La cantante española Rosalía, cuya música no es de mi agrado
y su perfomance me resulta excesiva y hortera, ha sido premiada en EE UU
por los MTV Video Music Awards al mejor video latino y mejor coreografía. Y tal
galardón ha desatado una controversia muy divertida entre quienes discrepan que
ella sea “latina”, sino hispana o española. Resulta curioso que, a estas
alturas, se discuta (en el contexto de una industria musical en la que la calidad
está supeditada al espectáculo y, por ende, al negocio) la pertenencia de un
artista a un estereotipo racial determinado en una cultura que sólo distingue
entre lo anglosajón y lo demás. Y que lo latino (derivado de latín, cuyas
variantes lingüísticas -el español o el portugués- importaron los colonizadores a América), sirva para fragmentar un legado cultural que debería unir y enorgullecer
a todos los “latinos”, sin distinción entre españoles, portugueses y, para ser precisos, los iberoamericanos (porque como latinoamericanos tendrían que incluir
también a la mitad de los canadienses que habla otro idioma derivado del
latín, el francés, lo que complicaría aún más este rifirrafe). Aunque no deja
de ser una superficial controversia de taberna, el mero hecho de que se
produzca denota hasta dónde puede llegar la parcelación de la identidad y la
manipulación interesada de las raíces culturales con fines, ¡ojalá!, sólo musicales…
Que para los políticos ya tenemos a Trump y compañía, y a cuantos les gustaría
levantar muros y vallas para separar a los pueblos y dividir las naciones.
viernes, 30 de agosto de 2019
jueves, 29 de agosto de 2019
Palabra de poeta
La soledad, los desgarros o el tiempo, es decir, la biología y la historia,
en palabras deconstruidas de un poeta*.
Sentir nostalgia de las noches
que estaban por llegar.
La soledad difusa de los parques
en un amanecer de invierno.
Multitud,
soledad:
dos palabras cercanas.
Muy pronto descreí de las banderas.
Y de las religiones, qué decir.
Me repugna la gente dispuesta a asesinar
con la excusa de un dios o de una patria.
Un terco afán de supervivencia
nos hace llegar a un solo paso
de la decrepitud
o un paso más allá.
Hoy he visto a mi doble envejecido,
como un espectro,
mi doble era la sombra
de un cuerpo destruido lentamente.
La decadencia,
el desgaste, la muerte,
eran cuestión de pura biología.
La muerte es siempre cosa de los otros
hasta que se convierte
en la única certidumbre.
Mañana, estas ofrendas
serán ceniza y no tendrán sentido.
El tiempo va dejando sus mensajes
breves como inscripciones funerarias.
------
* Antonio Jiménez Millán: Biología, historia. Visor poesía.
martes, 27 de agosto de 2019
Ni hispanofobia ni imperiofilia: historia
En los últimos tiempos, como si de una moda se tratase, se
han publicado varios ensayos acerca de la historia de España o, más
concretamente, sobre algunos aspectos del largo liderazgo hispánico en el mundo
y, en consecuencia, del papel que España ha representado para la civilización
occidental. No es de extrañar esta súbita curiosidad sobre una parte destacada
de nuestra historia dado que, durante siglos, el imperio español dominó gran
parte de Europa, América y el Pacífico, dejando un legado cultural, religioso y
social que perdura hasta la actualidad, pero que provocó también la
animadversión de las naciones con las que se enfrentaba y le disputaban su
hegemonía, especialmente las del ámbito protestante o, en expresión del
diplomático Martínez Montes, las del eje “nord-atlántico”.
Un debate libresco que arrancó con la inusitada acogida del
primer libro publicado, Imperiofobia y leyenda negra, de María
Elvira Roca Barea, investigadora del CSIC, que se convirtió enseguida en un
auténtico “best seller”, algo sorprendente en obras de carácter histórico. Su
tesis era la que delataba el título: que el relato negativo de la historia de
España se basa en ideas o sentimientos nacidos de una propaganda eficazmente
difundida desde el ámbito protestante, históricamente enfrentado al español,
cabeza del mundo católico. Así surgiría la hispanofobia, que la autora define
como una variedad del racismo que niega al mundo hispano no sólo sus hitos
históricos, como el descubrimiento de América, subrayando sus excesos militares
y las atrocidades de los conquistadores, o la envergadura de la monarquía
hispánica, que gobernaba vastos territorios de Europa, América y Asia, tejiendo
así los primeros mimbres de lo que hoy es la globalización, sino también toda
manifestación cultural o científica nacida en el ámbito de la lengua española. De
este modo, la Inquisición y las barbaridades americanas constituyen los pilares
sobre los que se sustenta una “leyenda negra” y las deformaciones históricas
que alimentan la hispanofobia. Una propaganda que, por su persistencia, también
ha colado en España y entre los restos de su antiguo imperio, cuando con la
Ilustración una parte de las élites españolas confunde modernidad y rechazo de
lo propio. Incluso utiliza sus tópicos como justificación de los fracasos y la
postración nacional a consecuencia del derrumbamiento de la época imperial y la
pérdida de las colonias ultramarinas. La investigadora Roca Barea busca
demostrar que esa leyenda negra es fruto de una reacción fóbica que también provocan
otros imperios, como los de Roma, Rusia o Estados Unidos, los cuales soportaron
“propagandas antiimperiales que fabrican imágenes arquetípicas con el fin de
perjudicar a las naciones a las que se teme”. Es lo que ella denomina
imperiofobia, un peculiar prejuicio racial que no va de un pueblo poderoso
contra otro más débil, sino al revés, y que cuenta con una incomprensible
inmunidad intelectual.
El éxito editorial de la obra de Roca Barea genera, como
cabía esperar, la contestación de otros estudiosos que creen advertir que, detrás
la supuesta incorrección política e histórica contenida en sus páginas, se
esconde un espurio ejercicio de blanqueamiento y manipulación ideológica: es
decir, un claro ejemplo de populismo intelectual reaccionario. Es lo que
intenta demostrar José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía y ensayista en
el ámbito de la historia de las ideas políticas, con su respuesta en Imperiofilia
y el populismo nacional-católico, donde expone ideas alternativas que contradicen
la tesis de Roca Barea acerca de que la imperiofobia es un complejo racista y una
obsesión esencialmente hispanofóbica. Para ello, cuestiona que el enemigo real
de España, el verdadero forjador de la leyenda negra, sea Alemania, el mundo
protestante o, en realidad, el protestantismo, haciendo hincapié en que no
existe “ni un solo texto -que él haya podido leer- de Calvino ni de Lutero
contra España como país o nación” (…) y que toda “la hostilidad y la amistad se
dirige a actores concretos y sobre todo a los dirigentes. Nunca a los países”. Y
se lanza a desmontar la estructura conceptual, poco rigurosa y científica, sobre
la que, a juicio de Villacañas, se basa Roca Barea para construir su teoría de
los imperios, sin abordar las realidades políticas e históricas de los mismos,
haciendo un revisionismo histórico que le permite aseverar que los hechos de la
Inquisición y el genocidio americano son, según ella, expresiones de la
hispanofobia luterana. Aunque el autor de Imperiofilia se detiene en
consideraciones históricas sobre la Inquisición, cuya fundación y la
estabilización del poder de Fernando el Católico las considera parte de un
mismo programa político, y sobre el genocidio inicial cometido en América, resultante
de la enfermedad, la conquista, la explotación y el choque de civilizaciones, realidades
manipuladas por la leyenda negra, Villacañas concluye que, en realidad, la
productividad de la leyenda negra no fue más allá del siglo XVII, a pesar de
que perduren opiniones más o menos negativas sobre España. Prejuicios que a
veces se comparten para ignorar lo que pasó en realidad, debido a una cierta desidia
intelectual, y no dotarse de criterios para juzgar el pasado y analizar el
presente.
El tercer libro “de moda” no surge de esta polémica, sino en
respuesta a la marginación que se hace de España en un ensayo del historiador
del arte, humanista y publicista británico Kenneth Clark (1903-1983), titulado Civilización
(Civilisation. A personal View), y en la serie homónima producida por la
BBC en 1969, no reconociendo ninguna contribución histórica de España ni del
mundo hispanohablante a la civilización occidental. Se trata de España,
una historia global, escrito por el diplomático, escritor y ensayista
Luis Francisco Martínez Montes, con el propósito de denostar los infundios de
la narración “nord-atlántico” de la historia cultural de las civilizaciones y
que establece una visión del mundo según la cual el eje de la moderna historia
occidental -e incluso de la historia mundial- sigue una línea que conecta la
costa noreste de Estados Unidos, Londres, París y Berlín, al sur de la cual nada
de lo acaecido cuenta en términos de civilización. También le sirve para
demostrar que España y el mundo hispánico son parte integral y consustancial de
Occidente y de ninguna forma ajenos al mismo. Por el contrario, que su
excepcional trayectoria histórica, caracterizada por su capacidad para
absorber, mezclar y transformar culturas diversas, representa una versión
original y enriquecida de Occidente. Tras un repaso por esa trayectoria, que hizo
de España, entre finales del siglo XV y principios del XIX, una de las mayores
y más complejas construcciones políticas jamás conocidas en la historia, el
autor trae en su apoyo el magistral Estudio de la Historia de Arnold J.
Toynbee, donde se reconoce que los pioneros ibéricos (España y Portugal) “expandieron
el horizonte y por tanto, potencialmente, el dominio de la Cristiandad
Occidental hasta que terminó abrazando a todas las tierras habitables y mares
navegables del globo” y que “ gracias en primera instancia a esa energía
ibérica, Occidente ha crecido hasta convertirse en la Gran Sociedad, un árbol
en cuyas ramas todas las naciones de la Tierra han encontrado acomodo”.
Tras conducirnos de manera amena por ese
recorrido de lo que ha sido España a lo largo de la historia, desde los
íberos, celtíberos, romanos y visigodos, pasando por la presencia musulmana, judía
y cristiana de la España de las tres culturas, hasta llegar a los tiempos de
los exploradores, conquistadores, amerindios y mestizos de América, Martínez
Montes llega a la conclusión de que el papel de España en la historia de la
civilización ha sido el de ser un punto de encuentro y una plataforma de
lanzamiento de pueblos y culturas, no sólo de forma pasiva, sino
extraordinariamente creativa. Y que esa
capacidad para absorber, no sólo intelectualmente sino vitalmente,
creativamente, nuevos elementos en su propio ser y para ampliar, además de su
campo de visión, también su propia esencia, constituye la marca característica
del Mundo Hispánico y su principal contribución a la historia de la
civilización. Y por ello invita a sus lectores a no olvidar nuestros orígenes y
a recuperar, estudiar y revivir nuestra historia, en toda su plenitud y en
todas sus dimensiones -amerindia, europea, africana, oceánica, asiática o, con
más frecuencia, mezclada-, no sólo para permanecer anclados en el pasado, sino
para aprender del mismo y situar ese conocimiento en el cauce siempre creciente
y cambiante de nuestra común experiencia humana, y compartirlo. En definitiva, que
estudiemos la historia para conocernos y evitar que nos manipulen.
----------------
María Elvira
Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Ediciones Siruela, Madrid,
2017.
José Luis
Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Editorial
Lengua de Trapo, Madrid, 2019.
Luis
francisco Martínez montes, España, una historia global. Biblioteca
diplomática española, Madrid, 2018.
domingo, 25 de agosto de 2019
Investidura: 2º acto
Después del fracaso, en julio pasado, de la investidura como
presidente de Gobierno del candidato del Partido Socialista Obrero Español
(PSOE), Pedro Sánchez, queda un último cartucho, un segundo acto final, para conseguir
los votos necesarios -más síes que noes- en un Parlamento fragmentado con los
socialistas como primera fuerza política (123 escaños), aunque sin mayoría
absoluta, y evitar una nueva convocatoria a elecciones, la quinta en Andalucía en
los últimos cuatro años. No obstante, los condenados a entenderse, PSOE y
Unidas Podemos (UP) como representantes de una izquierda que, en su conjunto
(incluyendo nacionalistas e independentistas), constituye mayoría en el
Congreso, no parecen dispuestos a ello y la amenaza de volver a las urnas,
conforme se acerca el último plazo, parece cada vez más inevitable, a pesar de
que nadie asegura preferir nuevas elecciones, aunque todos las tengan en cuenta
en sus cálculos estratégicos. Lo que niegan con la boca, lo desmienten con sus
actitudes y con esa incapacidad de dialogar “en serio” para llegar a un acuerdo
que permita la formación de un Gobierno estable por primera vez en un lustro.
No hay que olvidar que llevamos en una situación de
interinidad gubernamental desde diciembre de 2015, cuando el PP obtuvo los
mismos escaños que hoy tiene el PSOE y Mariano Rajoy no pudo entonces reunir
los votos necesarios para conseguir ser refrendado como presidente del
Gobierno. UP y PSOE pugnaron en aquella ocasión por conformar un Gobierno
alternativo que fracasó por las mismas razones que actualmente les impide conseguir
esa unión de las izquierdas: desconfianzas y ambiciones mutuas por encabezar el
liderazgo. Se tuvieron que repetir las elecciones en junio de 2016, con las que
Rajoy logró al fin ser investido por el Congreso de los Diputados tras 10 meses
en funciones, gracias a la abstención del PSOE para desbloquear la situación,
una decisión que fracturó al partido y supuso la renuncia de Pedro Sánchez a su escaño y a la
secretaría general del PSOE. Aquel Gobierno, el segundo de
Rajoy, duró poco y andaba en continuos sobresaltos. Varios de sus ministros
fueron reprobados por el Congreso, algunos de ellos hasta en dos ocasiones. La
reprobación de un miembro del Ejecutivo era algo insólito, aunque no inédito,
en la democracia española. Rajoy soportó hasta seis reprobaciones que afectaron
a cinco de sus ministros. Más tarde dimitía el ministro de Economía para ocupar
un nuevo puesto: vicepresidente del Banco Central Europeo. Pero lo peor, lo que
tumbó aquel Gobierno en 2018, fue la sentencia de la Audiencia Nacional sobre
el caso Gürtel que condenaba al PP como partícipe a título lucrativo en esa
trama de corrupción. Era la primera vez que un partido político era condenado
en España, lo que motivó una moción de censura, también la primera con éxito en
democracia, aprobada por mayoría absoluta del Parlamento, que aupó al líder
socialista, Pedro Sánchez, a la presidencia del Gobierno. Ocho meses más tarde,
Sánchez se vería obligado a convocar nuevas elecciones anticipadas, en abril de
2019, al no poder aprobar los Presupuestos para ese año. Y con ello, volvemos a
una posición similar a la inicial: PSOE, con 123 escaños, es incapaz de reunir
los apoyos suficientes para investir presidente a su candidato. En Andalucía, además, hubo comicios municipales en mayo de 2019, y adelanto de la autonómica en diciembre de 2018.
Hoy seguimos instalados en la parálisis política y en la
inestabilidad gubernamental. La intransigencia de unos y el inmovilismo
maximalista de otros bloquean el consenso y la confianza requeridos para cerrar
pactos de gobierno. El PSOE de Sánchez se cierra en banda a formar un gobierno
de coalición con una formación, UP, que es la cuarta fuerza política del Parlamento
y cuyos votos no le otorgan la mayoría suficiente para gobernar. Los 42 votos
de UP son muchos, pero insuficientes, máxime si las derechas, representadas por
el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (Cs), cumplen su previsión de votar en
contra de la investidura. Necesitarían, en tal caso, el apoyo de las
formaciones nacionalistas e independentistas con asiento en el Congreso para
reunir más síes que noes, cosa que en principio están dispuestas a negociar a
cambio de determinadas concesiones para sus regiones, la mayoría de ellas en
inversiones y transferencias de competencias autonómicas, salvo los catalanes,
que exigen diálogo para sus demandas soberanistas.
UP de Pablo Iglesias, por su parte, insiste en participar en
un Gobierno de coalición a cambio de su apoyo, y se niega a cualquier otra
alternativa que posibilite la formación de un Ejecutivo sin su presencia en el
mismo. Inquieto por la espera, elabora un amplio documento programático, que
envía al Gobierno en funciones y al partido que lo sustenta, en el que vuelve a
condicionar su apoyo a cambio de gestionar tres ministerios y detentar una
vicepresidencia. De ahí no se mueve, mientras Pedro Sánchez rechaza la oferta y
da largas a las negociaciones, consumiendo un plazo que finaliza el 23 de
septiembre. Pierde el tiempo en reunirse con colectivos y representantes de la
sociedad civil, con voz pero sin voto, para pulsar sus demandas y perfilar un
programa que se supone negociará con sus potenciales aliados. Tal desidia para
alcanzar acuerdos políticos que conduzcan a la formación de Gobierno, en los que
ningún partido se baja del burro y le importa muy poco que el país no esté en
condiciones para afrontar los retos que se ciernen sobre nuestras cabezas (amenaza
de una nueva recesión económica, la guerra comercial entre EE UU y China, el
Brexit duro que parece inesquivable, el fenómeno de la migración que afecta a
las fronteras de Europa, los problemas de seguridad y defensa que se derivan de
las tensiones en Irán, Siria, Ucrania y norte de África, los conflictos
territoriales con Cataluña, el problema de la sostenibilidad de las pensiones
y, por encima de todo, la creación de empleo estable y dignamente remunerado,
entre otros), traslada al electorado un desprecio hacia su opinión,
reiteradamente expresada en estos últimos años en las urnas y no tenida en
cuenta por sus representantes políticos.
En este último acto de la investidura, que lleva el rumbo de
concluir sin acuerdo como en julio, están puestas las esperanzas de los
sufridos votantes para que, por fin, un Gobierno comience a ejercer su función sin
precariedad temporal y sin cortapisas electorales. Después de los últimos
cuatro meses de parálisis y cerca de un lustro de interinidad, los españoles
confían -sin mucho entusiasmo, todo hay que decirlo-, en que los líderes y sus
partidos estén a la altura de su responsabilidad y atiendan el mandato popular,
es decir, que se pongan a gobernar, sacrificando intereses partidistas y
priorizando el bien común. ¿Tan pocos políticos, dignos de tal nombre, tenemos
en España?
jueves, 22 de agosto de 2019
Machismo troglodita
Todavía no ha finalizado el verano, ni siquiera el mes de
agosto, y el número de mujeres muertas por violencia de género supera ya la
cifra del mismo periodo del año anterior. Más de 40 mujeres han sido asesinadas
en estos ocho meses de 2019, 12 más que las del curso anterior. Y la macabra
lista no deja de crecer. Superan ya el millar las víctimas, desde que se iniciara
el recuento en 2003, de este tipo de violencia machista que se ceba sobre la
mujer. Y el verano, al parecer. es una estación “mortal” para ellas, y no
precisamente por el calor, sino por ese comportamiento criminal que impulsa a
determinados hombres a acabar con la vida de su pareja o expareja. Además, 23
menores de edad han quedado este año huérfanos y, probablemente, traumatizados
por culpa de un agresor que no sólo destroza un hogar, sino que arrebata la
vida al componente más necesario en una crianza: la madre. Desgraciadamente, los
hijos se convierten también en víctimas de esa mentalidad machista y violenta
que llega hasta el feminicidio cuando no puede mantener una relación
sentimental, como no sea con amenazas, opresión y abusos, con su pareja, y ésta
decide romperla. La mayor parte de las mujeres asesinadas estaba en trámites de
separación, había conseguido el divorcio o dado por finalizado un noviazgo.
No se trata, por tanto, de un problema de violencia doméstica o intrafamiliar, como pretende catalogarlo eufemísticamente la ultraderecha, sino
de estricta violencia machista. No se matan entre sí, tanto hombres como mujeres.
Es el hombre el que ejerce violencia contra la mujer y la asesina, simplemente,
por no dejarse utilizar como un objeto a su disposición y rebelarse contra la
humillación a que se la somete. Reconocerlo no es ideología, sino pura constatación
de la realidad. Lo demuestra empíricamente el Estudio Mundial sobre el
Homicidio 2019, elaborado por la ONU, cuyos datos demuestran que el 90 por
ciento de los homicidios de mujeres los comete el hombre. Y esclarece que son ellas,
las mujeres, las que “soportan la mayor carga de los homicidios cometidos por
sus parejas íntimas y por su familia”. Hablar, pues, de protección a la mujer y
de feminismo (igualdad) no es ideología de género, sino de derechos y respeto de
las personas, además de justicia a las víctimas de un tipo de violencia particular
insoportable: la que se ejerce sobre la mujer por parte de ese machismo que
todavía ciega a algunos hombres hasta convertirlos en asesinos.
Pero, lo que es aún más grave, no toda la violencia de
género es contabilizada en las estadísticas si el asesino no guarda una relación
sentimental con sus víctimas, si la violencia no está provocada por sus parejas
o exparejas. Es el caso de Diana Quer y tantas otras, asesinadas por el solo
hecho de ser mujer y cruzarse en el camino de un depravado machista, sediento
de sexo y sangre. Se persigue, por tal razón, ampliar el espectro de la
violencia machista para que contemple la que se produce más allá del ámbito de
la pareja o expareja, cosa que ya incluye el Pacto de Estado contra la
Violencia de Género, pero que todavía no tiene desarrollo legislativo ni judicial
que permita tenerlo en cuenta.
En cualquier caso, la mate un familiar o un extraño, lo
determinante es que la mujer es víctima de una violencia machista que resulta
de la desigualdad y los estereotipos de género que aún prevalecen en nuestra
sociedad, tan patriarcal, misógina y machista como anhela la extrema derecha y el
conservadurismo más rancio y trasnochado de un sector tradicional de la misma. Una
mentalidad y unas costumbres que hacen del hogar el lugar más peligroso para la
mujer, y del verano, como el actual, la estación más mortífera para su vida. Es terrible
la estampa de una mujer -madre, hija, pareja, expareja o desconocida- asesinada
durante el verano -o cualquier otra época del año- por un hombre todavía
culturalmente dominado por un machismo troglodita. Debemos corregirlo como sea,
ya: los políticos, legislando leyes igualitarias; la justicia, aplicando leyes de protección a la
mujer; y los ciudadanos, votando en contra de los que banalizan y menosprecian la
violencia de género y la igualdad de la mujer. Todos podemos hacer más por
erradicar esta lacra.
lunes, 19 de agosto de 2019
Cuentos de Pessoa
Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935) es un escritor portugués
conocido por ser autor de una obra plural, desconcertante, heterodoxa y en
extremo original, en la que destaca la singularidad de sus heterónimos,
personajes ficticios en los que desdobla su fértil imaginación para crear otros
“yo” a los que atribuye la autoría de gran parte de su producción literaria,
especialmente Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos,
con quienes ejercita el “poder de despersonalización dramática” (Caeiro), la
“disciplina mental” (Reis) y “toda la emoción que no debo ni a mí mismo ni a mi
vida” (de Campos). Cultivó la poesía, siendo
uno de los poetas más celebrados en vida, el ensayo literario y estético, el
teatro, la fábula y la novela, aunque nunca completó alguna. También escribió una
amplia gama de textos autobiográficos, entre cartas y escritos íntimos, de
pensamiento político, de filosofía, de teología y esoterismo, además de artículos
sobre el comercio y la educación y hasta sobre las relaciones con los demás y
consigo mismo, todo lo cual permite valorar la enorme complejidad de un atormentado
y hermético escritor sin duda paradójico, pero extremadamente lúcido. Junto a
Camoens, es el escritor portugués más conocido dentro y fuera de su país,
aunque la totalidad de su obra no haya sido completamente publicada y aun depare
previsibles sorpresas literarias.
El libro del desasosiego (Livro do Desassossego), la principal
y más reconocida obra de Pessoa, es universalmente admitida como un clásico de
la literatura del siglo XX. Firmada con el heterónimo de Bernardo Soares,
de quien dijo su autor “soy yo menos el raciocinio y la afectividad”, es una
acumulación de fragmentos que participan del diario íntimo, el ensayo, el poema
en prosa e, incluso, de lo narrativo y lo descriptivo, un proyecto al que el
autor nunca llegó a dar forma definitiva, aunque sí título. Trata sobre la
desolación y la imposibilidad de hallar un sentido a la vida, tan fragmentaria
y abúlica como la propia personalidad del autor y su imposibilidad para
escribir, dado su estado de “abulia absoluta”, con la atención y la dedicación
necesarias. Es por ello que "acabar" el libro -si se puede considerar así- le ocupó la mayor parte de su vida,
desde 1912 hasta casi el mismo año de su muerte. No obstante, se ha convertido
en un hito capital no sólo de la literatura portuguesa, sino de la cultura de
nuestro tiempo.
Pero son los cuentos pessoanos los que brindan una
oportunidad de descubrir el vasto y paradójico universo narrativo del escritor lusitano.
Relatos alejados de la temática y estructuras habituales para presentar
situaciones, diálogos y enigmas indescriptibles, en los que no es raro leer afirmaciones
filosóficas, consejos morales y hasta experiencias de iniciación esotérica. En
ellos se pueden hallar “perlas” de tal enjundia: “Hay fanáticos y creyentes
tanto en la creencia como en la descreencia” (Memorias de un ladrón), “La
humanidad es una enfermedad de la naturaleza” (En un bar de Londres), “Estamos
a la misma distancia infinita de la verdad que de la felicidad” (El eremita de Serra
Negra) o “Para mí, los viajes y el sueño de esos viajes no son dos, sino una
misma cosa” (La perversión en lontananza).
Las doce narraciones breves recopiladas en el delicioso
librito El mendigo y otros cuentos (Editorial Acantilado, Barcelona
2019) permiten vislumbrar la personalidad plural de Pessoa y algunos de los
asuntos que le preocupan u ocupan. De hecho, la ficción le sirve a Pessoa para abordar
el aspecto filosófico, científico o metafísico de cuestiones de su interés, a
veces mediante el intercambio de ideas o el diálogo entre dos personas, una que
enseña y otra que aprende, como especie de fluido mental sin acción. También,
incluso, para narrar valores morales paradójicos, como la defensa del robo como
una bella arte o el asesinato como modo de estar en paz con la Iglesia y la
conciencia por parte de una mujer que se rebela a un destino predestinado,
escrito con voz femenina.
Todos los cuentos de este libro, entre los muchos que
escribió Fernando Pessoa desperdigados en manuscritos y fragmentos, a veces
como simples textos incipientes o en función de proyectos inconclusos,
traslucen las diversas personalidades literarias del autor y rasgos de su
proceso de creación, que continuamente transita de una personalidad a otra y de
un proyecto a otro, como señala en la Nota Introductoria Ana María Freitas, responsable
de la edición de esta primera recopilación en español. Sin duda, una
oportunidad para conocer la faceta cuentista del escritor lisboeta.
viernes, 16 de agosto de 2019
La carga de los abuelos
Alcanzada cierta edad, nos volvemos torpes o imposibilitados
para desenvolvernos por nosotros mismos. Nuestros sentidos se abotargan, las
articulaciones se atrancan como bisagras oxidadas y el aparato locomotor
-huesos y músculos- apenas tiene fuerzas para movernos y está tan fatigado como
el ánimo que lo impulsa. Incluso los esfínteres se relajan al menor estornudo y
dejan escapar rastros indignos de nuestro deterioro orgánico. Nos volvemos
vulnerables y dependientes de atenciones y cuidados por parte de familiares, en
el mejor de los casos, o de entidades dedicadas crematísticamente a ello. Es
decir, nos convertimos en una carga para quienes, en verano, podrían correr,
volar y nadar sin ataduras ni preocupaciones, disfrutando de vacaciones y
asueto sin duda merecidos.
Durante el mes de agosto he podido presenciar en el barrio la
estampa de ancianos, apoyados en bastones o del brazo -supongo- del familiar
que los acompaña, paseando despacito por la acera. Al cruzarme con ellos, más
que sus rostros, miraba al de la persona, casi siempre una mujer, que les
ayudaba en su andar lento, impreciso y tal vez molesto, si no doloroso. Veía un
semblante que irradiaba paciencia, comprensión y ternura en quien se presta a
servir de apoyo, físico y psíquico, del anciano, hombre o mujer, que aun
sintiéndose incapaz no puede resistir el deseo de hacer lo que antes podía por
sí solo: pasear, sentir el aire o el calor en su cara y ver a la gente por la
calle. Como si, a pesar de los achaques, rehuyera de permanecer encerrado entre
las paredes de unos males que lo confinan a la parálisis, la invalidez o el
aislamiento. Y agradeciera la oportunidad de que lo ayudaran a sentirse vivo
quejumbroso, pero vivo, aunque supunga una carga para su familia.
No todos los viejos abuelitos tienen la misma suerte. O
carecen de familiares sin recursos ni tiempo para dedicarlos al cuidado de sus
mayores. O constituyen un obstáculo para la rutina acelerada de una sociedad
hedonista y consumista que no puede perder ni un minuto en actividades improductivas.
En tales casos, el abuelo queda a merced de la soledad de su hogar, propio o
familiar, o acaba recluido en una residencia o asilo donde pasa las horas
frente al televisor y comparte mesa, manías y babas con los demás internos de esas
guarderías de la tercera edad. Tampoco son los más desafortunados porque sus
familiares procuran ofrecerles una atención compatible a sus necesidades. Otros,
en cambio, son víctimas de la ingratitud y el egoísmo de los que no están
dispuestos a sacrificar su ocio vacacional y quedan abandonados en hospitales,
sin que nadie se haga cargo de ellos cuando reciben el alta médica. Enfermos
crónicos, dada su avanzada edad, que reingresan cada verano con el pretexto de
unas patologías que ya no tienen cura, pero requieren de unos cuidados que sus
parientes cercanos, con los que viven, no parecen dispuestos atender mientras
disfrutan de vacaciones.
Cada verano son recurrentes estas estampas de un anciano asistido
de compañía durante un paseo matutino, departiendo en un banco con los de su generación,
acompañando a su familia también en vacaciones, compartiendo reclusión y
cuidados en hospicios u olvidados en centros hospitalarios hasta que haya
alguien que se haga cargo. Y cada verano me asalta la amarga presunción de lo triste
que es culminar la vida con la sensación de ser un estorbo. Pero que más triste
ha de ser no merecer la compasión y el afecto, cuando más se necesita, de tus
seres queridos.
martes, 13 de agosto de 2019
¿Qué pasa en Puerto Rico?
Salvo por sus playas y los huracanes, Puerto Rico apenas
aparece en los medios de comunicación, excepto en las últimas semanas. De
súbito ha explosionado algo que venía incubándose de antiguo, debido a la mala
administración, los manejos clientelares en la gestión política, las
dificultades e irregularidades económicas, el desempleo, las privatizaciones, el
colonialismo, la corrupción de las élites y, como guinda del pastel, la falta
de moral con que se comportan personajes de gran relevancia social y política,
como el propio Gobernador de la isla, Ricardo Roselló (Partido Nuevo
Progresista), quien tuvo que dimitir del cargo después de conocerse la
existencia de tuits con miembros de su gobierno en los que hacía comentarios misóginos,
homofóbicos y de burla hacia dirigentes de la oposición y, lo que es más grave, de las víctimas del imposible de olvidar huracán María que asoló la isla en 2017.
Esta cadena de acontecimientos ha llevado a Puerto Rico a los titulares de las
noticias por la insólita reacción de rechazo que desató entre la población y la
consiguiente dimisión del Gobernador, un hecho que nunca antes se había
producido en Puerto Rico a causa de unas protestas callejeras.
El hartazgo social contra un político inmoral e hipócrita devino
en movimiento imparable que en 12 días desalojó al gobernador de su despacho. Más
imparable aún tras las mofas a las víctimas de un huracán que había provocado
más de 4.000 muertos, número de víctimas que se resistió reconocer, y considerables
daños en las infraestructuras de la isla y los bienes de las personas. El dolor
y los sacrificios de una población tan duramente castigada y los ataques a la
diversidad, las libertades y los derechos proferidos por aquellos comentarios dieron
motivo a una respuesta espontánea pero firme contra Ricky Roselló, a la que se adhirieron,
confluyendo en el descontento generalizado, no sólo adversarios políticos del
mandatario, sino también esa mayoría social, cultural y hasta artística de
Puerto Rico harta de abusos. De este modo, brotaron unas movilizaciones masivas,
inéditas en el tranquilo transcurrir puertorriqueño, a las que dieron
visibilidad mediática artistas como Ricky Martin, Bad Bunny o Ednia Nazario,
entre otros. Y de consecuencias ineludibles, aunque rocambolescas, por cuanto la
sucesión del destituido gobernador no fue todo lo modélica como presumía la
burocracia institucional. Al parecer, el sillón de La Fortaleza no es una “herencia”
que se pueda transmitir arbitrariamente, a voluntad del legatario.
El secretario de Estado, que debía según la Constitución
sustituir al Gobernador, renunció a ello tras conocerse que también había
participado en el intercambio de los chats calumniosos. La segunda persona en
el orden sucesorio, la secretaria de Justicia, tuvo también que desistir del
empeño por las críticas y manifestaciones desatadas en su contra. El tercero en
la lista no tenía la edad requerida. Y el cuarto, un exrepresentante ante el
Congreso de EE UU que había sido nombrado secretario de Estado fraudulentamente,
al no ser ratificado por la Asamblea Legislativa, fue obligado por el Tribunal
Suprema a dejar el cargo a las pocas horas. Tras este baile sucesorio, la hasta
entonces secretaria de Justicia, Wanda Vázquez, finalmente ha jurado como nueva
Gobernadora de Puerto Rico para lo que queda de mandato, hasta nuevas
elecciones previstas para 2020, asegurando que su prioridad será dar “paz y
estabilidad” al país tras los tres gobernadores que han pasado por La Fortaleza
en lo que va de mes.
Esta crisis política por unos chats inmorales no ha hecho
más que profundizar el descontento de la población a causa de los escándalos de
corrupción que han protagonizado exfuncionarios y contratistas del gobierno de
Roselló y sus colaboradores, en medio de un contexto de dificultades
económicas, paro y precariedad que agobia la vida cotidiana de los ciudadanos
hasta obligarlos a emigrar, una vez más, en masa. Unas dificultades que dieron
comienzo cuando, en 2006, expiraron las exenciones fiscales que se habían instaurado
para atraer manufacturas estadounidenses a la isla. Aquello provocó tal bajada
de ingresos, por la fuga de inversiones y capitales, que el Gobierno tuvo que
cerrar temporalmente escuelas públicas y restringir servicios básicos. En la
actualidad, tales ventajas fiscales y mano de obra barata están asequibles en
otros países de área. Si a ello se añade la crisis económica que, pocos años
después, colapsó el sistema financiero mundial, se comprenderá más fácilmente los
padecimientos que han soportado los puertorriqueños. Porque, sin ingresos y falta
de liquidez, el Gobierno optó por pedir préstamos, en virtud de su capacidad para
emitir bonos exentos de impuestos locales, estatales y federales, haciendo que
la deuda de Puerto Rico creciera hasta cifras insostenibles. Y al no poder
pagarla, el Gobierno de Roselló declaró el “estado de emergencia” con el que
pudo despedir a miles de empleados públicos, eliminar derechos adquiridos y
reducir salarios a los funcionarios. Pero, ni aún así, las penurias económicas
de Puerto Rico se solventaron. Por todo ello, en 2016, Washington intervino
para someter a la “Perla del Caribe” al control de una Junta de Control Fiscal que,
nombrada por el presidente de EE UU, supervisa desde entonces la liquidación de
los activos de Puerto Rico para priorizar el pago de la deuda y aplicar una
política de austeridad en el gasto que descansa en recortes draconianos en
pensiones, salud, educación y otros servicios públicos, además de
privatizaciones y nuevos despidos. Finalmente, la Naturaleza, cómplice en
maldad cuando las desgracias se ceban sobre el desfavorecido, impacta con la
fuerza devastadora del huracán María para empobrecer aún más a los
puertorriqueños y condenarlos a padecer unas condiciones horribles y calamitosas.
Es la suma de todo lo anterior lo que explica que la “caída”
del Gobernador haya abierto un nuevo escenario en Puerto Rico en el que se
barrunta, además de la regeneración política y la erradicación de la corrupción
y las precariedades que encarnaba Roselló, una vieja aspiración, nunca
descartada definitivamente, de desligarse de las ataduras de un régimen
colonial de más de ciento treinta años de historia con unos EE UU que siempre
ha minusvalorado e ignorado a los puertorriqueños, como puso de manifiesto la
despreocupación e insolencia de Donald Trump en relación con la catástrofe provocada
por el huracán.
Una dependencia política y económica que, si bien al
principio permitió la estabilidad y un sucedáneo de bienestar a los habitantes
de Borinquen, en comparación con su entorno centroamericano, nunca ha
dejado de evidenciar los beneficios, basados en injusticias y
disfuncionalidades, para la superpotencia del Norte en detrimento de una
verdadera autonomía soberana para la isla caribeña. Bastaría, para comprobarlo,
que casi un 85 por ciento de los alimentos que consumen los puertorriqueños son
importados del continente, la práctica totalidad de ellos proveniente de un
puerto de Florida (EE UU), en régimen de cuasimonopolio comercial y
transportista. Y que, incluso, la “originalidad” del Estado Libre Asociado
(ELA) enmascara una dependencia colonial de sumisión, de relación subordinada,
con un “imperio” que ejerce el control político, económico, cultural, fiscal,
militar y social de Puerto Rico, desde que se constituyó en 1952. Tal estatus jurídico
del ELA no es más que un eufemismo de “unincorporated territory”, que sirve
para designar un lugar que, aunque se halle bajo soberanía estadounidense, no
forma parte, como un miembro más, de la Unión norteamericana ni constituye parte
del territorio nacional. Tampoco los puertorriqueños, pese a disponer de la
nacionalidad estadounidense -y pasaporte-, gozan de todos los derechos
derivados de ella, como participar y votar en las elecciones presidenciales si
no residen legalmente en territorio USA. Además, Puerto Rico no cuenta con un
representante en el Congreso de EE UU., sino un “comisionado residente”, con
voz pero sin voto. Y, por si fuera poco, Washington puede vetar cualquier ley
aprobada en Puerto Rico -si no conviene a sus intereses- y mantener el control sobre
los asuntos fiscales, económicos, migratorios, defensa territorial, postales y
demás competencias gubernamentales esenciales.
La tarea de la nueva Gobernadora es, pues, ardua y compleja:
devolver la ilusión a sus conciudadanos y sacar a Puerto Rico del pozo al que
lo precipitaron políticos más atentos a sus ambiciones que al interés general y
notablemente despreocupados de los problemas de la gente. Una gente dispuesta a
sufrir privaciones y catástrofes, pero en absoluto a dejarse arrebatar su dignidad
como personas. Los chats del destronado Roselló vinieron a colmar el vaso de la
paciencia de los puertorriqueños y los motivaron para salir a las calles a
exigir respeto y justicia. Respeto a su dignidad y justicia para revertir una
situación de la que no son responsables. Pero también libertad para ser dueños
de su futuro, sin hipotecas ni cortapisas impuestas por los “capitalistas del
desastre”. Es lo que pasa en Puerto Rico:
están hartos.
viernes, 9 de agosto de 2019
Memorias de agosto
Agosto trae recuerdos que destilan sensaciones infantiles,
de horas eternas de pegajoso silencio, noches insomnes por el sudor y las
sombras y de alegrías vacacionales que nos hacían olvidar el colegio y los
libros. Los agostos de la vida se acumulan en una mezcolanza de postales que
combina vivencias e ilusiones, en la que hechos y recuerdos no son indiferentes
y se funden en las memorias del niño, el joven y el adulto. Se rememoran
selectivamente, con una confusión de espacios y tiempos, los momentos más
gratos que hacen de agosto, de todos los agostos, una aspiración jamás satisfecha
de fugaz felicidad terrenal. Porque agosto se desparrama en tantas memorias
como gotas en un vaso de agua, todas semejantes y fragmentadas de un sueño
inalcanzable, en el que calles vacías y silencios vespertinos repiten
imágenes de agostos ya olvidados, enterrados en el polvo del pasado y la
nostalgia. Volvemos a los mismos recuerdos de cada agosto para configurar
nuestro yo surcado por el tiempo, como diría el filósofo. Memorias de agostos que
dulcifican el presente y hacen esperanzador el futuro de la historia que escribimos mientras soñamos.
miércoles, 7 de agosto de 2019
Trump recoge tempestades
Desgraciadamente, se ha producido la enésima matanza de
ciudadanos inocentes en Estados Unidos a manos de un fanático descerebrado
que, ejerciendo un controvertido derecho existente en aquel país a poseer armas
de fuego, la emprende a tiros contra cualquiera que considere objetivo
potencial de sus manías. Es, por tanto, el autor de tales crímenes el único culpable
de unos hechos que horrorizan a personas dentro y fuera de EE UU. Ya que
asesinar por las buenas -o por las malas, da igual- a clientes de un
supermercado en la ciudad de El Paso (Texas), disparando contra la multitud con
un arma semiautomática que deja un reguero de más de 20 personas muertas y
decenas de heridos, es un crimen del que sólo cabe culpabilizar al que empuña
el arma. Como también lo es el autor de otra matanza en Dayton (Ohio), cometida
horas después de la de Texas, en la que otro pistolero abrió fuego en el pleno centro
de la ciudad contra los viandantes que andaban de copas a la una de la
madrugada, provocando la muerte de, al menos, nueve de ellos y causando decenas
de heridos, antes de que la policía abatiera al agresor, sólo un minuto después de
comenzar la carnicería. Nadie pone en duda que ambos autores son culpables de
sus fechorías asesinas. Y que merecen las consecuencias y castigos derivados de
sus actos.
Pero más allá de la autoría material de los hechos, existen
responsabilidades morales y políticas en quienes no impiden o, cuando menos, no
dificultan que esos comportamientos criminales puedan manifestarse tan
fácilmente. Porque un país, en el que comprar un rifle o una pistola es algo tan
“normal” como adquirir chucherías en un quiosco, no puede limitarse a condenar sólo
al que aprieta el gatillo en los crímenes que se cometen con tales armas de
fuego. Los gobernantes de ese país deberían dejar de escudarse en una mal
entendida libertad para regular con el máximo rigor y mayor restricción la adquisición
y tenencia de armas letales por parte de cualquier ciudadano, al que le mueve
sólo el capricho de poseer un arma de fuego. Ya no se debe aguardar, si no se
quiere ser cómplice involuntario, a que se cometa otra matanza de inocentes para
abordar con seriedad un problema que sectores de la sociedad estadounidense y
representantes políticos son reacios a reconocer y solucionar. ¿Cuántos muertos
más hacen falta para admitir que la “libertad” de portar armas causa más
estragos mortales entre la población que su prohibición o severa limitación?
¿De verdad sería más insegura la sociedad si careciera de “libertad” a portar armas
de fuego? ¿Cuántos inocentes deberán pagar con su vida por una norma legal que
ha demostrado su ineficacia para cumplir con su objetivo -la defensa personal- y
constituye un peligro creciente para la seguridad del conjunto de la población?
Existen, pues, responsabilidades políticas por parte de aquellas autoridades
que paralizan iniciativas tendentes a impedir la venta de armas de fuego a
particulares, desoyendo los llantos y el clamor de las familias de las
víctimas. Porque por mucho poder e influencia que tenga la Asociación Nacional del
Rifle ((NRA en sus siglas inglesas y cuyo rostro fue Charlton Heston) y por mucha
capacidad que tenga para ejercer de “lobby” de la industria de armas ligeras ante
Congresistas y Senadores, es hora ya de exigir públicas responsabilidades a quienes
banalizan la posesión de armas de fuego y hacen apología de las balas como
instrumento de una supuesta libertad. Libertad para matar sin que ninguna ley
disuada ni obstaculice la facilidad para cometer asesinatos. ¿Qué impedimento
existe para que el poder político regule este aspecto que erosiona la
convivencia pacífica de la sociedad, como corresponde a su función? ¿Qué
intereses tan formidables impiden una regulación legal más severa en el control
de las armas de fuego? ¿Acaso la inmigración provoca más muertes que esa
“libertad” de ir armado como para priorizar las leyes contra los flujos
migratorios en vez de contra la adquisición y tenencia de armas? Hay, por todo
ello, responsabilidades políticas por la desidia ante una lacra mortal que no
se extirpa de la sociedad de EE UU.
Pero también existen responsabilidades morales. Hay
responsabilidades por avivar el odio y el rechazo a las minorías, especialmente
la hispana, entre la población predominantemente blanca del país, por parte de
sus máximos dirigentes. No son culpables de matar a nadie, pero sí de propiciar
el ambiente de exclusión y hasta de miedo al diferente y de azuzar
emocionalmente comportamientos xenófobos y hasta racistas en una población que
no puede evitar ser plural y diversa, como es la estadounidense. Y uno de los
que debe asumir su responsabilidad moral y política es el actual inquilino de
la Casa Blanca, Donald Trump, quien no ha dejado de sembrar vientos en su
campaña electoral y durante su mandato contra los inmigrantes, obsesionado en construir
muros fronterizos y criminalizando continuamente al migrante, por lo que ahora
recoge las tempestades que desatan sus mensajes supremacistas y sus iniciativas
restrictivas de la inmigración por motivos raciales y religiosos. Trump debe
responsabilizarse -moral y políticamente-, al alentar el resentimiento racial,
de los actos de violencia racista que han acontecido bajo su mandato, desde el
de Charlosttesville (Virginia), donde la ultraderecha dejó un muerto durante un
enfrentamiento con grupos antiracistas y del que culpó a ambos bandos, hasta
los últimos del pasado fin de semana, uno de los cuales fue el mayor crimen
racista contra hispanos en la historia reciente de Estados Unidos. Donald Trump
es responsable por acción y omisión.
Por acción, al estar continuamente criminalizando al
inmigrante y acusándolo de querer entrar en EE UU para robar y violar,
convirtiéndolo en el único culpable de todos los males que aquejan a esa
sociedad. Ha sembrado odios y miedos infundados por motivos raciales y
religiosos, sin más datos que confirmen sus denuncias del rechazo al
inmigrante, sobre todo hispano, que su palabra y su convencimiento, como si
fueran verdades reveladas. Y lo hace cínicamente movido por la rentabilidad
electoral que le proporciona blandir un supremacismo blanco y “autóctono” en
una sociedad que recela de la multiculturalidad y de una globalización que obliga
a competir y perder privilegios comerciales y económicos. Trump, aunque parezca
lo contrario, no es tonto, pero es inmoral e indecente, hasta el punto de tener
posibilidad de ser reelegido con los votos de aquella “américa profunda”,
machista y racista, que teme perder su antiguo modo de vida. Trump se ha
dedicado toda la vida a agitar el miedo al inmigrante, acusándolo de ir a EE UU
a abusar de las ayudas sociales, quitar puestos de trabajo y aumentar la
criminalidad, porque le depara votos, sin importarle que ello despertara el
racismo latente y la xenofobia en una sociedad que hasta hace relativamente poco
mantenía políticas de discriminación racial sobre la minoría negra de la
población.
Pero también lo es por omisión, por no promover un mayor
control sobre las armas de fuego en un país en el que, según un estudio del
Servicio de Investigación del Congreso, de 2012, con una población de 321
millones de habitantes, posee 310 millones de armas, supuestamente para defenderse
en nombre de la libertad. Una “defensa” que, en la mayoría de los casos, se
hace contra civiles desarmados e inocentes. Y en nombre de una “libertad” que
ocasiona una media de 40 muertos al día, según datos de la organización Gun
Violence Archive. ¿Y qué hace Trump ente este problema? No hace nada, salvo
aventar el racismo, la intransigencia y el miedo entre la población. Es verdad que
la violencia por armas de fuego es crónica en EE UU y no hay que endosársela al
actual presidente. Viene de antiguo y obedece a circunstancias históricas que
la explican, pero no la justifican. La tenencia y uso de armas está amparado
por la Constitución estadounidense. Y cualquier cambio que restringa esa
“libertad” es considerado una injerencia o intervencionismo del Gobierno. Los
republicanos y, por supuesto, Donald Trump defienden la consagración de esa
“libertad” constitucional, según ellos necesaria para la defensa de cualquier
persona. Pero, al menos, podría regularse para evitar que depare más perjuicios
-mortales- que beneficios, más inseguridad que seguridad. Es lo que procuró hacer
su antecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, quien a pesar de intentar
endurecer el control de las armas de fuego, no pudo evitar que sus iniciativas
fueran rechazadas por el Congreso y que todos los años de su mandato se vieran
salpicados por alguna masacre con víctimas por disparos de armas en poder de
particulares. El único cambio significativo se produjo en 2007, cuando se
prohibió la venta de armas a personas con trastornos mentales y antecedentes
penales. Fue la mayor restricción jamás impulsada en EE UU sobre la “libertad”
de tener armas. Pero Trump ni eso.
Obligado por las circunstancias, Donald Trump condena ahora,
por primera vez, “el racismo, la intolerancia y el supremacismo blanco” que han
motivado la matanza de El Paso, una ciudad fronteriza con casi un 85 por ciento
de población hispana. Y acude a esa ciudad a expíar su responsabilidad política
y moral en un atentado de odio que el autor material del mismo ha confesado que
responde “a la invasión hispana de Texas”. Resulta un sarcasmo que el propio
Trump, quien ha inoculado hasta la saciedad el miedo a la invasión para
referirse a la inmigración hispana en todos sus mítines y declaraciones
públicas, vaya ahora a esa ciudad a condenar el racismo y la intolerancia que
él mismo promueve en la sociedad. Y que no hace nada para atajar su
manifestación más violenta, los asesinatos de inocentes, regulando un control
más estricto de las armas de fuego. Así es la hipocresía del cínico que habita
la Casa Blanca. Siembra vientos de odio, pero esquiva recoger las tempestades
de violencia racista. Y, así, hasta la siguiente matanza.
domingo, 4 de agosto de 2019
Antiguas canciones del verano
En mis tiempos de mocedad, cuando agosto enlentecía las
horas y derretía las aceras, una de las pocas diversiones que podíamos
permitirnos, a falta de coches, aire acondicionado y dinero, era averiguar cuál
sería la canción del verano entre todas las que sonaban por la radio, la
televisión y los altavoces de los cochecitos locos. Porque cada verano tenía su
canción, la más insistentemente difundida por doquier hasta acabar gustándonos
a todos. No había sarao, discoteca o bar donde su continua cantinela machacara nuestros
oídos sin misericordia. Con más de 50 agostos a cuestas, guardo dulcificados
recuerdos de algunas canciones que, si no eran precisamente las distinguidas
como las del verano, eran al menos las que a mí más me atraían porque
satisfacían mis gustos eclécticos en música. Haciendo una selección emocional,
más nostálgica que rigurosa, las que siguen son algunas de mis canciones
predilectas que solía escoger en las máquinas de discos de los bares. Son 12
canciones de años en que nada nos podía encerrar en nuestras casas, a pesar del
calor. Evidentemente, no son las mejores, pero son las que todavía conservo en
aquellos singles de vinilo que, de vez en cuando, décadas después, aún
pincho en el tocadiscos. ¡Que las disfruten!
-Child, de Canarios. (1968)
-Fortunate Son, de Credence Clearwater Revival (1969)
-Mujer de magia negra, de Santana (1970)
-Without you, de Nilsson (1970)
-¿Es que realmente alguien sabe qué hora es?, de Chicago
(1970)
-Papa was a rolling´stone, de Temptations (1972)
-My way, de Nina Simone (1972)
-Cantares, de Miguel Ríos (1972)
-Harmony, de Ben Thomas (1972)
-Suavemente me mata con su canción, de Roberta Flack (1973)
-Así habló Zarathustra, de Eumir Deodato (1973)
-Only you, de Yazoo (1980)
sábado, 3 de agosto de 2019
Pierna independentista
Al maestro Millás, con admiración.
Como esas regiones que se quieren separar de sus países, una
pierna de mi cuerpo pugna por ir a su aire y no cumplir con la legalidad que emana
del cerebro. Se comporta como si tuviera pretensiones soberanistas y, con los
años, actúa con abierta desobediencia a mi voluntad. No es extraño, así, que
muchas mañanas amanezca girada hacia el otro lado sobre el que estoy acostado
en la cama y tenga que obligarla a ocupar la posición que le corresponde,
paralela o encima de la otra pierna, para poder seguir durmiendo en paz. En
ocasiones, también, cuando estoy sentado en un taburete, me obliga a ponerme de
pie y sacudirla, porque parece que se evade, se desconecta y no la siento. Si antes
no la despierto y la espabilo, podría caerme al intentar dar un paso sin su
ayuda. Con los años, no oculta sus intenciones de rebelarse e independizarse. Y
hasta me parece escuchar, cuando estoy a punto de cerrar los ojos durante la
siesta, una voz lejana que clama por el derecho a decidir. Un cosquilleo en la
pierna, como un calambre, me hace renunciar al sueño y cambiar de canal en la
televisión. Dejo los telediarios, que continúan con las noticias sobre secesionistas
catalanes, y me enfrasco con los documentales sobre leones y guepardos de
África que devoran sin contemplaciones a sus presas. Entonces, observo la
pierna independentista con mirada severa para advertirle: la amputación no te
hará libre, desagradecida.
jueves, 1 de agosto de 2019
El error de América
Américo Vespucio, que legó su nombre al Nuevo Mundo, no
participó en su descubrimiento, pero reconoció la existencia de unas tierras
nuevas y fue el primero en describirlas y darlas a conocer en Europa. Cuando se
conmemora la efemérides de Magallanes y Elcano de dar la primera vuelta al
mundo en barco, no está de más conocer las circunstancias, casualidades y
malentendidos que explican el extraño error de bautizar al Mundus Nuvus como América y no Colombia, en honor a Cristóbal Colón, su descubridor, como hubiera sido lo lógico. Un librito de Stefan Zweig, Américo Vespucio, relato de un
error histórico*, aclara los hechos y comprueba que quien los narra o los
explica puede resultar más importante para la posteridad que quien los llevó a
cabo.
*Stefan Zweig, Américo Vespucio. Relato de un error
histórico. Editorial Acantilado. Barcelona, 2019.
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