jueves, 31 de enero de 2019

El barullo de la izquierda


La izquierda nunca ha sido unitaria, nunca ha conseguido la unidad ni como fuerza política ni como pensamiento ideológico o conjunto de ideas progresistas, pero tampoco ha estado tan fragmentada como en la actualidad. En el arco político de España, por ejemplificar con lo cercano y conocido, figuran, hoy en día, como pertenecientes a la izquierda una miríada de partidos, grupos, movimientos, mareas y plataformas que atomizan una orientación ideológica hasta pulverizar lo que, cuando se le deja, representa la mayoría social de este país. El último capítulo de esta fragmentación lo escribe en estos momentos Podemos, la formación “emergente” que, hace poco más de tres años, aspiraba a dar “sorpasso” al PSOE (sigue intentándolo), engullir a IU (una digestión pesada) y representar a toda la izquierda existente en España (que se le resiste). De aquel afán hegemónico han devenido expulsiones de miembros fundadores, tensiones entre sectores que la integran -anticapitalistas, independentistas, pablistas, errejonistas, etc.- y desafíos de división como el que está a punto de producirse en Madrid. Y si esto ha sucedido en el último partido en proclamarse de izquierda, en la historia de este movimiento ideológico constituye una regla que lo caracteriza, hasta el punto de que hablar de la izquierda es referirse al barullo que provoca asumir unas ideas que persiguen el progreso y la igualdad de las personas con tantas variantes como intentos han sido, son y serán.

Desde la primitiva separación entre socialistas y comunistas, que dio lugar a la Segunda y Tercera Internacional, la vieja Asociación Internacional de Trabajadores ya albergaba en su seno interpretaciones y tendencias diversas para lograr aquellos objetivos que perseguían unos germinales movimientos obreros para fundar, partiendo de las teorías de Karl Marx y Friedrich Engels, un nuevo modelo social, económico y político, de base humanista (Moro, Bacon y demás utopistas), que erradique las desigualdades y la falta de libertades que ocasionan la explotación por una élite dominante de la población y un modo de producción capitalista cuyo único fin es el lucro. La izquierda, desde entonces, siempre ha ensayado vías diferentes y hasta opuestas para alcanzar esas metas de igualdad, justicia y libertad que la han llevado a crear corrientes tan dispares como el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el eurocomunismo, el trotskismo, la socialdemocracia, etc., e inspirar fenómenos como el ecologismo, el feminismo, el laicismo o el pacifismo, entre otros.

Todavía hoy, dependiendo de la vía que considere más idónea y del objetivo inmediato a conquistar, la izquierda se presenta, desde la pragmática hasta la radical, con multitud de rostros y encarnada en grupos heterogéneos, dispuestos, más que unirse entre sí y sumar fuerzas, a combatirse mutuamente para demostrar quién con más pureza porta la antorcha emancipadora de una ideología de liberación. Y así les va, perdiendo credibilidad ante el destinatario de sus desvelos y despilfarrando la confianza de sus fieles en votos con escasa o insuficiente utilidad. Hasta el gran partido de centroizquierda que hasta hace un momento conseguía aglutinar el voto útil progresista, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), artífice de los mayores avances en igualdad social, libertades individuales y modernidad logrados en este país, lleva rumbo hacia la insignificancia y la desintegración en el conjunto atomizado de las izquierdas. Un declive que parece no tener solución ni por parte del PSOE ni de Podemos -la vieja y nueva esperanza de la izquierda-, incapaces ambos de definirse ni de conjurar el ascenso de la derecha más ultramontana que cabía imaginar a estas alturas de la España democrática. Si se pensaba que Fuerza Nueva era fruto de un pensamiento retrógrado del pasado, Vox viene a confirmar que tales ideas permanecen bajo el sutil barniz de las convicciones light.

Y es que la izquierda ya no configura proyectos que atraigan a las clases trabajadoras y clases medias, sin las cuales no se consiguen esas mayorías que posibilitaron a la socialdemocracia sus victorias en Europa tras la II Guerra Mundial. Desorientada y cada vez más fragmentada, busca ubicarse y redefinirse con poco éxito porque muchos de sus valores e iniciativas, como el Estado de Bienestar, la honradez, la cultura, las libertades, la igualdad y el progreso, les han sido arrebatados por otras ideologías y movimientos, que los asumen como propios e irrenunciables. Hasta la derecha menos dogmática y más pragmática defiende valores, con todos los matices que se quiera, que germinaron en el ideario de una izquierda que no ceja en ampliar derechos y libertades, como el aborto, el matrimonio homosexual, el ecologismo, la igualdad de la mujer o las leyes de dependencia, entre otros.

La izquierda no halla su discurso, se queda sin relato y no sabe cómo conectar con unos ciudadanos acomodaticios y acostumbrados a unos derechos y unas prestaciones que consideran seguros y consustanciales con la sociedad a la que pertenecen. Unas comodidades que sólo peligran por desafíos externos y no por olvidar preservarlos con la suficiente convicción en cada rutina electoral. De ahí el Brexit del Reino Unido y la presencia de Donald Trump en Estados Unidos como síntomas del divorcio de una izquierda con sus seguidores, quienes rechazan una globalización -económica y cultural- que creen perjudicial para los intereses nacionales y que perciben la migración como peligro más que como oportunidad para la sociedad. Un síntoma que avisa de un problema que se extiende desde Inglaterra, EE UU, Austria, Hungría, Italia o Brasil, y del que España no está inmune, y que pone de relieve que la izquierda internacionalista pierde terreno a marchas forzadas para dar paso a una derecha irredenta y un populismo demagógico. Para Félix Ovejero*, se trata de la renuncia de la izquierda a moldear una sociedad distinta de individuos libres para atender a una ciudadanía convertida en un mercado electoral segmentado, más sensible a las emociones que a la ideología y las convicciones.

Para colmo, con la crisis económica y las políticas de austeridad impuestas por el neoliberalismo, el sólido bipartidismo español se agrietó y nuevas fuerzas emergentes han ido ocupando su lugar en el espectro ideológico con intención de representar cualquier opción política. Pero si en la derecha sólo Ciudadanos y Vox, en el extremo, disputan al Partido Popular su hegemonía del conservadurismo, en la izquierda, como suele, surgen fuerzas que fragmentan una ideología en mil propuestas (PSOE, IU, Podemos, Equo, Compromís, Partido Comunista, Los Verdes, Actúa y demás marcas locales y regionales) que acaban debilitando las esperanzas depositadas en una socialdemocracia reformista que, por sus propios errores y rencillas, ha contribuido en gran medida a hacerse el haraquiri. Y que, incluso, como quedó patente en las elecciones en Andalucía, prefiere gobernar con la derecha que hacerlo entre ellas en coalición.

Tal tendencia a dispersarse y multiplicarse es lo que explica que, según datos del Ministerio de Interior, en España existan más de 4.000 partidos políticos activos, con predominio de los de izquierdas, aunque sólo una parte ínfima de los mismos consiga representación parlamentaria. Es por ello que hablar de la izquierda es referirse al barullo partidista en el que continuamente se manifiesta en la búsqueda de una identidad perdida, precisamente, con tantas réplicas y fragmentaciones.

* La deriva reaccionaria de la izquierda, Félix Ovejero, Editorial Página indómita, Barcelona, 2018.

lunes, 28 de enero de 2019

La patita del nuevo gobierno andaluz

Echa andar el nuevo gobierno de Andalucía que inaugura la alternancia en una comunidad que ha estado 36 años bajo ejecutivos socialistas de manera ininterrumpida. El flamante Gobierno, formado por una coalición conservadora entre el Partido Popular y Ciudadanos, ha sido posible gracias al apoyo parlamentario de Vox, la formación de extrema derecha que por vez primera accede a las instituciones que representan la soberanía popular. Sólo la suma de estos tres partidos de la derecha pudo desalojar al PSOE del poder, por ser minoritarias las izquierdas en el Parlamento, aun siendo el socialista el partido más votado en las últimas elecciones autonómicas. Se estrena, por tanto, la alternancia en Andalucía como un bien en sí mismo y un gran triunfo de la democracia, según valoran los partidos agraciados con esa coalición.

Pero se estrena con mensajes gubernamentales de confrontación, a pesar de los discursos bienintencionados y tranquilizadores del nuevo presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno (PP), que persiguen no la derrota, que ya la han conseguido, sino el cuestionamiento y la sospecha, hasta de manera simbólica, de la anterior etapa socialista. Sólo así se entiende que el primer Consejo de Gobierno del Ejecutivo conservador se celebre en Antequera, la ciudad malagueña en la que se firmó el histórico Pacto entre todos los partidos con representación en Andalucía que posibilitó una autonomía con el mismo nivel de competencias que las consideradas históricas, como si la alternancia conservadora fuese una conquista de la democracia en esta región. La realidad es que el cambio de gobierno en Andalucía no supone ningún salto cualitativo de nuestra democracia como sí lo fue arrancar el reconocimiento político hacia una autonomía plena en una región históricamente subordinada a las directrices del poder centralista, tanto bajo la dictadura como en la recién restaurada democracia. Por eso, por mucho que se arrogue el nuevo gobierno conservador un “plus” de calidad democrática, no alcanzará nunca la distinción histórica de aquel Pacto de Antequera que determinó el futuro de Andalucía.

De igual modo, no sólo es desconfiar sino mostrar animadversión, adoptar como primera medida del gobierno gemelar de las derechas la realización de una auditoría de las consejerías y agencias públicas de la Junta de Andalucía, incluido el Servicio Andaluz de Salud, con la excusa de eliminar órganos y entes innecesarios, pero con el claro propósito de culpabilizar a los anteriores responsables de la Administración Autonómica de irregularidades o presuntos delitos, por acción u omisión, en la ejecución de sus cometidos, como si la propia Junta, en su conjunto, fuera un entramado delictivo con fines espurios, como suponía la juez Alaya en la instrucción del caso de los ERE. Resulta sorprendente que tal ánimo de “limpieza” provenga de un presidente perteneciente a un partido que ha sido el único condenado en España por corrupción y financiación ilegal, al participar a título lucrativo en la mayor trama de corrupción institucional y partidaria conocida hasta la fecha, la trama Gürtel. Es evidente, pues, que se persigue la confrontación en la búsqueda de ese “y tú más” con el que tapar las propias faltas e, incluso, las probables insuficiencias e incumplimientos de una gestión que siempre podrá argüir, de este modo, la socorrida “herencia” recibida. Esto no es, a pesar de los mensajes de no mirar al pasado, empezar bienintencionadamente y con tranquilidad, sino hacerlo de manera ofensiva y afán denigrante.

Como también es confrontación eliminar, bonificándolo al 99 por ciento, el impuesto sobre sucesiones y donaciones, que ya estaba exento hasta el millón de euros. Se trata de confrontación ideológica porque bajar impuestos, y más en uno que beneficia mayoritariamente a los pudientes y afortunados que pueden heredar patrimonios superiores al millón de euros, es una medida ideológica de una derecha que siempre ha estado en contra de la fiscalidad progresiva (paga más quien más gana) y de todo gasto del Estado en servicios públicos. Y, aunque aparentemente parezca que favorece a todos los contribuyentes, más adelante obligará a “cuadrar” unas cuentas mermadas de tales ingresos, rebajando prestaciones, recortando servicios públicos o elevando impuestos indirectos que afectan al conjunto de los consumidores, independientemente de lo que ganen. Y todo para que los ricos paguen menos por patrimonios millonarios que heredan, de padres a hijos, sin límite económico.

El nuevo gobierno gemelo de la derecha ha querido, de esta forma, demostrar su verdadera intención “regeneracionista” en la Junta de Andalucía, señalando con hechos, no con lo que dice, su ideario y rumbo. Y lo ha hecho nada más comenzar su andadura, adoptando, en la primera y simbólica reunión del Consejo de Gobierno, sus dos primeras medidas de abierta confrontación política, partidaria e ideológica. Falta que emprenda, también, la institucional contra el Gobierno central, en manos socialistas. Todo se andará. Y eso que venían con buenas intenciones y de manera sosegada, tranquila, a levantar el nuevo porvenir de Andalucía y administrar sin sectarismo el gobierno de la mayor comunidad autónoma de España. Con su primera reunión, quedamos advertidos. Que los trabajadores y los desfavorecidos se vayan preparando ante futuras iniciativas que, con pretexto de “aligerar” la Administración autonómica (sometida ya a auditoría), supongan reducción de servicios y limitación de prestaciones, todo ello público, naturalmente, por aquello de la “sostenibilidad” y evitar el “despilfarro”. Ya sabemos lo que, para la derecha, es despilfarro: el gasto público. Así que, nada más empezar, el nuevo gobierno ya ha asomado la patita… diestra, por supuesto.

sábado, 26 de enero de 2019

Un sueño dentro de un sueño


Soñé un sueño que había soñado anteriormente, pero que despierto nunca he recordado. Me acordé cuando, en el sueño, repetí un sendero que en el primer sueño había recorrido. Por eso decidí hacer el camino inverso para salir por donde había entrado en el sueño que recordaba soñando, siéndome familiares detalles, puertas, pasadizos, paisajes y personajes que volvía a hallar, incluso el hecho de arrancar naranjas de unos árboles, del sueño al que regresaba en mi sueño. Sólo al llegar a la puerta de entrada, por la que pretendía salir, se interpuso la novedad de un guarda que en mi sueño no recordaba haber soñado que existiese. Y no me permitía abandonar aquella especie de mundo aparte y cercado al que volvía por segunda vez en mi sueño. Portaba un trabuco antiguo con el que me hizo ver que estaría dispuesto a truncar mi salida, si insistía en desobedecer sus órdenes. Me desperté cuando me alejaba de él, mientras intentaba apuntarme desde la distancia sin conseguir disparar, con la fantasmagórica sensación de abandonar un sueño dentro de un sueño y sumido en la más completa y absurda confusión.

viernes, 25 de enero de 2019

La elegante vejez de Robert Redford

Esta semana se estrena la que será última película, como actor, de Robert Redford, aquel rubísimo galán al que querríamos parecernos, capaz de interpretar no sólo papeles de guapo, sino también de atormentado y cínico villano, eso sí, siempre con elegante porte y comedida expresión, sin los aspavientos con que sobreactúan otros grandes actores de Hollywood en cuanto los directores dejan de controlarlos. Es difícil sustraerse al magnetismo de este artista que, junto a ese otro atractivo y admirable actor, Paul Newman, nos dejó incrustados en la memoria aquellos memorables films con los que evocamos la amistad romántica y la picaresca marrullera pero inteligente de Dos hombres y un destino y El golpe.

Este actor, que sabe hasta dónde puede llegar sin ser una caricatura de sí mismo y cuya filmografía revela a un ser con un don especial para la interpretación, no se limitó a ejercer su profesión buscando siempre las cimas de la calidad y la profesionalidad, sino que ha dado muestras de inquietud y compromiso en lo que sabe hacer, cine, dedicándose a dirigir películas con las que expresa en imágenes su propio y personal criterio, y a fomentar y producir un cine alternativo bajo el sello de Sundance. En ambas dedicaciones ha demostrado, más allá de los resultados logrados, una actitud coherente y de gratitud hacia una profesión a la que devuelve, en correspondencia, el fruto de su preocupación e ingenio con la cinematografía. Es de admirar su responsabilidad profesional así como la corresponsabilidad gremial con la que muestra su agradecimiento a una profesión que le ha permitido alcanzar el olimpo donde habitan las grandes estrellas. Y destacar, también, su madurez personal para alejarse de escándalos y engreimientos a los que sucumben otros con menos facultades y físico que él.

Robert Redford se despide de la interpretación con una película que no pasará a la historia del cine más que como el testamento de quien, como el protagonista del film, no sabe ni quiere hacer otra cosa distinta de lo que ha hecho siempre. Por eso, y aunque ya no veamos su rostro envejecido pero elegante en las pantallas, nos quedará el consuelo de futuras obras dirigidas o producidas por él. Gracias Redford por ser tan grandísimo y honesto actor. 

miércoles, 23 de enero de 2019

La ley y la libertad


Un amigo, al que sigo con asiduidad, se pregunta en su blog si la ley hace hombres libres o cautivos, para seguidamente, apoyándose en Locke y Marina, quienes afirman que sin ley y su obediencia no se concibe la libertad ni se aprende a vivir en ella, mostrarse perplejo porque la ley no impide matar, robar o insultar, conductas lesivas a la libertad por faltar a la ética. Creo que mi amigo no ha querido profundizar en el asunto sobre la necesidad imprescindible de la ley para aspirar a una libertad que nunca será absoluta, cosa que al parecer le causa perplejidad, a pesar de que la cita de Locke enuncia su necesidad para combatir la violencia.

Al respecto*, habría que partir de que la ley es una invención humana para no depender de la selva, de las bestias. En un mundo sin leyes, los fuertes y violentos impondrían la suya. Y para evitarlo, el invento de la ley nos protege de la violencia de los otros, de los fuertes, de las bestias, de los tiranos. Y posibilita el Derecho, un ordenamiento legal de derechos, deberes y sanciones, con el que la ley constriñe la violencia de cada uno y nos disuade para que vivamos libremente persiguiendo nuestros proyectos de vida personales, propiciando, al mismo tiempo, actos de cooperación y proyectos colectivos de progreso social y económico.

Es así como la ley facilita la libertad aunque no impide el fraude y los abusos de los tiranos. Pero sólo con la ley y desde la ley se consigue combatir tales fraudes y quebrantos. Por ello la ley propugna y propicia la igualdad y la facultad de los ciudadanos de controlar el poder. Desde el imperio de la ley se construye la democracia, de tal manera que sin leyes ésta no existiría, puesto que todas las actuaciones democráticas han de estar sujetas a la ley. La ley limita el poder del gobierno gracias a la separación de poderes y la existencia de un poder judicial independiente. Esa independencia es imprescindible para que el juez tome sus decisiones en función de los hechos y de acuerdo exclusivamente con la ley. Esta situación dista de ser perfecta, pero es la mejor que puede garantizar la libertad.

Es, por tanto, el imperio de la ley lo que propicia la libertad y la capacidad del hombre para realizar sus acciones y desarrollar su plan de vida. Tal libertad, sin embargo, no es absoluta por culpa de la propia ley, pero sin ella no habría ninguna libertad, sino anarquía y la incertidumbre de lo selvático. Por eso, y porque las leyes son susceptibles de modificarse mediante procedimientos contemplados en la propia ley, deberíamos mostrarnos respetuosos siempre con las leyes por sí mismas y porque, aunque nos desagraden o nos impongan limitaciones, garantizan nuestros derechos, un cierto orden racional y los compromisos de convivencia pacífica en sociedad. Si esto no es libertad, no sé yo qué será tal cosa.
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* Para esta entrada me baso en el artículo La ley y la libertad, de Francisco J. Laporta, publicado en la revista Claves de razón práctica, nº 262, de enero/febrero 2019.

martes, 22 de enero de 2019

“Profesionales” de la aflicción

Juan José Cortés

En nuestra sociedad, la sociedad occidental capitalista, hecha para el consumo, cualquier iniciativa u obra ha de ser rentable, brindar beneficios. Todo producto, manufacturado o no, ya sea un bien o un servicio, ha de perseguir el lucro o, cuando menos, la “sostenibiidad” para que sea viable. Desde un bolígrafo, una patata, un antibiótico, un abrigo, una composición musical o un museo, todos están sometidos a esta ley de la rentabilidad, a la economía de mercado. Y una de las estrategias publicitarias para que cualquier elaboración humana llegue a las masas de consumidores es el espectáculo, es decir, provocar la expectación y convertir en atrayente lo que se ofrece para hacer que el consumidor adquiera un producto mediante un impulso emocional más que por una estricta necesidad racionalizada. Es por ello que Guy Debord definió nuestra era, en 1967, como la civilización del espectáculo*, en la que lo que predomina es el entretenimiento, la diversión y el “aligeramiento” cultural. Toda acción o iniciativa que surja en una sociedad espectacularizada debe tender hacia ese objetivo de distracción, de representación que privilegia la imagen sobre la idea, lo frívolo sobre grave y la banalidad sobre lo serio, ya que sólo así, empobreciendo el pensamiento, puede la gente, creyendo divertirse, seguir comportándose como un consumidor obsesivo de mercancías innecesarias, un consumidor de ilusiones. No es casual, por ejemplo, que los programas de más audiencia sean los de cocina o de moda, sin citar los dedicados a una actualidad de cotilleos e intrigas del corazón. Y que la prensa de mayor difusión sea la deportiva.

Nada escapa al mercado y sus dictados lucrativos. Hasta el dolor, el sufrimiento y las desgracias son susceptibles de la `espectacularización´ en nuestra sociedad de consumo. Máxime si el hecho se convierte en noticia que, por definición, ha de interesar a la opinión pública y, mejor aún, ha de conmoverla para captar su interés durante todo el tiempo posible. Pero una cosa es que cierto periodismo, desgraciadamente el más común, estire la notoriedad de cualquier noticia durante días, echando mano incluso del morbo en asuntos luctuosos y tratando como noticia detalles o cuestiones que nada añaden al hecho en sí, con tal de ganar lectores e incrementar las ventas. Y otra que personas, que se vieron envueltas en los acontecimientos, los utilicen para mantener la estima social, obtener beneficios laborales o económicos y hasta para erigirse en guías anímicas, legales y mediáticas de otras víctimas de sucesos semejantes, ejerciendo de verdaderos “profesionales” de la aflicción. Esta es, exactamente, la impresión que causa el padre de Mariluz desde hace años.

Juan José Cortés, padre de esa niña de cinco años que un pederasta secuestró y asesinó, tras intentar abusar de ella, en 2008, no ha dejado de luchar para que se mantenga la prisión permanente para esta clase de delitos y de estar presente en todos los casos de la misma naturaleza que posteriormente han acontecido en nuestro país. Una actitud comprensible aun cuando la justicia apresó, juzgó y castigó al asesino de su hija.

Junto al líder del Partido Popular.
Es comprensible, también, que esa lucha para que no se derogue la pena de prisión permanente revisable le acerque ideológicamente al Partido Popular, alineándose con él en esta materia y recibiendo de él el apoyo necesario para ampliar su mensaje a la opinión pública. Pero lo que resulta menos comprensible es que este vendedor ambulante, a quien un asesino le arrebata una hija, haga carrera política de su dolor y desgracia. No se cuestiona que comparta un ideario, sino que la politización de las víctimas le permita acceder a puestos de asesor y personal de confianza para problemas de exclusión social en instituciones públicas, como el que ocupó en el Ayuntamiento de Sevilla, contratado bajo el mandato de Juan Ignacio Zoido, alcalde del PP, demostrando, de esta manera, una simbiosis oportunista con un partido en la que ambos persiguen réditos a costa del repudio de la población a estos actos execrables. O que le posibilite, finalmente, materializar su entrada oficial en la política de la mano de ese mismo partido, en cuya última convención participó activamente, con el encargo de trabajar en la no derogación de la Ley de Prisión Permanente Revisable y en la Ley del Menor como si fuera un experto en Derecho Penal, según informa El Cierre Digital.

Tampoco se critica la obsesión mediática de Juan José Cortés por mantener la expectación popular sobre esta clase de crímenes, presentándose personalmente junto a familiares de Diana Quer, Gabriel Cruz o Laura Luelma -una joven, un niño y una profesora víctimas de asesinos machistas y de una madrastra también asesina- como si fuera un psicólogo más de los que prestan socorro psíquico a las familias que sufren este tipo de desgracia. Pero que no deje pasar la ocasión para aparecer públicamente al lado de los padres de un niño que accidentalmente cayó por el agujero de una perforación de agua mal tapada en Málaga, pone en evidencia, no su solidaridad ante la tragedia, sino su interés por la espectacularización de un hecho luctuoso, fortuito y del que nadie tiene culpa. Demuestra un afán desmedido por acaparar una atención que no respeta el dolor ni la conmoción de quienes padecen un golpe tan duro, sea el que sea, con el inconfesable propósito de “vender” su estatus social de “profesional” de la aflicción y, de paso, su interés en ganar la confianza ciudadana hacia una determinada opción política que le apoya.

Juan José Cortés y el padre del niño de Málaga.
Sólo así puede entenderse que, una persona que soportó el asesinato de su hija, se valga del espectáculo mediático de la pena, propia o ajena, para ascender en la escala social y el reconocimiento público. Aparte de verse envuelto en un caso de tiroteo en el barrio donde vive y estar acusado de tenencia ilícita de armas y amenazas, del que salió absuelto por la oportuna confesión de un familiar que asumió la autoría de los hechos, este pastor evangelista, por su popularidad, ha podido fundar su propia Iglesia Evangélica Ministerio Juan José Cortés, gracias al ahínco en convertirse en un profesional de la aflicción. Lo ha demostrado claramente con su rápida presencia en el desgraciado accidente del niño de Málaga, haciéndonos que muchos nos hiciéramos la misma pregunta: ¿Qué hace allí este hombre? Vende su producto.
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* Sobre esto, cfr. Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo. Alfaguara, 2012.

domingo, 20 de enero de 2019

Vivir de oído


Andrés Neuman es uno de los grandes andrés de la literatura española de los que hay que estar atentos para no perderse nada de lo que escriban, sea ensayo, narrativa o poesía. Y con Neuman, la poesía no es una dedicación secundaria, sino vital en su producción literaria. De hecho, escribe poesía casi antes que novelas, y es en ella donde se expresa con más sinceridad, descubriéndonos a un autor al que le duelen las pérdidas, y es capaz de enumerarlas, le estremece el amor y lo vence el tiempo. Véase -y siéntase-, si no, el estremecimiento que provoca un futuro descrito con las sensaciones y la perplejidad de un viajero:

No puedo comer el espacio
y me pesa.

Cuando miro adelante
el futuro me elude
como una lagartija.

Todo lo ocupa eso
que me queda lejano.

El kilómetro extra.

El horizonte en marcha.

`El kilómetro extra´ del poemario Vivir de oído, de Andrés Neuman.

viernes, 18 de enero de 2019

The dark side of the moon

Nave Chang´e 4

El de arriba es el título de un álbum de Pink Floyd, pero no es la música el motivo de este comentario, sino el satélite que orbita la Tierra y, en concreto, su cara oculta, ese lado oculto que inspiró al grupo de rock. Una cara oculta del satélite que, debido a su rotación, nunca es visible desde nuestro planeta y que sólo los astronautas de las misiones Apolo, que viajaron a la Luna y alunizaron en su cara visible, han podido contemplar con sus ojos… hasta hoy.

En un alarde tecnológico, la astronáutica de China ha logrado enviar un ingenio espacial que ha alunizado en la cara oculta de la Luna, transportando, además, un vehículo robotizado que ya ha comenzado a recorrer esa superficie lunar, cubierta de polvo y cráteres como la visible, que siempre ha estado vedada a la mirada humana. Se trata de la nave Cháng’é 4 que, enviada por la Agencia Espacial China (CNSA), se posó cerca del cráter von Kármán, en el hemisferio sur de la cara oculta de la Luna, el pasado 3 de enero, de forma automática y con pleno éxito. Doce horas más tarde, extendió una rampa por la que descendió el vehículo rover Yùtù 2, que comenzó a moverse por la superficie lunar hasta aproximarse al borde de un cráter cercano de unos 20 metros de diámetro.

Foto panorámica de la cara oculta de la Luna

El éxito de la misión, que ahora deberá desarrollar los estudios y experimentos científicos previstos, no hubiera sido posible si previamente no se pone en una órbita más allá de la Luna el satélite Quèqiáo, que permite las comunicaciones desde la Tierra y los ingenios posados en la cara oculta. China se incorpora, así, a la carrera espacial que iniciaron rusos y norteamericanos hace más de cuatro décadas, y lo hace demostrando capacidad y tecnología como para elaborar un programa de exploración propio, en el que ya ha logrado hitos como el de esta misión.

La Luna y la Tierra desde el satélite Quèqiúo.
De momento, la sonda china ha posibilitado la primera imagen panorámica de 360 grados de esa cara oculta de la Luna, elaborada a partir de fotografías tomadas por una cámara del módulo de aterrizaje. También ha enviado la imagen de la primera planta que ha podido crecer en el satélite, a partir de una semilla de algodón que se transportó en un frasco que recreaba una biosfera en miniatura. Y esa otra imagen, más estética que novedosa, de la Luna y la Tierra captada por la sonda que sirve de enlace para las comunicaciones. No son frutos menores, sino las pistas de un programa por el que China se incorpora a la carrera espacial con ímpetu y ambición.

miércoles, 16 de enero de 2019

Alternancia en Andalucía

Juan Manuel Moreno en el pleno de investidura

Desde la restauración democrática en España, Andalucía ha sido gobernada por el Partido Socialista Obrero Español, sin interrupción. Esa “anomalía” que, elección tras elección, ha mantenido al PSOE en la Junta de Andalucía durante 36 años, ha sido rota con la investidura, hoy, en el Parlamento andaluz, de un gobierno de coalición formado por el Partido Popular y Ciudadanos, junto al imprescindible apoyo parlamentario de Vox, una formación de ultraderecha. A partir de hoy, por tanto, la alternancia queda inaugurada en Andalucía con la proclamación de un gobierno de las derechas en la Comunidad Autónoma más poblada de España.

Aquella “anomalía” que la oposición consideraba como propia de una democracia devaluada y el resultado electoral de unos votantes “clientelares” o “subsidiados” del “régimen” andaluz, es ahora sustituida por un gobierno de partidos minoritarios que reclaman la legitimidad de todos los apoyos, incluidos los de la formación que está en contra de las autonomías, de la igualdad de las mujeres, de la memoria histórica y del tratamiento humanitario de la inmigración. Los votos conseguidos por los socialistas eran una “anomalía” del sistema, pero los votos de un partido radical que persigue revocar derechos y libertades son perfectamente válidos para que la anomalía mute en normalidad.

Mientras en Alemania se vigilará si la ultraderecha, primera fuerza opositora del Parlamento, persigue políticas contrarias al ordenamiento democrático constitucional, en España se aplaude la existencia de una fuerza ultraderechista que posibilita la alternancia en Andalucía, aunque en su ideario contemple medidas que van en contra de la Constitución y del ordenamiento democrático. Son diferentes puntos de vista, según las conveniencias. Lo importante, al parecer, es que históricamente, por fin, se produce la alternancia en Andalucía, aunque se ignore si para bien o para mal. Cosas de la política.

martes, 15 de enero de 2019

Dos años de Trump

Donald Trump resultó, contra todo pronóstico, vencedor -en compromisarios que no en votos-en las elecciones presidenciales de noviembre de 2016, pero no fue hasta el 20 de enero de 2017 cuando tomó posesión del cargo como 45º presidente de Estados Unidos de América. Se cumplen, pues, dos años exactos de mandato del presidente más arrogante, mentiroso, impulsivo, visceral, imprevisible, sectario, racista, misógino, controvertido, inepto y mediocre que jamás haya tenido el país más poderoso del mundo. También se cumple medio mandato de la Administración más caótica y que más bajas ha cosechado en su equipo gubernamental de la historia reciente de EE UU.

Durante este corto período de tiempo, el mandatario norteamericano ha demostrado que todos los temores que infundía su persona eran ciertos y que las preocupaciones que podía despertar su gestión no eran infundadas, sino que aumentan cada día que pasa en la Casa Blanca. Si las consecuencias de todo ello recayeran exclusivamente en quienes lo han votado y sobre el país que gobierna, Donald Trump no llamaría la atención del mundo más que por liderar un movimiento político ultraconservador y ultranacionalista que inspira a los Salvinis, Orbán y Bolsonaros de otras latitudes, convenientemente asesorados por el ideólogo que ayudó a Trump a ocupar un cargo que se le queda grande, Steve Bannon.
Lo grave, lo verdaderamente inquietante, es que las iniciativas y decisiones del presidente de EE UU las sufren también las naciones del ámbito de influencia de la primera potencia mundial, es decir, todas las del planeta, ya sea de manera directa como indirectamente. Hasta la aceituna negra que exportaba España a USA ha padecido las consecuencias de la obsesión de Trump por alterar las normas del mercado internacional para favorecer la producción nacional mediante aranceles y regulaciones que, a la postre, perjudican a la propia economía de EE UU, la más exportadora del comercio mundial. Cosa que a un presidente que está en contra de la multilateralidad le importa poco o simplemente ignora.
Estos dos años de Trump en el Despacho Oval se han caracterizado por destrozar, como un elefante en una cacharrería, todo el equilibrio en que se basaban las relaciones de EE UU con el mundo, tanto a nivel estratégico-militar como comercial y económico, para preservar sus propios intereses sin ignorar una correspondencia con los demás países. Y por dividir aún más a la sociedad norteamericana mediante políticas nefastas para las minorías raciales y desfavorecidas de aquella nación y favorables hacia ese supremacismo blanco y rico que persigue a toda costa. La Norteamérica de la razón e ilustración reniega, así, de un presidente del que siente vergüenza, pero la que puebla los extrarradios de las ciudades desindustrializadas y la campesina que estaba acostumbrada a vender en un mundo que también cultiva, confían en el líder que prometió pensar: “Primero, América”.
Trump escucha a Bannon
Sin embargo, estos 24 meses del America first han mostrado más caos y desorganización que un programa de gobierno sólido, calculado y consensuado. Los enfrentamientos y diferencias de criterio surgidos en el equipo de Trump han sido constantes, más por las veleidades y ligerezas del propio presidente, que cree dirigir una empresa suya antes que gobernar, que por esa falta de unidad que exhibe en su cometido. De hecho, es la Administración que más bajas y abandonos ha cosechado en la historia reciente de EE UU, por las diputas, recelos, rencillas, rencores, mentiras, abusos, deslealtades e intereses que enfrentan a Donald Trump con su equipo en la Casa Blanca. La lista de los que se largan o echan, a veces a través de un simple twitt, es aparatosamente larga, empezando por aquel consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, que tuvo que dimitir por ocultar sus contactos con el Kremlin. O la del Secretario de Estado (ministro de Exterior) Rex Tillerson, amigo y empresario como él, por ser públicamente cuestionado por su jefe sin ningún recato. O la de su ideólogo de cabecera, Steve Bannon, expulsado, a los pocos meses de estar susurrándole al oído, tras despertar celos en la familia y recelos en el gabinete.
Otras dimisiones y ceses son de especial preocupación por evidenciar maquinaciones por obstruir la justicia o maniobras para ocultar lo que desde la Casa Blanca no quiere que se sepa en torno a Donald Trump. Es el caso de James Comey, director del FBI, por no frenar la investigación sobre la trama rusa, y la del segundo en la misma agencia, Andrew McCabe. Y la del Fiscal Federal que le investigaba, Jeff Sessions. O la de James Mattis, jefe del Pentágono, por disentir de la política militar del presidente. Y la de Sally Yates, responsable de Justicia, quien a los diez días de ser nombrada dio portazo para no secundar el veto migratorio que decidió Trump por su cuenta y riesgo y que los jueces tuvieron que paralizar. También las de Gary Cohn, presidente del Consejo Nacional de Economía, H. R. McMaster, teniente general que asesoraba al presidente, y Nikki Haley, embajadora de EE UU ante la ONU.
El puesto que más abandonos produce es el relacionado con la comunicación y la prensa, en el que los equilibrios para explicar sin revelar nada causa estragos por la imprevisibilidad de un presidente bocazas y maniático. Una de las primeras víctimas fue Hope Hicks, que dimitió como directora de Comunicación de la Casa Blanca a pesar de haber sido asistente personal de Trump desde la campaña electoral. Y las de Anthony Scaramucci, que duró dos semanas al frente del mismo departamento, Mike Dubke, sustituto del anterior, y Sam Spicer, portavoz de la Casa Blanca. También son significativas las renuncias Reince Priebus, jefe de Gabinete; Derek Harvey, asesor sobre Oriente Medio, y Omarosa Manigualt, la única asesora presidencial de raza negra. A la lista se suman Tom Price, secretario de Salud y Asuntos Sociales, por abusos en sus gastos, Preet Bharara, fiscal federal de Nueva York destituido por la Administración Trump, Walter M. Shaub, director de la Oficina de Ética Gubernamental, por sus inevitables choques con un Gobierno que carece de ética, y hasta Angela Reid, la mayordoma de la Casa Blanca. Una lista que, en estos años, sigue engordando cada día con nuevos nombres, como Sebastian Gorka, Rob Porter, John McEntee, Brenda Fitzgerald, Scott Pruitt, Dina Powell, entre otros. ¡Y todavía faltan otros dos años para que finalice el mandato!
Pero no es la inestabilidad de sus miembros lo que causa pavor del Gobierno de Donald Trump. Es lo que hace y por lo que ha destacado en estos dos breves años de legislatura. Si lo primero muestra un desbarajuste organizativo y programático, lo segundo demuestra la irresponsabilidad y los bandazos de un poder que abarca todo un mundo que padece sus consecuencias, alterando cierto orden mundial y un equilibrio en las relaciones internacionales que podrían desembocar en conflictos de todo tipo y hasta en guerras.
Porque, aparte de la obsesión de Trump por construir un muro en la frontera con Méjico, que ha llevado al cierre parcial por segunda vez del Gobierno debido al pulso que mantiene la Casa Blanca con una Cámara de Representantes que se niega autorizar los fondos necesarios para ello, son las iniciativas implementadas por su Administración las que denotan el talante imprevisible, visceral y peligroso del actual presidente norteamericano. Una obsesión con la migración que, sin ser un problema real que ponga en peligro la seguridad nacional como él asegura, lo ha empujado a enviar el Ejército a ayudar en la defensa de una frontera que ya impide la entrada masiva de inmigrantes irregulares. A separar hijos de sus madres inmigrantes y hasta revocar la ciudadanía de aquellos, conocidos como dreamers, que nacieron en EE UU de padres inmigrantes. Incluso, despreciar y humillar a ciudadanos norteamericanos, por ser latinos, a los que ofreció rollos de papel como toda ayuda ante el huracán que devastó la isla de Puerto Rico, territorio de soberanía USA. Su equidad como gobernante y su capacidad intelectual quedan de manifiesto con estas actitudes.
Y su nivel como estadista, inconsciente del papel de EE UU en el mundo, lo evidencia su ruptura unilateral del Pacto nuclear con Irán, para impedir la construcción de armamento atómico, acordado conjuntamente con la Unión Europea y Rusia, lo que insta al régimen iraní a no respetar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Sigue dando motivos a un actor protagonista del avispero de Oriente Próximo que mantiene ambiciones de influencia en la zona y al que prácticamente entrega la plaza de Siria con la retirada sin acuerdo de las tropas de EE UU que actuaban en la coalición contra el terrorismo y la ofensiva del Estado Islámico. Precisamente, el primer ataque ordenado por Trump fue a una base y centros sirios donde fabricaban y almacenaban armas químicas utilizadas por el ejército de Damasco contra una población rebelde. Aquel ataque, coordinado con Reino Unido y Francia, presuntamente puntual, limitado y quirúrgico, apenas alteró un conflicto que enfrenta a gran cantidad de facciones e intereses cruzados, y en el que Rusia e Irán juegan un papel fundamental proporcionando ayuda a Bashar el Asad, frustrando cualquier amenaza por derrocarlo. ¿De qué sirvió aquel alarde militar?
Casi al mismo tiempo, EE UU lanza, no se sabe por qué, una “superbomba” (la mayor bomba convencional no nuclear) sobre Afganistán, cuyos daños al ISIS resultan más propagandísticos que efectivos, máxime en un país en el que la amenaza talibán es infinitamente mayor que la del Estado Islámico. Aparte del efecto mediático, se ignora qué objetivo perseguía ese otro alarde militar de la era Trump.
Queriendo mostrarse pacifista tras esos arrebatos bélicos, Donald Trump se empeñó y consiguió reunirse con el tirano de Corea del Norte, país con el que formalmente sigue en guerra, a fin de lograr algún acuerdo para que deje de amenazar con sus misiles balísticos y sus bombas nucleares. Previos insultos mutuos, firmaron un compromiso que está pendiente que se materialice en hechos que se puedan comprobar. Tampoco aquí existe una política internacional basada en algo que no sea un impulso repentino del ocupante del Despacho Oval. Como lo fuera su orden de retirada del Acuerdo de París sobre el cambio climático, en el que no cree porque le impide explotar a su antojo los bosques y fondos marinos donde existan yacimientos petrolíferos, y el incumplimiento, por el mero hecho de haber sido logrado por Barack Obama, del Tratado Transpacífico (TPP) acordado con países de Asia para crear una zona de comercio. También obligó a la renovación del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México (TLCAN) que, salvo matices, apenas cambia sustancialmente el anterior, porque ni se van a fabricar más coches ni elaborar más mantequilla en EE UU. Pero el hueso duro lo ha probado con China, con la que mantiene una guerra comercial, imponiéndose recíprocamente aranceles, que empieza a perjudicar a empresas norteamericanas líderes en el mundo, como Apple. Con todo, no se puede negar que la economía de EE UU marcha bien, más por los vientos a favor y las inercias que por estas medidas aislacionistas y unilaterales del Gobierno Trump, que causan perturbación y desconfianza en los mercados.
Disturbios en Charlottesville
Tras dos años en el poder, mantiene el mandatario norteamericano sus fobias, reduciendo las regulaciones legales que pretenden preservar el Medio Ambiente, desmontando el Obamacare (seguridad médica) que deja sin asistencia ni protección a millones de ciudadanos sin recursos, trasladando la embajada de EE UU a Jerusalén en claro apoyo a la política sionista de hechos consumados contra los palestinos de Netanhayu, no renovando el Tratado de Armas Nucleares de Medio y Corto Alcance (INF), rubricado por en 1987 por Ronald Reagan y Mijaíl Gorvachov, pero del que acusa a Obama de no romper ante los supuestos incumplimientos de Rusia, y hasta “comprendiendo” la violencia racial contra los negros por los supremacistas blancos, en casos como el sucedido en Charlottesville (Virginia), donde murieron tres personas y más de treinta resultaron heridas por los disturbios.
Este es el balance a vuela pluma de los dos primeros años del mandato de Donald Trump, un presidente que, a buen seguro, seguirá ofreciendo motivos para la preocupación y la intranquilidad en su país y en el resto del mundo. Sus relaciones con la trama rusa de injerencia en las elecciones en que salió elegido, cuya investigación trata como sea de frenar; su familia a la que inmiscuye en su gestión; sus negocios que son incompatibles con su cargo; su forma impulsiva de actuar como si el Gobierno fuera una empresa de su propiedad; su ideología más que conservadora, radical y populista; su xenofobia de marcada tendencia racista; su obsesión en destruir el legado del anterior presidente; su misoginia y antecedentes con la prostitución de lujo; su odio a los Demócratas, en especial a Hilary Clinton, más por mujer (inteligente) que por demócrata, a la intenta criminalizar a cualquier precio; su desprecio a la prensa, a la que acusa de fabricar noticias falsas cuando le cuestiona y corrige (piensa el mentiroso que todos son de su condición) y hasta su inexperiencia y mediocridad, que tanta vergüenza provocan, más la desconfianza que exhibe con aliados y adversarios, harán que los dos años restantes de su mandato sean igual o más excitantes que los pasados, si ello no supusiera un riesgo terrible para quien no sea norteamericano, blanco y rico.   

viernes, 11 de enero de 2019

Frío y memoria

El invierno, fiel a su condición, nos obsequia con una muestra de su helado aliento que deja los campos cubiertos de escarcha y la piel tiritando bajo los abrigos y las mantas. Un aire polar recorre el continente para visitar lo que se esconde a resguardo de los Pirineos y mira de frente a África y sus costas cálidas, de las que, sin embargo, huyen quienes prefieren el frío a la miseria. Ese soplo gélido pero seco congela ríos y estanques, propiciando días de inmaculados cielos azules hacia los que asciende, como un garabato, la vaharada de la respiración. Nada es excepcional ni extraño, salvo los lamentos de los desmemoriados que olvidan que en invierno hace frío y que de la muerte y el hambre siempre se intenta escapar aunque se pague con la vida. Los inmigrantes y refugiados son los que en verdad sufren las consecuencias de este clima inhumano que nos azota, más terrible aún que el aire polar que hiela nuestros corazones.

jueves, 10 de enero de 2019

¿Qué les une?

 
Los tres personajes de este comentario tienen en común algo más de lo que la actualidad destaca. Son tres políticos predestinados a confluir en ese pacto que hará que el Partido Popular consiga, al fin, gobernar la Junta de Andalucía, tras 36 años de gobiernos socialistas ininterrumpidos. No es que procedan de formaciones distintas para, mediante una coalición mixta gobierno-parlamentaria, unir sus votos y desalojar al PSOE del poder en Andalucía. No. Es algo genético, que llevan en la masa ideológica de la sangre, y no meramente coyuntural. Les une, fundamentalmente, que los tres son frutos que brotan del Partido Popular, donde iniciaron sus carreras políticas como criaturas de una derecha que hoy los reúne para conquistar un feudo que se le resistía. Indudablemente, no es que tengan notables diferencias entre ellos, sino temperamentos diferentes como hermanos que comparten, cada cual a su modo, una mentalidad que les lleva a unir sus fuerzas para combatir y abatir al viejo enemigo de la familia: el socialismo y sus políticas de igualdad. Y están a punto de conseguirlo. Después de escenificar diferencias y desacuerdos de no más de 24 horas, juntos se presentan como el “cambio” en Andalucía, plagiando aquel lema que sirvió a Felipe González para llevar el socialismo al Gobierno de España, por primera vez en democracia, en el año 1982. Y, ¡vueltas de la vida!, les sirve hoy, precisamente, para que la derecha reconquiste el timón de un territorio que siempre le había dado la espalda. Les une, pues, algo más que un pacto: son ramas del mismo árbol de la derecha sempiterna de España, que consigue enraizar y dar frutos en Andalucía. Enhorabuena, familia.

Juan A. Marín Lozano: gaditano, empresario y político que inició su carrera en la cosa pública en Alianza Popular, la marca fundada por Fraga de la que deriva el Partido Popular, para, tras los bandazos que dictan las circunstancias, acabar como representante de Ciudadanos en Andalucía y ganar, como premio, la vicepresidencia de la Junta de Andalucía.
Juan M. Moreno Bonilla: catalán de padres malagueños, se afilió adolescente en el Partido Popular, en el que ha escalado todos los peldaños, desde las Nuevas Generaciones, pasando por concejal de Málaga, Secretario de Estado, diputado autónomo, hasta presidente del partido en Andalucía, para finalmente auparse como póximo presidente del Gobierno de Andalucía, justamente cuando menos se lo esperaban en su partido y menos votos había cosechado para lograrlo. ¡Cosas de la aritmética parlamentaria!
Francisco Serrano y Santiago Abascal
Santiago Abascal Conde: bilbaíno e hijo de un miembro histórico de Alianza Popular. También en su adolescencia se inscribió en el Partido Popular, en el que llegó a presidir las Nuevas Generaciones del País Vasco, ser concejal del Ayuntamiento de Llodio (Álava) y diputado de repuesto en el Parlamento de aquella comunidad autónoma. Funda Vox para recuperar las esencias que el Partido Popular, según dice, ha ido perdiendo y que lo obligan abandonar las siglas en las que militaba su padre.
Francisco Serrano: madrileño, juez inhabilitado por prevaricador y al que no dejan volver a la carrera judicial. Como “delegado comercial” de Vox en Sevilla, por sus profundas convicciones contra la igualdad de género (“hembrismo” y “yihadismo de género”), la Memoria Histórica (“Memoria histérica”), partidario del PP y de Provida (contra el aborto), es quien, como buen mandado, firma el pacto en el Parlamento andaluz entre las tres ramas de la derecha (Partido Popular, Ciudadanos y Vox) para sentar en el Palacio de San Telmo al candidato preferido de la familia, al presidente andaluz del Partido Popular.  ¡Alea iacta est!

martes, 8 de enero de 2019

Miedo a la libertad

La libertad y el progreso causan temor por lo desconocido que deparan y las pérdidas que podrían ocasionarnos. La incertidumbre de todo avance nos hace buscar refugio en las certezas de lo conocido, de lo establecido. El progreso, como la inteligencia, es fuente de vacilación porque remite a posibilidades ignotas y a replantear esquemas, establecer nuevas relaciones con nosotros mismos y con nuestro entorno, incluso a desprendernos de las creencias que considerábamos sólidas e inmutables. Existe miedo a avanzar como da miedo saber más de cualquier cosa, una enfermedad por ejemplo, puesto que nos vuelve inseguros y vulnerables frente a todo lo que ignoramos y no comprendemos. Cuanto más progresamos y aprendemos, más evidente se hace la inmensidad de lo que desconocemos o la lejanía de lo que buscamos. Llega un momento en que nos comportamos, haciendo alusión a Erich Fromm*, exteriorizando un indisimulado miedo a la libertad y, por tal motivo, buscamos protección en el burladero de lo convenido aunque sea retrógrado, echamos anclas que inmovilizan el presente en lo manido, lo tradicional. Por eso dudamos y damos pasos atrás, tanto como comunidad como individuos.

La construcción de una Europa unida y la cesión de soberanía a un ente supranacional despiertan recelos en algunos Estados temerosos de perder identidad y autonomía, debido a que muchas decisiones se adoptarán en instancias continentales. Y, a pesar de las bondades de formar parte de una unidad de mayor peso, desde cualquier punto de vista (político, comercial, económico, militar, industrial, agrícola, educativo, monetario, cultural, social, etc.), emerge ese miedo que los hace desconfiar del proyecto común europeo y temer que la identidad nacional se disuelva, los intereses específicos se desatiendan y la soberanía nacional quede condicionada a directrices comunitarias. Entonces surgen los nacionalismos radicales que intentan la vuelta atrás, el retorno al estado-nación en constante enfrentamiento con su entorno, donde busca extender su idiosincrasia y, también, imponer sus exclusivos intereses. Ultras que no quieren Europa si no es una réplica exacta de su país, que no aceptan deberes para obtener derechos compartidos y que prefieren la insolidaridad antes que estar sujetos a normas y procedimientos comunitarios.
Es el caso del Reino Unido y su brexit (salida de la Unión Europea) insensato y desastroso, pero también de Italia, de Hungría, de Polonia y, tal vez, de España cuando la ultraderecha consiga condicionar el Gobierno. Estos países muestran miedo de avanzar hacia una unión más firme y profunda que haga de Europa un interlocutor internacional con una sola voz y una fortaleza continental incuestionables. Y utilizan cualquier excusa para propalar sus mensajes de odio y supuestos agravios, como la presión migratoria, el control del déficit presupuestario, los acuerdos comerciales que perjudican a determinados sectores, la libre circulación de personas en toda la unión, etc. Subrayan los inconvenientes y obvian las ventajas a la hora de elaborar discursos de rechazo a Europa y defensa maniquea de lo nacional, de un nacionalismo trasnochado y desintegrador, impropio de los tiempos que corren. Frente al miedo al progreso colectivo en una Europa unida, proponen el retorno al viejo nacionalismo intransigente, excluyente, aislacionista y retrógrado del que Vox, Le Pen, Salvini, Urban y tantos otros obtienen réditos electorales y triunfos políticos. No es nada nuevo, sino caer en los mismos errores que, como recordara, en 1941, Stefan Sweig en su libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo (Acantilado, 2017), desmembraron Europa entre dos guerras mundiales a causa de “la peor de las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea” (p.13). Entonces, como hoy, “las fuerzas que empujaban hacia el odio eran, por su misma naturaleza vil, más vehementes y agresivas que las conciliadoras” (p. 262). De ahí su éxito y efectividad.
Pero también como individuos tenemos miedo a la libertad, a la igualdad, a la responsabilidad. Y escogemos una seguridad, supuestamente amenazada por multitud de peligros, en detrimento de libertades y derechos que tanto costaron conquistar. Por eso entregamos nuestra confianza a la derecha del capital y la iglesia cuando se tambalean el trabajo y la economía de los que depende nuestra subsistencia. Cuando, como trabajadores oprimidos por la precariedad, fiamos nuestro porvenir en quienes representan el liberalismo económico que nos empobrece, limita derechos laborales y recorta prestaciones públicas. Cuando, en poblaciones que basan su economía en una industria agropecuaria que demanda inmigrantes, porque no halla mano de obra suficiente entre los nativos, votamos partidos racistas y xenófobos. Cuando, comportándonos como hombres acomplejados y mujeres incoherentes, despreciamos las políticas de género y de protección contra la violencia machista por considerarlas una ideología que atenta contra el patriarcado y una concepción subordinada de la mujer en las relaciones de pareja. O cuando, en tanto particulares bombardeados de información superficial, consideramos un ultraje a nuestro patriotismo de balcón que otros territorios anhelen un mayor reconocimiento a su singularidad o particularidad identitaria.  Incluso cuando, olvidando la ubicación periférica de nuestro país, deploramos la presión migratoria que sufre la frontera y exigimos su impermeabilización y la expulsión del migrante pobre o del refugiado que huye.
Manifestamos como individuos, en todos los casos, miedo a la diversidad, a la igualdad y a la fraternidad cada vez que exteriorizamos actitudes egoístas, intransigentes, supremacistas, excluyentes y acopiadora de privilegios. Tenemos miedo a avanzar en derechos y libertades que reconozcan, a todos, ser libres e iguales, sin importar lugar de nacimiento, color de piel, sexo, religión o lengua. Es decir, cuando alcanzamos una libertad que nos exige responsabilidad y que cuestiona nuestro anquilosado sistema de valores, desconfiamos de ella y tomamos decisiones influenciadas por las convenciones o la presión social. Y, aunque ninguna de las amenazas que nos hacen creer que penden sobre nuestra sociedad, sobre ese “nosotros” tan diferenciado de “los otros”, sean siquiera reales, las asumimos como percepciones propias para participar de lo que supone debemos desear: menos libertad a cambio de un simulacro de seguridad que nos hace retroceder en derechos.
De esa sensación de vulnerabilidad y las frustraciones que genera se valen los populismos para manipularnos y hacernos creer que somos dueños de una libertad amenaza por los “otros” y, por consiguiente, necesitada de defensa. Y ellos, claro está, están prestos a defenderla mediante el odio, el sectarismo y el egoísmo más irracionales que emanan, precisamente, de nuestro miedo a la libertad.
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*El miedo a la libertad, Erich Fromm. Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1975.

domingo, 6 de enero de 2019

Nada que celebrar

Acaba de iniciarse un año nuevo que ya envejece y, dentro de doce meses, finalizará sin aportar más novedad que seguir todo igual. Los pobres, luchando por escapar de la pobreza y los ricos, acumulando riquezas. Manteniendo sus mentiras los cínicos, mientras los ingenuos siguen creyéndoselas. Prometiendo paraísos las religiones, las guerras haciendo del infierno la Tierra y la política asegurándose de que siga así. Los niños engañados con los Reyes Magos, y sus padres engañados en los trabajos, y todos confiando en que no se rompa la ilusión. La libertad regulada por leyes, y la dignidad, sumisa al mercado. La igualdad y la fraternidad, banderas al viento, y el Medio Ambiente, impuestos para seguir destruyéndolo. La vida, una voluntad contra la realidad de la muerte, que los poderosos disfrutan y los desfavorecidos padecen. Y esa es toda la novedad, viejo amigo.