Juan José Cortés |
En nuestra
sociedad, la sociedad occidental capitalista, hecha para el consumo, cualquier
iniciativa u obra ha de ser rentable, brindar beneficios. Todo producto,
manufacturado o no, ya sea un bien o un servicio, ha de perseguir el lucro o,
cuando menos, la “sostenibiidad” para que sea viable. Desde un bolígrafo, una
patata, un antibiótico, un abrigo, una composición musical o un museo, todos
están sometidos a esta ley de la rentabilidad, a la economía de mercado. Y una
de las estrategias publicitarias para que cualquier elaboración humana llegue a
las masas de consumidores es el espectáculo, es decir, provocar la expectación
y convertir en atrayente lo que se ofrece para hacer que el consumidor adquiera
un producto mediante un impulso emocional más que por una estricta necesidad
racionalizada. Es por ello que Guy Debord definió nuestra era, en 1967, como la
civilización del espectáculo*, en la
que lo que predomina es el entretenimiento, la diversión y el “aligeramiento”
cultural. Toda acción o iniciativa que surja en una sociedad espectacularizada debe tender hacia ese
objetivo de distracción, de representación que privilegia la imagen sobre la
idea, lo frívolo sobre grave y la banalidad sobre lo serio, ya que sólo así,
empobreciendo el pensamiento, puede la gente, creyendo divertirse, seguir comportándose
como un consumidor obsesivo de mercancías innecesarias, un consumidor de
ilusiones. No es casual, por ejemplo, que los programas de más audiencia sean los
de cocina o de moda, sin citar los dedicados a una actualidad de cotilleos e
intrigas del corazón. Y que la prensa de mayor difusión sea la deportiva.
Nada escapa
al mercado y sus dictados lucrativos. Hasta el dolor, el sufrimiento y las
desgracias son susceptibles de la `espectacularización´ en nuestra sociedad de
consumo. Máxime si el hecho se convierte en noticia que, por definición, ha de
interesar a la opinión pública y, mejor aún, ha de conmoverla para captar su
interés durante todo el tiempo posible. Pero una cosa es que cierto periodismo,
desgraciadamente el más común, estire la notoriedad de cualquier noticia
durante días, echando mano incluso del morbo en asuntos luctuosos y tratando
como noticia detalles o cuestiones que nada añaden al hecho en sí, con tal de
ganar lectores e incrementar las ventas. Y otra que personas, que se vieron
envueltas en los acontecimientos, los utilicen para mantener la estima social, obtener
beneficios laborales o económicos y hasta para erigirse en guías anímicas,
legales y mediáticas de otras víctimas de sucesos semejantes, ejerciendo de
verdaderos “profesionales” de la aflicción. Esta es, exactamente, la impresión
que causa el padre de Mariluz desde hace años.
Juan José
Cortés, padre de esa niña de cinco años que un pederasta secuestró y asesinó,
tras intentar abusar de ella, en 2008, no ha dejado de luchar para que se
mantenga la prisión permanente para esta clase de delitos y de estar presente
en todos los casos de la misma naturaleza que posteriormente han acontecido en
nuestro país. Una actitud comprensible aun cuando la justicia apresó, juzgó y
castigó al asesino de su hija.
Junto al líder del Partido Popular. |
Es comprensible,
también, que esa lucha para que no se derogue la pena de prisión permanente
revisable le acerque ideológicamente al Partido Popular, alineándose con él en
esta materia y recibiendo de él el apoyo necesario para ampliar su mensaje a la
opinión pública. Pero lo que resulta menos comprensible es que este vendedor
ambulante, a quien un asesino le arrebata una hija, haga carrera política de su
dolor y desgracia. No se cuestiona que comparta un ideario, sino que la
politización de las víctimas le permita acceder a puestos de asesor y
personal de confianza para problemas de exclusión social en instituciones
públicas, como el que ocupó en el Ayuntamiento de Sevilla, contratado bajo el
mandato de Juan Ignacio Zoido, alcalde del PP, demostrando, de esta manera, una
simbiosis oportunista con un partido en la que ambos persiguen réditos a costa
del repudio de la población a estos actos execrables. O que le posibilite,
finalmente, materializar su entrada oficial en la política de la mano de ese mismo
partido, en cuya última convención participó activamente, con el encargo de
trabajar en la no derogación de la Ley de Prisión Permanente Revisable y en la
Ley del Menor como si fuera un experto en Derecho Penal, según informa El Cierre Digital.
Tampoco se critica la obsesión mediática de Juan José Cortés por mantener la expectación
popular sobre esta clase de crímenes, presentándose personalmente junto a familiares
de Diana Quer, Gabriel Cruz o Laura Luelma -una joven, un niño y una profesora
víctimas de asesinos machistas y de una madrastra también asesina- como si
fuera un psicólogo más de los que prestan socorro psíquico a las familias que
sufren este tipo de desgracia. Pero que no deje pasar la ocasión para aparecer públicamente al lado de los padres de un niño que accidentalmente cayó por el agujero de una perforación
de agua mal tapada en Málaga, pone en evidencia, no su solidaridad ante la
tragedia, sino su interés por la espectacularización de un hecho luctuoso,
fortuito y del que nadie tiene culpa. Demuestra un afán desmedido por acaparar
una atención que no respeta el dolor ni la conmoción de quienes padecen un golpe
tan duro, sea el que sea, con el inconfesable propósito de “vender” su estatus social
de “profesional” de la aflicción y, de paso, su interés en ganar la confianza ciudadana
hacia una determinada opción política que le apoya.
Juan José Cortés y el padre del niño de Málaga. |
Sólo así puede
entenderse que, una persona que soportó el asesinato de su hija, se valga del espectáculo mediático de la pena, propia o ajena, para ascender en la escala
social y el reconocimiento público. Aparte de verse envuelto en un caso de tiroteo
en el barrio donde vive y estar acusado de tenencia ilícita de armas y
amenazas, del que salió absuelto por la oportuna confesión de un familiar que
asumió la autoría de los hechos, este pastor evangelista, por su popularidad,
ha podido fundar su propia Iglesia Evangélica Ministerio Juan José Cortés,
gracias al ahínco en convertirse en un profesional de la aflicción. Lo ha
demostrado claramente con su rápida presencia en el desgraciado accidente del
niño de Málaga, haciéndonos que muchos nos hiciéramos la misma pregunta: ¿Qué
hace allí este hombre? Vende su producto.
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* Sobre esto, cfr. Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo. Alfaguara, 2012.
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