Prometheus, protagonizada por Charlize Theron,
Michael Fassbender y Noomi Rapace, intenta explicar un viaje a los orígenes de
la humanidad y, de paso, desvelar la procedencia de Alien, ese octavo pasajero que tanta
fama deparó al director de la saga. Pero esta “precuela” no cuela porque apenas
disimula las arbitrariedades de un relato con más pretensiones que aciertos.
Entre reiteradas apelaciones pseudofilosóficas a la génesis de la vida y los
estruendos de unos efectos brillantemente elaborados, el film de Scott se agota
en el empeño de hilvanar infructuosamente una narración que sea, por lo menos,
consecuente con las expectativas generadas por la publicidad en un público
fiel, pero no idiota, a la ciencia ficción.
Y es que la película se limita, simplemente, a un mero
ejercicio de incoherencia sumamente espectacular que ofende la inteligencia
de los espectadores. Ningún actor, salvo quizás el androide tan previsible como
insulso, se toma en serio el papel que representa, reflejando lo disparatado de
los comportamientos que describe el relato audiovisual, especialmente
truculento.
Entre mitos bíblicos y referencias antropológicas, Prometheus
resulta un engaño, una gran estafa que decepciona al más sumiso admirador de
Ridley Scott. Desde el arqueólogo incompetente que se ¡desorienta! en el
interior de la estructura que está cartografiando, hasta bichos cuya presencia
nada aportan a la historia y enigmas que no responden a ningún planteamiento
lógico, sin contar los decorados que parecen añadidos para resolver secuencias
posteriores (quirófano de la “jefa” que no está dotado para atender problemas
femeninos) y acciones que ni en Superman son creíbles (una recién operada de
cesárea que se levanta de la camilla para luchar contra alienígenas o el que se
escapa de morir aplastado por una nave descomunal gracias al hueco de una roca
sobre la que se estrella), etc., todo parecen ocurrencias que se han
incorporado para resolver insuficiencias del libreto o alargar la duración del
film. Nos cuidamos de citar todo lo anterior con la prevención de no revelar incoherencias aún mayores
en la trama de una película que, en vez de narrar un imaginario nacimiento de
la humanidad, se extravía entre la insolvencia de un guión infumable. No
pretendemos espantar a los espectadores, sino avisarlos de que los genes de la
más absurda confusión se diluyen en el metraje inútil de lo que no es más que
una chapuza sumamente rentable. Y lo consiguen: se están forrando con esta
mierda. ¡No se la pierdan!
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