miércoles, 31 de enero de 2018

¿Para qué sirve el Foro de Davos?


En el balneario de lujo de la ciudad suiza de Davos-Klosters se reúnen cada año las élites mundiales de la política, las finanzas y los negocios junto a intelectuales de renombre, representantes de medios de comunicación, directivos de organizaciones no gubernamentales u organismos internacionales y otros miembros destacados de la sociedad civil para discutir cómo mejorar el mundo. Ardua tarea. Sólo se participa por estricta invitación, por lo que no asiste quien quiere, sino quien puede… ser invitado.

Esta edición, que acaba de celebrarse del 23 al 26 de enero, del Foro de Davos, como se conoce a esta cumbre económica mundial, ha reunido en tan paradisíaco lugar alpino a más de 3.000 personalidades procedentes de 110 países, entre las que destacan por su popularidad más que por sus virtudes Donald Trump, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Antonio Guterres (Secretario General de la ONU), Cristina Lagarde (Presidenta del FMI) y el rey de España Felipe VI, además de poderosos ejecutivos de empresas, magnates de los negocios, economistas, emprendedores y gente de la cultura. Tanta es la concentración de afortunados en dinero en vez de ideas que Branko Milanocic, economista estadounidenses de origen serbio especialista en desigualdad, describe el encuentro como el lugar en el que “nunca en la historia de la humanidad la riqueza por kilómetro cuadrado fue tan alta”. Y es que son muchos los pudientes y poderosos que se congregan en la cumbre del Foro de Davos, desde que comenzara a celebrarse allá por el año 1971, que más que un foro aquello se asemeja a un club de ricos, como los círculos mercantiles y ganaderos que proliferan por España, donde los señoritos discuten de sus fincas, negocios y aficiones, aparte del fútbol y las mujeres, naturalmente. En cualquier caso, se trata de una iniciativa independiente, sin ánimo de lucro y no vinculada a intereses políticos o nacionales (que se sepa), en la que por espacio de cuatro días se desarrollan apretadas sesiones para que los ponentes expliquen sus ideas y hagan propuestas que luego, al no ser vinculantes, se guarden en el cajón de los buenos propósitos de difícil cumplimiento. Pero, por lo menos, hablan entre ellos y se relacionan. Y hablar, hablan de todo.

Bajo el lema “crear un futuro compartido en un mundo fracturado”, los reunidos abordan infinidad de asuntos, desde la economía y el comercio, la educación y el clima, la democracia y la igualdad, la pobreza y los riesgos económicos, hasta la inteligencia artificial y la tecnología y un sin fin de materias más. Cada cual aporta su manera de resolver el problema que le agobia o del que se considera conocedor cualificado, aunque las resoluciones adoptadas y las propuestas implementadas desde tan selectas tribunas apenas se materialicen en hechos concretos en los países de los participantes. Ni siquiera la de reducir la brecha de género, a pesar de que en esa cumbre la presencia y la relevancia de las mujeres fue manifiesta. Sólo faltó Mariano Rajoy y su comentario “no nos metamos en eso”, sobre la brecha salarial entre hombres y mujeres, para evidenciar lo lejos que queda conseguir una sociedad caracterizada por la igualdad.

En la cumbre de Davos también se abordó por parte de algunos mandatarios cómo cumplir con los compromisos del Acuerdo climático de París, acuerdo que abandonó el país más contaminante del mundo, EE UU. Era la primera vez que su presidente, Donald Trump, asistía a un cónclave internacional proclive a la globalización y el multilateralismo como vías para lograr entre todos ese mundo sin fracturas. Y fiel a su obsesión, se limitó a explicar en quince minutos su consigna del “América first”, empeñada en el aislacionismo y el proteccionismo, todo lo contrario de lo que allí se preconizaba. Eso sí, le sirvió la ocasión para mostrar su apoyo a la retirada del Reino Unido de la Unión Europea, a la que amenazó con imponer nuevos aranceles a la importación e iniciar una guerra comercial, y saludar efusivamente a Benjamín Netanyahu, con quien se alinea incondicionalmente en su política sionista de colonizar cada vez más territorio palestino (Cisjordania) y quebrantar el estatus especial de Jerusalén al declararla capital indivisible de Israel. No podía esperarse otra cosa del ínclito presidente norteamericano.

Ni del rey de España, que hizo una alabanza de la democracia y del Estado de Derecho que iba destinada a los independentistas de Cataluña, de los que ningún representante figuraba en el Foro para escucharle. Y es que allí se va a lo que se va, a soltar el discurso que al ponente de turno le convenga, aunque a nadie de los reunidos interesa. Esa es la característica más extendida de lo abordado en el Foro de Davos: o bien propuestas utópicas de imposible aplicación, o bien propaganda para consumo interno en el país del conferenciante. Y, junto a ello, muchas relaciones sociales e intercambio de impresiones entre los invitados, que así pueden abordar asuntos de interés bilateral o de relevancia internacional sin el corsé de reuniones protocolarias u oficiales.

De esta última cumbre no ha emergido ninguna propuesta concreta para “mejorar el mundo” ni ninguna idea novedosa sobre cómo compartirlo con equidad y justicia sin que cada cual se atrinchere con los privilegios en su aldea estatal. El mundo continuó, así, igual de fracturado que cuando comenzó el Foro de Davos, porque nada de lo dicho en sus tribunas ha servido para materializar sus propuestas en hechos concretos. Pero todos hablaron, se saludaron y ocuparon la atención de los medios de comunicación del mundo entero durante una semana. Para eso sirve el Foro de Davos.

domingo, 28 de enero de 2018

Sesenta y dos


Ayer el día amaneció radiante, como aquellos de nuestra adolescencia que cubrían de azul toda la ciudad e iluminaban los rincones por donde discurrían nuestras correrías. Días típicos de esos inviernos mansos que permiten que el Sol temple las calles animadas de gente y los campos verdes de excursionistas. Son días venturosos de plenitud y gozo para los sentidos y las añoranzas, pero también, y especialmente el de ayer, para conmemorar la efemérides de una persona feliz y alegre porque logra contagiar esas emociones a los que la rodean. Y es que no hay mayor felicidad ni más alegría que poder compartirlas con la familia y los seres queridos. No deja de ser una simple anécdota insignificante que se convierte en categoría cuando lo más radiante y luminoso de la jornada es, precisamente, esa persona que llena de significado, por ser como es, cualquier día, más aún el de su cumpleaños. Son sesenta y dos años de una vida fecunda en bondad y entrega que les fueron recompensados con un día radiante, cargado de afectos y gratitud. Era ella la que hacía luminoso y radiante el día de ayer, y todos los días de su existencia. Felicidades, amor.

miércoles, 24 de enero de 2018

Colapso de las Urgencias


La alarma, no por puntual menos preocupante, por el colapso que recurrentemente sufren las urgencias hospitalarias en nuestro país en épocas claves del año (en verano por las vacaciones y en invierno por las epidemias gripales), parece que no tiene solución en la sanidad española. Cada año, sin que nada lo remedie, las urgencias se ven abarrotadas de enfermos que ocupan salas de espera, pasillos y consultas hasta que son atendidos por unos facultativos agobiados por la presión asistencial. Ningún protocolo de actuación ha logrado hasta la fecha evitar la denigrante imagen de un servicio de urgencias puntualmente desbordado por pacientes que aguardan un tratamiento en condiciones tercermundistas. Y este invierno y con la primera epidemia de gripe de la temporada, se ha vuelto a repetir la bochornosa situación en muchos hospitales de España. Una situación que puede acarrear consecuencias fatales, como las que causaron la muerte de dos personas en Andalucía mientras aguardaban durante horas ser atendidas en las urgencias de los hospitales de Antequera (Málaga) y Úbeda (Jaén). Es algo inaudito e inaceptable. Porque, aunque es normal que la gente muera en los hospitales como desenlace inevitable de padecimientos graves y terminales, no lo es que lo haga sin recibir toda la asistencia médico-sanitaria pertinente. ¿Qué es lo que falla?

Falla, en primer lugar, la imprevisión de unas urgencias que no disponen de espacio ni personal para afrontar picos de sobredemanda asistencial sin que salten las costuras de un servicio que normalmente funciona casi al cien por ciento de su actividad cotidiana. Las camas de observación que dejan libre los pacientes dados de alta o ingresados en planta vuelven a ser ocupadas casi de inmediato por nuevos pacientes de urgencias. Y las consultas de urgencias, independientemente de su número y dotación, resultan insuficientes, sin una reserva estratégica para tales casos, a la hora de hacer frente a la avalancha de usuarios que demandan atención médica urgente, aunque la mayoría de ellos no represente ninguna urgencia en realidad, sino afecciones que debieran ser atendidas en la asistencia preventiva por su médico de cabecera. Este es el escenario característico del colapso de las urgencias que se produce en el período invernal. Las plantillas del personal sanitario (médicos, enfermeros, celadores, técnicos de laboratorio, etc.) se diseñan para un rendimiento del cien por ciento, pero no para hacer frente a un pico asistencial del 150 ó 200 por ciento. Además, el espacio disponible, por condiciones de edificación, es limitado y suele estar aprovechado en su totalidad con el funcionamiento diario del hospital. No hay más huecos donde poner más camas ni más personal con que aumentar la actividad.

Y si las plantillas, en invierno, están completas y trabajan a pleno rendimiento, en verano, a causa de las vacaciones del personal, suelen reducirse, coincidiendo con una menor demanda asistencial en la mayoría de los centros hospitalarios. Sin embargo, en otros centros, sobre todo de la costa, aumenta la actividad en ambulatorios y hospitales por el incremento de la población –turistas y residentes- que acontece en el período estival. Las consecuencias más comunes de esta situación son el retraso en realizar pruebas diagnósticas, intervenciones quirúrgicas y otras prescripciones programadas, pero no urgentes, del que se quejan con razón los usuarios afectados. Rara vez se saturan las urgencias, pero cuando sucede enervan a unos pacientes irritados por la falta de personal y los retrasos.

Parece evidente, por tanto, que una parte del problema del colapso de las urgencias hospitalarias se debe a la poca elasticidad de unos servicios que, por dotación y espacio, no tienen capacidad para amortiguar con eficiencia una sobredemanda asistencial. De alguna manera, deberían disponer de una reserva estratégica que permitiera resolver sin verse colapsados esos picos de demanda que puntualmente se producen y que son previsibles en determinadas fechas del año. Pero es probable que, incluso con tal reserva, no puedan evitar verse desbordados por una avalancha de pacientes que colapsa cualquier contingencia.

Ello constituye otro fallo del sistema: el mal uso de un servicio público que está destinado a solventar situaciones de urgencias, no a ofrecer asistencia sanitaria que debería prestarse en la medicina primaria. La mayoría de los demandantes de una atención de urgencia acuden por iniciativa propia, sin que vengan dirigidos por ningún facultativo que aprecie la urgencia que precisa el paciente. Y son estos usuarios los que colapsan, la mayor parte de las veces, las urgencias y lentifican el funcionamiento de un servicio pensado para resolver situaciones en que la vida del paciente está comprometida si no se actúa de inmediato: ese es realmente el concepto de urgencia. Todo lo demás es atención sanitaria que corresponde a la medicina primaria (ambulatorios y centros de salud). Pero, ni siquiera así la culpa es del paciente, que al final acude a donde le resuelven el problema, sea urgente o no. Porque si la medicina primaria no es capaz de atender con diligencia y celeridad estas demandas sin marear al paciente con idas y venidas, pruebas analíticas y diagnósticas que se alargan durante días, el usuario sin conocimientos médicos pero preocupado por lo que le pasa no tiene más remedio que acudir al servicio que le diagnostica su padecimiento y le prescribe un tratamiento en cuestión de horas, no de días o semanas. El fallo está, pues, en la medicina primaria, cuya falta de agilidad y eficacia provoca el colapso de las urgencias.

En cualquier caso, todo es susceptible de mejora, también las urgencias. Las muertes sobrevenidas en estos servicios, en pacientes que aguardaban ser atendidos, y los recurrentes colapsos a que se ven abocados, evidencian la necesidad de una mejor organización de las urgencias, la revisión de los protocolos de actuación para actualizarlos de tal manera que impidan que nadie fallezca en una camilla o silla de rueda en sus pasillos sin ser atendido, y una mayor dotación de medios, materiales y humanos, con los que prevenir, en lo posible, cualquier pico asistencial.

Pero más prioritario aún es la potenciación de la medicina primaria, de tal manera que pueda solventar con rapidez y eficacia esas demandas de asistencia urgente de la población y, en su caso, canalizarlas a las urgencias hospitalarias cuando de verdad sea necesario. E, indudablemente, también la concienciación de los usuarios y su responsabilidad a la hora de hacer buen uso de los servicios sanitarios, como el de urgencias, posibilitaría en gran medida que ninguno de ellos se vea desbordado, salvo en una catástrofe. El colapso de las urgencias no es inevitable sin todos ponemos de nuestra parte y actuamos con responsabilidad. Exijámoslo y exijámonoslo.

lunes, 22 de enero de 2018

Fuenteheridos

Fuenteheridos es un pueblecito ubicado en pleno Parque Natural de la Sierra de Aracena y los Picos de Aroche que se beneficia del éxito que agobia al vecino Aracena. Los entusiastas domingueros que visitan este enclave onubense rehúyen de la aglomeración y la presión turística que sufre el que es cabecera de comarca, con su reclamo espectacular de las Grutas de las Maravillas, para disfrutar con tranquilidad y paz de la misma belleza rural de un entorno natural de montes, castaños y riachuelos todavía no contaminados por la masificación destructiva del consumo desaforado y la avaricia especulativa. Y es que, a pocos kilómetros de la abarrotada Aracena, se halla Fuenteheridos, un lugar minúsculo pero embriagador, como la esencia de los buenos perfumes, que sorprende al visitante con sus casas blancas, sus calles estrechas y empedradas y sus rincones recoletos y paradisíacos. En el centro del pueblo, una plazuela redonda, la Plaza del Coso, rematada con una cruz de mármol, desde donde nacen o llegan todas las collaciones que trepan y bajan de la ladera a la que se aferra la localidad, cual mota blanca en medio del verdor del paisaje.

Al lado de la plaza y formando con ella el centro urbano, se halla la Fuente de los Doce Caños, por la que brota incesante el agua que la sierra destila a través de manantiales subterráneos que allí emergen para dar nacimiento al también coqueto Río Múrtiga, que desemboca, tras serpentear por la sierra, en el municipio portugués de Barrancos, donde mezcla sus aguas con las del río Ardila, afluente del Guadiana. Antes de emprender tan tortuoso viaje, unas acequias canalizan las frescas y transparentes aguas hacia los “pagos” o caminos de riego, fincas abajo, no sin antes acompañar con su murmullo un breve camino que sirve de mirador del entorno y que está adornado de inscripciones en azulejos con versos relativos al “habla” o voces serranas. Se trata del Camino de los Poetas, homenaje de gratitud que la localidad brinda a sus líricos locales y a cuantos se han sentido embaucados por ella, dejando cumplido testimonio en sus obras.

Y en lo más alto, dominándolo todo como pináculo rojizo de un capirote de ladrillo, se yergue la torre de la Iglesia del Espíritu Santo sobre el caserío encalado y el follaje de plantas y árboles que lo rodea. A su vez, tabernas y casas de comida contribuyen con una gastronomía exquisita, que tanto distingue a estos parajes, al encanto de un pueblo que no se cansa uno de visitar. Pero no lo divulguen demasiado, no vaya ser que, de tanto recomendarlo, acabemos también masificándolo.
 






 

sábado, 20 de enero de 2018

Azul y sentimientos



Azul, celeste, marino, cian,
confusión de babel para dar
textura a un sentimiento,
una emoción, un pellizco
o al estremecimiento telúrico
que sacude al alma sensible
cuando contempla desvalida
la belleza innombrable,
el horizonte infinito
o la tristeza desconsoladora
con los ojos húmedos de mirar
hacia adentro y ver lo de fuera.
 
Colores, nombres, pálpitos
del ser al que la vida
sorprende con las gamas
de una naturaleza cromática
y siempre tiránica,
como los sentimientos,
el blues o el amor.

jueves, 18 de enero de 2018

Remuneraciones


En los últimos días se han evidenciado las distintas varas de medir que existen en una sociedad caracterizada por las desigualdades a la hora de remunerar a las personas, según su condición social. La teoría de las clases sociales quedaba, así, confirmada por los hechos de la realidad. Porque, mientras a algunos se les niega un salario digno con la excusa de las dificultades empresariales y la crisis económica, a otros la justicia les reconoce la legalidad de unas indemnizaciones millonarias, a pesar de dejar la empresa que dirigían al borde de su desaparición y la quiebra. Para estos últimos afortunados, las excusas de las dificultades y las crisis no son motivos que deban influir cuando han de ser remunerados por una retirada forzada, pero blindada y suculenta. Y es que la pretensión de cualquier trabajador de cobrar mil euros mensuales –como los antiguos “mileurista”, en expresión peyorativa- supone, en la actualidad, un gasto insoportable para cualquier empresa, aunque ésta obtenga pingües beneficios. Sin embargo, abonar una compensación millonaria a cualquier directivo cuando abandona la empresa voluntaria o involuntariamente, es lo justo y conveniente, según contratos elaborados a medida y ratificados por la ley, incluso si la empresa atraviesa un proceso de práctica liquidación. Ambas varas remunerativas se han hecho evidentes de manera insultante en sendos sucesos acaecidos simultáneamente en la actualidad.

Tras años de penurias, destrucción de empleo y reducciones salariales que han empobrecido a los trabajadores a cuenta de una crisis económica de la que no son responsables, los sindicatos exigen, al hilo de una recuperación de la actividad económica de la que han sido excluidos, una subida salarial del 3 por ciento para los próximos años, al objeto de que los empleados comiencen a recuperar parte del poder adquisitivo perdido. Es decir, que la tan voceada por el Gobierno recuperación llegue también a los bolsillos de los trabajadores. En los prolegómenos de esa negociación entre la patronal y los sindicatos, el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Juan Rosell, se mostró favorable a una subida salarial de entre el 1,2 y el 2,5 por ciento, más un punto adicional en la parte variable, que parecía acorde con las demandas sindicales. Pero la patronal madrileña, miembro relevante de esa Confederación, enseguida mostró su rechazo a tal subida, puesto que “muchas pequeñas y mediadas empresas aún están en números rojos”. Incluso se opuso a la subida del 8 por ciento del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) aprobada por el Gobierno, al considerar que tal incremento, a todas luces justificado, tiraría al alza al resto de los salarios. No hace falta resaltar cuál de los criterios ha prevalecido en la CEOE en demostración de que, para la patronal empresarial, los trabajadores han de seguir soportando las estrecheces y precariedades impuestas durante la crisis, aún cuando un cambio de ciclo económico impulsa una recuperación cuyos beneficios disfrutan sólo los patronos y altos ejecutivos de las empresas.

Tal actitud cicatera para el reparto equitativo de los beneficios que proporciona la recuperación económica contrasta con el dispendio “legal” que se produce cuando las élites de cualquier cúpula empresarial abandonan sus cargos. En tales casos, no supone ninguna carga para dichas empresas resarcir a sus ejecutivos, aún cuando estas atraviesen dificultades que llenen de “números rojos” sus cuentas de resultados. Así lo ha reconocido la Justicia, al absolver recientemente, en la Audiencia Nacional, al expresidente y al exconsejero delegado de Abengoa, Felipe Benjumea y Manuel Sánchez Ortega, de los delitos relacionados con las indemnizaciones que percibieron cuando abandonaron una empresa que estaba a punto de declararse en situación de preconcurso de acreedores, en 2015. Estaban acusados de administración desleal y otros delitos por cobrar indemnizaciones millonarias (11,4 y 4,5 millones de euros, respectivamente) de una empresa abocada a la insolvencia y prácticamente la quiebra, que supuso el despido de miles de trabajadores y el quebranto para innumerables inversionistas, proveedores y acreedores. La Justicia estima que tales emolumentos son válidos y legales en virtud de los contratos establecidos que los vinculaban a la empresa, contratos como los que firman los trabajadores pero que, llegado el caso, ni garantizan su sueldo ni su estabilidad laboral.

Estos hechos coincidentes en el tiempo en nuestro país ponen de relieve las distintas varas de medir existentes en el mundo laboral, donde la precariedad siempre la soporta una parte, la más numerosa y vulnerable, y los beneficios la otra parte, una minoría privilegiada y amparada por gobiernos, leyes y reformas laborales. Ello siempre ha sido así y lo único malo es que aceptamos, con resignación y nuestro voto, esta sociedad clasista, injusta y llena de desigualdades como si fuera lo más normal del mundo. Una “normalidad” que condena al pobre a la pobreza y posibilita al rico mayores riquezas. Y todo perfectamente legal.

martes, 16 de enero de 2018

Supertrump

Hace exactamente un año que Donald Trump pronunció su discurso de inauguración como presidente de Estados Unidos de América, dando comienzo, así, al mandato más desconcertante y preocupante de cuantas Administraciones se han sucedido en la Casa Blanca. Lo que parecía imposible se convirtió realidad ante la sorpresa de los incrédulos: un perfecto outsider de la política, sin ninguna experiencia previa ni como simple concejal de alguna ciudad perdida en el mapa, ignorante pero fanfarrón, vencía incomprensiblemente a la antipática, pero sobradamente preparada, Hillary Clinton en las últimas elecciones presidenciales de aquel país. Un magnate de los negocios, especulador y narcisista, tan hortera como rico, accedía contra todo pronóstico a gobernar el país más poderoso del planeta, la primera potencia mundial, gracias a su habilidad mediática, sus twitts viscerales y unos mensajes tan ramplones como extremistas. La demagogia ultraconservadora como programa y una crisis económica que había afectado a la “américa profunda” fueron sus recursos, aparte de la desfachatez y las mentiras como armas dialécticas, para conquistar a un electorado deseoso de que le solucionen sus problemas de un plumazo. Y eso fue, precisamente, lo que prometió a sus votantes un presidente que aspira ser el Supermán del pueblo norteamerícano: un ser providencial que, sin cuestionar el sistema, les saca siempre las castañas del fuego. No es un ave, tampoco un avión: es Supertrump, el fantástico héroe “aflequillado” que defiende América firts, o mejor, only. Y, la verdad, es que ambos personajes, de ficción y el real, comparten el mismo estereotipo, se parecen mucho, y no precisamente para bien.

Es fácil hacer la comparación, siguiendo la descripción del mito de cómic que hace Carlos García Gual en su Diccionario de Mitos (Turner Publicaciones), en la reciente edición especial conmemorativa del veinte aniversario de la primera publicación de la obra. Veámoslo.

Ambos son fruto de la mentalidad simplista y elemental del norteamericano medio, devorador de televisión, hamburguesas y colas, y poco dado a la lectura extensa, los informes largos o los ensayos profundos. Ni a Supermán ni Trump se les conoce con un libro entre las manos, meditando con denuedo lo que hacer sino actuando por impulsos, presentimientos o prejuicios, sin perder el tiempo y al instante, como corresponde a los superpoderes de uno y la actitud enérgica del otro. Los dos están convencidos de que los problemas los causan los demás, nunca los propios, porque los malos son siempre los otros, los que abusan de la prosperidad y la generosidad que les brinda el país. Por eso Supermán vigila y protege exclusivamente Metrópolis, analogía de Nueva York y, por ende, de América. Como Trump, que emerge dispuesto a convertir a “América grande de nuevo”, aunque para ello tenga que expulsar a todos los inmigrantes desafortunados, blindar las fronteras con muros altos infranqueables y negar la entrada a los nacionales de países musulmanes o empobrecidos, mantengan o no conflictos con USA. No pueden ocultar, así, un claro desprecio hacia los débiles y las minorías, excrecencias de la sociedad perfecta que anhelan conseguir con sus desvelos y entregas extraordinarios. Y con esa exacerbada autoestima que comparten, creen poseer la solución definitiva a todas las amenazas y peligros a los que se enfrenta su nación en un mundo plagado de tiranos y villanos deleznables y envidiosos. Son conservadores, patrioteros, supremacistas y antirrevolucionarios como corresponde a los ultranacionalistas fanáticos, imbuidos de una nostalgia imperial a la que el resto del planeta rendía vasallaje.

La simbiosis de ambos, Supertrump, muestra un carácter aparentemente afable pero inestable, con explosiones de ira cuando le contradicen o no respetan sus manías, cual niño grande, maleducado y caprichoso. Suele buscar refugio en la soledad, lejos de sus aduladores y críticos, ya sea en una base secreta del ártico o en un dormitorio que no comparte ni con su esposa, encerrado consigo mismo. Y exhibe un ego desmedido que exige ser reconocido y admirado constantemente, que le induce a anunciarse a sí mismo con esa “S” en el pecho y capa de su uniforme o la “T”, cuando no el apellido completo, en los edificios que construye. Todo ha de girar entorno suyo, el mundo entero ha de asumir su formidable genialidad. Pero oculta una doble vida y algunas debilidades, disfrazándose de lo que no es, aparentando una feliz vida familiar o negando relaciones turbias y escarceos sexuales con mujeres explosivas, siempre dispuestas a satisfacer al poderoso. Así es Supertrump, el Supermán de este tiempo para los infantiles ojos de muchos norteamericanos y algún que otro delirante europeo que pretende emularlo.

sábado, 13 de enero de 2018

Contusiones en el alma


Cuando tuvo el accidente, el abuelo padeció lo insufrible, no por el dolor propio de unas contusiones que dejaron el rastro en su piel de algunos hematomas, sino por el daño injusto que ocasionó a su nieta, sentada sobre él en aquel taburete tabernario. Inexplicablemente, una caída fortuita los precipitó contra el suelo, sin tiempo ni para desenredar los pies de entre las patas de la alta silla ni para pedir ayuda a los que los rodeaban. Durante ese segundo fatídico, que le pareció una eternidad, intentó girarse en el aire para no aplastar con su peso a la niña, estrellándose de costado y con ella a su lado. El abuelo sufrió contusiones, pero su nieta se partió un hueso de la pierna y fue necesario operarla. Cada vez que la ve con su extremidad escayolada, un dolor punzante e insoportable le mortifica desde las entrañas. Son las contusiones del alma por un accidente del que se siente culpable. ¡Cosas del abuelo!

jueves, 11 de enero de 2018

El “muro” europeo

Ahora que Estados Unidos, por obra y gracia de su engreído presidente aporofóbico, expulsa a los inmigrantes sin recursos o musulmanes (no a los jeques árabes) y pretende levantar un muro a lo largo de su frontera con México (no con Canadá), Europa también quiere “blindar” su flanco sur, el de un mar Mediterráneo más mortífero que cualquier muro con alambradas de púas, para evitar el flujo de migrantes que huyen de la pobreza o las guerras del continente africano y llegan a nuestras costas en busca de alguna esperanza que no hallan en sus países. Al parecer, el “problema” que representan esos inmigrantes desesperados, que se juegan la vida en frágiles balsas y precarios botes de madera (pateras) para cruzar un mar que no deja de cobrarse un precio en naufragios y muertes en casi cada tentativa, pone en peligro el “orden” sociológico y la “estabilidad” cultural y económica de Europa, la nueva tierra de promisión y oportunidades que queda en el mundo.

Los países ribereños del Mediterráneo solicitan más medios y políticas de extranjería eficaces, consensuadas y apoyadas por la Unión Europea (UE) en su conjunto, que sirvan para frenar el descontrol migratorio y la presión que soportan los estados fronterizos con África y Oriente Próximo. Argumentan que el sólo esfuerzo nacional de cada uno de ellos es insuficiente para afrontar el fenómeno de la inmigración hacia Europa y que la gestión coordinada en conjunto redundaría en beneficio de toda la UE. Y para ello se necesitan recursos y una legislación común, en cuestión de asilo, readmisión, expulsiones y convenios de ámbito comunitario con los países de origen, que hagan posible la vigilancia, la seguridad y la protección de esa frontera sur con mayor eficacia (impermeabilizarla), a fin de prevenir y, en su caso, evitar o reducir tales flujos migratorios.
 
En definitiva, pretenden construir un “muro” a lo largo de la costa mediterránea de Europa y con tal fin se reúnen desde hace años un grupo de países, formado por Portugal, España, Francia, Italia, Malta, Grecia y Chipre, que son conscientes de ser las “puertas” de una frontera por la que se cuelan los inmigrantes “sin papeles”. Están dispuestos a combatir y limar los intereses contrapuestos existentes en el seno de la UE que impiden, hasta la fecha, la obtención de resultados más provechosos, aun cuando la crisis migratoria ha descendido en los últimos tiempos y se ha reducido considerablemente la presión que sufría Italia, Grecia y España en sus costas por las continuas avalanchas de refugiados e inmigrantes que desataron una respuesta populista y xenófoba, convenientemente espoleada por algunos partidos radicales, en muchos países del Viejo Continente. Existen, por tanto, razones políticas (frenar los populismos racistas) y económicas (el control fronterizo es costoso de asumir por cada país en solitario) en la solicitud de estos países ribereños por una mayor implicación y el compromiso del conjunto de la UE con las políticas de migración y de protección del flanco sur de Europa.

Sin embargo, aunque se aluda a la lucha contra las mafias que se enriquecen con la migración ilegal y se reclame generosidad y cooperación con los países africanos, no sólo para paliar las causas que empujan a sus nacionales a jugarse la vida en el mar, sino también –y sobretodo- para alcanzar acuerdos de readmisión de los inmigrantes rechazados, la pretensión de este grupo de países –y de Europa- resulta hipócrita e insolidaria con la violencia, las injusticias y las calamidades que padecen la mayoría de esos inmigrantes y refugiados, seres también dignos de ser amparados por los Derechos Humanos que Europa dice respetar escrupulosamente, pero que les niega cada vez que los expulsa “en caliente” desde la misma frontera (deportaciones ilegales) o cuando no les concede el asilo que solicitan. Y es que, obsesionados con nuestra “defensa” fronteriza y buscando la “estabilidad” de nuestras sociedades, olvidamos a veces que los inmigrantes son seres humanos amparados por los mismos Derechos Humanos que nos asisten y no se les puede considerar ni delincuentes ni agentes “perturbadores” de nuestra identidad cultural o confortabilidad económica. No constituyen ninguna amenaza para nuestras libertades ni una merma de nuestros derechos, aunque sí una exigencia de nuestras obligaciones morales, cívicas y legales. Porque con el subterfugio de una más estricta regulación fronteriza, estas políticas europeas de control de la migración violan los Derechos Humanos de los inmigrantes (recuérdese el acuerdo vergonzante con Turquía). Tanto es así que hasta el propio Comisionado para los Derechos Humanos del Consejo de Europa ha instado a los países miembros a priorizar la integración de los migrantes y asegurar su efectiva protección contra la discriminación, evitando las expresiones de racismo y xenofobia.

Es por ello que hay que evitar la tentación de justificar políticas de mayor rigor e impermeabilización de las fronteras sobre la base de una supuesta seguridad y una mejor defensa de nuestras sociedades. Implícitamente se está justificando la exclusión del “otro”, del que es diferente –por su cultura, raza, religión o costumbres- de nosotros. Una tendencia que prolifera desgraciadamente en la actualidad y que provoca la utilización de discursos xenófobos, cuando no directamente racistas. De ahí el recelo a unas iniciativas que nacen más bien del miedo y el rechazo al otro. Entre otros motivos, porque poner “puertas al mar” e impedir los flujos migratorios no combate el discurso del odio, sino que lo justifica y lo dota de sentido, exacerbando esos nacionalismos cuyo componente identitario, más abstracto que real, se basa en la diferencia y la exclusión de los demás, del otro. Algo contrario, por lo demás, al concepto mismo de democracia, la cual, según Derrida*, no puede darse sin respeto a la diferencia y sin atención a la singularidad.

Ni Trump con sus muros y expulsiones ni Europa con sus políticas de rigor fronterizo podrán impedir nunca que los desfavorecidos por su lugar de nacimiento intenten atravesar, legal o ilegalmente, cuantos obstáculos encuentren en pos de un ideal de justicia y prosperidad. Les impulsa, como a todo ser humano, un ideal de felicidad que, como señala Zygmund Bauman* en La sociedad sitiada, “hace que el sufrimiento sea imperdonable, que el dolor sea una ofensa y la humillación sea un crimen contra la Humanidad”.
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* Citados en "Los discursos del odio", de Domingo Fernández Agis, en Claves de Razón Práctica, nº 256, enero/febrero 2018, págs. 68 a 77

martes, 9 de enero de 2018

La nieve de los ineptos

Lo propio del invierno es que, si hace frío -y humedad-, nieve. Y con más probabilidad, en las cumbres de las montañas y en las zonas elevadas del norte del país. La del pasado fin de semana, fue la primera gran nevada que se produce en España, donde, con tales condiciones, en esta época y por estas fechas, la nieve es un fenómeno tan habitual que existen diversas estaciones de esquí que hacen de ella un gran negocio. Lo que no es normal es que un fenómeno tan común de nuestra climatología coja desprevenidos, a pesar de los avisos del Servicio de Meteorología, no sólo a los automovilistas que se desplazan por carreteras que atraviesan los sitios más expuestos, sino a las autoridades encargadas por velar que la nieve no suponga un quebranto de la actividad del país ni un peligro para los ciudadanos. Y, sin embargo, ello fue precisamente lo que se produjo con la primera gran nevada que cayó en el centro del país: un caos debido a una gestión inepta de la situación, que dejó cerca de 3.000 coches bloqueados en medio de una autopista durante más de 18 horas, sin auxilio, ni abrigos ni víveres, por la incompetencia gubernamental. Echar la culpa a los conductores que se aventuraron a circular por esas vías sin el equipamiento adecuado, como hizo el director de la Dirección General de Tráfico (DGT), abunda en la incompetencia e ineptitud de los responsables de nuestra seguridad vial.

Y es que no es de recibo que el concesionario de una autopista de peaje, que cobra por circular por ella, no controle la perfecta viabilidad de la vía, a pesar de todas las cámaras de vigilancia que existen en todo su recorrido, no avise de las incidencias que le afecten antes de acceder a la ella y no disponga de recursos de emergencias para atender las consecuencias de cualquier incidencia, limitándose sólo a cobrar el peaje y abandonar a los conductores a su suerte. Tampoco es de recibo que el Estado, que debería prever la altísima probabilidad de unas nevadas insistentemente pronosticadas por la Agencia Estatal de Meteorología, no sepa reaccionar ni con la diligencia debida ni con los medios suficientes para socorrer con prontitud a las familias atrapadas en una ratonera, a la intemperie, cubiertos de nieve, sin mantas, ni alimentos ni refugios.

No se trata de una tempestad insólita ni de una carretera rural perdida por las montañas, sino de una nevada anunciada con reiteración y una vía de alta densidad de tráfico que enlaza la capital de España, Madrid, con Segovia y Ávila, atravesando la Sierra de Guadarrama a través de túneles, en algunos tramos. Mientras miles de conductores quedaban atrapados el sábado, durante más de 18 horas, en medio del caos, el ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, y su subordinado responsable de la DGT, Gregorio Serrano, permanecían el fin de semana en Sevilla, lejos de sus despachos oficiales, incapaces por su ineptitud de reaccionar con agilidad y eficacia para hacer frente a la situación. Y no fue hasta el domingo que efectivos de la Unidad Militar de Emergencia, un recurso extraordinario por fin movilizado, consiguieron desbloquear la carretera.

Que la concesionaria de la autopista de peaje, Iberpistas, no cerrara la vía con antelación suficiente para evitar el desastre, avisando a los automovilistas de la situación y la necesidad, en todo caso, de utilizar cadenas, y que desde el Gobierno no se tomaran medidas para obligar a cerrar una vía intransitable y socorrer con prontitud a los atrapados por la nieve, son hechos que merecen, no sólo una explicación a los ciudadanos, con la correspondiente compensación a los damnificados, sino también la asunción de responsabilidades por parte de unas autoridades que demostraron su incompetencia e ineptitud en la gestión de un problema que no sólo debían resolver, sino prever. Y si no sirven para un cargo que les queda grande, que se vayan, pero que no echen la culpa a quienes simplemente padecen las consecuencias de su incompetencia e irresponsabilidad.

Ni los conductores tienen culpa de circular por una autopista por la que pagan –además de impuestos- convencidos de su buen estado, precisamente para evitar vías secundarias mal conservadas, ni la climatología de que nieve en invierno en España. Las nevadas y los conductores no son el problema, como pretenden hacernos creer, con sus declaraciones y excusas, quienes precisamente constituyen el verdadero problema: unos responsables gubernamentales que no supieron gestionar una nevada que ni fue excepcional ni de récord, según los expertos. Y eso que pertenecen a un país meridional, que si vivieran en Rusia el caos duraría nueve meses y los conductores morirían congelados en el interior de sus vehículos aguardando inútilmente la ayuda estatal.

domingo, 7 de enero de 2018

Pura maldad


Cartel de búsqueda de Diana Quer
Por desgracia, es relativamente frecuente conocer casos de una violencia tan inaudita que enseguida pensamos que sus autores han de ser, necesariamente, personas aquejadas de algún trastorno mental o psíquico. Que no están bien, solemos decir cuando leemos esas noticias para explicar la sinrazón de sus actos. Nos cuesta comprender y, aun más, aceptar que tal maldad proceda de alguien perfectamente cuerdo y con pleno dominio de sus facultades mentales. Sin embargo, la maldad con la que obran es manifiesta y no tiene excusa. No deriva de ningún problema psicológico. Existe la pura maldad. Y eso hace que hombres y mujeres malos abunden más de lo que sospechamos, disfrazados con la careta de normalidad y hasta con un comportamiento de aparente amabilidad y corrección. Salen a trabajar, hacen deporte, pasean a sus hijos cogidos de la mano de sus parejas y viven a nuestro lado como un vecino cualquiera. Pero se trata de una estrategia perfectamente elaborada. Intentan engañar a su entorno para cometer sus desmanes irracionales sin peligro a ser descubiertos, igual que el ladrón oculta su rostro para no ser identificado. Se camuflan tras una vida presuntamente anodina y vulgar. Y de vulgar no tiene nada, pues secuestran, abusan, torturan y matan sin escrúpulos ni remordimientos a víctimas aleatorias e inocentes.

El asesino de la joven gallega Diana Quer, por fin detenido e interrogado por la Guardia Civil para que confesara y revelara el paradero del cadáver de la chica, es una muestra de persona mala, sin causa ni excusa patológica. No es ningún enfermo, no sufre ninguna dolencia psiquiátrica que le impulse a violar o matar, sino que lo hace por mero placer y maldad. Tanto es así que, sintiéndose impune tras 17 meses de su última fechoría sin que la policía pudiera detenerlo por falta de pruebas, intentó repetir su “hazaña” y secuestrar a otra joven de su área. Fue su mayor equivocación, porque así confirmó todas las sospechas que recaían sobre él, permitiendo incluso que, enfrentada a tales indicios, su esposa admitiera la falsedad de una coartada que la convierte en cómplice.

Padre de víctima presencia búsqueda del cadáver.
Para la familia que padece con la maldad desatada de estas personas, queda el consuelo de conocer el final luctuoso de una pesadilla que sólo el paso del tiempo podrá mitigar, no eliminar completamente. Nadie olvida la muerte violenta de un ser querido. Pero en otras muchas ocasiones, tal desenlace no se produce nunca, lo que mantiene en un sinvivir a unos familiares que desconocen qué ha pasado con las víctimas, dónde se hallan y quién o quiénes son los culpables de su desaparición. La maldad, en estos casos, no se ensaña sólo con la víctima, sino que golpea y perdura con el desconcierto de la familia, que jamás renuncia a averiguar cualquier indicio, por remoto que sea, que pueda ayudar a esclarecer lo sucedido.

Es el caso del asesinato de la joven sevillana Marta del Castillo, cuyo autor confeso se encuentra en la cárcel sin revelar dónde ocultó el cadáver. Los padres de la niña no dejan de sufrir desde entonces por una ausencia que ocupa todo el espacio y el tiempo de sus existencias, esperanzados en un milagro y sin poder llevar flores a una lápida que no dejará de recordarles que el mal existe, puesto que allí descansa una víctima inocente de dicha maldad. Mientras el asesino duerme tranquilo en una cárcel, esos familiares de la víctima apenas pueden conciliar el sueño sin pastillas ni pesadillas.

Fotografías de personas desaparecidas
Y, como estos, muchos otros casos recientes evidencian la plena vigencia del mal, de la pura maldad que anida en personas dispuestas a secuestrar y matar a desconocidos o conocidos, familiares o no, sin motivo aparente. Simplemente por causar daño y dar rienda suelta a sus instintos bestiales. Como el de Mari Luz Cortés, la niña de cinco años, hallada en la ría de Huelva, asesinada por un vecino. O Jeremy Vargas, el chaval de siete años secuestrado en Gran Canarias y que sigue sin aparecer, aunque el presunto autor del crimen esté entre rejas sin aclarar lo sucedido. O el del padre que mató y quemó a sus hijos Ruth y José, de seis y dos años, respectivamente, por hacer daño a la madre de la que se había divorciado. Incluso el de Rocío Wanninkhof, la joven de 19 años que fue agredida brutalmente hasta causarle la muerte, cuando regresaba a su casa en Mijas, Málaga, por el británico Tony King, que sólo pudo ser arrestado y condenado años después, cuando ya había acabado con la vida de una segunda víctima, Sonia Carabantes, en el pueblo de Coín, también de Málaga.

También demuestra la existencia del mal esos hombres que maltratan, pegan y asesinan a sus parejas o exparejas al no aceptar la ruptura de la relación, trufada de abusos y amenazas. Se trata de una violencia machista de la que el 80 por ciento de los casos no se denuncia por miedo o sometimiento de la víctima. O esas tres violaciones que se producen cada día en España y que afecta a mujeres y niños, sin que la educación obligatoria ni el progreso material logren erradicar esta lacra de la sociedad. O la maldad que impulsa a proxenetas, pederastas y violadores de toda condición a satisfacer sus instintos sin que ninguna causa orgánica ni psíquica los justifique, ni los daños irreparables que ocasionan en sus víctimas los frene o el miedo a ser castigados por la justicia los disuada. Lo hacen porque sí, por diversión o puro placer. Como esos adolescentes que se dedican a mortificar y quemar mendigos que duermen en los cajeros automáticos, en estaciones de metro o entre cartones en medio de la calle. Raro es el día en que no se conoce un nuevo episodio de esta violencia gratuita e irracional.

Hay que ser muy malo para hacer cosas así, pero se hacen y lo hacen personas normales que disfrutan haciéndolo. Detrás de esos actos no hay ninguna locura, ninguna psicopatía ni ninguna alteración patológica de sus conductas. Simplemente, carecen de frenos morales, éticos o cívicos que sublimen sus instintos. Es la maldad en estado puro lo que les hace sentirse fuertes, dominantes y superiores ante sus víctimas, y por eso las atacan. Por ello es necesario saberlo y no confiarse. Porque existe la pura maldad y habita entre nosotros. Tened cuidado.

viernes, 5 de enero de 2018

Un jubilado en Reyes Magos


Esta noche vienen los Reyes Magos a dejar regalos a los niños. Es la costumbre y el engaño más benévolo y cándido que todos hemos padecido en nuestra infancia. Tanta ilusión nos causaba que lo repetimos con nuestros hijos y lo extendemos, ya sin ocultarlo, a familiares y parientes mayores de edad. Mantenemos la ilusión con el secreto de lo que recibiremos o regalaremos en Reyes. Se trata de una tradición potenciada por el consumismo, es cierto, pero divierte y cohesiona a las familias si se controla evitando el despilfarro y el derroche. Los niños son el centro de este juego de ilusión en el que los adultos podemos participar sin arrebatarles su protagonismo. Por eso yo también aguardo con relativa impaciencia el día de Reyes, sabiendo que mis hijos me sorprenderán con algún presente acorde a mis aficiones o necesidades. Aunque sea un jubilado, sigo siendo un rey mago que reparte ilusión a nietos e hijos al tiempo que niño grande que espera nervioso rasgar el papel de colores que envuelve a los que recibirá. Detrás de tantas dádivas, queda la familia y la alegría que nos depara su compañía. Y eso es precisamente lo que un jubilado pide a los Reyes Magos esta noche: el calor de una familia y poder compartir sus alegrías y buenos ratos. Como el que proporciona todavía, afortunadamente, el día de Reyes. Por muchos años.

lunes, 1 de enero de 2018

Nada nuevo en 2018

Todos brindamos anoche por un nuevo año que, sin embargo, de nuevo no tiene nada, ya que en sí mismo es una convención temporal con la que imaginamos inaugurar ciclos que se repiten sin cesar, sin aportar novedad alguna. Ayer es idéntico a hoy e igual que mañana, salvo en el guarismo que nos permite individualizarlo en el calendario. El Sol sale por el mismo lugar y se ocultará por el oeste igual que siempre. Los días cuentan con las mismas horas con que dividimos los tiempos de luz y oscuridad que nos proporcionan, según la órbita del planeta, sin que jamás se produzca ninguna alteración en ello. Y nuestras vidas continúan dependiendo del azar y de nuestra voluntad como sucede desde que nacimos hasta que muramos, por muchos deseos de felicidad y fortuna que nos prodiguemos. Si por los brindis de ayer fuera, hoy habrían desaparecido las enfermedades y la pobreza de la faz de la Tierra; la violencia que ejercemos sobre los débiles y la de algunos asesinos sobre las mujeres; la explotación y los abusos a que sometemos a la Naturaleza, al medio ambiente y a los asalariados. No existirían desigualdades ni guerras, y la paz, el progreso y la concordia estarían presentes en todos los países del mundo, sin distinción de razas, pueblos, creencias y tradiciones. Esta mota de polvo que vaga por el espacio en torno a una estrella que tampoco sobresale por sus dimensiones y potencia, insignificante entre millones de millones de ellas, sería el reino de la felicidad cuando, en realidad, es una selva en la que estamos porfiando por todo y ambicionando permanentemente lo que otro tiene. 2018 no representa, por tanto, más novedad que la de una datación inútil con la que sugestionarnos con un imposible: cambiar para ser mejores, respetuosos y humildes. Y antes que ello sea posible, se detendría la tendencia hacia la entropía del Universo y el proceso de envejecimiento y desaparición de toda forma de vida. Como eso es imposible, cabe colegir que no hay nada nuevo, pues, en este recién estrenado 2018, aunque todos lo hayamos deseado.