Es fácil hacer la comparación, siguiendo la descripción del
mito de cómic que hace Carlos García Gual en su Diccionario de Mitos (Turner Publicaciones), en la reciente edición
especial conmemorativa del veinte aniversario de la primera publicación de la
obra. Veámoslo.
Ambos son fruto de la mentalidad simplista y elemental del
norteamericano medio, devorador de televisión, hamburguesas y colas, y poco
dado a la lectura extensa, los informes largos o los ensayos profundos. Ni a
Supermán ni Trump se les conoce con un libro entre las manos, meditando con
denuedo lo que hacer sino actuando por impulsos, presentimientos o prejuicios,
sin perder el tiempo y al instante, como corresponde a los superpoderes de uno
y la actitud enérgica del otro. Los dos están convencidos de que los problemas
los causan los demás, nunca los propios, porque los malos son siempre los
otros, los que abusan de la prosperidad y la generosidad que les brinda el
país. Por eso Supermán vigila y protege exclusivamente Metrópolis, analogía de
Nueva York y, por ende, de América. Como Trump, que emerge dispuesto a
convertir a “América grande de nuevo”, aunque para ello tenga que expulsar a
todos los inmigrantes desafortunados, blindar las fronteras con muros altos
infranqueables y negar la entrada a los nacionales de países musulmanes o empobrecidos,
mantengan o no conflictos con USA. No pueden ocultar, así, un claro desprecio hacia
los débiles y las minorías, excrecencias de la sociedad perfecta que anhelan
conseguir con sus desvelos y entregas extraordinarios. Y con esa exacerbada
autoestima que comparten, creen poseer la solución definitiva a todas las
amenazas y peligros a los que se enfrenta su nación en un mundo plagado de
tiranos y villanos deleznables y envidiosos. Son conservadores, patrioteros,
supremacistas y antirrevolucionarios como corresponde a los ultranacionalistas
fanáticos, imbuidos de una nostalgia imperial a la que el resto del planeta
rendía vasallaje.
La simbiosis de ambos, Supertrump, muestra un carácter
aparentemente afable pero inestable, con explosiones de ira cuando le contradicen
o no respetan sus manías, cual niño grande, maleducado y caprichoso. Suele buscar
refugio en la soledad, lejos de sus aduladores y críticos, ya sea en una base
secreta del ártico o en un dormitorio que no comparte ni con su esposa,
encerrado consigo mismo. Y exhibe un ego desmedido que exige ser reconocido y
admirado constantemente, que le induce a anunciarse a sí mismo con esa “S” en
el pecho y capa de su uniforme o la “T”, cuando no el apellido completo, en los
edificios que construye. Todo ha de girar entorno suyo, el mundo entero ha de
asumir su formidable genialidad. Pero oculta una doble vida y algunas
debilidades, disfrazándose de lo que no es, aparentando una feliz vida familiar
o negando relaciones turbias y escarceos sexuales con mujeres explosivas,
siempre dispuestas a satisfacer al poderoso. Así es Supertrump, el Supermán de
este tiempo para los infantiles ojos de muchos norteamericanos y algún que otro
delirante europeo que pretende emularlo.
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