Un gobierno para
España. Ojalá 2019 traiga un gobierno estable, transparente y transformador
que consiga conducir al país hacia objetivos de crecimiento económico, progreso
material y bienestar social, sin dogmatismos ni demagogias. Un gobierno con
apoyos parlamentarios suficientes, que no mayoría absoluta, para pactar un
programa de modernización, eficacia y equidad de la sociedad española, que
permita mayor justicia, igualdad de oportunidades y recursos para todos los
ciudadanos, independientemente de su condición. Un gobierno que construya un
país en el que cada cual pueda desarrollar sus habilidades e idear un proyecto
de vida sin más dificultad que ponerse a ello mediante el estudio y el trabajo.
Un gobierno abierto y dialogante para un país de españoles con diversidad de
pareceres, costumbres e idiosincrasias que enriquecen al conjunto. Un gobierno
exento de sectarismos, sin tacha y dedicado por completo a cumplir con su deber
y no a contentar a sus fieles ni actuar en función de las encuestas. Un
gobierno que se abra a todos los españoles y nos abra al mundo para participar
de una globalización que no debe ser sólo comercial o económica, sino también
cultural y social, posibilitando un espacio sin fronteras para competir y
compartir sueños y oportunidades. Un gobierno con un proyecto de futuro, no
administrador de la coyuntura. En definitiva, un gobierno para un país como el
nuestro, rico en historia, cultura y recursos y que es la octava potencia
económica del planeta. Nos merecemos un gobierno a la altura del país.
Un gobierno para
Andalucía. Andalucía, la región más poblada del país, ha tenido una mala
suerte histórica que ha lastrado su desarrollo. Ha tenido que partir del
caciquismo feudal para acceder a una autonomía que le fue regateada en los
inicios de la democracia. Ese hándicap
de tierra colonizada por unos, sumida en el subdesarrollo por otros, amarrada a
la dependencia cuasi colonial por los detentadores del capital y la política,
le hizo confiar en quienes interesadamente la defendieron cuando las libertades
aflojaron sus ataduras y pudo aspirar a ser tratada en igualdad al resto de
territorios del Estado. Y aunque los socialistas han modernizado sus pueblos, han
ampliado infraestructuras, han intentado una reforma laboral que la libere de
latifundios y han potenciado su economía, no ha sido suficiente y, sobre todo,
han caído en los abusos que cometen los señoritos: creer que Andalucía era suya
y para los suyos. Y tras 36 años gobernando la comunidad, acaban de perder la
mayoría necesaria para seguir haciéndolo. La conjunción de las derechas,
incluida la ultra de extrema derecha, le ha arrebatado la posibilidad al PSOE de
continuar en el gobierno. Pero si es bueno la alternancia, para evitar la
patrimonialización de las instituciones, es malo cambiar a peor. Un nuevo
gobierno para Andalucía condicionado por un partido radical, misógino,
antiautonómico, racista y ultranacionalista no puede ser solución para el
recambio del socialismo, máxime cuando exige a cambio de su apoyo la
eliminación de las ayudas contra la violencia machista que sufre la mujer, está
en contra de la memoria histórica, quiere expulsar sin miramientos a los
inmigrantes, pretende vaciar de contenido al gobierno autónomo renunciando a
algunas de sus competencias y, si lo dejan, impondría volver a cantar el Cara al sol (himno fascista) en las
escuelas. Andalucía necesita un gobierno sin mácula ni sospecha. Un gobierno
que mejore lo que se deba mejorar, sin revanchismos ni purgas. Un gobierno que
dé un empujón a la Comunidad hasta auparla al nivel en educación, sanidad e
industria de las más desarrolladas del país. Un gobierno fuerte que la saque
del marasmo de la burocracia y del clientelismo político, cultural y económico
para situarla entre las regiones con mayor dinamismo y potencialidad de Europa.
Un gobierno fiel a su compromiso por Andalucía y responsable ante los
andaluces, sin tutelas ni con Madrid ni con nadie, pero solidario con todos, en
especial con los más desfavorecidos. Un gobierno que crea en Andalucía y no la
utilice como palanca para alcanzar otros objetivos. Un gobierno de, por y para
una región vasta, diversa y plural, pero con una riqueza inconmensurable en su
patrimonio histórico, cultural, agrícola, turístico, pesquero, mineral,
emprendedor, innovador y en sus gentes. Andalucía merece un buen gobierno para
crecer con más rapidez y lograr un desarrollo que erradique el paro, la pobreza
y los prejuicios con que es identificada desde los estereotipos y la ignorancia.
La mayor región de España ha de tener un gobierno que la convierta en la
locomotora del país, por su peso demográfico, su voluntad transformadora, su
riqueza natural y su ejemplo de cohesión de la diversidad en la unidad estatal.
Un gobierno para
Cataluña. Los conflictos que dividen dramáticamente a la sociedad catalana
han de poder ser tratados desde el respeto a la legalidad, la voluntad de
diálogo y de manera pacífica, sin animadversión y violencia. También con
amplitud de miras y mutua comprensión, teniendo siempre presente hasta dónde es
posible llegar sin romper las reglas democráticas de juego, sin violar las
leyes e ignorar la Constitución. Sin tremendismos ni irredentismo, con lealtad
institucional y capacidad intelectual para conocer la historia y reconocer la
evolución histórica que posibilite una lectura fidedigna del presente. Y para
ello hace falta un buen gobierno en Cataluña, que gobierne para el bien común y
no que administre la estrategia rupturista de una minoría, por amplia que sea.
Que respete los deseos y ambiciones de todos, no sólo de los independentistas.
Que defienda los derechos y libertades de la totalidad de catalanes y que no se
limite a propiciar, propagar y proteger a los que hacen de la estelada un motivo de división y
enfrentamiento, una bandera para el sectarismo y la exclusión, una enseña de
odio y no de convivencia. Cataluña necesita sosiego y paz y un gobierno que
trabaje para ello, que persiga armonizar la pacífica convivencia con las
legítimas aspiraciones de mayor autogobierno y hasta de una configuración
distinta del Estado de las Autonomías que sea más parecida a uno federal. Un
gobierno que evite la confrontación estéril en beneficio del progreso y
desarrollo de la comunidad, para que no huyan más empresas de la región y la
modernidad, no sólo arquitectónica, siga siendo una de sus señas de identidad.
Un territorio donde el catalán, el vasco, el gallego y el castellano sean
sinónimos del español, de la riqueza también lingüística que poseemos, y no
distingos infranqueables de división y dogmatismo, más altos que los Pirineos.
Un gobierno que haga una Cataluña fuerte dentro de una España vigorosa en una
Europa unida.
Un tren para
Extremadura. Es incomprensible que Extremadura no disponga, tras 40 años de
una democracia que ha descentralizado el Estado, de vías ferroviarias
electrificadas y de alta velocidad como el resto del país. Que sus trenes
sufran de unos ramales estrechos y antiguos que los hacen ir más despacio que
un coche y, con demasiada frecuencia, tener accidentes de diversa consideración
que convierten cada viaje en una odisea. Viajar en tren por Extremadura es lo
más parecido a viajar en locomotoras de vapor, cuando su velocidad era superada
por un caballo al galope, las averías eran cotidianas y el bienestar de los
viajeros se limitaba a bancas de madera. Casi, casi, es la actual red
ferroviaria de Extremadura, región castigada por la desidia gubernamental de la
nación y por una concepción radial de las infraestructuras, que convierte a
muchas de ellas en insostenibles. Lo que no se entiende es que se construyan
vías de Ave hasta Lérida, por ejemplo, y no se puedan construir hasta Badajoz
si no llegan hasta Lisboa. O que, al menos, no se electrifiquen y renueven las
viejas vías, muchas de ellas con traviesas aún de madera, para que circulen
trenes modernos y de media velocidad. Aparte de otras necesidades que se cubren
para permitir que las regiones accedan al desarrollo, Extremadura precisa de un
tren como el que disfrutan las demás autonomías del país. Si, además, fuera diseñado
atendiendo a las particularidades de un territorio con más tráfico y
desplazamientos de norte a sur que de este a oeste, sería actuar con la lógica,
atendiendo a la demanda real de los ciudadanos y a los flujos económicos y
comerciales de la región. No sé si eso será pedir demasiado. Pero lo cierto y
perentorio es que Extremadura necesita el tren, y lo necesita ya.
Fin de la violencia
de género. Asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas y asesinatos
de mujeres por desconocidos que abusan de ellas para después matarlas. Existe
en nuestro país una intolerable tendencia hacia el feminicidio, a asesinar a la
mujer por el mero hecho de ser mujer, que es necesario frenar y erradicar. Una
violencia que arrastra un número de víctimas mayor que la del terrorismo de
ETA, pero que no percibimos de la misma gravedad y casi acostumbrados a que medio
centenar de mujeres mueran cada año a manos del machismo asesino como si fueran
accidentes inevitables de carretera. Ni la educación, ni el nivel económico ni
la libertad, conquistas extendidas a toda la sociedad, han proporcionado a las
mujeres el respeto escrupuloso a su igualdad y dignidad. Siguen siendo
consideradas ciudadanas de segunda clase, hasta en los salarios, o simples
objetos de satisfacción para los hombres-macho. Ya es hora de atajar esta
lacra y poner medidas contundentes que castiguen con dureza cualquier atentado
contra la mujer, ya sea abuso, maltrato, violación o asesinato, para que ningún
hombre, que confunde igualdad con debilidad y virilidad con animalidad, se crea
con derecho a imponer su santa voluntad o desfogar sus más bajos instintos
sobre ninguna mujer. Hay que poner fin a la violencia de género.
Un trabajo digno.
Si la recuperación económica registra datos de franco beneficio para las
empresas y el sistema financiero, también debería favorecer el empleo y los
salarios. La austeridad, tal vez inevitable en momentos de crisis, ha de ser
sustituida por la restitución de derechos y condiciones laborales existentes
antes de su estallido. Se ha de recuperar el trabajo estable y la remuneración
acorde con la productividad y los beneficios empresariales. Las medidas
excepcionales adoptadas durante la última crisis financiera deberán ser
anuladas cuando esta finaliza y comienza un ciclo de expansión y crecimiento.
Una economía es sólida cuando el trabajo que genera es igualmente sólido y
estable, sin descansar en una volatilidad laboral que castiga al trabajador innecesariamente
para reducir costes. Si el mercado laboral no corrige sus desequilibrios, será
necesario regularlo para evitar abusos y atropellos de los derechos de los
trabajadores. Ya es hora de recuperar un trabajo y un salario dignos para que
la recuperación alcance a todos.
Un futuro para los
jóvenes, que exista un porvenir de esperanza para quienes ahora se preparan
para tomar el relevo a la generación que les precede. Un horizonte para los que
se afanan en sus estudios, para los que luchan por un puesto de trabajo, para
los que aspiran a emprender un proyecto de vida y ven imposible adquirir una
vivienda, convertida en mercancía de especulación antes que en derecho
reconocido. Sin renovación generacional no hay sociedad que perdure cohesionada.
Por eso hay que asegurar el día de mañana de los jóvenes, de confiar en sus
capacidades y de facilitarles la consecución de sus sueños e ilusiones. Que
todos nuestros esfuerzos se concentren en dejarles un mundo mejor, una España
que les motive a formarse y aportar su contribución imprescindible cuando les
corresponda. Hay que ofrecer un futuro prometedor y sin nubarrones a nuestra
juventud.
Una sanidad y una
educación públicas que, no solo sirvan para redistribuir la riqueza
nacional, sino para extender la igualdad de oportunidades a toda la población y
como palancas de mejora social y equidad. Una sanidad accesible a todos los
ciudadanos que los ayude a recuperar la salud en tiempo y forma, y una
educación que alimente el afán de conocimientos y los estudios académicos de
quien tiene disposición de formarse, aunque no disponga de medios o recursos.
Que ni la salud ni la educación sean obstáculos para el desarrollo integral de
las personas, independientemente de donde vivan o de cualquier otra condición,
sino simplemente por ser españoles.
Una vejez confortable,
es lo menos que se le puede desear a nuestros mayores cuando ya dejan de ser
“activos” para la sociedad. Que dispongan de unas pensiones que garanticen su
sustento y necesidades, sin que estén continuamente cuestionadas por la
coyuntura económica. Establecer un sistema público de pensiones que sea
estable, equitativo y sostenible para que ningún anciano, independientemente de
sus cotizaciones, se sienta desamparado y sin un lugar donde caerse muerto.
Pero más allá de lo material, hay que procurar que la senectud esté reconocida como
estadio de la experiencia, de la autoridad, de la madurez. Que la vejez no sea equivalente
de inutilidad o decrepitud, sino referencia útil y serena para los “activos” de
la comunidad, empezando por la familia, libres ya de la fogosidad impaciente de la
juventud. Que nuestros viejos disfruten de una tercera edad confortable, sin
exclusión social y con aprecio de lo que dieron y de lo que todavía pueden
aportar con sus consejos, colaboración, conocimientos y larga experiencia.
Tengámoslos en cuenta y no los arrinconémoslos en asilos que asemejan trasteros
humanos.
Barrer la corrupción
de la actividad política y económica. Que las prácticas corruptas sean lacras
de tiempos pretéritos y de políticos expulsados de todos los partidos e
instituciones. Que la transparencia y los controles impidan cualquier tentación
de engaño y fraude, y que la mera sospecha de ilegalidad, irregularidad o
corrupción acarree el descrédito y la condena de cualquier tramposo en
cualesquiera actividad que desenvuelva. Que ningún enriquecimiento ilícito
vuelva a ser tolerado ni percibido como virtud por la sociedad. Y que el nuevo
año sea el tiempo de los honrados y decentes en todos los aspectos de la vida.
Los ultras caigan en
la insignificancia, sean de derechas o izquierdas, por ser residuales y
patéticos con sus idearios sectarios, racistas, misóginos, supremacistas,
antidemocráticos y reaccionarios. Que su misma radicalidad los condene a no
alcanzar nunca gobiernos e instituciones desde donde propagar sus mensajes de
odio y de retroceso en derechos y libertades. Y que carezcan de influencia sobre
el miedo e inseguridades de la gente, que no tengan capacidad de manipularlas
para conseguir sus fines retrógrados. Que existan como rémoras de un peligro
que acecha nuestra democracia y convivencia y que nos obliga a mantener una
alerta constante para defenderlas cada vez que votamos.
Una cultura de
emancipación, no de sumisión y pensamiento único, que contribuya a ampliar
miras, expandir horizontes, abrir cerebros, crear criterio propio, romper
ligaduras que atan a lo establecido, a lo tradicional, a los convencionalismos,
y que dé alas a la creación artística y a la libertad de pensamiento. Una
cultura de emancipación del ser humano que lo aleje del consumismo y de la
sociedad del espectáculo que imperan en la actualidad en cualquier
manifestación, ya sea política, religiosa, cultural, deportiva o social. Una
cultura no sometida a las leyes del mercado, pero sí estrechamente ligada a las
necesidades espirituales de las personas y a su afán por descubrir lo ignoto, lo
prohibido, lo inimaginado de la realidad.
Estas son las propuestas utópicas para un 2019 que nos
impele a soñar.
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