jueves, 3 de noviembre de 2016

Un PSOE sin resiliencia

Pedro Sánchez
A perro flaco, todo son pulgas es frase del refranero español que viene a señalar la desgracia que se ceba con el pobre, sobre el que ya padece calamidades que enflaquecen su vida y ennegrecen de pesimismo su futuro. También las organizaciones caídas en desgracia atraen nuevos problemas que complican su existencia y nublan su capacidad para afrontarlos y salir fortalecidas. Es lo que le sucede al PSOE desde que está en la oposición y es incapaz de conectar con los ciudadanos y ganar su confianza. Tras cada nuevo  proceso electoral, desde 2011 e incluso antes aunque con menos intensidad, acumula una pérdida de votantes que provoca que la representación parlamentaria socialista, en la actualidad, sea la más reducida de su historia, con sólo 85 diputados y a punto de ser sobrepasada –famoso sorpasso- por Podemos, la formación emergente que disputa su mismo nicho ideológico y social, lo que la convierte, no en aliado, sino en oponente y principal adversaria política. Esto constituye, precisamente, uno de los problemas que  aqueja a los socialistas españoles y los hace preferir que gobierne la derecha del Partido Popular, aun trufada de escándalos y corrupción, que aliarse con las izquierdas de Unidos-Podemos y otros partidos nacionalistas con los que podría conformar una posible alternativa de Gobierno.

A pesar de las sutilezas empleadas por el secretario general recién defenestrado, Pedro Sánchez, para expresar sin concretar ese objetivo estratégico, los ciudadanos no acaban de creerse la eventualidad de un frente de izquierdas que arrebate al Partido Popular el poder y lo haga pasar a la oposición. Los votos son así de testaduros. Tras los dos mandatos de José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004 y 2008, en que pudo gobernar con 164 y 169 diputados, respectivamente, el PSOE ha ido cayendo en picado en el predicamento de sus votantes, que evidencian de este modo su desengaño con las decisiones impulsadas por el último gobierno socialista a la hora de enfrentar la crisis económica de 2007. No olvidan el giro copernicano realizado en política económica con la adopción de un duro ajuste en el gasto social y la congelación, tras un recorte inicial del cinco por ciento, del salario de los empleados públicos que les ha causado una pérdida del poder adquisitivo de más de un 30 por ciento en sus nóminas. A renglón seguido, las urnas condenaron al PSOE, liderado por Alfredo Pérez Rubalcaba, a abandonar el Gobierno y replegarse en la oposición por culpa del batacazo electoral cosechado en 2011, cuando perdieron cerca de 60 escaños que dejaron al grupo parlamentario con sólo 110 diputados. Era un aviso claro de que los ciudadanos no perdonan que los socialistas se comporten como un partido de derechas dispuesto a aplicar medidas económicas que favorecen al capital y no a los trabajadores. Lo toman como una traición contra los principios y convicciones de los que votan socialismo.

Pedro Sánchez y "barones" críticos con su gestión.
Sin embargo, los gobiernos conservadores posteriores, con Mariano Rajoy al frente, que profundizaron ajustes aún más drásticos de austeridad y recortes en gasto social e inversión pública que agrandaron la desigualdad social y extendieron el empobrecimiento entre la población, fueron sorprendentemente mejor tolerados, tal vez por resignación, y en todo caso no castigados por los ciudadanos en las urnas, al menos no con la dureza con que lo hicieron con los socialistas. De ahí que el Partido Popular siga siendo el más votado, aunque no consiga la mayoría absoluta. Los socialistas, en cambio, no consiguen actuar con resiliencia para superar sus quebrantos, a pesar del relevo en la secretaría general, con un flamante líder, Pedro Sánchez, elegido en primarias y sin un pasado del que abochornarse o lo condicionase. Lo auparon al cargo de manera provisional, como pieza de recambio hasta tanto un barón o baronesa diera el salto a los mandos del partido. Ello no le impidió que, a la primera oportunidad, asumiese la candidatura a presidente de Gobierno por un partido socialista encanallado en disputas más personalistas que ideológicas que han ido socavando su credibilidad y deteriorando su arraigo electoral.

Compitiendo ya, no contra la derecha, sino también contra la izquierda representada por Podemos e Izquierda Unida (finalmente “fusionados”), el PSOE de Pedro Sánchez no ha sabido o podido taponar la sangría de votos que avoca al partido a la irrelevancia, con esos 90 diputados cosechados en las elecciones de 2015 y, seis meses más tarde, los 85 en las de 2016. A pesar de todo, Sánchez ha intentado alcanzar acuerdos para conformar una alternativa viable de Gobierno, primero con Ciudadanos, partido emergente neoconservador, y luego con Podemos, radical de izquierdas, los cuales se muestran incompatibles entre sí e incapaces de ayudarse mutuamente siquiera para que el PSOE gobierne sin necesidad de requerir el voto de los nacionalistas. Esa estrategia se granjea el recelo, en principio, y el rechazo después, de la mayoría de los barones territoriales socialistas que desconfían de un Podemos que hace todo lo posible por menospreciar al PSOE y discutirle su ideología socialdemócrata, tachándolo de comparsa de la derecha y de los poderes fácticos de España, incluso de tener las manos manchadas de cal viva, en alusión al terrorismo de Estado contra ETA del período álgido en la lucha contra la banda terrorista en tiempos de Felipe González.

Pedro Sánchez con Pablo Iglesias, líder de Podemos
Con semejante actitud de Podemos e inquietos por las pretensiones indisimuladas de Pedro Sánchez de acordar con ellos algún pacto para gobernar, los barones, encabezados por Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía y secretaria general de la federación socialista de esa Comunidad, fuerzan la convocatoria de un comité federal extraordinario que decide no impedir, mediante la abstención, la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y desautorizar expresamente cualquier acuerdo con Podemos. Ante ello, el impulsor del lema “no es no” dimite como secretario general y es sustituido por una gestora que administrará la dirección del partido hasta un próximo, pero aun indeterminado, congreso federal en el que se elegirá nuevo secretario.

La tendencia negativa del socialismo español no es, en absoluto, achacable a la gestión del último secretario general, aunque la grave crisis con riesgo de ruptura o división interna en que ha dejado al Partido Socialista sí es consecuencia de su poca sintonía con los miembros de un “aparato”, a quienes preocupaba la debilidad parlamentaria del PSOE para negociar ningún Gobierno de coalición adquiriendo enormes compromisos. Demasiados compromisos que maniataban las manos de cualquier candidato a presidir ese Gobierno y demasiados frentes que facilitarían el boicot constante a un Ejecutivo tan inestable como vulnerable, en medio, además, de un contexto económico que exigiría nuevos ajustes y más recortes.
 
Simpatizantes del PSOE contrarios a la abstención
Le faltó cintura a Pedro Sánchez para pilotar un partido en el que confluyen diversas sensibilidades que pugnan por imponerse en función de los apoyos que recaben en cada momento. Y le ha sobrado soberbia a la hora de dimitir del cargo y del escaño con tal de no verse obligado a respetar las decisiones del partido como él exigía durante su mandato y para propalar la desobediencia de sus partidarios a la disciplina del grupo parlamentario, incuestionable una vez discutida y adoptada la decisión en sus votaciones en el Congreso. Y lamentable las opiniones y acusaciones sobre injerencias y presiones, económicas y mediáticas, expresadas al minuto siguiente de abandonar todo cargo y no cuando los detentaba y disponía de mayor poder para argumentarlos, rebatirlos y combatirlos. Son síntomas de un mal perder en quien está poco acostumbrado a plantear únicamente las batallas que puede ganar y asumir la política como el arte de lo posible, no de lo deseado. Su berrinche no sólo le perjudica a él y a sus ambiciones futuras, sino también a todo el partido, del que ofrece una imagen de división y luchas internas por la dirigencia que en nada contribuyen a recuperar la confianza de los ciudadanos. Hasta que no sepan en esa organización cómo aprovechar esta crisis para recuperar fuerzas, ganar credibilidad y ofrecer proyectos atractivos a los ciudadanos, difícilmente volverá a ser una fuerza política con capacidad de gobernar este país para transformar la realidad en beneficio de los más desfavorecidos. Hasta entonces, el PSOE seguirá siendo un partido sin ninguna capacidad de resiliencia, inerme contra las circunstancias y las batallitas personales de unos y otros.

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