viernes, 31 de agosto de 2012

Te despido, agosto

Te despido, agosto, aunque todavía tu agonía se prolongue hasta los días bochornosos con los que te enfrentas al otoño. Te despido, agosto, con el adiós de unos ojos deslumbrados por la brillante luz con que hacías retroceder las sombras de la noche. Te despido, agosto, con el aborrecimiento de tu influencia para aglomerar multitudes embebecidas de ocio gregario. Te despido, agosto, en el estertor de tu último aliento con el que sucumbes a la voluntad insobornable del calendario. Te despido, agosto, sin pena ni lamento por la derrota de un tiempo en que reinaste con menosprecio a cuántos te rechazaban. Te despido, agosto, con la esperanza de que tu marcha precede al tiempo gris que escapa de la monotonía absoluta de lo azul o negro. Te despido, agosto, con la seguridad de que retornarás exultante de las cenizas del invierno. Te despido, agosto, saludando con alegría la variedad cíclica que nos hace disfrutar de distintas monotonías fugaces. Pero sobre todo, te despido, agosto, sin confundir que no eres tú el que se marcha, sino que soy yo quien hace una muesca más al cronómetro de mi existencia. Te despido, en fin, agosto, en la confianza de poder repudiarte el año que viene. Por eso te despido, agosto.

La `deconstrucción´de TVE

Poco duró la ilusión de una televisión pública independiente y de calidad que habíamos saludado en alguna ocasión en este blog. En aquel momento, parecía que se apostaba por conformar un mercado audiovisual que integrase las ofertas de canales privados, como garantía de pluralidad, con unos medios públicos que respondieran no a la rentabilidad, sino a la independencia y la profesionalidad.

Fue un sueño alimentado por las medidas que adoptó el defenestrado Gobierno socialista, tendentes a liberar a Televisión Española (TVE) de la sumisión gubernamental que la mediatizaba, mediante la elección de su presidente por parte de una mayoría cualificada del Parlamento, y dotándola de cierta autonomía presupuestaria con la que sufragaba su consideración de servicio público y la alejaba de la competición por la tarta publicitaria (eliminación de la publicidad comercial). Tales pasos hacia una televisión pública, libre al fin del control por el gobierno de turno, hicieron albergar la esperanza de encaminarnos hacia el modelo británico, representado por la BBC, toda una referencia de lo que debe ser una televisión de prestigio e independencia.

Sin embargo, con el advenimiento de un Gobierno conservador neoliberal y las medidas adoptadas vía del decreto-ley, el Ejecutivo retoma el control gubernamental del ente público de Radiotelevisión Española, en el que desembarcan los periodistas más sectarios procedentes de Tele Madrid, decide la privatización de las televisiones autonómicas y legisla a favor de la concentración mediática, todo lo cual evidencia la voluntad de optar por un modelo audiovisual totalmente contrario al soñado.

Con la excusa de la crisis económica, Mariano Rajoy acomete el debilitamiento de TVE y/o la supresión de los medios públicos autonómicos, al tiempo que favorece la creación de dos grupos mediáticos que monopolizarán el espectro audiovisual español y acapararán el mercado publicitario de televisión. En ese contexto hay que valorar la flexibilización de las condiciones que impuso la Comisión de la Competencia para la fusión de Antena3 con la Sexta. Una vez sorteado el obstáculo de la Comisión, que trataba de evitar un monopolio audiovisual en España, la estructura mediática resultante quedará concentrada en muy pocas manos, que corresponderán a los grupos formados por Mediaset y Antena 3, los cuales dispondrán de un poder casi absoluto para imponer la programación de lo que se ve en España por televisión.

En puridad, una vez realizada la fusión pendiente, el panorama televisivo nacional quedará reducido a dos grandes grupos empresariales que están participados por conglomerados transnacionales que, a su vez, extienden sus ramificaciones a Internet, aplicaciones para móviles y tabletas, la edición de libros, revistas, diarios y otros medios digitales. Mediaset (Tele5 y Cuatro) y Antena 3 (Antena3 y la Sexta) dispondrán de más de la mitad de la audiencia y el 85 por ciento de la publicidad en televisión. Los auténticos dueños de este monopolio televisivo español son la italiana Mediaset, la alemana Berstelmann (RTL), la editorial Planeta y Prisa, un cuarteto que domina ya la televisión en abierto y de pago, además de abarcar otros mercados, como el editorial y cultural, determinando en gran medida la oferta informativa, cultural y de ocio de que dispone el consumidor español.

Si a ello añadimos la “deconstrucción” de la televisión pública, a la que intencionadamente se debilita para finalmente hacerla inviable, se comprenderá la alarma de quienes confiaban en una televisión independiente y de calidad que contrarrestase la influencia de unos medios privados que atienden exclusivamente a su rentabilidad comercial. Pero con las medidas del Gobierno favorecedoras de la concentración mediática –a lo que tiende cualquier mercado que no se regula-, el mayor duopolio de Europa tendrá efectos en todo el mercado de la comunicación, impidiendo a los grupos pequeños e independientes ejercer ninguna competencia a tan fantástico y absoluto dominio. Sin TVE, quedamos a merced de los grandes tiburones de la televisión comercial.

martes, 28 de agosto de 2012

La balanza de la sangre

La mayoría de la personas piensa que nunca va a necesitar sangre. Y si así fuera, los hospitales dispondrían de la que hiciera falta. Ambas premisas son falsas. Nadie puede adivinar su futuro como para saber lo que va a ocurrirle el día de mañana. Ni los hospitales están surtidos permanentemente de todos los componentes sanguíneos que, en un momento dado, podrían requerir. Todo depende, en un caso, del azar, y en otro, de la colaboración ciudadana.

Y la razón es muy sencilla. Toda la sangre que se utiliza en la práctica médico-quirúrgica de los hospitales proviene de las personas que la donan. Hay sangre porque existen donantes que facilitan ese producto biológico de forma periódica. Gracias a los donantes, es posible atender en los hospitales cualquier demanda de transfusión sanguínea o cualesquiera de sus componentes derivados, como el plasma o las plaquetas.

Es imprescindible la donación periódica de sangre porque ese tejido no se manufactura artificialmente. Se trata de la única “medicina” que no se puede adquirir en un laboratorio ya que ninguno ha sido capaz todavía de fabricarla. No existe sangre artificial ni ninguna sustancia que pueda sustituirla. No es cuestión, por tanto, de dinero o de pagar impuestos, sino de donarla. Eso convierte a los donantes de sangre en personas fundamentales para la asistencia sanitaria de todos, y deberíamos ser prevenidos al respecto.

Deberíamos prevenir esa asistencia colaborando en que los depósitos de los bancos de sangre hospitalarios estén siempre surtidos y listos para atender cualquier contingencia. Si lo prefiere, por una razón egoísta: porque usted mismo puede necesitarla. Nadie está exento de una enfermedad, un accidente o mil circunstancias más que podrían conducirlo a un hospital y requerir ser transfundido. Sería el peor momento para tomar consciencia de la trascendencia de la colaboración ciudadana y, quizás, demasiado tarde para buscar soluciones.

No crea que la sangre sólo sirve para paliar su pérdida en caso de accidentes y grandes hemorragias. La mayor parte de ella se destina a tratamientos convencionales de muchas enfermedades que no son urgentes, pero que sin sangre no se podrían abordar. Casi todas las intervenciones quirúrgicas se realizan previa reserva de sangre; anemias importantes precisan transfusiones de hematíes regularmente; otras patologías requieren el aporte de plasma o plaquetas para estabilizar la situación del paciente o contrarrestar los efectos de procedimientos que, como la diálisis, ocasionan hemólisis en los enfermos renales. Si a ello añadimos los tratamientos en cuidados intensivos, en grandes quemados, los trasplantes y las urgencias, por citar sólo algunas áreas que prescriben muchas transfusiones, se comprenderá mejor la permanente necesidad de sangre de los hospitales. Tanta necesidad que, diariamente, son requeridas centenares de unidades (bolsas) de sangre o sus hemoderivados en la rutina asistencial de cada uno de ellos.

Y la única manera de conseguir toda esa cantidad de sangre es mediante la donación altruista, voluntaria y periódica. El donante se convierte, así, en el factor estratégico que posibilita la atención sanitaria del conjunto de la población. Tanto si está sano y no la necesita, pero podría donarla, como si está enfermo y necesita sangre, cada persona es primordial en la estructura hemoterápica de la medicina. De ahí que, ante las premisas iniciales, la verdad resultante sea que donar es, en cuanto se asume como hábito de conducta, la única manera de garantizar la existencia permanentemente de sangre, en cualquier circunstancia. No es una disquisición teórica, sino un hecho real. Y la realidad es que usted -y todos- está impelido a ello por una comprensión racional del problema: porque usted puede donar sangre para salvar vidas o porque su vida puede depender de los donantes. Independientemente del lado en que le sitúe la fortuna, usted es la razón de ser de la necesidad de sangre en nuestra sociedad. Aunque puestos a escoger, ¿en qué lado de la balanza prefiere encontrarse?.

domingo, 26 de agosto de 2012

Armstrong, una huella indeleble


Era más de medianoche, tal vez la primera vez que trasnochaba en mis primeros 16 años de existencia, y lo hacía en compañía de mi padre, que dormitaba en un sillón mientras yo aguardaba ansioso, tumbado en el suelo, la culminación de la vela con los ojos pendientes de la televisión. El salón estaba en penumbras, apenas disipadas por la débil luminosidad de una pantalla que mostraba al mundo en blanco y negro y con voz susurrante, para no despertar al resto de la familia. Sólo mi padre y yo habíamos decidido no perdernos el instante histórico en que Neil Armstrong posaba su pie sobre la superficie de la Luna. Fue un día de verano y Sevilla dormía con las ventanas abiertas para que el calor no perturbara el sueño de la gente. Como el que había atrapado a mi padre y del que lo tuve que librar para que presenciara las imágenes que empezaba a emitir la televisión. Una figura borrosa descendía con suma precaución por una escalerilla, con movimientos lentos, como si flotara sumergido en una piscina. Eran las primeras horas de la madrugada del 21 de julio de 1969 y retransmitía la crónica Jesús Hermida. Pocos hechos he vivido yo con tanta intensidad como aquellos.

Hoy, cuarenta y tres años más tarde, aún tengo vivo en la memoria aquel episodio de mi adolescencia en que Neil Armstrong pronunció la histórica frase de “es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad”. Acababa de pisar la Luna y dejaba una huella indeleble, no sólo sobre la polvorienta superficie lunar, sino en los recuerdos de toda una generación que siguió la misión del Apolo 11 como la aventura más grande jamás realizada por el ser humano.

El hombre que encarnó la utopía de los visionarios, el astronauta que hizo realidad el sueño del hombre por explorar otros mundos, murió ayer a los 82 años. Tras esa inimaginable misión que capitaneó como comandante, Armstrong no volvió a volar nunca más, aunque siguió en la NASA hasta 1971. Su única odisea, para la que se preparó durante cuatro años, lo había convertido en un héroe, como a sus compañeros Michael Collins y Edwin E. Aldrin., tripulantes de la expedición que transportó el cohete Saturno V rumbo al satélite de la Tierra. Y con esa consideración ha muerto, como el héroe que puso por primera vez un pie en la Luna. Un hecho que forma parte de mi memoria sentimental. Al buscar la revista conmemorativa que la Editorial Argos realizó aquel año de 1969 sobre “El hombre llega a la Luna”, que guardo como un tesoro, no puedo menos que desear al mito de mi juventud: descanse en paz. Tu huella sigue en mi memoria.

sábado, 25 de agosto de 2012

Ecce homo y esa mujer


Ha tenido protagonismo informativo, entre chanzas y mofas, el resultado de la deplorable restauración que una octogenaria ha realizado de un fresco del siglo XIX pintado en el muro de una parroquia de Borja, en Zaragoza. Nadie anteriormente había reparado en la obra ni le brindaba atención para su conservación. Estaba allí como podía estar una mancha de humedad: algo consustancial al deterioro de un lienzo mural dejado a la intemperie. Ni las autoridades eclesiásticas ni las civiles, de cualquier nivel, habían dispuesto jamás ningún segundo de atención o los recursos necesarios para la debida custodia y protección de lo que ahora tanto se lamenta. Una pigmentación sobre las piedras de un santuario que el tiempo y la indiferencia se estaban encargando de difuminar imperceptible, pero incesantemente. Algo que sólo una feligresa de 81 años pudo percibir de tanto acudir a humillarse al templo.
 
Con arrojo senil, la preocupación y unos rudimentarios conocimientos de pintura  mueven a la buena mujer a limpiar aquel fresco del olvido y el moho que van cubriéndolo. Y aunque del voluntarioso empeño sólo surgió lo esperado de un profano, para hilaridad de quienes se desternillan con los tropezones ajenos, ningún “experto” de los que tanto abundan, a cualquier nivel, se dignó mover una pestaña para evitarlo, como tampoco ningún responsable del lugar que cobija el depósito pictórico, con hábitos o sin ellos, se acercó a la anciana para agradecerle su generosidad y recomendarle confiar con más devoción en los designios divinos para con todas las cosas, incluidas las obras de escasa relevancia artística como aquella.
 
Pero cuando la vergüenza de lo sucedido se transforma en comidilla mundial, gracias a las redes sociales e internet, la carcoma de la indolencia burocrática busca culpables en las manos arrugadas y vencidas de una vieja que se atrevió hacer lo que nadie había hecho: recuperar del ostracismo una pintura abandonada en una iglesia. Del Alcalde, del Obispo, del concejal de Cultura, de la Dirección General de Patrimonio o del presidente de un Gobierno que se niega a “gastar” en nada, mucho menos en cultura, no se acuerda ninguno de los que ríen, sólo de la humilde abuela que se dejó llevar por una sensibilidad para la que ya no tenía fuerzas ni presteza. Más que risas, me apena que la pobre mujer, con la debilidad de una edad provecta, sea maltratada por una imprudencia de la que deberían responder tantos “responsables” ociosos e incompetentes, a cualquier nivel, que ahora se afanan en buscar chivos expiatorios. Si el rostro de los inútiles aflorara en los tesoros culturales que desprecian o ignoran, entonces sí tendríamos razones para la chanza y el jolgorio.

jueves, 23 de agosto de 2012

¡Maldito wikileaks!


Hay veces, pocas en realidad, que mi punto de vista coincide con el de personas que profesan una ideología de la que disto años luz, lo que me hace temer por la integridad de mis convicciones. En absoluto me considero un dogmático, pero compartir los argumentos de personalidades con las difiero diametralmente me hace sentir incómodo, aunque valoro sobremanera la actitud de quienes son capaces de evolucionar críticamente.

Sumido en la lectura del último de libro de Mario Vargas Llosa (La civilización del espectáculo, Alfaguara, Madrid, 2012), descubro que participo de sus reflexiones en torno al asunto de los papeles de Wikileaks: “chismografía destinada a saciar esa frivolidad” (V.Llosa) de una “parte de la actual imbecilización social” (F.Savater) que cree tener derecho a saberlo todo de todos. Y me sobresalto al comulgar con la valoración que se hace de la información, cuando la cultura se ha convertido en espectáculo, destinada al entretenimiento o la satisfacción de la necesidad de diversión de lectores adormecidos por el tedio.

Porque resulta, a mi modo de ver, que la “hazaña” protagonizada por Julian Assange, un hacker informático, de extraer o comprar documentos confidenciales de legaciones diplomáticas de determinados países, lo único que revela es la desinhibición con que algunos funcionarios, por muy cualificados que sean, despachan sus comentarios y observaciones sobre las relaciones internacionales, y cuyo “alto” interés periodístico radica en alimentar el morbo y la curiosidad malsana de los aburridos. Y si para ello hay que violentar el derecho a la privacidad y confidencialidad de las comunicaciones, el mundo entero se presta a ello amparándose en la libertad de información, saco en el que se mete toda clase de rumores y chismes que se confunden, intencionadamente, con la verdadera información, por deseos de manipular más que de informar y contribuir a la conformación de la Opinión Pública.

Más grave, sin embargo, que esta concordancia con las valoraciones de Vargas Llosa me resulta la comprensión con que leo las argumentaciones, acerca del fraude que supone el caso Assange, de Ana Palacio, la primera mujer que asumió la cartera de Asuntos Exteriores en España (2002-04), abogada experta en Derecho Internacional y de la Unión Europea, de marcada tendencia conservadora, y de cuya actividad política disentí totalmente.

El autor de las filtraciones de wikileaks está acusado en su país de residencia, Suecia, por delitos de violación sexual, lo que se sospecha es una turbia maniobra para arrestarlo y extraditarlo a EE UU, país que todavía no lo ha acusado ni reclamado en relación con las informaciones confidenciales sustraídas y publicadas del Departamento de Estado. Suecia ha cursado una Orden de Detención Europea para que Inglaterra lo detenga, ya que Julian Assange se había refugiado en tierras de la Pérfida Albión. Agotadas las vías legales, el hacker pide finalmente asilo en la embajada de Ecuador en Londres, donde permanece recluido sin que Reino Unido conceda el salvoconducto que le permitiría salir hacia el país sudamericano, librándose de ser detenido.

En un embrollo en el que destacan más los componentes políticos que los jurídicos, Ana Palacio plantea las incongruencias de quienes abogan por un Estado de Derecho, pero socavan su alcance y respeto, y denuncia el silencio de una Unión Europea que no se pronuncia cuando se cuestiona la legitimidad jurídica de sus Estados miembros.

Aun siendo partidario de la mayor transparencia en el funcionamiento de los Estados, donde ninguna actividad ha de estar vedada a la inspección pública, salvo las estrictamente secretas por ser estratégicas y relativas a la defensa nacional, la existencia de ámbitos privados protegidos por derechos constitucionales no pueden quedar expuestos a la curiosidad descontrolada. De ahí que me parezca oportuna la reflexión de la antigua ministra de Aznar sobre el nulo apoyo que presta la Unión Europea a un asunto que afecta a dos de sus Estados miembros, cuyas actuaciones judiciales están siendo puestas en tela de juicio por terceros, lo que influye en la percepción que tienen los ciudadanos de las garantías legales que sus países ofrecen.

Compartir opiniones con Vargas Llosa y Ana Palacio me hace repudiar todo este lío de wikileaks, esos papeles más propios de una “prensa del corazón” política que de periodismo serio y relevante. Ignoro si son las vaharadas de un agosto soporífero o síntomas de una senilidad prematura, pero estas coincidencias con el pensamiento conservador me están amargando el verano. ¡Maldito wikileaks!

miércoles, 22 de agosto de 2012

Cuando la estrategia se vuelve en contra


Hubo un tiempo en que el Partido Popular, estando en la oposición, no tenía reparos en utilizar la lucha antiterrorista para desgastar al Gobierno. Era cuando acusaba al Ejecutivo de “estar traicionando a los muertos” y que la política antiterrorista servía sólo para “fortalecer a ETA”. Ninguna medida gubernamental parecía del agrado de un Partido Popular que enarbolaba la bandera de las víctimas y se colocaba tras las pancartas de las manifestaciones, rompiendo el frente unido entre los demócratas contra el terror para asumir postulados maximalistas, desde los que exigía medidas extremas.

Mientras estuvieron en la oposición se convirtieron en adalides del cuestionamiento de cualquier instrumento que no fuera únicamente la fuerza policial para vencer a ETA, socavando con sus críticas los esfuerzos emprendidos para evitar los asesinatos, el cese de la violencia y las salidas para reconducir las aspiraciones de los independentistas por vía de la legalidad, a través de cauces pacíficos y democráticos de participación política.

Tal estrategia que recusaba todo consenso que no se limitase a la mera asunción de los postulados radicales de los populares era de fácil ejecución y proporcionaba enormes réditos electorales a los conservadores, aunque supusiera fracturar la unión entre demócratas y faltar a la  lealtad con el Gobierno en un asunto de Estado que requiere discreción, tacto y enormes dosis de responsabilidad en los partidos con posibilidad de gobernar.  

Dos veces ha repetido el Partido Popular esa estrategia de confrontación en materia de política antiterrorista: la primera, durante los gobiernos de Felipe González que acabaron enfangándose en una “guerra sucia” contra ETA, dirigida desde el Ministerio del Interior, y de la que se lucraron algunos altos responsables y determinados elementos policiales gracias al uso de fondos reservados sin ningún control. Una deriva que degeneró de la obsesión por afrontar, por “atajos” y a cualquier precio, las crueles campañas criminales de ETA, capaz de cometer más de cien asesinatos en una legislatura.

Esa situación puso en bandeja a José Mª Aznar la posibilidad de auparse a la presidencia del Gobierno merced a una frase insistentemente pronunciada en cada debate parlamentario y cada mitin: “¡Váyase, señor González!”. La dura oposición de Aznar, que se nutría de los casos de corrupción en las filas socialistas y de lo que se denominó “terrorismo de Estado”, sirvió para que el líder de la oposición se hiciera eco de las insinuaciones que señalaban al presidente de Gobierno como el “Sr. X” que dirigía la trama de los GAL, policías y mercenarios que combatían a ETA con la anuencia de determinados cargos del Gobierno. Y dio resultado: tras cuatro legislaturas de gobiernos socialistas (1982-1996), Aznar consiguió que el Partido Popular accediera al Poder.

La segunda ocasión fue cuando retornaron a la oposición por obra y milagro de José Luis Rodríguez Zapatero, quien contra todo pronóstico desalojó a los populares del Poder tras los atentados cometidos por terroristas islamistas en Atocha. Otra vez los populares volvieron a la estrategia radical, sobre todo durante la primera legislatura del socialista, acusando al Gobierno de rendirse a ETA y claudicar ante sus exigencias, al impulsar un “proceso de paz” con el que pretendía acabar con la existencia de la banda terrorista mediante el diálogo y negociación. Los populares y la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) se conjuraron para manifestarse repetidamente contra la política antiterrorista del Gobierno, rechazando incluso las medidas de reinserción de los presos que se desvinculan de la banda o los beneficios penitenciarios (prisión atenuada, permisos, etc.) que pudieran serles aplicados.

Sin embargo, toda esa estrategia radical contra la política antiterrorista del  PSOE se vuelve en contra cuando el Partido Popular tiene oportunidad de gobernar. Porque, inviable la derrota de ETA exclusivamente por vía policial, debe aplicar mecanismos basados en aquello que criticaba ferozmente desde la oposición. Entonces no recuerda sus exigencias maximalistas y las pancartas tras las que se parapetaba para denunciar chantajes y traiciones ante cualquier iniciativa antiterrorista.

Ni el mismísimo Jaime Mayor Oreja, convertido en el “martillo” de la oposición al Gobierno en esta materia, es capaz de recordar su paso al frente del Ministerio de Interior desde el que acercó presos de ETA a las cárceles del País Vasco, excarceló a decenas de ellos y tuvo que escuchar la referencia de su presidente al “movimiento de liberación vasco” cuando Aznar  autorizó el inicio de negociaciones con ETA en la tregua de 1998.

Entonces, y ahora también bajo el Gobierno de Rajoy, lo que era cesión se transforma en cumplimiento estricto de la ley, la “blandura” ante presos enfermos son medidas penitenciarias humanitarias y los planes de acercamiento y reinserción son actuaciones gubernamentales que se basan en “cumplir la ley en la lucha contra ETA para derrotar a ETA”. Salvo las propias bases más extremistas del Partido Popular, nadie niega la legitimidad del Gobierno para diseñar y aplicar la política antiterrorista, así como el consenso y lealtad con que ha de ser secundado en su labor, precisamente para no mostrar ninguna fisura entre los demócratas que pudiera beneficiar a los asesinos. Pero esa actitud ha de mantenerse tanto si se gobierna como si se está en la oposición, cosa que no hace el Partido Popular y por eso la estrategia se le vuelve en contra. ¿Aprenderá alguna vez la lección?

lunes, 20 de agosto de 2012

Carne de gallina


Hoy se cumplen cuatro años del accidente del avión de Spanair que dejó 154 muertos y 18 supervivientes en las cunetas del aeropuerto de Barajas, y se me pone la carne de gallina. No por miedo a volar, sino por la irresponsabilidad con que, en más ocasiones de lo deseable, se realiza el pilotaje de un avión. Aquel caluroso mediodía, los pilotos -según los peritos- olvidaron desplegar unos alerones (flaps y lats) en las alas que consiguen dar mayor sustentación a la nave, y al ser incapaz de elevarse, acabó estrellándose contra la pista.

Una cadena de fallos, aislados o concatenados, dio lugar a que el accidente se produjera. En primer lugar, el recalentamiento de una sonda, que sirve para medir la temperatura exterior de la nave, hizo que los mecánicos de mantenimiento la desconectaran al no poderla reparar. Según los manuales de la compañía, no era un sistema esencial de vuelo. "Solucionado" el problema, los pilotos emprenden un segundo intento de despegue sin configurar adecuadamente el avión, olvidando accionar los citados alerones que amplían la superficie del ala y dotan de mayor sustentación a la nave durante las maniobras de despegue y aterrizaje. Además, tampoco realizaron minuciosamente las operaciones previas de comprobación (procedimientos operativos estándar) ni la confirmación visual de la palanca que indica la posición de los flaps y lats en cabina. Para colmo, no sonó el TOWS del avión, una alarma que avisa a los pilotos si olvidan activar esos alerones, imprescindibles para el despegue. Para el Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA), la deficiencia del TOWS, al no sonar, facilitó el siniestro, puesto que si hubiera funcionado correctamente, la tripulación hubiera abortado el despegue. En cualquier caso, es este cúmulo de deficiencias lo que hace altamente peligroso volar en avión.

Si a ello añadimos que otra compañía, Ryanair, hace volar sus aviones con una carga “justa” de combustible, lo que ha causado ya el aterrizaje de emergencia de al menos tres aviones este verano, el pánico a volar parece justificado. Entre las “chapuzas” de los técnicos de mantenimiento, las negligencias de los pilotos, los fallos en los sistemas del avión no corregidos por el fabricante, la inexistente supervisión de Aviación Civil y las políticas de ahorro de las compañías, el hecho cierto es que, aunque el avión sea en sí mismo un medio seguro, volar es un riesgo cada vez mayor, por las imprudencias e irresponsabilidades de cuantos debían velar por la seguridad de la navegación aérea.

Y se me pone la carne de gallina porque la tragedia no termina cuando se produce el siniestro, sino porque los supervivientes y los familiares de los fallecidos todavía les aguarda un duro y largo proceso de pleitos para obtener algún reconocimiento como víctimas de accidentes que no tenían que  haberse producido si todos los implicados hubieran actuado correctamente.

Una mujer, que perdió a su sobrina en el accidente de Spanair, lleva cuatro años esperando que el siniestro no quede impune y se arbitren medios para que, ante hechos tan luctuosos, las autoridades se dignen ofrecer un “trato digno” a familiares y las víctimas. Mientras tanto, en los juzgados de Madrid todavía están pendientes sobre si mantienen las inculpaciones sobre los mecánicos de mantenimiento, culpan a los pilotos o extienden las responsabilidades al fabricante del avión y a las autoridades que expiden los certificados de aeronavegabilidad.

Nadie tiene prisa por resolver este desgraciado accidente, salvo esos familiares de las víctimas y los supervivientes, que ven cómo se prolonga su calvario ante el parsimonioso proceso judicial. Se le pone a uno la carne de gallina con tanta negligencia y despreocupación.

sábado, 18 de agosto de 2012

"Güelo"


Era parco de palabras y reacio a mostrar sus sentimientos. Se refugiaba en un silencio desde el que compartía reuniones familiares y cualquier evento al que tuviera que asistir. Por eso sorprendió que, en aquella ocasión, levantara su vaso para decir a los suyos: “Les quiero a todos y los quiero mucho”.  Hubo un instante de expectación enmudecida que fue interrumpido por una vocecita que surgió al otro extremo, casi desde debajo de la mesa: “¡Güeloo!”.  Sus ojos buscaron a la nieta de apenas dos años con una ternura líquida que los hacía refulgir de brillo, mientras una sonrisa se apoderaba de su rostro. Todos estallaron en comentarios y dejaron al abuelo sumido en su mundo de silencio, en el que parecía feliz.

viernes, 17 de agosto de 2012

Viernes, 17

El verano se halla en pleno apogeo, pero a partir de hoy se encamina hacia su recta final. Es como la botella medio vacía que algunos quieren apreciar en una cuestión cronológica que otros perciben medio llena. Agosto corona el ecuador de un verano que ha tenido oleadas de calor sofocante intercaladas con jornadas ventiladas por el frescor de las brisas de Poniente. Este viernes es, en cualquier caso, un punto de inflexión a partir del cual los impacientes comienzan a suspirar por un otoño que aún tardará en asomar su rostro ocre por el horizonte. Muchos empezarán a sentir nostalgia de los días eternamente luminosos, mientras que otros iniciarán la cuenta atrás para que los nublados rompan la monotonía azul del cielo. Signo de declive o brizna de esperanza, una confusión de significados que coinciden en una fecha que no es nada simbólica en el calendario aunque genere emociones contradictorias a la hora de sentirla y por las expectativas que despierta. Es, simplemente, viernes 17 para lo que sea, en el ciclo dinámico de las estaciones. ¡Que lo disfruten unos y otros!.

jueves, 16 de agosto de 2012

El secuestro de la democracia


En los últimos años, los ciudadanos tienen la sensación de que la política, el ejercicio democrático del poder, está siendo usurpado por la economía, que impone sus criterios sin atender la voluntad de los afectados. Con la excusa de enfrentarse desde hace cuatro años a una crisis financiera global, los gobiernos de muchos países europeos, en especial los que contaban con mecanismos reguladores del mercado, están siendo obligados a adoptar medidas en contra de su propio ideario, que dejan sin protección a amplias capas de la población, a los más necesitados. Se asiste, así, a una pertinaz lucha ideológica que, olvidando cierto equilibrio mantenido desde la segunda Guerra Mundial hasta principios de este siglo, tiene como consecuencia el desistimiento de la voluntad popular y la pérdida de confianza en la democracia.

Los seguidores del liberalismo económico, conservadores que propugnan un Estado esquelético que no intervenga en sus asuntos, están aprovechando las circunstancias para destruir y desprestigiar al Estado de Bienestar, al que acusan de insostenible, despilfarrador y causante de la crisis por el derroche del gasto. En ese sentido, y faltando a la verdad de forma descarada, no dudan en sembrar la alarma en la población exacerbando el costo de la asistencia sanitaria a los inmigrantes, el peso de las nóminas de los empleados públicos, el “abuso” en las prestaciones por desempleo, la carga de las becas para estudiantes indolentes y hasta la factura farmacéutica que se financia a cargo de los impuestos, sin contar las ayudas a la dependencia, los recursos destinados a empresas y trabajadores en dificultades y las subvenciones a sectores de interés social. Para los adalides del neoliberalismo, todo ello no es más que un derroche en gasto inútil e inasumible. Incluso el cheque-bebé hubo de ser eliminado en una sociedad como la española con una baja tasa de natalidad.

Acostumbrada a que el mercado ofrezca los servicios y bienes que demanda la sociedad, la política se ha limitado a dejar hacer, mientras actuaba en aquellas parcelas ajenas, en principio, a la iniciativa privada por su escasa rentabilidad. Es decir, la supremacía política conservaba la dirección de la “infraestructura” económica, corrigiendo o atenuando el voraz apetito de aquella. Así, era posible que colegios privados se instalaran en las grandes urbes, donde tenían asegurado el negocio entre las clases medias o liberales, mientras el Estado creaba escuelas en todos los pueblos, sin importar más que el derecho de unos niños a la educación.

La sociedad democrática detentaba la confianza de los ciudadanos para regular los mercados en beneficio del interés público mayoritario. Una tutela que siempre ha sido necesaria si se deseaba conseguir un mejor reparto de la riqueza y lograr una mayor justicia para todos, combatiendo las desigualdades sociales.

Sin embargo, algo sustancial ha cambiado en esta relación entre la política y la economía. Algo que ha alterado la jerarquía de valores hasta tal extremo que se han invertido los términos. Ahora es la economía la que dicta las directrices sociales y las normas de convivencia, supeditando a la política  ser mero instrumento al servicio de sus intereses. Los Gobiernos han pasado a ser marionetas manejadas por la presión que ejercen los mercados y los evaluadores de la solvencia de países soberanos. El capitalismo, que tiene sus ventajas para la producción en masa y la creación de mercados, también tiene sus inconvenientes sin un adecuado control que mitigue su afán insaciable de rentabilidad. No se detiene en contemplar las libertades (tiende a la concentración) ni los beneficios del conjunto de la población (no aspira al bienestar social, sino al negocio).

Como resultado de esta dejación política es la aparición de situaciones, como la actual, en que las democracias se hallan secuestradas por los mercados. Ellos son los que demandan imperativamente el desmantelamiento de las estructuras públicas que servían para el sostén de los más desfavorecidos y la eliminación de derechos que protegían a los más débiles, en aras de una contabilidad “equilibrada” de las cuentas públicas. La sanidad, la educación, la justicia, los derechos laborales, las ayudas a la dependencia, las políticas de igualdad y todo el sistema que paliaba los desmanes de una economía mercantil sin freno, han sido puestos en cuestión y tildados de “gasto” insostenible que han de ser “ajustados”. Si ello no se ha intentado antes es porque hoy, gracias a las nuevas tecnologías, es posible adoptar instantáneamente decisiones de especulación financiera a escala global que dejan sin posibilidad de reacción a los Gobiernos nacionales, sumiéndolos prácticamente en la bancarrota. Hoy, el Capital puede poner de rodillas a los Gobiernos, y no se recata de hacerlo, máxime si una “crisis” financiera, originada por los excesos avariciosos de los mismos economistas especuladores, les sirve de excusa.

La culpa de esta inversión de valores la tiene la propia política, que se ha dejado avasallar por la economía, atendiendo a sus requerimientos de suprimir toda regulación a cambio de inversiones y patrocinios. La política ha abdicado de su responsabilidad ante los ciudadanos y atiende sólo a los intereses del capital, al que presta cuantas ayudas niega a una población progresivamente empobrecida. No es de extrañar que, ante el abandono de la política, surja la desafección y el peligro de populismos que se alimentan de la falta de esperanzas de la gente y de su creciente indignación.

Los Gobiernos elegidos democráticamente deben asumir su responsabilidad para controlar y regular la actividad económica, atendiendo al bien común y al bienestar social. No es de recibo que se inyecten miles de millones de euros en bancos y no se puedan contratar profesores. Quien así lo haga está vendido al capital y actúa como su agente, no al servicio de los ciudadanos. Y miente si arguye que no puede hacer otra cosa porque, como advirtió Adam Smith, los mercados siempre se muestran ávidos de romper o corromper los límites que regulan su voracidad. Por ello hay que tenerlos bajo control. Es cuestión de anteponer los intereses de la gente, no del negocio, que ya tiene campo suficiente para su desarrollo y rentabilidad. Es la única manera de librar del secuestro a la democracia mediante una regulación también democrática de los mercados y apostando por el crecimiento en vez de la austeridad como única receta para salir de la crisis. Pero es una lucha ideológica que, por ahora, vamos perdiendo. ¿Hasta cuándo?

martes, 14 de agosto de 2012

¿El fin justifica los medios?

Acudo al interrogante para explorar algunas reflexiones sobre aquella máxima kantiana que  nos previene de que “el fin no justifica los medios”. Y lo hago al hilo del “asalto” que miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), liderados por el parlamentario autonómico José Manuel Sánchez Gordillo, a la sazón alcalde de Marinaleda, realizaron a sendos supermercados de Écija y Arcos de la Frontera, de los que se llevaron sin pagar 13 carros de compra repletos de alimentos. Las imágenes del espectáculo, en las que se visualiza a empleadas intentando evitar el expolio y son apartadas sin contemplaciones, presas del llanto, dieron la vuelta al mundo como algo bochornoso y tercermundista. Incluso en España estos hechos provocaron la controversia entre partidarios y detractores de unas acciones que no dejaron indiferente a nadie, consiguiendo así el propósito buscado.

Es evidente que el objetivo de todo ello no era, como proclamaba el mismo Gordillo a través de un megáfono, paliar la necesidad de los hambrientos gracias a lo “recaudado” en los comercios, sino hacer visible una manera de enfrentarse al Sistema mediante la desobediencia civil y el incumplimiento de la ley. Para él y sus seguidores, la validez del fin justifica los medios empleados.

El Gobierno, en cambio, reaccionó como garante de la legalidad, anunciando órdenes de detención e instando a la Fiscalía del Estado investigar los hechos, lo que añadía más notoriedad a un acto de gamberrismo -todo lo simbólico que se quiera-, mediáticamente “engordado”. No en balde los propios sindicalistas habían convocado a los medios de comunicación para conseguir la oportuna difusión de los acontecimientos. El exceso de celo en la reacción gubernamental propició que el líder jornalero tratara con chanza las amenazas proferidas contra su persona, aunque varios de sus seguidores acabaran siendo imputados, tras pasar por comisaría, como autores materiales de los hechos. En su condición de político aforado, Sánchez Gordillo se permitía tildar de “franquista” al ministro de Interior y mofarse del juez que lo cita para cuando buenamente pueda personarse en el juzgado, sabiendo perfectamente hasta dónde llega su inmunidad parlamentaria. Lograba así el fin perseguido: situar en la opinión pública el debate sobre los problemas que, en tiempos de recortes económicos y supresión de derechos, sufren quienes quedan orillados a su suerte, sin socorro estatal.

En puridad, la actuación de los sindicalistas nos vuelve a plantear el conflicto ético entre la validez de los fines y la racionalidad de los medios empleados para alcanzarlos, dando lugar a manifestaciones o posicionamientos de todo tipo, desde el pragmatismo más condescendiente hasta la más descarada hipocresía. Bien es cierto que la mayor incoherencia la ofrecía el propio Sánchez Gordillo, al pertenecer a un grupúsculo integrado en Izquierda Unida (IU), partido que gobierna en coalición con los socialistas la Junta de Andalucía. Era representante de la oposición y del Gobierno, simultáneamente. Algo tan difícil de explicar que el vicepresidente de la Junta, Diego Valderas, coordinador general de IU, se vio obligado a asegurar que se trataba de un “acto simbólico” del que no compartía las “formas”, pero sí el “fondo”. Es decir, volviendo al terreno de la ética, que no estaba de acuerdo con los medios, pero sí con el fin perseguido.

Precisamente eso es lo más llamativo de la cuestión, la argumentación basada en los principios para justificar conductas o actuaciones discutibles. Para unos, es intolerable saltarse la ley aunque su finalidad sea buena; y para otros, la transgresión de los principios no importa si se obtienen beneficios elevados. Es la eterna pugna entre una ética utilitarista y otra basada en la supremacía de los principios.

Lo que ha propiciado Sánchez Gordillo es una anécdota reivindicativa, consecuente con los ideales que encarna el personaje, ya fajado en ocupaciones de fincas, marchas y manifestaciones con las que da a conocer situaciones injustas, abusos y desigualdades que quedan ocultos bajo la “normalidad” de la realidad y su encorsetamiento legal. Sus acciones, sin embargo, no son las únicas que parecen no guardar equilibrio entre la finalidad y los medios.  Tampoco son las más graves o peligrosas.

El Gobierno de la Nación también se ampara en una ética utilitarista cuando amnistía a quienes cometen el delito de evadir dinero, cuya procedencia no se cuestiona, con tal de disponer de algunos ingresos extraordinarios. O cuando se colabora en el asesinato de sátrapas o en la invasión de países, violando todas las leyes internacionales, con la finalidad de dar protección a poblaciones que soportan una dictadura.

En definitiva, mentir para salvar de la muerte a un hombre, atracar un supermercado para despertar conciencias o perdonar la deuda de defraudadores fiscales o bancarios son recursos de una ética utilitarista que reniega de la rigidez kantiana. Por eso, ante la pregunta del titular, la única respuesta posible es: depende. Depende de los medios y depende de la finalidad. Y de las convicciones morales o éticas de cada cual.

sábado, 11 de agosto de 2012

¡Ofú, qué calor!

Ayer faltó poco para que me derritiera, como un helado, en medio de la calle. El sol caía a plomo y el país padecía uno de los días más sofocantes del verano, con los termómetros a punto de reventar los récords de calor que se recuerdan en Sevilla. Pero para un maníaco casi senil como yo, ir a tomar café fuera de casa es una costumbre que no se interrumpe más que por causa mayor, como sería estar ingresado en un hospital o atrapado en el trabajo. Por lo demás, cuarenta grados, más o menos, es la temperatura habitual de estas fechas en la región, a pesar de las informaciones y alertas que se irradian machaconamente a través de los medios de comunicación. Raro es el día que la televisión, cuando trata la información meteorológica, no avisa de las recomendaciones para limitar los efectos del calor en personas vulnerables, aconsejando mantenerse en sombra e ingerir abundantes líquidos. Y se explayan en estadísticas que demuestran que cada año se superan los registros históricos en cuanto una ola de calor, procedente del Sahara, naturalmente, asola puntualmente la Península, repitiendo imágenes de la señora que se abanica acaloradamente y adolescentes que se remojan en cualquier fuente de la vía pública. Son noticias cíclicas de todos los veranos.

Muchos creen, sin embargo, que he de ser un loco por salir a esas horas de la tarde, cuando el aire hierve en los pulmones, a cumplir con costumbres que no sólo te satisfacen, sino que también te hacen sentir un individuo consecuente con valores y criterios racionalmente asumidos. Porque, vamos a ver, si estos calores a los que debíamos estar acostumbrados han de impedir cualquier actividad innecesaria, como es ir a tomar café a un bar, ¿cómo podemos explicar que sobreviviéramos a tiempos, no tan antiguos, en que no existían los aires acondicionados ni en los establecimientos ni en los vehículos? Aún recuerdo, porque no es tan lejano, excursiones a la playa por estas fechas con el coche atestado de ocupantes y todas las ventanillas abiertas para combatir el calor, pasar el día arrumbados alrededor de una sombrilla, entre chapuzón y chapuzón, compartiendo la única sombra disponible, y regresar a última hora de la tarde, apretados y enrojecidos como gambas, a una casa en la que nos “refrescábamos” delante de los ventiladores, mientras nos embadurnábamos de nivea. Y nadie sucumbió de una insolación, al menos en mi familia.

Hoy, con tantas comodidades y bienestar en lo cotidiano, hasta la temperatura propia de la estación nos parece un calor insoportable e inaudito, como si nunca hubiéramos sufrido nada igual. Y, aunque me parece bien que se advierta de las consecuencias de no saber afrontar los riesgos que el calor provoca, la alarma exagerada y reiterada puede conducir a lo contrario, a hacernos temer y no saber afrontar un ambiente climático para el que nuestro organismo tiene defensas mediante la regulación térmica por el sudor y una sed que nos obliga a prevenir la deshidratación.

Pero, claro, hoy no queremos sudar, ni despeinarnos ni sentir calor. Así, instalamos aire acondicionado hasta en el cuarto de baño, con lo que el calor que producen hacia el exterior eleva aún más la temperatura de nuestras ciudades. Y si alguien decide salir a tomar café, rápidamente lo miran como a un demente, como si no existieran sombritas y agua que calmen la calor. ¡Locos están los que se buscan con tanto frío artificial una pulmonía de verano!.

viernes, 10 de agosto de 2012

Prometheus, una incoherencia espectacular

¡Y tan espectacular! Ya en su primera semana de proyección, la película de Ridley Scott ha recaudado en España más de 3 millones de euros, convirtiéndose así en el tercer mejor estreno del año, tras “El Caballero oscuro” y “Los vengadores”.

Prometheus, protagonizada por Charlize Theron, Michael Fassbender y Noomi Rapace, intenta explicar un viaje a los orígenes de la humanidad y, de paso, desvelar la procedencia de Alien, ese octavo pasajero que tanta fama deparó al director de la saga. Pero esta “precuela” no cuela porque apenas disimula las arbitrariedades de un relato con más pretensiones que aciertos. Entre reiteradas apelaciones pseudofilosóficas a la génesis de la vida y los estruendos de unos efectos brillantemente elaborados, el film de Scott se agota en el empeño de hilvanar infructuosamente una narración que sea, por lo menos, consecuente con las expectativas generadas por la publicidad en un público fiel, pero no idiota, a la ciencia ficción.

Y es que la película se limita, simplemente, a un mero ejercicio de incoherencia sumamente espectacular que ofende la inteligencia de los espectadores. Ningún actor, salvo quizás el androide tan previsible como insulso, se toma en serio el papel que representa, reflejando lo disparatado de los comportamientos que describe el relato audiovisual, especialmente truculento.

Entre mitos bíblicos y referencias antropológicas, Prometheus resulta un engaño, una gran estafa que decepciona al más sumiso admirador de Ridley Scott. Desde el arqueólogo incompetente que se ¡desorienta! en el interior de la estructura que está cartografiando, hasta bichos cuya presencia nada aportan a la historia y enigmas que no responden a ningún planteamiento lógico, sin contar los decorados que parecen añadidos para resolver secuencias posteriores (quirófano de la “jefa” que no está dotado para atender problemas femeninos) y acciones que ni en Superman son creíbles (una recién operada de cesárea que se levanta de la camilla para luchar contra alienígenas o el que se escapa de morir aplastado por una nave descomunal gracias al hueco de una roca sobre la que se estrella), etc., todo parecen ocurrencias que se han incorporado para resolver insuficiencias del libreto o alargar la duración del film. Nos cuidamos de citar todo lo anterior con la prevención de no revelar incoherencias aún mayores en la trama de una película que, en vez de narrar un imaginario nacimiento de la humanidad, se extravía entre la insolvencia de un guión infumable. No pretendemos espantar a los espectadores, sino avisarlos de que los genes de la más absurda confusión se diluyen en el metraje inútil de lo que no es más que una chapuza sumamente rentable. Y lo consiguen: se están forrando con esta mierda. ¡No se la pierdan!

jueves, 9 de agosto de 2012

Jubilación contradictoria

Un compañero se jubiló ayer en el trabajo y se marchó con una sensación anímica que lo mantenía desconcertado, sin saber si debía estar alegre o triste de su suerte. Por un lado, era consciente de que conquistaba un derecho en el momento en que comienza a discutirse su idoneidad y se hacen cábalas sobre la financiación pública que lo haga sostenible. Pero, por otro, finalizaba una etapa de la vida y la que se abría ante sus ojos está impregnada de esa pátina que transforma en epílogo cualquier proyecto de futuro. Le abrumaba el cambio radical que iba a experimentar: de estar siempre ocupado por obligación en una faena a empezar a pensar en cómo matar el tiempo, sin pensarlo mucho….

Sin embargo, mi amigo se considera afortunado porque el balance personal le ofrece un resultado satisfactorio, que le hace estar agradecido. Su familia, su trabajo y su vida se han adecuado a las capacidades y expectativas de que disponía, consiguiendo esa cada vez más difícil estabilidad en la que se asienta lo que muchos denominan felicidad, no exenta de los contratiempos y sobresaltos que la convierten en un valor escaso, altamente cotizado. Como buen compañero, se hacía notar cuando compartía funciones y jornadas contigo, con una presencia tan discreta y acomodaticia como eficaz.

Para los que anhelamos seguir sus pasos, la envidia perdurará en nuestro ánimo más que el recuerdo que él pueda conservar de quienes lo acompañamos en su trabajo, con excepción hecha de los que conquistaron su amistad. Compañeros y amigos lo despedimos ayer contagiados de esa sensación contradictoria que él sentía un día que debía ser de júbilo. ¡Suerte, socio!

miércoles, 8 de agosto de 2012

Curiosidad en Marte

Hace un año, con ocasión del último viaje de un transbordador tripulado (Atlantis), el director de la NASA, Charles Bolden, avisó de que la investigación espacial se centraría en lo sucesivo en proyectos más ambiciosos aunque sin vuelos humanos, como la exploración de Marte, con vehículos automáticos. Y el lunes pasado, efectivamente, se empezaron a recibir desde ese planeta las primeras fotografías de baja resolución que confirmarían que una nave robótica, tras una espectacular maniobra de aterrizaje que tuvo en vilo durante siete minutos a los ingenieros del centro de control, había llegado sana y salva e iniciaba el chequeo de todos sus sistemas antes de comenzar su misión. Curiosidad estaba en Marte.

No es el primer ingenio que se envía a aquel planeta, pero sí representa un paso cualitativamente importante en la aventura espacial y una demostración asombrosa de la capacidad tecnológica que permite el lanzamiento con precisión de sondas cada vez más complejas, pesadas y completas para la exploración del espacio cercano, relativamente, de la Tierra. Se trata de la nave Curiosity, también bautizada como Mars Science Laboratory o MSL, un sofisticado laboratorio rodante, dotado con un arsenal instrumental que le permitirá estudiar la constitución geológica del suelo marciano y detectar residuos orgánicos. Parecido a los “enanos” Opportunity y Spirit, que fueron enviados en 2004, el MSL consta de 6 ruedas para desplazarse sobre el terreno, diecisiete ojos, dos cerebros y un brazo de dos metros de longitud para otear un paisaje seco, pedregoso e inhabitable para los humanos, pero que siempre ha despertado el interés de los astrónomos y científicos, que buscan conocer el origen del Universo.

Ya en 1976, las gemelas Viking 1 y 2 se convirtieron en las primeras naves que se posaron en Marte en la historia de la astronáutica, para rastrear alguna posibilidad de vida en aquel mundo rojizo que tanto ha alimentado a la imaginación, desde que el italiano Schiaparelli creyera haber visto canales allí a través de su telescopio. Con menos romanticismo pero más ambición científica, Curiosity desarrollará todo un programa de exploración geológica en las cercanías del cráter Gale -seleccionado por la probable existencia de arcillas que se forman en presencia de agua-, que dará continuación a la investigación del planeta, iniciada en la década de los noventa del siglo pasado.

Esta misión, que tiene una duración de al menos dos años y un coste de más de 2.000 millones de euros, servirá para evaluar si alguna vez Marte fue un mundo apto para la vida orgánica, tal y como se conoce en la Tierra. Tras recorrer 567 millones de kilómetros, el robot, del tamaño de un utilitario y de una tonelada de peso, intentará hallar alguna respuesta en los análisis geoquímicos que realizará para detectar compuestos orgánicos en las muestras del terreno marciano. Pero, ¡ojo!, no se buscan marcianos, sino las bases químicas en las que se sustenta la vida, lo que permitirá conocer mejor el origen de nuestra propia existencia. Y el inicio de esta nueva aventura no ha podido ser más espectacular, con imágenes del Curiosity colgado del paracaídas durante el descenso a Marte, tomadas por el satélite MRO (Mars Reconnaisance Orbiter) en órbita alrededor del planeta. Habrá que continuar a la expectativa de las noticias que la NASA suministre de esta misión, en la que España participa con un instrumento meteorológico, el REMS, diseñado por el Centro de Astrobiología del INTA para medir la temperatura del aire, suelo, presión y humedad, además de la radiación ultravioleta que recibe el terreno, al tener Marte una atmósfera muy tenue (1 % de la terrestre) y carecer de campo magnético global.

Es lo que tiene la ciencia: no es excluyente y posibilita una colaboración enriquecedora a hombros del conocimiento y la razón. Justo lo contrario de las creencias y las supersticiones

martes, 7 de agosto de 2012

¿A dónde nos lleva Rajoy?

Mariano Rajoy alcanzó la presidencia del Gobierno favorecido por una crisis económica mundial de la que responsabilizó casi en exclusiva al anterior mandatario, José Luis Rodríguez Zapatero, insistiendo en que bastaba con relevar al socialista de La Moncloa para que la situación mejorase. En aquellos tiempos y con una ufanía sin límites, el líder del Partido Popular aseguraba -tanto si se lo preguntaban como si no- que con él sentado en el Gobierno los mercados recuperarían la confianza en España y la economía retornaría a la senda del crecimiento, todo lo cual sería suficiente para garantizar la creación de empleo. A estas alturas de la historia, sería bueno recordar que la ahora denostada “herencia” de los socialistas consistía en unas cifras de paro del 21,5 por ciento y una prima de riesgo en 162,9 puntos (6 de mayo), datos frente a los cuales Zapatero acabó por realizar un giro total de su política económica, acometiendo una rebaja del sueldo a funcionarios y empleados públicos, una reforma laboral y la congelación de las pensiones. No fue suficiente: cuando Rajoy fue investido presidente (22 de diciembre), la prima de riesgo había escalado a los 341,9 puntos, presagiando el mantenimiento de la desconfianza sobre España.

¿Qué ha pasado desde entonces? Rajoy ganó las elecciones con un mensaje tan simple como atractivo (bastaba su presencia para generar confianza), sin aludir ni concretar ninguna de las reformas que mantenía ocultas en su programa electoral. A pesar de reclamar medidas urgentes, atrasó deliberadamente la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado hasta la celebración de las elecciones autonómicas andaluzas, para no perjudicar a su candidato, Javier Arenas, que finalmente no conseguiría la presidencia de la Junta de Andalucía. En cualquier caso, los ciudadanos ya le habían confiado una mayoría absoluta con tal de que cumpliera sin dilación las promesas ofertadas durante la campaña. Una mayoría desbordante. Nunca antes en democracia la derecha española había acaparado tanto poder como el que atesoró Mariano Rajoy, controlando la mayoría de los gobiernos regionales, la inmensa mayoría de las capitales de provincia, el Gobierno central de la Nación y demás instituciones cuyos responsables dependen de la designación por mayoría del Parlamento.

Un poder que obnubila y posibilita dar la vuelta, como a un calcetín, al país en su conjunto, como se evidencia con las iniciativas que los conservadores emprenden desde el primer día no solo en economía, sino en políticas sociales, especialmente. La regresión en materia de libertades y derechos individuales ha sorprendido incluso a los propios votantes del Partido Popular, que no esperaban que un ministro aparentemente tan “progresista” como Alberto Ruiz-Gallardón, antiguo “verso suelto” entre los conservadores, fuera el artífice de una reforma de la ley del aborto que retrocede prácticamente a los tiempos en que, salvo en supuestos muy restringidos, estaba  prohibido. Se vuelve a sustraer a las mujeres la capacidad de decidir sobre su maternidad, un derecho ya arraigado entre la población, salvo en aquellos sectores más reaccionarios y beligerantes contra la libertad sexual y de costumbres de la sociedad española.

Al mismo tiempo, el Gobierno de Mariano Rajoy también se apresura a suprimir la asignatura de Educación para la Ciudadanía del currículo escolar y el ministro del ramo, José Ignacio Wert, consigue el raro privilegio de ser el primer responsable gubernamental al que dejan plantado en una Junta de Rectores universitarios que debía presidir. Con él, la educación pública sufre los mayores envites de la historia, con el endurecimiento de los requisitos para la concesión de becas, el encarecimiento de las matrículas universitarias, la modificación de la enseñanza secundaria y el bachillerato, la recuperación de las antiguas reválidas al final de cada etapa educativa, la reforma de las plantillas docentes y, en definitiva, la apuesta por la enseñanza privada en detrimento de la pública, a cuyo profesorado no se tiene empacho en tildar de vago e incompetente. No es de extrañar que ante semejante “vuelco” en la enseñanza, el profesorado elevara su protesta, en forma de huelga, consiguiendo la participación de todos los niveles educativos, desde infantil a la universidad, en toda España. Tampoco resulta sorprendente que, a causa de esta agresión, en nueve autonomías comience a verse reducido el número de docentes por primera vez en 23 años, a pesar del incremento de alumnos. La calidad de lo público se resiente con estas medidas nada improvisadas.

En Sanidad, lo más valorado por los españoles, se mete la tijera a destajo y, con la excusa del ahorro en la provisión de un derecho (a la salud) que al parecer es insostenible, se deja sin cobertura sanitaria a los inmigrantes, se aumenta el copago en las recetas, incluyendo a los pensionistas, se eliminan medicamentos de la financiación pública y se pretende establecer una cartera de servicios única a todas las autonomías, menospreciando la potestad de éstas a administrar unas competencias transferidas. Sin embargo, a Andalucía se le obstaculiza la subasta de medicamentos con la que se ahorrarían muchos millones en gasto farmacéutico.  Para la derecha, pues, sobran médicos, enfermeros, celadores, auxiliares y administrativos dedicados a velar por la salud de la población en un sistema público que hasta ayer era la envidia del mundo. Y, del mismo modo que en educación, la emprenden con medidas que, previo deterioro intencionado, obliguen a los ciudadanos a optar por una sanidad de titularidad privada que les ofrezca lo que comienza a negárseles en la pública: calidad y prestaciones.

La estrategia es idéntica en cualquier servicio público que se contemple y en materia de derechos y libertades. Se reducen las ayudas a la Dependencia y las prestaciones por desempleo. Se legisla para establecer la pena de prisión permanente revisable (cadena perpetua) y se endurece la actuación policial ante las manifestaciones ciudadanas, aunque estuvieran constituidas por escolares de bachillerato (como en Valencia, el pasado mes de febrero), proyectándose una reforma del Código Penal que pretende castigar más severamente los delitos de desórdenes públicos y atentados contra la autoridad, con lo que toserle a un policía puede derivar en penas de prisión. Y por si fuera poco, la información se controla férreamente mediante una Televisión pública adscrita nuevamente al Gobierno, que asume el nombramiento del presidente de la RTVE entre afines bajo el subterfugio de la mayoría simple, por falta de acuerdo parlamentario para una mayoría cualificada que garantice su independencia gubernamental. Es así como una televisión que estaba alcanzando cotas de neutralidad informativa y calidad profesional relevantes comienza a decantarse por el sectarismo y la mediocridad, bajo la batuta del nuevo presidente, Leopoldo González-Echenique, y un equipo de “urdacitas” seleccionados en Tele Madrid o Intereconomía, que expulsa (por las buenas o las malas) a responsables de programas de la talla de Pepa Bueno, Juan Ramón Lucas, Toni Garrido, Ana Pastor y Fran Llorente (director de informativos). Hasta los documentales y las series retornan, para no desentonar con la mentalidad, al “El hombre y la Tierra” y “Curro Jiménez”. Pero hay más: se amenaza a organizaciones cívicas por criticar los recortes que Rajoy ha decretado, con la finalidad de impedir que entes, cuya razón de ser es velar por los derechos de los consumidores, como la Federación de Consumidores Facua, informen de la posibilidad de ejercer recursos de inconstitucionalidad contra muchas de esas medidas indiscriminadas que lesionan derechos.

¿A dónde nos quiere llevar Rajoy? Aparte de la vuelta al pasado en servicios y derechos conforme a una ideología conservadora que se impone al conjunto de la sociedad, Rajoy y sus medidas económicas nos conducen abiertamente al rescate de Bruselas y a la quiebra del país. Con todas sus reformas estructurales y su capacidad para generar "confianza" en los mercados, raro es el día que la prima de riesgo no alcance la mayor subida de la historia y la Bolsa de Madrid se hunda en el pozo de las pérdidas. Con sólo siete meses en el poder, el paro aumenta hasta rozar los 6.millones de personas, la prima de riesgo se balancea alrededor de los 600 puntos básicos (Irlanda fue intervenida con 544, Grecia con 500 y Portugal con 517) y los recortes nos mantienen en una recesión de la que costará salir sin un empobrecimiento general de las clases medias y trabajadoras.

Los “ajustes” de Rajoy, que ya lleva dos reformas del sector financiero, una draconiana reforma laboral, recortes en sanidad y educación, subida del IVA y otros gravámenes, supresión de innumerables subsidios y bonificaciones a la industria (carbón) y trabajadores (a la contratación), eliminación de la deducción por vivienda, asfixia económica de la administración autonómica y municipal, nueva rebaja de sueldo a empleados públicos, despido o no sustitución de funcionarios, aumento de la jornada laboral en el sector público, liberalización de horarios comerciales, rescate bancario tras la ruina de Bankia, y planes para recortar en pensiones, elevar la edad de jubilación y continuar las tijeras en la función pública, no han servido hasta la fecha para frenar el paro, evitar la recesión y reducir significativamente el déficit de las cuentas del Estado.

Antes al contrario, el Gobierno se encamina directamente hacia un nuevo rescate en otoño a causa de la parálisis de la actividad económica, que se ha agravado con sus políticas de austeridad a raja tabla. Desechada cualquier otra manera de combatir la crisis, como es el estímulo al crecimiento que promueven los partidos de izquierdas, el Gobierno de Mariano Rajoy se deshace en llamamientos dramáticos para que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se decida a comprar deuda soberana que rebaje la presión de los mercados sobre la prima de riesgo. Con una recesión activa, las políticas de austeridad exprimen donde no se puede rascar más: en el bolsillo de unos ciudadanos que ya comienzan a sentir frustración ante la incapacidad y las mentiras de Rajoy para afrontar con éxito la salida de la crisis económica.

Ni queriendo podría Rajoy orientarnos al rescate por camino más directo. Todas y cada una de sus medidas nos acercan más y más a una situación que requerirá mayores recortes y más sacrificios de la población, hasta despojarnos de cualquier servicio financiado por los Presupuestos y de derechos que precisen de recursos públicos. Movido por su ideología liberal, sus iniciativas desmantelan los socorros que el Estado de Bienestar prestaba a los más desfavorecidos y entrega a la iniciativa privada la prestación de los mismos en condiciones mercantiles. Europa entera está a merced en estos momentos del apetito voraz de un capitalismo que nos doblega en nombre del mercado, y Rajoy está convencido de la bondad de los mordiscos. Tan narcotizados estamos que no nos damos cuenta de ello hasta que nos hayan comido vivos… Con ayuda de Rajoy.                            

viernes, 3 de agosto de 2012

Viernes desérticos

Las ciudades del interior, sobretodo si no están muy alejadas de la costa, cuelgan los fines de semana de agosto el cartel de “cerrado por vacaciones”. La mayoría de los comercios echan las persianas aprovechando el éxodo de una gran parte de la población. Las calles se quedan vacías y embargadas de una fantasmagórica quietud. Las escasas personas que las pueblan parecen almas atormentadas que deambulan cabizbajas y en silencio, como si temieran tropezarse consigo mismas. Son, en realidad, espíritus encarnados de ausentes que no han podido abandonar la mortaja urbana en la que sobreviven durante el mes más tórrido del verano. Sólo cuando cae la noche, esos moradores del infierno salen al exterior en pos de los espacios de ocio que permanecen estoicamente abiertos. Allí se congregan los damnificados de estos días insustanciales que buscan en un cine o un bar, entre bocanadas de aire refrigerado, la compañía que les abjure de tanta soledad. Agosto es el mes de los viernes desérticos para los que soportan, por obligación o placer, una calma chicha.

jueves, 2 de agosto de 2012

El rapto de Europa

Rapto de Europa, Torremolinos, España
En una asombrosa similitud con la antigua mitología, Europa se halla en la actualidad seducida por el dios mercado, el cual, bajo la apariencia de una crisis, está consiguiendo que la bella princesa sucumba a sus pretensiones. Hoy  no es un toro blanco el que se gana la confianza de Europa para raptarla y confinarla en la isla de Creta, donde consuma la posesión, sino que son unas primas de riesgo las que doblegan la voluntad de un continente para que asuma las directrices neoliberales de una economía de mercado, que se impone incluso sobre modelos de convivencia democráticamente preferidos por los ciudadanos. Y si para ello hay que modificar constituciones y leyes fundamentales, sin plebiscito consultivo alguno, se acometen dichas reformas sin vacilación y con una celeridad inconcebible ante la complejidad y trascendencia de las mismas.

Es justamente lo que ha sucedido en España y en otros países europeos, donde se han impuesto gobiernos tecnócratas, reformas constitucionales y políticas de extrema austeridad y radical reducción de servicios públicos y derechos sociales que han supuesto, en la práctica, el desmantelamiento de lo que se conocía como Estado de Bienestar, aquellos sistemas  implementados tras la Segunda Guerra Mundial para la provisión de una cobertura sanitaria, educacional y de protección de los más desfavorecidos en sus necesidades básicas, sustentados por el Estado gracias a una política tributaria progresiva.

Tal organización en la redistribución de riqueza de manera solidaria, desde los que más tienen hacia los desafortunados por las desigualdades en las condiciones de partida, en forma de servicios públicos, parece recibir el rechazo frontal y definitivo de un capitalismo que se ha cansado de tolerar la existencia de sociedades socialdemócratas que limaban sus asperezas.

Zeus-mercado no admite actualmente que Europa siga divirtiéndose con la prestación de servicios públicos y rapta la voluntad europea mediante el toro de las primas de riesgo y la consiguiente dificultad en la financiación de las deudas soberanas. Hoy, Creta se ha convertido en los entes que vigilan la extensión del capitalismo más genuino con el que se somete a las economías nacionales.

Se materializa, así, el relato mitológico que la Grecia antigua -¡cruel ironía!- vaticinó para esta región del mundo bautizada Europa, el nombre de la atractiva princesa hija de los reyes de Tiro. Ni ser cuna de la democracia ni fuente cultural de las más bellas leyendas simbólicas para la comprensión del mundo le han servido al país heleno –y, con él, a todo el continente- para zafarse de los envites obsesivos de ese dios-mercado que la conduce sobre su lomo hacia los dominios del capitalismo más despiadado. Estamos asistiendo a un auténtico rapto de Europa.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Vacaciones íntimas

No perdía la costumbre de madrugar para bajar a dar un largo paseo solitario por la playa y admirar un mar plateado que el sol iba coloreando en distintas tonalidades de azul y verde. Gustaba sentir la arena aun fría bajo sus pies descalzos y la brisa mañanera, húmeda y fresca, que erizaba su piel. Era una caminata en silencio en la que podía embelesarse con  el rumor de las olas y el graznido de las gaviotas mientras sus pensamientos se perdían en la inmensidad de un horizonte que partía el mundo por la mitad. Antes de que la muchedumbre perturbara su deambular por aquel paraíso de paz y sosiego, regresaba a la casa justo cuando la familia se preparaba para disfrutar del día de playa. Aprovechaba entonces para sumirse en la lectura del periódico y degustar un desayuno elaborado con parsimonia y mimo. Esas eran sus vacaciones. El resto de la jornada era el precio a pagar para poder disfrutarlas.