Pedro Sánchez |
A pesar de las sutilezas empleadas por el secretario general
recién defenestrado, Pedro Sánchez, para expresar sin concretar ese objetivo
estratégico, los ciudadanos no acaban de creerse la eventualidad de un frente
de izquierdas que arrebate al Partido Popular el poder y lo haga pasar a la
oposición. Los votos son así de testaduros. Tras los dos mandatos de José Luis
Rodríguez Zapatero, en 2004 y 2008, en que pudo gobernar con 164 y 169
diputados, respectivamente, el PSOE ha ido cayendo en picado en el predicamento
de sus votantes, que evidencian de este modo su desengaño con las decisiones impulsadas
por el último gobierno socialista a la hora de enfrentar la crisis económica de
2007. No olvidan el giro copernicano realizado en política económica con la
adopción de un duro ajuste en el gasto social y la congelación, tras un recorte
inicial del cinco por ciento, del salario de los empleados públicos que les ha causado
una pérdida del poder adquisitivo de más de un 30 por ciento en sus nóminas. A renglón
seguido, las urnas condenaron al PSOE, liderado por Alfredo Pérez Rubalcaba, a abandonar
el Gobierno y replegarse en la oposición por culpa del batacazo electoral
cosechado en 2011, cuando perdieron cerca de 60 escaños que dejaron al grupo
parlamentario con sólo 110 diputados. Era un aviso claro de que los ciudadanos
no perdonan que los socialistas se comporten como un partido de derechas dispuesto
a aplicar medidas económicas que favorecen al capital y no a los trabajadores.
Lo toman como una traición contra los principios y convicciones de los que
votan socialismo.
Pedro Sánchez y "barones" críticos con su gestión. |
Sin embargo, los gobiernos conservadores posteriores, con
Mariano Rajoy al frente, que profundizaron ajustes aún más drásticos de
austeridad y recortes en gasto social e inversión pública que agrandaron la
desigualdad social y extendieron el empobrecimiento entre la población, fueron
sorprendentemente mejor tolerados, tal vez por resignación, y en todo caso no
castigados por los ciudadanos en las urnas, al menos no con la dureza con que lo
hicieron con los socialistas. De ahí que el Partido Popular siga siendo el más
votado, aunque no consiga la mayoría absoluta. Los socialistas, en cambio, no
consiguen actuar con resiliencia para superar sus quebrantos, a pesar del
relevo en la secretaría general, con un flamante líder, Pedro Sánchez, elegido
en primarias y sin un pasado del que abochornarse o lo condicionase. Lo auparon
al cargo de manera provisional, como pieza de recambio hasta tanto un barón o
baronesa diera el salto a los mandos del partido. Ello no le impidió que, a la
primera oportunidad, asumiese la candidatura a presidente de Gobierno por un
partido socialista encanallado en disputas más personalistas que ideológicas
que han ido socavando su credibilidad y deteriorando su arraigo electoral.
Compitiendo ya, no contra la derecha, sino también contra la
izquierda representada por Podemos e Izquierda Unida (finalmente “fusionados”),
el PSOE de Pedro Sánchez no ha sabido o podido taponar la sangría de votos que avoca
al partido a la irrelevancia, con esos 90 diputados cosechados en las
elecciones de 2015 y, seis meses más tarde, los 85 en las de 2016. A pesar de todo,
Sánchez ha intentado alcanzar acuerdos para conformar una alternativa viable de
Gobierno, primero con Ciudadanos, partido emergente neoconservador, y luego con
Podemos, radical de izquierdas, los cuales se muestran incompatibles entre sí e
incapaces de ayudarse mutuamente siquiera para que el PSOE gobierne sin
necesidad de requerir el voto de los nacionalistas. Esa estrategia se granjea
el recelo, en principio, y el rechazo después, de la mayoría de los barones
territoriales socialistas que desconfían de un Podemos que hace todo lo posible
por menospreciar al PSOE y discutirle su ideología socialdemócrata, tachándolo
de comparsa de la derecha y de los poderes fácticos de España, incluso de tener
las manos manchadas de cal viva, en alusión al terrorismo de Estado contra ETA
del período álgido en la lucha contra la banda terrorista en tiempos de Felipe
González.
Pedro Sánchez con Pablo Iglesias, líder de Podemos |
Con semejante actitud de Podemos e inquietos por las
pretensiones indisimuladas de Pedro Sánchez de acordar con ellos algún pacto
para gobernar, los barones, encabezados por Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía y secretaria
general de la federación socialista de esa Comunidad, fuerzan la convocatoria
de un comité federal extraordinario que decide no impedir, mediante la
abstención, la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y
desautorizar expresamente cualquier acuerdo con Podemos. Ante ello, el impulsor
del lema “no es no” dimite como secretario general y es sustituido por una
gestora que administrará la dirección del partido hasta un próximo, pero aun
indeterminado, congreso federal en el que se elegirá nuevo secretario.
La tendencia negativa del socialismo español no es, en
absoluto, achacable a la gestión del último secretario general, aunque la grave
crisis con riesgo de ruptura o división interna en que ha dejado al Partido
Socialista sí es consecuencia de su poca sintonía con los miembros de un
“aparato”, a quienes preocupaba la debilidad parlamentaria del PSOE para
negociar ningún Gobierno de coalición adquiriendo enormes compromisos. Demasiados
compromisos que maniataban las manos de cualquier candidato a presidir ese Gobierno
y demasiados frentes que facilitarían el boicot constante a un Ejecutivo tan
inestable como vulnerable, en medio, además, de un contexto económico que exigiría
nuevos ajustes y más recortes.
Simpatizantes del PSOE contrarios a la abstención |
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