de la diversidad, existe la misma distancia que entre la realidad y la mentira. Sin embargo, se empeñan los xenófobos en manipular los hechos para intentar convencer a los ingenuos de que limitando libertades y recortando derechos ganamos seguridad, necesaria para “resolver” un problema que en realidad no existe, el de la migración. Al contrario, los inmigrantes representan una oportunidad. Es lo que declara el flamante ministro de Seguridad Social y Migraciones al asegurar que, sin una media de 270.000 migrantes anuales, de aquí al 2050, no se podrá garantizar el sistema público de pensiones, debido al envejecimiento de la población. La realidad vuelve a desmentir a los populistas xenófobos, quienes, no obstante, no dejan de irradiar el miedo y el odio para ganar adeptos a sus mentiras, bulos y falsedades. Y conseguir votos, a costa de pisotear los Derechos Humanos. ¡Ni la mujer ni el inmigrante merecen respeto como personas!

La última falacia demagógica que circula con profusión es la censura escolar, denominada eufemísticamente “pin parental”, que promueven los mismos que despotrican del feminismo y practican el racismo. No quieren que en las escuelas se eduque a sus hijos en el respeto a la igualdad de las personas, la diversidad de la identidad sexual y la pluralidad social en cuanto a ideas, creencias y costumbres, derechos todos ellos reconocidos y protegidos por la Constitución. Esgrimen los censores la defensa de la “libertad” de los padres a elegir la educación de sus hijos, pero se guardan en señalar que a lo que aspiran es someter la escuela al sectarismo de una ideología que es contraria a los valores constitucionales de igualdad, tolerancia, respeto y libertad. Denuncian alarmados un supuesto adoctrinamiento quienes, precisamente, persiguen adoctrinar en las escuelas con ideas religiosas (respetables a título individual) y valores sectarios (válidos como opción política) que hacen prevalecer la desigualdad de la mujer, la tutela moral de la sociedad, la discriminación racial y la injusticia económica que condena los pobres a la pobreza eterna, por condiciones de nacimiento. Se trata, pues, de otro enfrentamiento que los propagandistas de bulos, falsedades y mentiras mantienen contra las conquistas logradas en democracia y que posibilitan que la educación sirva de “ascensor” social y ayude a emancipar a las futuras generaciones de las ligaduras que nos mantienen atados a convencionalismos trasnochados y a formas de pensar reaccionarias, excluyentes o discriminatorias. La verdadera intención del “pin parental” no es dar “libertad” a los padres para escoger una educación "a la carta" (podrían pagársela en colegios de élite), sino atacar a la enseñanza pública. Pretenden que el Estado financie centros privados de educación que -¡Oh casualidad¡- imparten esas asignaturas que “eligen” los padres para adoctrinar a sus hijos, sin respetar el derecho de los niños a recibir una educación acorde con los derechos y valores que consagra la Constitución. O que los colegios públicos se conviertan en centros religiosos. La realidad, no obstante, vuelve otra vez a contradecir estas mendacidades, porque el verdadero adoctrinamiento es presentar una creencia como si fuera una verdad científica, impedir que los profesores ejerzan su cometido y arrebatar al Estado su obligación de garantizar modelos educativos basados en valores constitucionales que buscan conformar sociedades más libes, plurales, diversas, abiertas, tolerantes, pacíficas y respetuosas. Sólo los sectarios que están en contra de estos objetivos son partidarios del “pin parental”.

Rechazan la pluralidad y la diversidad existente en la sociedad como reniegan del cambio climático. Va en contra de sus intereses y del capitalismo mal entendido. Que no se pueda explotar todo un bosque y ganar dinero por respetar los árboles que contribuyen a fijar el dióxido de carbono de la atmósfera, evitando ese calentamiento atmosférico que hace cambiar el clima, no entra en sus molleras. No creen en la ecología, la sostenibilidad y la salvaguarda del medioambiente. Chorradas. Para ellos, la contaminación es progreso, las calles atascadas de coches es signo de vitalidad económica, el agotamiento de recursos es capacidad productiva, el destrozo de formas y medios de vidas (para animales y humanos) es libre comercio y poder empresarial, el empobrecimiento de muchos es inevitable para la riqueza de pocos. Arrasar el planeta es incondicional al emprendimiento… lucrativo de unos cuantos. Y esos cuantos, siempre los mismos, son los que reniegan del ecologismo, la solidaridad, el feminismo, la educación en igualdad y tolerancia, y del bienestar de todos, porque les perjudica. Todos son explotadores que están en contra de cuantos movimientos de liberación emerjan en el mundo para la emancipación de los oprimidos y la defensa de este barco en el que navegamos por el Universo. Y para engañar a todos, recurren a los bulos, las falsedades y las mentiras. Se llamen como se llamen (aquí, en Italia, Brasil o Estados Unidos, por citar algunos sitios donde logran convencer), ya los vamos conociendo, aunque crean que con sus populismos ultranacionalistas puedan seguir manipulando nuestra percepción de la realidad. Esta acaba imponiéndose, no sólo por terca, sino por responder a la verdad.

viernes, 24 de enero de 2020

Echándote de menos


A veces me despierto en medio de la noche y te observo dormida. Estás a mi lado, pero te siento ausente, lejos de mí en tus sueños. Y te echo de menos. Otras veces es una sensación de soledad que me embarga cuando me quedo sólo en la casa mientras vas a trabajar. Sé que volverás, pero tu ausencia me hace estar esperándote con la misma angustia de una pérdida. No puedo evitar echarte de menos. Incluso, cuando compartimos el sofá en la tranquilidad última de la tarde, enfrascados en la lectura, levanto la vista para espiarte absorta en tu libro y percibo la distancia que en esos instantes nos separa. Estando juntos, tu alma y pensamientos vuelan a los lugares que descubres en los libros. Son apenas unos segundos fugaces que me hunden en la orfandad y la desesperación, al imaginar que podría perderte. Y vuelvo a echarte de menos, aguardando una mirada cómplice o una sonrisa de aliento. Siempre estoy esperándote porque te echo de menos constantemente, sin motivo.  



lunes, 20 de enero de 2020

Temporales de invierno


Durante el invierno suelen producirse temporales que azotan al país con bajadas de las temperaturas, copiosas nevadas, fuertes vientos y lluvias más o menos intensas que desbordan los ríos y causan inundaciones. Esas borrascas invernales no son infrecuentes en una estación y unas latitudes en las que discurren desde el Atlántico hacia Europa los frentes y perturbaciones atmosféricas que las generan. Pero cada vez que se ciernen sobre España, raro es el temporal que no causa cortes de carretera por nieve acumulada, campos anegados y zonas urbanas cubiertas por el agua, olas que golpean la costa, destrozan paseos marítimos y engullen la arena de las playas y hasta desprendimientos de árboles o cornisas que, aparte del peligro que conllevan, pueden interrumpir el suministro de energía o las comunicaciones.

Cada año, pues, los temporales, dependiendo de su intensidad, dejan un reguero de daños y damnificados que, en cuanto vuelve a relucir el buen tiempo, dejamos caer en el olvido… hasta la próxima vez. Entonces nos comportamos como si no supiésemos que, en invierno, los temporales no constituyen ninguna extravagancia y no hubiéramos tenido ocasión de preverlos y enfrentarlos. Seguimos construyendo carreteras no acondicionadas para paliar nevadas intensas que inmovilizan a miles de conductores, incluso en autovías y autopistas de primer nivel, obstaculizamos y edificamos en los cauces y riberas de los ríos, limitando su capacidad de drenar las grandes avenidas de agua, instalamos sumideros que debieran evacuar la lluvia caída pero que no cumplen su cometido con eficacia no sólo en sótanos, sino también en las cunetas de las calles, y levantamos muros, tendemos cables y plantamos árboles sin los suficientes cimientos y firmeza como para soportar las fuertes rachas de viento que acompañan estos recurrentes temporales.

Y, así, todos los años volvemos a contabilizar daños, destrozos, pérdidas y víctimas mortales de unos fenómenos que parecen que siempre nos cogen desprevenidos y desprotegidos, como a un caribeño perdido en Siberia. Son catástrofes tan reiterativas como las noticias que puntualmente nos informan sobre ellas los medios de comunicación todos los inviernos. Parece que el único interés que despiertan los temporales es mediático, ya que no sirven para que sepamos cómo combatirlos sin caer en el alarmismo o… el espectáculo. Y, así, año tras año.               

sábado, 18 de enero de 2020

Los dinosaurios y el ser humano


Hubo una época en que los dinosaurios poblaban la Tierra hasta que un cataclismo los hizo desaparecer. Eran animales temibles, de todos los tamaños, que durante millones de años dominaron la tierra, los mares y el aire de este planeta y lo convirtieron un lugar sumamente peligroso para el ser humano, si por entonces hubiera coexistido con ellos. Pero ni su fiereza ni su tamaño pudieron impedir que más del 70 por ciento de las especies de esos grandes monstruos se extinguiera de manera inesperada y sorprendente. El hábitat al que estaban acostumbrados y del que dependía su existencia cambió de forma tan brusca, que no tuvieron tiempo de evolucionar para adaptarse a las nuevas condiciones climáticas, hasta el extremo de que prácticamente la totalidad de las especies, salvo algunas que tenían alas, desapareció de la faz de la Tierra de manera definitiva. Sabemos de su existencia por los restos petrificados que periódicamente los paleontólogos descubren en casi todos los continentes del mundo. Y para los científicos resulta mucho más misterioso, no la presencia de aquellos grandes animales prehistóricos, sino su súbita extinción masiva, que sólo dejó el rastro de esqueletos fosilizados. Que toda una vasta fauna que dominaba el planeta desaparezca de la noche a la mañana, según tiempos geológicos, representa un interrogante que no hallaba una respuesta que convenciera plenamente a los investigadores.

Se barajaban dos teorías que podrían explicar la extinción de los dinosaurios. Una de ellas hacía referencia a la erupción de uno o varios volcanes tan gigantes que la enorme cantidad de lava que vomitaron afectó a la temperatura global de la atmósfera. La otra relaciona ese cambio climático, tan drástico como para afectar a la vida en todo el planeta, con el impacto de un meteorito de enormes proporciones, de unos 10 kilómetros de diámetro, que se estrelló en lo que hoy es la península del Yucatán, en México, a finales del Cretácico, hace unos 65 millones de años. Un estudio reciente aboga a que el meteorito, y no los volcanes, fue el causante del repentino y drástico cambio del clima que motivó la desaparición de aquellos gigantescos animales. Sea como fuese, la cuestión es que la existencia de los seres vivos que pueblan nuestro mundo, antes y ahora, está estrechamente vinculada a un clima determinado que posibilita su viabilidad y desarrollo.

Un hecho fortuito, como la erupción de volcanes o el impacto de un asteroide, supuso un cambio climático tan radical que afectó a las formas de vida existentes en el planeta, haciéndolas desaparecer. El mismo peligro amenaza en la actualidad a la humanidad, pero no por causas fortuitas, sino provocadas por el ser humano. Aquel calentamiento global que llevó a la extinción a los dinosaurios, de manera imprevista, es el mismo fenómeno climático que, como consecuencia de la emisión de gases con efecto invernadero que produce la actividad humana, podría poner en serio peligro la permanencia del hombre en la Tierra, tal y como la conocemos hoy en día.

Parece demostrado, ya con total seguridad, que no fue la lava lo que modificó la temperatura global del planeta, sino que gases expulsados a la atmósfera de manera ingente fueron los responsables del cambio del clima que causó la extinción de muchas formas de vida. Pero si la desaparición de los dinosaurios fue fruto de un azar catastrófico, parece irracional que el ser humano, que se considera el único animal racional del planeta, corra idéntico destino por su irresponsabilidad, avaricia y soberbia. Ya que resulta incomprensible e injustificado que, por mero afán económico, no se avenga a tener en cuenta las advertencias de los científicos sobre el cambio climático y persista en mantener un estilo de vida que contribuye al calentamiento global de forma acelerada. De seguir así, dentro de miles o millones de años podría llegarse a descubrir, los que sobrevivan, que el ser humano se extinguió por no querer evitar su desaparición. La de los dinosaurios fue mala suerte, pero la nuestra sería un auténtico suicidio.    

miércoles, 15 de enero de 2020

Trabajar cuatro días


Ha sido noticia (¡todo un acontecimiento!) que una empresa de Jaén haya implantado la jornada laboral a sus trabajadores de cuatro días a la semana, respetándoseles íntegramente el sueldo. Acostumbrados como estamos a una “lógica” (neoliberal, por supuesto) que dicta lo contrario, que haya que dedicar más horas al trabajo para “producir” más, sin aumento de salario o, incluso, rebajándolo, lo decidido por la jienense Software Delsol parece una “ocurrencia” de algún empresario que ha perdido el juicio. Sin embargo, no resulta descabellada, aunque sí “revolucionaria”, una medida que viene a ajustar la jornada de trabajo a unas circunstancias dramáticas de carencia de empleo y desigualdad social. Otras veces en la historia del trabajo se han adoptado restricciones y regulaciones legales sobre la jornada laboral de los trabajadores para adecuarla a las exigencias de cada época. Desde el trueque a la moderna economía de la oferta y la demanda, los obreros han transitado desde la esclavitud hacia el estatuto de los trabajadores para conseguir una mejora progresiva de sus condiciones laborales, en función de las necesidades o circunstancias sociales. El paso dado por la empresa de Jaén es sólo uno más en esa dirección.    

Software Delsol únicamente se ha adelantado a una necesidad que acabará afectando al sistema del trabajo. Desde el presente mes de enero, sus 181 trabajadores disfrutan de una jornada laboral de 36 horas en invierno y 28 horas en verano, en vez de las habituales 40 horas semanales. La mayoría de ellos acude al trabajo de lunes a jueves, y los que tienen que atender a los clientes lo hacen rotando en períodos de cuatro días de forma que, cada cuatro semanas, acumulan cuatro días extras de descanso. La empresa, que se dedica a prestar soporte de software a pymes de España y Sudamérica, ha debido aumentar su plantilla en 25 trabajadores más. Y todo ello, sin que la productividad acuse merma alguna. Al contrario, gracias a la mayor implicación de los empleados ha mejorado la productividad, ha descendido el absentismo laboral (menos bajas) y se ha valorado la reducción del tiempo de trabajo como una forma de repartir beneficios entre la plantilla. Además, el buen clima laboral ha propiciado la fidelización de la plantilla, su corresponsabilidad con los objetivos empresariales y la atracción de talento.

Sólo una mentalidad inmovilista, anclada en el pasado, mantendría el concepto de productividad por trabajador unido sólo al número de horas que dedica a su trabajo cada día. Con la revolución industrial, las máquinas y la electricidad potenciaron tanto la productividad que rebajaron la jornada laboral desde las 14 horas diarias, sin descanso, a las 8 horas diarias, con un día de descanso a la semana, lo que arroja un cómputo de 48 horas semanales. Entonces, también, esa restricción de la jornada supuso toda una “revolución” que muchos empresarios rechazaron, al considerar que perjudicaba la “rentabilidad” de sus negocios y beneficiaba exclusivamente a los trabajadores.

Pero no solo fueron factores técnicos los que propiciaron aquella reducción de la jornada dedicada al trabajo, sino también económicos y mercantiles. Lo que producían las empresas debía ser vendido para que proporcionara beneficios, y para comprar (consumir) había que tener dinero (mejora salarial) y tiempo libre para gastar (ocio). Con la emergencia de la sociedad de consumo nació la exigencia de 8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de sueño, que el mercado transformó en una nueva fuente de negocio y oportunidad de ganancias.

En la actualidad, con las nuevas tecnologías la productividad no ha dejado de crecer. La nueva “revolución tecnológica”, que la robótica y la inteligencia artifician impulsan, ha permitido que se produzca más con menos trabajadores. El desempleo resultante es causa de una de las más dramáticas facetas de una desigualdad que aflora en las sociedades modernas. Un paro por escasez de empleo que condena mucha gente a la exclusión social, a la marginación y al resentimiento, todo lo cual alimenta la conflictividad y los enfrentamientos en la sociedad.

Trabajar menos para que haya trabajo para todos no es una medida tan descabellada como pudiera pensarse. Es anticiparse a una necesidad que más tarde o temprano tendrá que adoptarse en el mundo laboral para combatir ese paro estructural que genera la revolución tecnológica y que socaba la cohesión social y el bienestar de la población en su conjunto. En vez de dedicar recursos a subsidios por desempleo y otras políticas contra la exclusión del mundo del trabajo, parece más sensato y razonable repartir el tiempo de trabajo, reduciendo la jornada laboral, para que más gente tenga posibilidades de acceder al trabajo. Dado que la productividad no está ligada exclusivamente al número de horas dedicadas al cometido laboral, la reducción de la jornada y el reparto del trabajo beneficiaría la inserción social de los desempleados, el consumo en general y la conciliación familiar de todos los trabajadores. Sería adecuar el mercado del trabajo a las exigencias de una sociedad inmersa en la revolución tecnológica y que afronta las consecuencias que esa revolución ocasiona, como son la desigualdad y la marginación por la escasez de trabajo. Visto así, la iniciativa de Software Delsol es una inteligente apuesta por el futuro y la preservación del trabajo en un mundo que revoluciona los viejos paradigmas empresariales, laborales y sociales. ¡Chapeau!    

domingo, 12 de enero de 2020

Mirada nocturna


Pasear de noche por Sevilla te permite contemplar otra Sevilla, una ciudad que resurge de entre las sombras para ofrecer perfiles menos nítidos o rotundos, pero muy sugerentes y atractivos, de una difusa belleza casi espectral. Una vez apagadas las luces deslumbrantes de la Navidad, tan intensas como cegadoras, Sevilla brilla con la luz amarillenta de sus monumentos y farolas, una luz más cálida que convierte perspectivas y rincones en postales de un claroscuro encanto que atrae la mirada y emboba al paseante. Es la mirada nocturna que se derrama sobre Sevilla cuando el Sol se acuesta y la Luna recorre un cielo de estrellas para admirar desde lo alto una ciudad en penumbras, pero no dormida.
(Fotografías del autor. Giralda y Torre de la Plata)

viernes, 10 de enero de 2020

¿Normalidad?


Tras más de cuatro años de gobiernos inestables en España, parece que, con la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, llegará por fin la normalidad a la política española y recuperaremos los usos convencionales de cualquier democracia: el de un Ejecutivo que se dedique a gobernar y el de una oposición que controle desde el Parlamento la labor del Gobierno. Es decir, podremos dejar de cuestionar la legitimidad de un presidente investido por la mayoría establecida en el Congreso de los Diputados, y no consideraremos deslealtad institucional a la función crítica y discrepante de la oposición. Y ambas funciones -gobernar y vigilar la acción de gobierno- se amoldarán a los procedimientos civilizados y respetuosos que se han echado de menos durante todo este tiempo perdido de inestabilidad. Eso, al menos, sería lo deseable.

Pero después del bochornoso espectáculo presenciado durante el debate de investidura y en la previa campaña electoral, caracterizados por las exageraciones, las descalificaciones y la demagogia, todo optimismo queda lastrado por la desconfianza que generan los actores de la política española, empeñados en demonizar al adversario, procurar una respuesta emocional en la gente y mantener la tensión, la sospecha y el juicio de intenciones, sin siquiera esperar a los errores y aciertos que cometa el todavía no constituido Gobierno socialista, el primero de coalición en nuestra democracia. Nada augura, pues, que la normalidad vaya a ser la tónica del nuevo período político que se avecina, lo que, sin duda, iría en perjuicio de nuestro país, de los ciudadanos y de sus expectativas colectivas o individuales. Para los pesimistas -esos optimistas informados-, la normalidad será más un deseo que una realidad.

Y es que veníamos mal y continuamos mal, a pesar de que, en teoría, se abre una legislatura que debería ayudarnos a olvidar cualquier eventualidad electoral hasta dentro de cuatro años, para aprovechar ese tiempo en abordar y atender los graves problemas y retos a los que se enfrenta España. Toda una legislatura para pensar en el bien común y el interés general antes que en los intereses particulares y partidistas de nuestros agentes políticos. Pero el termómetro de lo que será el futuro inmediato, en cuanto a actitudes y compromisos de quienes nos representan, parece que registra una fiebre elevada debida a la confrontación, la polarización y la radicalización con las que se desenvuelve la diatriba política. Como si todos ellos asumieran aquella estrategia de “cuanto peor, mejor”.

No importa que el programa suscrito por este Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos sea tan razonable como cabía esperar de un Ejecutivo socialdemócrata, que pone el énfasis en medidas sociales y en la recuperación de derechos y prestaciones a los que más perdieron con la pasada crisis económica. Un programa que no incluye nada de socializaciones ni ruptura de la economía de mercado, sino correcciones de aquellos abusos y privilegios a que es dada la concentración empresarial y el capital. Para ello, el futuro Ejecutivo prepara una Ley de Presupuestos que amplíe el gasto, pero también los ingresos. Hay margen para ambas cosas, tanto para garantizar el poder adquisitivo de las pensiones y los salarios de los empleados públicos, como para aumentar la recaudación a través de nuevos impuestos (ambientales, de sociedad a entidades financieras, etc.) y con la subida de dos puntos en el IRPF a los contribuyentes con ingresos superiores a 130.000 euros. También promete abordar la derogación, parcial al menos, de la Reforma Laboral aprobada en 2012 por el Gobierno del PP, que devuelva a los trabajadores su capacidad de negociación y defensa ante las abusivas imposiciones empresariales. Así, está previsto prohibir por ley despedir a un trabajador a causa de su absentismo por bajas de enfermedad o embarazo. Y priorizar los convenios sectoriales a los de empresa. El marasmo educativo será corregido por una nueva Ley de Educación, menos ideológica que la LOMCE y más útil para preparar a nuestros jóvenes a las exigencias de un mundo competitivo que demanda formación de calidad. Se potenciará la educación pública, se prohibirá la subvención a centros que segreguen en razón del sexo y se eliminará la asignatura de religión, que será de carácter voluntario, como materia computable del currículo. Dicho programa también contempla suprimir la Ley de Seguridad Ciudadana, la llamada “Ley Mordaza”, además de restringir los aforamientos políticos para luchar contra la impunidad de la corrupción, en el marco de la honestidad y transparencia en la dedicación pública. Y, naturalmente, se afrontará el “conflicto catalán” desde el diálogo y la negociación para hallar soluciones respetuosas con el ordenamiento jurídico-legal a los problemas políticos y de convivencia entre catalanes y entre aquella región y el resto de España.

Por otra parte, los temores que parece infundir la ideología “comunista” de Podemos en el Gabinete de Sánchez, pertenecen más bien a la propalación malintencionada del “miedo” que a la realidad. Bastaría con leer las declaraciones del líder de la formación, Pablo Iglesias, al medio digital ediario.es para percatarse de que el “terror bolchevique” ha sido erradicado del ideario comunista desde mucho antes que naciera Podemos, cuando el eurocomunismo renegó de la “dictadura del proletariado” y aceptó el sistema democrático liberal para acceder al poder y efectuar reformas en el capitalismo, sin pretender eliminarlo. Ni esas declaraciones de Iglesias, que será vicepresidente de Derechos Sociales del futuro Gobierno, en las que admite que “somos conscientes de nuestros límites”, pues la política, la nuestra como la de cualquier Estado europeo, está definida en el marco de la responsabilidad fiscal europea. Ni sus acciones, allí donde gobierna (Ayuntamientos, Comunidades Autónomas), ofrecen motivos para temer “revoluciones” políticas o económicas. Como tampoco sus “pares” en otros países (Portugal, por ejemplo), donde no se han dedicado a socavar el capitalismo y la economía de mercado, sino lo contrario: a enmendar sus defectos y abusos, cumpliendo con los objetivos de déficit, aclarando el marco regulatorio de la actividad económica y socorriendo a los más necesitados. ¿Es ello temible?

Sin embargo, la derecha, en sus tres versiones, sí intenta propagar ese miedo en la población, poniendo en duda, incluso, la legitimidad de nuestro sistema democrático, que establece la investidura de un presidente de Gobierno mediante una mayoría de votos favorables en el Congreso de Diputados. Y deslegitimando votos según la ideología del parlamentario, como si no todos fueran iguales en su condición de representantes de la ciudadanía. Esa derecha no sólo se niega a conceder los cien días de “gracia” al futuro Ejecutivo para cuestionar su labor, sino que incluso ya acusa al Gobierno todavía no nacido de ser un “peligro para el país”, ir “contra España”, ser mayordomo de una democracia “opuesta a la legalidad” y otras lindezas por el estilo, en feroz competición entre las tres derechas, del PP, Ciudadanos y Vox, por ver quién resultaba más duro y convincente en su oposición al futuro Gobierno. No ha esperado a enjuiciar la legitimidad de ejercicio, la que deriva de su gestión, sino que ha comenzado por cuestionar su legitimidad de origen, la de su alianza con “comunistas, independentistas y terroristas”, como si ser de izquierdas, soberanista o proceder de la izquierda abertzale fuera delito.

Por todo ello, la “normalidad” que se espera que este Gobierno traiga consigo será bastante complicado de lograr. Porque, por un lado, mantener los acuerdos de gobernabilidad con las fuerzas dispares que lo han apoyado requerirá de denodados esfuerzos por satisfacer las exigencias de cada una de ellas, tanto económicas como políticas. Y por otro, por el acoso implacable que ya aplica la derecha radical (política, mediática, económica), dispuesta a negar hasta el aire y la oportunidad a un Gobierno al que repudia y combate desde antes, incluso, de que sea haya constituido como tal. Ojalá estemos equivocados, pero recuperar la normalidad se antoja una tarea prácticamente imposible si de la confrontación se calculan réditos partidistas.

martes, 7 de enero de 2020

Tiempo fugaz




Este tímido sol de invierno
y este azul tan cristalino
que humedecen la mirada
de una melancolía serena
por un tiempo que revolotea
como golondrinas en el vacío,
ahora aquí inquietas,
mañana idas como el frío.

(Sevilla, enero de 2020)

lunes, 6 de enero de 2020

La magia del 6


Durante la infancia, ese tiempo en el paraíso del que nos expulsan cuando crecemos y nos creemos listos, el día 6 de enero empezaba mucho antes de salir el Sol. Inquieto y desvelado, me levantaba en medio de la oscuridad para ir a descubrir los regalos que me habían dejado los Reyes Magos en el salón, como si buscara un tesoro fantástico en la Isla de la Inocencia. Por aquel entonces, estaba convencido de que unos magos de Oriente, que no serían repatriados desde la frontera, hacían realidad las ilusiones y sueños de los niños. Incluso cuando ya sabía que los padres participaban del engaño, seguía levantándome de madrugada para buscar aquel regalo inesperado que hacía brillar en el niquelado de mi primera bicicleta los destellos de unas pupilas dilatadas de emoción. 

Aquella ilusión se ha mantenido, ya como auténticos Reyes Magos, a la hora de aprovechar el silencio y la oscuridad de la noche para depositar los regalos con los que estarían soñando mis hijos. Escucharlos, haciéndome el dormido, cuchichear y recorrer la casa en penumbra para encontrar lo que buscaban, mientras abrían paquetes y expresaban exclamaciones cada vez más perceptibles, me hacía recobrar la vieja emoción infantil del Día de Reyes. Tal vez ese pellizco sea lo mejor de la Navidad: la magia del día 6 al ver los regalos, que se transmite de hijos a padres, porque somos los adultos los que heredamos esa ilusión: la de soñar con el paraíso perdido de nuestra infancia.

domingo, 5 de enero de 2020

Gobierno de Reyes Magos

Si no se produce ninguna zancadilla en el último minuto (¡y mira que ha habido muchas!), los Reyes Magos traerán un Gobierno “estable” a España. Era lo que pedía la inmensa mayoría de los españoles en la carta a sus majestades de la ilusión. Después de ocho meses de interinidad y dos elecciones generales, el candidato del PSOE, Pedro Sánchez, podrá al fin reunir una mayoría de votos favorables en el Parlamento que le permitirá ocupar el despacho presidencial del Palacio de la Moncloa, sin estar en funciones ni de manera provisional, como lo ha venido siendo desde que ganó una moción de censura al gobierno de Mariano Rajoy, en mayo de 2018. Si lo consigue, será el primer gobierno de coalición que se formalizará en nuestro país desde la Segunda República, gracias al pacto alcanzado entre los socialistas y Unidas Podemos, más el apoyo parlamentario de otras fuerzas regionalistas, nacionalistas e independentistas. Pero contará con la frontal y beligerante oposición de la derecha (de todas ellas: la derecha, la ultra derecha y la ultra-ultra derecha, como las calificó Pablo Iglesias), que ha hecho todo lo posible por bloquear e impedir la consecución de ese probable Gobierno de izquierdas. Es decir, si no se malogra a última hora, los Reyes Magos posibilitarán un Gobierno que acabe con la inestabilidad en la que se ha instalado desde hace un lustro la política en nuestro país. Ya era hora.

Las negociaciones para cerrar ese acuerdo han sido numerosas (por el número de partidos con los que acordar), complejas (por los diferentes y hasta opuestos intereses de cada uno de ellos) y, más que discretas, opacas y ambiguas. Todo ello daba pábulo a la desconfianza y el malestar, incluso en el propio PSOE. Durante las mismas, algunos barones territoriales socialistas expresaron sus recelos por los compromisos que tuviera que aceptar su partido para ganarse el apoyo de otras fuerzas parlamentarias. Temían que se tuvieran que cruzar determinadas “líneas rojas” que todos ubican en las concesiones soberanistas que exigiera ERC, el partido independentista del líder catalán Oriol Junqueras, actualmente en prisión. Existía temor también en otras autonomías, temerosas de la posibilidad de un trato privilegiado a Cataluña que, por mucho “conflicto político” que mantenga con el Estado, iría en detrimento de la igualdad de derechos y prestaciones que todas las comunidades merecen. Todos, barones, autonomías y oposición, desconfiaban de unos apoyos, por otra parte imprescindibles, procedentes de partidos independentistas debido a las contrapartidas que pudieran exigir, aunque sea el mero reconocimiento político de su “singularidad” y el derecho democrático a perseguir sus objetivos, en el marco del “ordenamiento jurídico” existente; es decir, constitucional. A pesar de todo, tales objeciones eran las tomadas por “amistosas”, planteadas por los que, en cualquier caso, preferirían la formación de un Gobierno de izquierdas a la repetición de unas terceras elecciones generales, de cuyo resultado nadie excluye un bandazo, por hastío, hacia la diestra. La oposición de derechas, que recupera poco a poco terreno, apostaba por nuevas elecciones, bloqueando con una negativa férrea la investidura con sus votos o abstención de un presidente socialista. Y para denostar, a renglón seguido, los apoyos logrados en la bancada de la izquierda, única opción posible. En este sentido, la derecha ha actuado, como se conoce coloquialmente, de forma que “ni come ni deja comer”.

Pero si el “fuego amigo” era el provocado por la desconfianza de lo convenido en ese pacto de investidura, el fuego enemigo, procedente de la derecha reaccionaria, lo fue -es y será- por su total y absoluta cerrazón a un acuerdo entre las izquierdas que haga posible la formación de un gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, como si un gobierno de izquierda fuera la primera vez que sucede en España. Mientras estuvo en fase de negociación, la derecha política y mediática no se cansó de denunciar que se estaba pactando con los que quieren “romper” España, con “comunistas, separatistas y golpistas”, todos ellos enemigos declarados de este país, aunque reúnan toda la legitimidad democrática para sentarse en el Congreso de los Diputados y ser tan dignos representantes de los españoles, como los demás diputados. La voluntad de apostar por el diálogo para encauzar el conflicto territorial de Cataluña, supuso nada menos que la catalogación del PSOE como partido “no constitucionalista”, cuando entre los autodeclarados constitucionalistas se alineaban formaciones cuyos presidentes no habían votado la Constitución, otras que no existían cuando se aprobó y alguna que se posiciona en contra del diseño constitucional del Estado de las Autonomías y de algunas libertades y derechos constitucionales. Ese fuego enemigo se atrevió a tildar al candidato de traidor y felón por tratar de armar una mayoría parlamentaria que permita su investidura.

Cuando escribo este comentario aún no se conoce el resultado del pleno de investidura. Pero la munición empleada por la derecha, antes y durante la sesión, ha sido contundente y de grueso calibre. A estas alturas de la democracia en España, tales actitudes viscerales de confrontación parecían haber sido superadas en el proceder democrático de la alternancia del poder y en los usos de cortesía, basados en el respeto y la educación, en las relaciones personales y la diatriba entre los políticos, cual adversarios y no como enemigos irreconciliables. Sin embargo, las descalificaciones, los insultos, las amenazas, las mentiras y las insidias han acaparado el contenido de los reproches dirigidos desde determinados sectores sociales de la derecha -político, mediático, económico, etc.- a los partidos empeñados en consensuar un gobierno de izquierdas y a los partidarios que apoyaban tal iniciativa, por otra parte, perfectamente legítima y democrática, dada la mayoría representada en el Parlamento, derivada de la voluntad, expresada en las urnas, de los ciudadanos.

Incluso ha habido llamamientos, desde el catastrofismo más irracional, a una defensa de la patria ante una supuesta amenaza a “la seguridad nacional”, representada por el candidato socialista o por un gobierno por él presidido en coalición con Podemos. Era lo que demandaba un exmilitar integrado en Vox a través de un artículo publicado en la edición de El Mundo de Baleares, en el que hace un llamamiento a “los poderes del Estado” para evitar la investidura de Sánchez e, incluso, examinar si había incurrido en crimen de traición. El mensaje es implícito.

Más explícito era el de un filósofo, columnista de ABC, que afirmaba que “la situación es gravísima” porque el Gobierno en funciones se apoya “en quienes quieren destruir la Nación y destruir la Constitución”. Asegura el alarmista que “otra guerra civil es posible”. Habla de odio para referirse a la memoria histórica, de la chabacanería instalada en el Parlamento, por la fragmentación partidista, y del imperio de la mediocridad, política y social. Por todo ello, concluye que “España casi agoniza (…) que puede morir”.

Uniéndose al coro del catastrofismo apocalíptico, algunos “ministros” de la Santa Madre Iglesia Católica, la que aloja en sus templos tumbas de dictadores y de asesinos (Queipo de Llano sigue en la Basílica de la Macarena de Sevilla) que provocaron una guerra civil, la que paseó bajo palio, mientras vivieron, a los que firmaron sentencias de muerte, fusilamiento y garrote vil a inocentes que mantenían ideales contrarios al fascismo, no han dudado de solicitar a sus fieles que "elevaran oraciones especiales por España" en todas las iglesias, misas y conventos. España, a juicio de estos preclaros monseñores de la Conferencia Episcopal, está en una “situación crítica”. No piden rezar por los inmigrantes ahogados, ni por la miseria a la que están condenadas muchas familias a causa de un modelo económico injusto y egoísta, ni siquiera por las asesinadas por la violencia machista, que ha causado más muertes que el terrorismo de ETA, sino que poden orar para que el Altísimo, que se sienta a la derecha, naturalmente, impida un nuevo gobierno progresista en España que pueda poner en riesgo el chiringuito de la concertada, la financiación pública de su tinglado eclesiástico y demás privilegios que disfruta “su” iglesia en un Estado constitucionalmente no confesional.   

Si todo lo anterior no es catastrofismo, al estilo de la portavoz parlamentaria del Partido Popular cuando dice que la situación actual es peor que cuando ETA mataba, ¿qué será entonces catastrofismo? Esos velados llamamientos a una intervención del Ejército (“los poderes del Estado”) o avisos de que “otra guerra civil” parece justificada, no constituyen simples ejemplos de una diatriba política polarizada, sino amenazas nada sutiles de una derecha radical que está dispuesta a utilizar todos los medios a su alcance para retener un poder, un gobierno, un país, una sociedad, una economía y una cultura bajo las directrices de su ideología. Y ello es grave y peligroso. Porque si las derechas consideran que la democracia y la libertad sólo son válidas si les sirven para retener el poder, tachando de ilegítimas las alternancias en el gobierno por decisión soberana de los españoles, entonces corremos el riesgo de que se produzcan todos los males apocalípticos que nos vaticinan si ellas no gobiernan. No hay que olvidar que fueron las derechas las que iniciaron la última guerra civil en España para “defenderla” del gobierno legítimo de la República.

Tal vez por ello, sería “saludable”, aunque sólo sea para “exorcizar” todos esos designios de maldad de los que se le acusa, que el primer gobierno de coalición pudiera materializarse en la democracia española. Para demostrar que un gobierno de izquierdas, en el que participe Podemos, no es ningún riesgo para el país, ni supondrá una hecatombe para la economía, la integridad territorial, la unidad nacional o la identidad de la población, tan plural y diversa como la de cualquier país moderno. Más allá de un programa que incluye derogar los efectos más lesivos de la Reforma Laboral, aumentar el tipo impositivo a las rentas superiores a 130.000 euros, actuar contra la precarización del trabajo, adecuar nuestra sociedad a la cuestión ecológica y climática, atender la revolución feminista, regular la proliferación de las casas de apuestas, limitar los abusos en el alquiler de viviendas o ampliar las libertades básicas y los derechos sociales, más allá de todo eso, sería conveniente un gobierno de izquierdas para fortalecer nuestra democracia en la normalidad de la alternancia en el poder, sin apelar al catastrofismo ni al fundamentalismo ideológico. Nadie está en posesión de la verdad, menos aún en política.

Por eso, puede que esta vez que los Reyes Magos acierten con el regalo que se merece el país: un nuevo gobierno estable y progresista que afronte los problemas que nos agobian. Y si se equivoca, dentro de cuatro años pedimos otro. ¿Dónde radica el peligro? ¿O acaso la gente no sabe votar?

miércoles, 1 de enero de 2020

67 en la nada


Una mota de polvo da una vuelta al año alrededor de un insignificante sol de entre los que cubren el cielo de puntitos de luz en la noche. Esa estrella, junto a miles de millones como ella, forma grupúsculos más grandes que también por miles de millones pueblan el universo de galaxias y constelaciones. Antes de eso y después de eso es la nada: el silencio y el vacío. Pero, entre tanto, a una escala tan reducida como la de un microbio sideral, una vida consciente de su existencia celebra que acaba de dar 67 vueltas, desde que nació, al astro que alumbra su planeta. Comparado con la nada de la que venimos y a la que vamos, celebrar ese hecho es festejar un latido imperceptible de esa nada que somos y no comprendemos. Pero, poder hacerlo, es ya un milagro de ese ruido absurdo que se produce entre dos silencios, parafraseando a Beckett. Es mi cumpleaños. Perdonad la ñoñería.