Sin embargo, mi amigo se considera afortunado porque el
balance personal le ofrece un resultado satisfactorio, que le hace estar
agradecido. Su familia, su trabajo y su vida se han adecuado a las capacidades
y expectativas de que disponía, consiguiendo esa cada vez más difícil
estabilidad en la que se asienta lo que muchos denominan felicidad, no exenta
de los contratiempos y sobresaltos que la convierten en un valor escaso, altamente
cotizado. Como buen compañero, se hacía notar cuando compartía funciones y jornadas
contigo, con una presencia tan discreta y acomodaticia como eficaz.
Para los que anhelamos seguir sus pasos, la envidia
perdurará en nuestro ánimo más que el recuerdo que él pueda conservar de quienes lo
acompañamos en su trabajo, con excepción hecha de los que conquistaron su amistad.
Compañeros y amigos lo despedimos ayer contagiados de esa sensación contradictoria
que él sentía un día que debía ser de júbilo. ¡Suerte, socio!
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