El honor y la dignidad de una persona son valores que tienden a confundirse y, peor aun, a supeditarse a objetivos más prosaicos, digámoslo claramente, útiles y rentables en una sociedad que premia y admira el éxito, la riqueza y el consumo o acumulación de bienes. El honor es la consideración que los demás te reconocen de acuerdo a valores de una época, sus convencionalismos sociales y reglas morales, a los que te adhieres para ser aceptado en comunidad. Dignidad es la visión que tú mismo tienes de ti, el valor que das a tu persona y que, por tanto, no tiene precio, como sostenía Kant. Se puede carecer de fama, éxito o fortuna y tener una dignidad insobornable, la que caracteriza al humilde e, incluso, al vencido, al perdedor que se resiste a dejar de ser hombre en la derrota o en el fracaso. ¿Cuántos venden su dignidad por el reconocimiento, la adulación, la conquista, el dinero? ¿Cuántos prefieren ser marionetas de la avaricia, la hipocresía o el prestigio antes que conservar su dignidad? El honor depende de los demás, la dignidad de uno mismo. El primero es fácil de conseguir; el segundo, difícil de conservar. En estos tiempos que corren, en los que el materialismo es la medida de todas las cosas y la comodidad ablanda cualquier exigencia, es proclive confundir honor con dignidad. Sin embargo, hay que saber distinguirlos para valorarse uno mismo y valorar lo que nos distingue como seres humanos.
viernes, 11 de noviembre de 2016
El honor y la dignidad
El honor y la dignidad de una persona son valores que tienden a confundirse y, peor aun, a supeditarse a objetivos más prosaicos, digámoslo claramente, útiles y rentables en una sociedad que premia y admira el éxito, la riqueza y el consumo o acumulación de bienes. El honor es la consideración que los demás te reconocen de acuerdo a valores de una época, sus convencionalismos sociales y reglas morales, a los que te adhieres para ser aceptado en comunidad. Dignidad es la visión que tú mismo tienes de ti, el valor que das a tu persona y que, por tanto, no tiene precio, como sostenía Kant. Se puede carecer de fama, éxito o fortuna y tener una dignidad insobornable, la que caracteriza al humilde e, incluso, al vencido, al perdedor que se resiste a dejar de ser hombre en la derrota o en el fracaso. ¿Cuántos venden su dignidad por el reconocimiento, la adulación, la conquista, el dinero? ¿Cuántos prefieren ser marionetas de la avaricia, la hipocresía o el prestigio antes que conservar su dignidad? El honor depende de los demás, la dignidad de uno mismo. El primero es fácil de conseguir; el segundo, difícil de conservar. En estos tiempos que corren, en los que el materialismo es la medida de todas las cosas y la comodidad ablanda cualquier exigencia, es proclive confundir honor con dignidad. Sin embargo, hay que saber distinguirlos para valorarse uno mismo y valorar lo que nos distingue como seres humanos.
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