No es el primer ingenio que se envía a aquel planeta, pero sí
representa un paso cualitativamente importante en la aventura espacial y una demostración
asombrosa de la capacidad tecnológica que permite el lanzamiento con precisión
de sondas cada vez más complejas, pesadas y completas para la exploración del
espacio cercano, relativamente, de la Tierra. Se trata de la nave Curiosity,
también bautizada como Mars Science Laboratory o MSL, un sofisticado laboratorio
rodante, dotado con un arsenal instrumental que le permitirá estudiar la
constitución geológica del suelo marciano y detectar residuos orgánicos. Parecido
a los “enanos” Opportunity y Spirit, que fueron enviados en 2004, el
MSL consta de 6 ruedas para desplazarse sobre el terreno, diecisiete ojos, dos
cerebros y un brazo de dos metros de longitud para otear un paisaje seco,
pedregoso e inhabitable para los humanos, pero que siempre ha despertado el
interés de los astrónomos y científicos, que buscan conocer el origen del
Universo.
Ya en 1976, las gemelas Viking
1 y 2 se convirtieron en las
primeras naves que se posaron en Marte en la historia de la astronáutica, para
rastrear alguna posibilidad de vida en aquel mundo rojizo que tanto ha
alimentado a la imaginación, desde que el italiano Schiaparelli creyera haber
visto canales allí a través de su telescopio. Con menos romanticismo pero más
ambición científica, Curiosity
desarrollará todo un programa de exploración geológica en las cercanías del cráter
Gale -seleccionado por la probable existencia de arcillas que se forman en
presencia de agua-, que dará continuación a la investigación del planeta, iniciada
en la década de los noventa del siglo pasado.
Esta misión, que tiene una duración de al menos dos años y
un coste de más de 2.000 millones de euros, servirá para evaluar si alguna vez
Marte fue un mundo apto para la vida orgánica, tal y como se conoce en la Tierra. Tras recorrer
567 millones de kilómetros, el robot, del tamaño de un utilitario y de una
tonelada de peso, intentará hallar alguna respuesta en los análisis geoquímicos
que realizará para detectar compuestos orgánicos en las muestras del terreno
marciano. Pero, ¡ojo!, no se buscan marcianos, sino las bases químicas en las
que se sustenta la vida, lo que permitirá conocer mejor el origen de
nuestra propia existencia. Y el inicio de esta nueva aventura no ha podido ser
más espectacular, con imágenes del Curiosity colgado del paracaídas durante el
descenso a Marte, tomadas por el satélite MRO (Mars Reconnaisance Orbiter) en órbita
alrededor del planeta. Habrá que continuar a la expectativa de las noticias que
la NASA suministre
de esta misión, en la que España participa con un instrumento meteorológico, el
REMS, diseñado por el Centro de Astrobiología del INTA para medir la
temperatura del aire, suelo, presión y humedad, además de la radiación ultravioleta
que recibe el terreno, al tener Marte una atmósfera muy tenue (1 % de la
terrestre) y carecer de campo magnético global.
Es lo que
tiene la ciencia: no es excluyente y posibilita una colaboración enriquecedora
a hombros del conocimiento y la razón. Justo lo contrario de las creencias y
las supersticiones
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