Hubo una época en que los dinosaurios poblaban la Tierra
hasta que un cataclismo los hizo desaparecer. Eran animales temibles, de todos
los tamaños, que durante millones de años dominaron la tierra, los mares y el aire
de este planeta y lo convirtieron un lugar sumamente peligroso para el ser
humano, si por entonces hubiera coexistido con ellos. Pero ni su fiereza ni su
tamaño pudieron impedir que más del 70 por ciento de las especies de esos
grandes monstruos se extinguiera de manera inesperada y sorprendente. El
hábitat al que estaban acostumbrados y del que dependía su existencia cambió de
forma tan brusca, que no tuvieron tiempo de evolucionar para adaptarse a las
nuevas condiciones climáticas, hasta el extremo de que prácticamente la
totalidad de las especies, salvo algunas que tenían alas, desapareció de la faz
de la Tierra de manera definitiva. Sabemos de su existencia por los restos petrificados
que periódicamente los paleontólogos descubren en casi todos los continentes del
mundo. Y para los científicos resulta mucho más misterioso, no la
presencia de aquellos grandes animales prehistóricos, sino su súbita extinción masiva, que sólo dejó el rastro de esqueletos fosilizados. Que toda una vasta fauna que
dominaba el planeta desaparezca de la noche a la mañana, según tiempos
geológicos, representa un interrogante que no hallaba una respuesta que convenciera plenamente a los investigadores.
Se barajaban dos teorías que podrían explicar la extinción
de los dinosaurios. Una de ellas hacía referencia a la erupción de uno o varios
volcanes tan gigantes que la enorme cantidad de lava que vomitaron afectó a la
temperatura global de la atmósfera. La otra relaciona ese cambio climático, tan
drástico como para afectar a la vida en todo el planeta, con el impacto de un
meteorito de enormes proporciones, de unos 10 kilómetros de diámetro, que se
estrelló en lo que hoy es la península del Yucatán, en México, a finales del
Cretácico, hace unos 65 millones de años. Un estudio reciente aboga a que el
meteorito, y no los volcanes, fue el causante del repentino y drástico cambio
del clima que motivó la desaparición de aquellos gigantescos animales. Sea como
fuese, la cuestión es que la existencia de los seres vivos que pueblan nuestro
mundo, antes y ahora, está estrechamente vinculada a un clima determinado que
posibilita su viabilidad y desarrollo.
Un hecho fortuito, como la erupción de volcanes o el impacto
de un asteroide, supuso un cambio climático tan radical que afectó a las formas
de vida existentes en el planeta, haciéndolas desaparecer. El mismo peligro
amenaza en la actualidad a la humanidad, pero no por causas fortuitas, sino provocadas
por el ser humano. Aquel calentamiento global que llevó a la extinción a los
dinosaurios, de manera imprevista, es el mismo fenómeno climático que, como
consecuencia de la emisión de gases con efecto invernadero que produce la
actividad humana, podría poner en serio peligro la permanencia del hombre en la
Tierra, tal y como la conocemos hoy en día.
Parece demostrado, ya con total seguridad, que no fue la
lava lo que modificó la temperatura global del planeta, sino que gases
expulsados a la atmósfera de manera ingente fueron los responsables del cambio del
clima que causó la extinción de muchas formas de vida. Pero si la desaparición de
los dinosaurios fue fruto de un azar catastrófico, parece irracional que el ser
humano, que se considera el único animal racional del planeta, corra idéntico
destino por su irresponsabilidad, avaricia y soberbia. Ya que resulta
incomprensible e injustificado que, por mero afán económico, no se avenga a tener
en cuenta las advertencias de los científicos sobre el cambio climático y
persista en mantener un estilo de vida que contribuye al calentamiento global
de forma acelerada. De seguir así, dentro de miles o millones de años podría llegarse
a descubrir, los que sobrevivan, que el ser humano se extinguió por no querer
evitar su desaparición. La de los dinosaurios fue mala suerte, pero la nuestra
sería un auténtico suicidio.
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