miércoles, 31 de octubre de 2018

Bolsonaro, el último


Jair Bolsonaro acaba de ganar las elecciones en Brasil y el uno de enero próximo asumirá la presidencia del país más grande y poderoso de América Latina. A pesar de que los resultados eran los esperados, no deja de sorprender el hecho de que con él se viene a confirmar el auge que experimenta el protagonismo del populismo xenófobo y radical de extrema derecha que triunfa en el mundo actualmente. En ese sentido político, Bolsonaro es, hasta hoy, el último de la camada de canallas que consigue llegar al poder mediante procedimientos democráticos, pero dispuesto a desvirtuarla y mancillarla con una acción gubernamental que no duda en obviar derechos y libertades que se suponían consagrados en un Estado de Derecho. De hecho, durante la campaña no ocultó su voluntad de despreciar tales derechos en nombre de la seguridad y la mano dura contra el crimen, asegurando que ningún policía será enjuiciado por tirotear a un delincuente, siguiendo la línea dura de Donald Trump, quien propone combatir las muertes violentas que se producen en su país, como los once muertos en el atentado contra la sinagoga de Pittsburgh, armando todavía más, por si parecía insuficiente, a los ciudadanos para que se defiendan. Su idea es que, contra los forajidos, pistoleros de buen tino y gatillo fácil, como en el Viejo Oeste.

Fiel a un guión oculto, Bolsonaro, además, ocupará con militares varios ministerios, la vicepresidencia del Gobierno y otros altos cargos de la Administración –no en balde él mismo es un excapitán retirado, aunque expulsado del Ejército-, permitiendo que los uniformados vuelvan a dirigir departamentos clave del Gobierno, cosa que no se producía desde los tiempos de la dictadura militar de Humberto de Alencar (1964-1985). Asombra sobremanera esa “tutela” militar de un Ejecutivo que se aparta, así, de los estándares democráticos al uso, en que civiles elegidos por la voluntad soberana del pueblo pilotan el país y dirigen la acción política. El “tufo” castrense del futuro Gobierno apesta antes incluso de destapar la olla, aunque es coherente con las propuestas antidemocráticas y autoritarias del entonces candidato y ya electo presidente de Brasil, el extremista Bolsonaro, un nuevo canalla de extrema derecha, cuyos discursos a favor de las armas, la tortura o el encarcelamiento y exilio de opositores auguraban tal deriva autoritaria y cuasidictatorial.

Con más de la mitad de los votos emitidos, los brasileños eligieron al candidato que les prometió combatir la crisis económica, la violencia y la corrupción que se han cebado sobre el país en los últimos años. La hartura de la población con estos desmanes de los que ha culpabilizado, y no sin gran parte de razón, a los dirigentes izquierdistas del Partido de los Trabajadores, cuyo líder Lula da Silva cumple prisión por corrupción, ha aupado a Jair Bolsonaro al poder, gracias también al apoyo férreo de las poderosas iglesias evangélicas, cuyo voto ha sido crucial. Todo ello explica, en contexto, las amenazas del presidente, pronunciadas sólo ocho días antes de su elección, de que “a los enemigos rojos solo les queda la cárcel o el exilio”, y que, en su primera aparición televisada como presidente, Bolsonaro tomara las manos de los miembros de su equipo y se pusiera a rezar. Son mensajes directos para destinatarios claros. Igual que las soflamas que ha pronunciado para resaltar los valores militares que él mismo representa y, en palabras de su vicepresidente exgeneral, subrayar que los “héroes matan”, en justificación de los crímenes de la dictadura.

Por si faltase alguien a la pléyade de ultraconservadores filofascistas que emergen en el mundo, donde destacan Trump, Salvini, Farade u Orbán, entre otros, llega ahora Bolsonaro, el último canalla, para completar el cuadro. Las dentelladas que su giro autoritario propiciará a los derechos y libertades que hasta hora disfrutaban los brasileños y la agitación que causarán las prometidas políticas neoliberales, supremacistas y ultranacionalistas que ha asegurado implementar, provocarán brechas y profundas divisiones no sólo en el país, sino también en la región y en un mundo interdependiente, de consecuencias imposibles de valorar. De entrada, ya hay tendencia a no respetar a las minorías, en especial por su condición sexual, y al resurgimiento de la xenofobia, la islamofobia y la aporofobia en el discurso de esa élite evangélica, pudiente y racista que representa el nuevo presidente ultraderechista brasileño. Y la propuesta de proteccionismo comercial, neoliberalismo económico, cuestionamiento del cambio climático, seguidismo en política exterior de la “doctrina Trump” y otras medidas, como un probable traslado de la Embajada de Brasil a Jerusalén, pronostican unos venideros tiempos “bolsonaros” de agitación y quebranto social, político y económico.

Y es que, haciendo bueno el refrán, por si faltaba alguien, con Jair Bolsonaro parió la abuela. Sólo resta que España se apunte también al new age del ultraconservadurismo “sin complejos”, sectario y autoritario. Y pasos se están dando en tal sentido.           

domingo, 28 de octubre de 2018

Horario de invierno


Inauguramos hoy, con el atraso de una hora esta madrugada en los relojes, el horario de inverno (GM+1), más concordante con el huso horario que nos corresponde por la posición geográfica de España (GM+0). La Comisión Europea ha propuesto terminar con los horarios estacionales a partir de 2019, por lo que este cambio horario podría ser el último que tengamos que efectuar, aunque no hay unanimidad entre los países miembros para adoptar un acuerdo al respecto, ni se ha creado el comité de expertos con el que cada país determinará el horario oficial más conveniente. Lo único seguro es que hoy volveremos a estar algo aturdidos con las horas de nuestras rutinas hasta que nos acostumbremos en unos días que amanece más temprano y anochece también pronto.

Y he aquí donde aparece la discusión (ya abordada en otra ocasión), porque muchos prefieren que la insolación diurna se mantenga hasta cerca de las diez de la noche, como en verano, y otros, que anochezca temprano para comenzar el día con la luz del amanecer. Ello es, precisamente, lo que ha de determinar el comité creado al efecto: si mantener el horario actual (GM+1) permanentemente o mantener inalterable el de verano (GM+2). También cabe la posibilidad de seguir con cambios estacionales como hasta ahora (GM+1 y +2) o acometer esos cambios previo retraso al huso horario (GM+0 y +1). Difícil papeleta para unos expertos expuestos a presiones sociales, económicas, industriales y políticas, pero pocas de orden científico sobre la materia, que son las que deberían tener en cuenta. Por ello, es de temer que la industria del turismo imponga su parecer y prevalezca el horario que más convenga a sus intereses, puesto que ya no existen condicionantes energéticos que nos obliguen a continuar con estos cambios horarios estacionales. ¡Que pasen un buen día porque, en cualquier caso, el tiempo vuela!
 
 

sábado, 27 de octubre de 2018

Tiempo de canallas


Son, los actuales, tiempos convulsos en los que proliferan profesionales de la demagogia y la falta de escrúpulos. Energúmenos que emergen cual setas cada vez que las dificultades nos empujan a la precariedad y la pobreza por el mero hecho de disponer de un trabajo y un salario que creíamos seguros y duraderos, y que las condiciones económicas sacrifican antes que mermen los beneficios. Cuando se tambalean nuestras comodidades y certidumbres, y los mecanismos institucionales convencionales no son capaces de ofrecer garantías de respuesta, nos ponemos en manos de estos prestos profetas que diagnostican simplistamente los problemas y prometen tratamientos milagrosos que subsanarán los males y calmarán nuestra angustia y temor. Son los canallas que abundan alrededor del mundo para salvarnos de los peligros que nos acechan, ya sean a causa de los migrantes que nos invaden, los intercambios comerciales que nos arruinan, los tratados internacionales que nos vuelven vulnerables o los acuerdos que limitan nuestro desarrollo y crecimiento como país.

Nunca antes habían coincidido tantos canallas al mismo tiempo en condiciones de liderar las políticas de buena parte de las naciones del planeta, deshaciendo intencionadamente la red de derechos y consensos que, desde la última contienda mundial, han proporcionado décadas de paz, prosperidad y libertad, basados en la cooperación, la democracia, el intercambio entre iguales y el diálogo multilateral. Ahora se pretende regresar al aislacionismo, al egoísmo estatal y a la negación de todo lo que obstaculice nuestra potencialidad económica, se llame cambio climático, derechos humanos, libertad de información y opinión o la mismísima Organización Mundial del Comercio. Todas esas viejas certidumbres han sido cuestionadas y consideradas enemigas del progreso que perseguimos a cualquier precio. Hasta los seres humanos, que cruzan fronteras en busca de una oportunidad que no hallan en sus países de origen, se convierten, para estos canallas populistas, en delincuentes que vienen a robarnos o peligrosos terroristas que amenazan nuestras libertades y hacen tambalear los valores que sustentan nuestro modelo de sociedad.

Cada vez y con más frecuencia surge esta canallesca dispuesta a salvarnos como sea, incluso en contra de nuestra voluntad, apoyándose en mecanismos democráticos para socavar la propia democracia e instaurar métodos autoritarios y gobiernos que supuestamente garantizarán nuestra seguridad y convivencia en detrimento de derechos y libertades. Nos protegen (es un decir) a cambio de encerrarnos y aislarnos del mundo, pero más que por nuestro bien (no nos engañemos), por intereses espurios que se cuidan de revelar. Proliferan cuando las dificultades aprietan y la anomia social nos aleja de participar en la búsqueda de soluciones viables, justas y duraderas. Entonces aparecen los Orbán, Kaczynski, Salvini, Le Pen o Casado en diversos países de Europa, con sus medidas extremas, euroescépticas, ultranacionalistas, proteccionistas e insolidarias, dispuestos a dar cerrojazo a derechos y libertades en nombre de la seguridad nacional y el bienestar del pueblo. Pregonan recuperar las “esencias” que deberían caracterizarnos, volver a leyes que hacían del aborto un delito y declarar ilegal ideas políticas, mientras se declaran más monárquicos que el Rey, más patriotas que los Reyes Católicos y más liberales que Reagan.

Se unen a los Trump, Endogán, Maduro, Putin, Kim Jong-un, Al Asad y tantos otros esparcidos por el globo, que desvirtúan la democracia para lograr sus propósitos autoritarios y sectarios. Canallas que abandonan tratados para que los acuerdos sobre el clima, por ejemplo, no limiten sus industrias contaminantes; incumplen compromisos sobre reducción de armas atómicas, exponiendo al mundo a un nuevo período de guerra fría, para renovar arsenales con armamento infinitamente más destructivo; condenan a su pueblo al hambre y la pobreza por mantenerse en el poder mediante chanchullos electorales; incluso encarcelan periodistas independientes y opositores insobornables con tal de controlar toda opinión y que nadie contradiga la versión oficial; y hasta asesinan, descuartizan o hacen desaparecer a críticos con el poder, que no se avienen a las advertencias, en virtud de la impunidad que les otorga el petróleo y el dinero en abundancia, con capacidad de comprar conciencias. O no dudan en negar ayuda a refugiados a la deriva en barcos cercanos a sus costas y en movilizar al ejército para defender una frontera contra inmigrantes, familias enteras de civiles, que avanzan desesperados y sin futuro hacia los muros de la desfachatez inmoral y la incomprensión del canalla.

Háganse con sinceridad esta pregunta: ¿Qué defienden –persiguen- realmente estos salvadores solícitos que se desenvuelven entre el fascismo y el populismo, de extrema derecha o extrema izquierda, cuando se dedican a la política? ¿Acaso velan por los trabajadores y las clases medias, por el Estado de Bienestar y la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos? ¿Tal vez por la cooperación y el desarrollo o por la explotación y el mal rollo en beneficio de sus negocios o su sectarismo elitista? Piénsenlo, porque el mundo está poblándose de canallas dispuestos a devolvernos las certezas que las crisis y las dificultades nos han arrebatado. Charlatanes que nos propondrán una tabla de salvación que posiblemente sirva para no ahogarnos, pero que nos mantendrá perdidos en el mar de manera indefinida, sin llegar a tierra firme, aislados y alejados de los continentes de concordia, cooperación y entendimiento pacífico entre las naciones. Sus recetas no son útiles para enfrentarse a un mundo complejo, interdependiente y plural, sino para complicarlo aún más con medidas egoístas, supremacistas y excluyentes, carentes de humanidad y respeto, que a la postre acarrearán más conflictos que soluciones, como esa propuesta de Brexit del Reino Unido, impulsada por contrarios acérrimos de una Europa unida, pero sin más proyecto que el mero abandono de los acuerdos comunitarios, aunque cause perjuicios insospechados a los propios ingleses, que ya claman otro referéndum.

Son tiempos revueltos en los que andan a gusto todos esos canallas que tachan a los medios de comunicación, por cumplir con su función, de propagadores de mentiras y noticias falsas; líderes que provocan guerras comerciales o que amenazan con conflictos bélicos para aumentar su cuota de mercado e influencia económica en cualquier área del mundo que se les resista; gente que insulta, miente y manipula sin pudor ni vergüenza con tal de conseguir sus propósitos autoritarios y excluyentes, de los que obtienen réditos no confesados pero en absoluto coincidentes con los expuestos. Desgraciadamente, vivimos tiempos confusos que, por esa misma confusión, hemos elegido voluntariamente, engañados con promesas falsas de paraísos perdidos. Es tiempo de canallas.  

miércoles, 24 de octubre de 2018

Día de la Biblioteca


Hoy se celebra el Día de la Biblioteca, una conmemoración que, como todas las jornadas conmemorativas, más que celebrar la conquista de un logro, en este caso la existencia de esos recintos donde se acumula el conocimiento impreso, sirve más bien para denunciar las deficiencias que aún arrastran y la escasa atención que le prestan los ciudadanos, amantes antes de los móviles que de la lectura.

Sin embargo, este día me trae a la memoria recuerdos infantiles de cuando acudía a la biblioteca ubicada frente a mi casa para entretenerme con la lectura de tebeos y, en ocasiones, realizar los trabajos que me imponían en el colegio. No debí pasarlo tan mal entre aquellos anaqueles repletos de libros si la impresión que me causa el recuerdo es placentera.

También rememoro seguir con la misma costumbre durante la adolescencia, hábito que me hacía acudir periódicamente a la biblioteca pública de la calle Rioja, en pleno centro de Sevilla. Allí comencé a hojear algunos títulos de filosofía cuando me cansaba de consultar obras de astronomía y astronáutica, por entonces, mis temas preferidos.

Actualmente, apenas piso una biblioteca aunque siga siendo un lector contumaz. He ido, desde los lejanos tiempos de la niñez, construyendo mi propia biblioteca, inducido por esa manía de poseer cuanto libro me interesa leer. No soy capaz de leer un libro prestado ni en soporte digital, ya que el diálogo que establezco con un texto es tan íntimo que he de conservarlo siempre próximo y en disposición de poder retomarlo cuando se me antoje, sin más mediación que alargar la mano.

Hoy, cuando se celebra el Día de la Biblioteca, miro la mía particular y me llenan de orgullo esas baldas atiborradas de unos objetos que atesoran un saber que me ha sido más útil que todo el conocimiento que haya podido adquirir con mi formación académica. Ni qué decir tiene que mi concepto de felicidad está ligado a ese rincón de mi casa lleno de libros. Mi Día de la Biblioteca son todos los días del año. Por eso me causa tristeza que haya que dedicarle sólo una jornada. No lo puedo remediar.  

sábado, 20 de octubre de 2018

Cambios vertiginosos


La actualidad transcurre a tal velocidad que, después de sólo una semana ausente del país, causan perplejidad los cambios producidos. Tal parece que se arriba a un país diferente del de partida. Hasta la meteorología es distinta pues se partía en mangas cortas de días más primaverales que de otoño y se regresa en medio de unas jornadas grises con borrascas tropicales, frío, lluvias torrenciales e inundaciones que dejan un reguero de muertos y daños materiales considerables. Parecería otro tiempo y otro país, si no fuera porque se vuelve a casa sin lugar a dudas. Hasta el Gobierno parece otro.

Ya no figura en la agenda mediática el ardid del plagio con el que nuestros líderes consiguen sus doctorados en condiciones ventajosas, sino la discusión sobre un proyecto de Presupuestos que intenta paliar unas políticas restrictivas que sumieron a las clases trabajadoras y medias en una austeridad que ha empeorado la desigualdad y extendido la pobreza en nuestra sociedad. Para algunos sectores, coincidentes con la derecha y el empresariado, tal empeño es perjudicial para la economía puesto que pone el acento en el gasto social en educación y sanidad pública y no en el mantenimiento de la ortodoxia neoliberal que dicta el mercado. Los críticos se pronuncian con la suficiencia de quien está convencido de que la economía es una ciencia exacta y no un instrumento para conseguir un determinado modelo de sociedad. Claro que esos conservadores que cuestionan el proyecto presupuestario también apuestan por otro tipo de sociedad, aunque insolidaria y desigual, más beneficiosa para sus intereses, ya que prefieren que sea la iniciativa privada la que satisfaga las necesidades de los ciudadanos y no el Estado. Pero esta intención distan mucho en reconocerla abiertamente, amparándose en el pretexto del rigor fiscal y la estabilidad presupuestaria. Desde su ideología, todo gasto social es perjudicial, no sólo para la economía, sino para sus negocios. Son los mismos que consideran desorbitado fijar el salario mínimo interprofesional en 900 euros mientras sus emolumentos -fijos, variables y en especie-, a lo largo de estos años de crisis, han aumentado en más de un 40 por ciento. Pretenden que los sacrificios exigidos a los más débiles sean permanentes y no puedan ser recompensados, ni que se recuperen derechos que, en teoría, fueron temporalmente limitados. En su obcecación, hasta acuden a Bruselas en busca de apoyos que logren impedir la aprobación por parte de la Unión Europea de las cuentas que presenta España. Se comportan con una actitud más propia de enemigos extranjeros que de compatriotas, sin importarle lo más mínimo. Y es que así suele comportarse la derecha española cuando pierde el poder. Al menos, ya no hacen campaña acerca de que copiar algunos párrafos en un libro es más grave que conseguir un máster regalado, sin asistir a clases, sin exámenes y sin presentar ningún trabajo. Algo es algo.

Otro cambio espectacular que se percibe al llegar al país después de un período de ausencia es educativo. No me refiero a los niveles conductuales predominantes en la calle, tan zafios y procaces como siempre, sino a la propuesta de reintroducir la asignatura de filosofía en el currículo escolar para que las futuras generaciones, enseñadas a pensar y ser críticas, puedan cuestionar su vida y cuanto les rodea. Se corrige, con esta propuesta, el adoctrinamiento que perseguía aquel nefasto ministro que suprimió la filosofía por la asignatura obligatoria de religión, católica por supuesto, evaluable como cualquier otra troncal. ¡Ave María Purísima en vez de Platón! Y luego se quejan de que las comparaciones dejan nuestro sistema educativo, en cualquier nivel, en posiciones que no corresponden a las de un país desarrollado, moderno y octava potencia económica mundial. Mientras se utilice la educación como instrumento sectario para el adoctrinamiento religioso y político, nuestros hijos carecerán de posibilidades de alcanzar una formación adecuada y competitiva para un mundo global. Eso sí, sabrán santiguarse ante cualquier obstáculo que les presente la vida. Aquel ministro se quedó tan pancho, como premio, en su posterior destino diplomático en Francia, aunque ahora se tenga que corregir el disparate que propició. Algo es algo.

Hasta el asunto catalán cambia de latido. De políticos presos hemos pasado a mensajeros políticos que se reúnen con los encarcelados en prisión preventiva para consensuar estrategias y apoyos que necesita el Gobierno. De apestados delincuentes por sedición y rebelión a imprescindibles dirigentes que sufren unas medidas cautelares excesivamente rigurosas que deberían revisarse. Excepto la derecha más rancia, se ubique en el PP o en Ciudadanos, el resto de formaciones políticas aboga por la excarcelación de los independentistas, transcurrido ya más de un año de prisión, porque existen medidas cautelares menos extremas para controlarlos hasta la celebración de juicio. Y, de paso, se conseguiría evitar la imagen –falsa- de país que mete en la cárcel a los adversarios políticos que violan (cosa que no dicen) la ley. Sin contrapartidas y ajustándose a las situaciones judiciales individuales, el Gobierno de Pedro Sánchez insiste en enfrentar el “conflicto” catalán desde la política, máxime cuando precisa de sus votos para aprobar los Presupuestos. Esto de hacer política en vez de judicializarla es propio de otras latitudes, no de la nuestra. Algo es algo.

Incluso la jerarquía católica española ha evolucionado en su condescendencia con la pederastia que alberga el seno de la Iglesia. Nunca lo hubiera imaginado. Pero ante un escándalo que desborda los muros de la institución y multiplica las denuncias en todo el mundo, la Iglesia católica española tiene previsto obligar al clero a denunciar a la fiscalía las denuncian que reciban sobre abusos y otros delitos cometidos por eclesiásticos y clérigos. Aunque la medida se considera insuficiente desde ámbitos judiciales, al menos supone un cambio considerable respecto de la actitud de silencio y ocultación con que trataba estos hechos. Nunca denunciaba ante la Justicia y, todo lo más, apartaba a otra parroquia al sacerdote hallado culpable. A partir de ahora, sin embargo, se pretende actualizar los códigos eclesiásticos vigentes en las 70 diócesis españolas para adaptarlos a la Ley del Menor de 2015 y comunicar a las autoridades civiles de Justicia cualquier hecho de esta naturaleza para su oportuno esclarecimiento y castigo penal. Es un paso insuficiente, pero importante. Debajo de las sotanas no debería haber violadores, sino consejeros espirituales. Y aunque esta medida no erradicará completamente la pederastia de la Iglesia, seguro que ayudará a combatirla. Algo es algo.

Lo que tampoco imaginaba era que la extrema derecha tomara cuerpo en España. La suponía residual, alojada en la formación que representaba a todo el pensamiento conservador nacional, desde el liberal hasta el nacionalcatólico de los franquistas. Esa exclusividad ideológica la ha perdido el PP con la aparición de Ciudadanos, que ahora compiten por el voto conservador a cara de perro y a ver quién resulta más radical. Sin embargo, la extrema derecha y los fascistas, fuera de su casa popular, apenas eran identificables y no conseguían apoyo en las urnas, al contrario de lo que sucede en otros países de Europa. Aquí estábamos libres de partidos de extrema derecha con capacidad de influir o llegar al Gobierno, como la Liga del Norte italiana y ese Salvini que ofende a la inteligencia y la sensibilidad de las personas decentes; o sus correligionarios de Polonia, Hungría, República Checa, Austria, Alemania y Reino Unido. Pero, tras una breve ausencia, tropieza uno al regresar a España con la presentación de Vox, un partido de extrema derecha, a las próximas citas electorales y con posibilidades de conseguir representación parlamentaria, al pasar del 0,2 por ciento de votos, en las generales de 2016, al 3 por ciento que se estima en la actualidad, debido, fundamentalmente, al trasvase de votos del PP. Medio millón de votantes populares se decantarían por Vox, según una encuesta reciente. Y lo peor es que, para colmo de males, en la estrategia de esta formación fascista participaría Steve Bannon, el ideólogo ultra de Trump hasta que tuvo que despedirlo, por lo que dispone de tiempo para agitar gallineros en las periferias del mundo. Hemos pasado, pues, de ser una excepción –beneficiosa-, a ser un país en el que también brota con fuerza un partido xenófobo, ultranacionalista y fascista como en otras partes del Continente. Esto es ya algo pésimo en una dinámica de cambios vertiginosa para cualquier viajero. Aquí me apeo.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Un sueño cumplido


Escultura en Pisa
Italia, un sueño hecho realidad que ha colmado las expectativas y, en parte, desgraciadamente, las ha decepcionado. Porque –culpa del visitante- un país no se visita en un día ni siquiera en una semana, del mismo modo que su historia tampoco puede conocerse ni comprender con la mera contemplación de sus encantos monumentales, paisajísticos, artísticos o arqueológicos. Pero también –culpa del país- porque ese legado apabullante de su esplendor histórico se usa de reclamo para un turismo de masas que, en vez de dosificarlo, se potencia como industria lucrativa que beneficia a las arcas del país, haciendo que masas ingentes de gentes de todo el mundo pugnen por calles, plazas, templos y museos en pos de un recuerdo o una imagen que certifique su presencia ante fuentes, cuadros, estatuas, ruinas y capillas que conforman el rico patrimonio cultural del país transalpino, la bota del Mediterráneo.


Escultura en Verona
Italia, pues, consciente de su atractivo, se exhibe descarada ante los ojos del visitante, sin pudor ni falsa modestia. Una belleza y unos encantos que no se pueden admirar en una única visita con el sosiego, el silencio y la soledad que exigen la admiración y el afán por conocerla. Lo visto, no se puede negar, confirma lo que se lee de Italia, pero con los matices impuestos por la realidad de una masificación, la exageración publicitaria de rincones y sitios y la explotación abusiva de los réditos que proporciona el turista. Aun así, Italia hay que verla -y padecerla- aunque sea para seleccionar los destinos más pintorescos, atractivos e interesantes de su variada y extensa oferta patrimonial e histórica. De norte a sur y de este a oeste, el país que se derrama a ambos lados de los Dolomitas dispensa una geografía plagada de localidades ancladas en el medievo y urbes entregadas a la modernidad y una miscelánea étnica apabullante. Del industrial Milán, pasando por la coqueta Verona de Julieta, la preconciliar Padua y la docta y roja Bolonia, hasta la Pisa inclinada de Galileo y la medieval Siena de los etruscos, existen muchos recorridos que conducen inexorablemente a la Roma del Coliseo y el Vaticano, capital del imperio romano y de la cristiandad, que se asienta sobre sus siete colinas, atestadas de turistas y aglomeraciones, sin olvidar a la fea y sucia Nápoles, víctima de las crisis y las dificultades, y la escarpada Capri, isla del lujo y la ostentación de famosos y vanidosos.

Canales de Venecia
De entre toda esa variedad paisajística y cultural, puede uno quedarse extasiado ante la irracionalidad arquitectónica de construir una ciudad sobre pilares de madera sumergidos en el fango que soportan los cimientos de una Venecia que se extiende por islas costeras, conectadas entre sí por estrechos canales surcados por góndolas y barquitos de todo tipo, como único medio de transporte posible. Una ciudad sorprendente que ha confiado su defensa a ese mar Adriático que la rodea e inunda periódicamente, hasta acabar engulléndola, como temen los venecianos, en un futuro no muy lejano. Otros pueblos han querido invadirla, pero han quedado varados en los bancos de arena y lodo que hacen de sus canales una trampa para navegantes intrusos. Sólo un puente umbilical –hoy, de asfalto y hormigón, para trenes y tráfico rodado- une Venecia con la península.

Pero, aparte de ser impresionantes la Plaza de San Marcos y la conjunción de arte griego, bizantino y renacentista que ofrece la arquitectura de sus edificios más emblemáticos, como el Palacio Ducal, la Basílica de San Marcos, el Campanile de ladrillo, la Torre del Reloj y las dos torres que guardan la entrada de la plaza, lo más llamativo para el visitante ignorante es saber que un impresor local de Venecia, Aldo Manuzio, diseñó la letra cursiva, también conocida como “aldina” o “itálica”, para poder editar lo que hoy se conoce como “libro de bolsillo”, en tamaño octavo en vez de folio como era habitual en la época, gracias al ahorro de espacio que se conseguía con ese tipo de letra inclinada y apretada.

David de Miguel Ángel
Otra ciudad que deslumbra al visitante es Florencia, cuna del Renacimiento. Esta “ciudad de las flores”, capital de la Toscana, conserva intacto el florecimiento artístico y arquitectónico que vivió en la Edad Media cuando era epicentro del comercio, la cultura, el arte y las finanzas, bajo la dinastía de los Médicis. Su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad. No en balde se erigen en él el Duomo (Catedral) de Santa María del Fiore y su cúpula renacentista del maestro Brunelleschi, el Batisterio de San Juan, la Basílica de Santa Cruz, el Campanario de Giotto, el Ponte Vecchio, la Academia de Bellas Artes que exhibe la imponente escultura del David de Miguel Ángel, y la Galería D´Uffici, un edificio en forma de U, anexo al palacio de los Médicis, en el que reunía su fortuna pictórica esta familia de banqueros y gobernantes, y que en la actualidad es el primer museo de Italia por sus obras pictóricas renacentistas.

Puente Vecchio de Florencia
La importancia de Firenze se comprende, también, por los personajes que alumbró al mundo, como el citado Michelangelo Buonarroti (pintor, arquitecto y escultor) y Leonardo Da Vinci (científico, pintor, poeta y auténtico hombre del renacimiento), que cuenta con un museo en la ciudad donde se exponen reproducciones de sus inventos y máquinas, sus dibujos de anatomía y sus pinturas más destacadas, como La Última Cena, la Mona Lisa y la Anunciación. También son florentinos Dante Alighieri (literato), Brunelleschi (arquitecto) o Boccaccio (escritor), entre otros, además de atraer bajo su influjo renovador a personajes de la época, como Giotto (arquitecto), Botticelli (pintor), Galileo Galileo (científico), Maquiavelo (escritor), etc. No cabe duda de que Florencia muestra a los ojos del curioso mucho más de lo que se conoce de ella, por lo que visitarla es una obligación de reconocimiento al arte y la arquitectura que modernizó al mundo, gracias al Renacimiento que se irradió desde la ciudad.

Pompeya
Y, como colofón, Pompeya, yacimiento arqueológico de trascendental valor y riqueza, en las afueras de Nápoles. Ruinas de una antigua ciudad romana que deja boquiabierto al visitante por su sorprendente conservación y su avatar histórico, al quedar sepultada y petrificada bajo las cenizas incandescentes que lanzó la erupción del volcán Vesubio, un 24 de octubre del año 79 después de Cristo. Una ceniza semilíquida que cubrió edificaciones y personas que no pudieron escapar de esa lluvia ardiente, formando para la posteridad unos moldes pétreos que reproducen con fidelidad, no sólo la arquitectura romana, sino también la morfología, la actitud y hasta la expresión de los que fallecieron asfixiados y quemados vivos.

Molde petrificado de niño de Pompeya
Es posible contemplar en Pompeya la ceniza petrificada que rodea columnas, además de todo el entramado urbano perfectamente conservado de calzadas, viviendas, fuentes, inscripciones, pinturas, mercado, foro, teatro, anfiteatro y hasta lupanares existentes en aquellos tiempos paganos anteriores a la pecaminosa moralidad cristiana. Pero lo que conmueve al visitante, que lo mira directamente con sus ojos, son los moldes petrificados con precisión escalofriante de personas, niños y animales que murieron tras la erupción y que, en algunos casos, mantienen la expresión de terror ante la muerte segura o de taparse la boca para no morir asfixiados.

Mapa del Museo Vaticano
Sólo por experimentar de primera mano, aunque apretujados por la masificación turística, las sensaciones que despiertan estas ciudades monumentales, merece la pena visitar Italia. Lo conocido se completa, así, con lo visto y lo sentido, dando cumplimiento a un viejo sueño que nació cuando en la escuela enseñaban el Renacimiento italiano. ¡Buen viaje!
 
Fotos del autor, excepto la reproducción de la tipografía cursiva.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Italia, de lo conocido a lo visto

Italia es un país que es imposible desconocer o ignorar. Forma parte de la historia de la Humanidad y de los cimientos civilizatorios de Occidente. Es el lugar donde surgió uno de los grandes imperios de la antigüedad, en el que se fraguó buena parte de nuestra cultura y arte, y se convirtió en epicentro, aún vigente, de una religión universal –es decir, católica- que se estableció donde se ubicaba el poder terrenal –político y militar- que dominaba el mundo de la época. Italia es Roma y las huellas de su esplendor imperial, la patria del Derecho romano y de las calzadas que expandieron el dominio de los césares y emperadores por todo el continente europeo, parte de Asia y África. También es Botticelli y Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y Dante Alighieri, Cicerón y Séneca, Maquiavelo y Petrarca, Giordano Bruno y Galileo Galilei, así como el Coliseo de Roma y el Campanario de Giotto de la catedral de Florencia, sin olvidar sus fontanas, arcos, ruinas y, cómo no, la Capilla Sixtina y los museos del Vaticano.

Italia es lo conocido por su historia y su legado, pero sobre todo es el asombro que causa contemplar lo que perdura de aquel esplendor de la antigüedad romana y del Renacimiento. Italia es, hoy, su rico patrimonio cultural e histórico, que embellece a sus ciudades más representativas, desde Venecia a Pisa y de Florencia a Roma. Italia es, pues, una asignatura pendiente para quienes somos beneficiarios de su impronta en la civilización europea. Una impronta de la que deriva, incluso, nuestra lengua española, que procede del latín vulgar que se hablaba en la calle. Merece la pena recorrer Italia para admirar los escenarios germinales de una historia que compartimos y de la que conservamos en nuestro país una herencia monumental impresionante. Italia, aparte de lo conocido, ha de ser vista. Es un sueño a cumplir.  

lunes, 8 de octubre de 2018

El esperpento catalán

Más que catalán, independentista. No sabía qué término utilizar, porque este último podría referirse a cualquier problema secesionista del mundo y, el primero y por el que me decido, sólo al único problema existente actualmente en Cataluña: el esperpento de los soberanistas (una parte minoritaria de catalanes) con su fanatismo independentista y las manipulaciones de las que echan mano para movilizar a parte de la ciudadanía de aquella región. Así llevamos, entre drama y farsa, unos cuantos años de enfrentamientos, división social, violaciones de la legalidad constitucional y desgobierno en una de las comunidades autónomas más prósperas y ricas del reino de España. Y la cosa no parece tener visos de entendimiento o solución en el horizonte inmediato por cuanto las partes están enrocadas en sus respectivas posiciones, aunque ambas apelen continuamente al diálogo. A un concepto de diálogo que se limita exigir que se conceda lo que demanda cada interlocutor, aunque sea ilegal o imposible. De este modo, el “conflicto” catalán se expresa en clave de esperpento valleinclanesco que, si no fuera por la gravedad que supone para la convivencia pacífica y democrática en Cataluña y el resto de España, movería a risa por lo grotesco. Y es que gran parte de su contenido argumental y la “perfomance” con que actúa, son propios de una comedia costumbrista y bufa. Aún así, atrae la simpatía de cientos de miles de catalanes, atrapados en el engaño de una representación que sus autores mantienen empecinadamente en el candelero.

Desde esa mentalidad tramoyista, cabía esperar que este año se ensayaran todo tipo de provocaciones y se recuperaran mentiras ya desmontadas por la realidad a la hora de celebrar el primer aniversario de aquel simulacro de república catalana. La trama del espectáculo se adapta, así, al guión previsible. Desde implorar un inexistente mandato surgido de un falso referéndum hasta convertir en fecha icónica una proclamación que no fue tal pero que ya forma parte del imaginario de los independentistas más fieles al método “goebbeliano” de convertir mentiras en verdades. Es decir, apelar a una república ficticia a partir de un refrendo fraudulento, ilegal y carente de reconocimiento por autoridad alguna. Se trata de refugiarse en una ilusión antes que aceptar la derrota del proyecto soberanista. Y, menos aún, de asumir las consecuencias judiciales de una confrontación con el Estado y la violación de la legalidad vigente.

Quim Torra, presidente de la Generalitat
Todo ello ocasiona diferencias y rupturas entre los mismos independentistas cuando han de ponerse de acuerdo para resolver el entuerto. Los pragmáticos, que han aprendido la lección aunque sea entre rejas, consideran fracasada la vía unilateral y de desobediencia hacia la independencia y predican perseguir tal objetivo con respeto a la legalidad, buscando una mayor –y mayoritaria- base social. Los fanáticos, con Puigdemont y la CUP al frente, optan, en cambio, por exacerbar el enfrentamiento con el Estado, utilizar a los políticos presos como banderín con el que avivar los sentimientos de agravio e injusticia y continuar interpretando el “mandato del 1 de Octubre” como fuero simbólico de legitimidad que no puede traicionarse. Son estrategias diferentes por la pugna del electorado independentista que enfrentan a ERC (el partido independentista histórico), cuyo líder, Oriol Junqueras, está en la cárcel, y PDeCat (la antigua Convergència conversa al independentismo tras los escándalos de corrupción que la hicieron desaparecer) de Carles Puigdemont, huido a Bruselas. Ambas formaciones tienen motivos para “sostenella y no emnendalla” y no quedar en entredicho, pero varían en el método para conseguirlo.

El presidente “suplente” de la Generalitat, Quim Torra, cuyos hilos maneja desde la distancia el prófugo de Bruselas, intenta contentar a unos y a otros, aguantando las presiones que desde la calle le somete la CUP (los antisistema, radicales independentistas) y sus CDR (Comités de Defensa de la República) y tratando de mantener el frágil diálogo con el Gobierno, al que un día amenaza con sustraerle el apoyo en el Parlamento si no ofrece un referéndum de autodeterminación en el plazo de un mes, y al siguiente apuesta por la distensión con la solicitud de una reunión, sin aludir a ninguna amenaza y sin marcar “líneas rojas”. Procura mantener la tensión, que alcanzó su máxima cota el 27 de octubre de 2017 para luego caer en la frustración, sin olvidar las consecuencias judiciales que penden sobre decisiones políticas incompatibles con la legalidad. De este modo, gobierna sin efectividad, emite soflamas retóricas sin valor y mantiene a las instituciones en una parálisis que provoca el estancamiento de la política, la desconfianza de la economía y la desorientación social. Y todo por no reconocer unas mentiras que sólo sirvieron para diseñar una estrategia política de los partidarios de la independencia (unos, para escapar de sus vínculos con la corrupción, y otros, por obsesiones nacionalistas de privilegios) y no para atender ninguna reclamación pendiente de la historia. Una estrategia rocambolesca que ha devenido esperpento y no se sabe cómo resolver sin hacer el ridículo. De risa si no causara llanto.

viernes, 5 de octubre de 2018

Percepción de jubilado


Llevo ya dos años jubilado. A veces pienso que fue ayer; otras, las menos, que hace una eternidad. Es una sensación ambivalente de un estado al que no acabo de estar plenamente acostumbrado. Algunos hábitos permanecen mientras otros afloran movidos por nuevas rutinas y la cotidianeidad de los días. Lo primero que cambia es la mirada: se ven las cosas, la vida misma, desde otra perspectiva: con constancia del límite. Lo mismo pasa con la noción del tiempo, ese tempus fugit tan veloz en este último tramo. Todo ello hace que la percepción de un jubilado sea generosa, pero con una pátina de tristeza que, a veces, por un descuido, surge en una frase, en un abrazo o en el estado de ánimo. Miro hacia atrás –las famosas batallitas del abuelo-, pero me sorprendo estando más atento del horizonte, al que percibo cada vez más cercano y amenazador. Un horizonte cuya lejanía mido con los achaques que me amenazan o que padezco. La memoria, tan tramposa, me hace recordar lo bueno y olvidar los malos ratos, incluso las dificultades que, sin embargo, dejaron alguna cicatriz. Es falso, por tanto, que todo tiempo pasado haya sido mejor, y me esfuerzo en tenerlo presente -no siempre lo consigo- cuando me hallo con algún compañero en activo que, indefectiblemente, se queja de que las cosas están peor. Y ante los hijos, para que no crean que les ha tocado el peor de los mundos posibles.

Los que estamos peor somos los jubilados, empeñados en que el júbilo nos acompañe en la decadencia. Una obsolescencia programada que llevamos inscrita en los genes y que, conscientes o no, escudriñamos nada más levantarnos o justo antes de acostarnos. Lleno los días de tareas para que me ayuden a evadirme de tales temores. Sin embargo, en estos dos años no he cumplido ni la mitad de la mitad de los propósitos que tenía planeados. No todos ellos los he arrinconado definitivamente, sino que continúan pendientes en el cajón de proyectos con los que pretendo ser dueño de mi futuro. Un futuro que se aplaza por la urgencia de lo cotidiano, justamente cuando más tiempo dispongo para cualquier utopía.

Y la verdad es que el tiempo me arrolla y el futuro me sobrepasa, dejándome aturdido con la cuenta atrás. Es una percepción que intento no influya en mi día a día, impidiéndome el optimismo con el que afrontar el porvenir que tenga reservado. Pero de vez en cuando, como en este balance improvisado como pensionista, aflora para que sea realista y me espabile. Lo intento. Les aseguro que lo intento. Pero me niego apuntarme, como un viejo más, a los viajes del Imserso.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Adiós a Jerry González

Ha muerto en Madrid, el pasado día 1, el trompetista de jazz Jerry González, víctima de un incendio en su casa del barrio de Lavapiés. Tenía 69 años y muchos proyectos por delante. De padres puertorriqueños, había nacido en Nueva York, donde se crió y se formó como músico, marcado por las influencias de Miles Davis, Dizzy Gillespie y Eddie Palmieri. Se convirtió en un referente del jazz latino y, en los últimos años, de la fusión con el flamenco.

Conocí a este músico gracias al documental de Fernando Trueba, en el año 2000, Calle 54, junto a otros que también figuraron en el mismo y que me dejaron impresionado por su forma de interpretar y hacer música. Salí del cine directamente a comprar el doble “compact-disk” con las melodías de aquellos autores, entre los que se hallaban Paquito de Rivera, Eliane Elías, Michel Camilo, Bebo y Chucho Valdés y, como maestro de ceremonias y narrador con su trompeta de los créditos finales, Jerry González.

Me cayó simpático con ese hablar español tan reconocible en los latinos con acento inglés del Bronx, ese “nuyorrrican”, y por el dominio de sonoridades de su trompeta. Aquel documental le deparó un enorme éxito en España, país al que se trasladó a vivir y donde participó en numerosos festivales de jazz y no se abstuvo de frecuentar salas y garitos para dejar fascinada a la concurrencia. Aquí colaboró con los grandes del flamenco, como Paco de Lucía, Diego el Cigala, Niño Josele o Enrique Morente. Incluso llegó a formar el grupo “Jerry González y los Piratas del Flamenco” con el que expresaba su interés en la fusión del jazz con el flamenco. Tenía ese punto de excentricidad mezclado con el virtuosismo musical propio de los genios. Ya sólo podemos escucharle en los discos, como esta pieza, Cómo fue, junto al pianista Chano Domínguez. Su desaparición nos impide seguirlo con el detenimiento que merecía. Descanse en paz.