Cicerón refuta las acusaciones contra la senectud recordando
que las acciones más valiosas no se llevan a cabo con el ímpetu ni con la
agilidad de los cuerpos, sino con el conocimiento, la competencia y el juicio
de los que la vejez suele estar sobrada. Que no borra la memoria, sino que ésta
nos abandona por no usarla, que perdemos destrezas cuando perdemos previamente
el interés y la dedicación. Que no quita la salud, pues la salud es labor de
una vida, y que hay que cultivarla desde que se nace para no echarla en falta
en la vejez. Que arrebata placeres, cuando podría ser el exceso de los mismos
lo que se lleva, puesto que no faltan placeres sutiles en la edad avanzada para
el alma sensible que no se halla atada a los tiránicos. Que vuelve a los
hombres irascibles, huraños, retrógrados y avaros, cuando esas lacras vienen con cada uno y no con la vejez. Y a
los que la consideran próxima a la muerte, les recuerdas que ésta se puede
presentar a cualquier hora, por lo que el anciano tiene a su favor que no haya
sido pronto.
Hoy, coincidiendo con el inicio del año, cumplo 66 años con el
mismo propósito con que me he guiado siempre: aprender. O, citando otra vez a los
clásicos, “cada día envejecer aprendiendo, ganando, haciéndome mejor”. Son los
deseos que expreso cada Año Nuevo, una especie de `felicitación´ vital que me
hago a mí mismo, y que he tenido la fortuna, en esta ocasión, de recibir con el
libro: De senectute política, de
Pedro Olalla (Editorial Acantilado), que me ha alegrado felizmente el
cumpleaños y de donde he extraído el contenido de este comentario. ¡Que 2019
contribuya al enriquecimiento y felicidad de todos!
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