Los primeros
días de octubre avanzan con parsimonia, errátiles. Volubles como el humor, lo
mismo puede amanecer con las estrellas todavía brillando en el despuntar del
día, que, sin tregua, desde raudas nubes preñadas de gris descargar un aguacero
que sorprende a los desprevenidos. Así es octubre, una puerta que conduce por
las inclemencias de un tiempo en transición hacia los rigores del invierno. Y
ese es, precisamente, su encanto: alternar días luminosos como la alegría con
jornadas desapacibles como la tristeza. Una veleidad idéntica a mi manera de
ser. Por eso me resulta tan atractivo octubre.
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