Hay veces, pocas en realidad, que mi punto de vista coincide
con el de personas que profesan una ideología de la que disto años luz, lo que
me hace temer por la integridad de mis convicciones. En absoluto me considero
un dogmático, pero compartir los argumentos de personalidades con las difiero
diametralmente me hace sentir incómodo, aunque valoro sobremanera la actitud de
quienes son capaces de evolucionar críticamente.
Sumido en la lectura del último de libro de Mario Vargas
Llosa (La civilización del espectáculo, Alfaguara, Madrid, 2012),
descubro que participo de sus reflexiones en torno al asunto de los papeles de
Wikileaks: “chismografía destinada a saciar esa frivolidad” (V.Llosa) de
una “parte de la actual imbecilización social” (F.Savater) que cree
tener derecho a saberlo todo de todos. Y me sobresalto al comulgar con la
valoración que se hace de la información, cuando la cultura se ha convertido en
espectáculo, destinada al entretenimiento o la satisfacción de la necesidad de
diversión de lectores adormecidos por el tedio.
Porque resulta, a mi modo de ver, que la “hazaña”
protagonizada por Julian Assange, un hacker informático, de extraer o comprar
documentos confidenciales de legaciones diplomáticas de determinados países, lo
único que revela es la desinhibición con que algunos funcionarios, por muy
cualificados que sean, despachan sus comentarios y observaciones sobre las
relaciones internacionales, y cuyo “alto” interés periodístico radica en
alimentar el morbo y la curiosidad malsana de los aburridos. Y si para ello hay
que violentar el derecho a la privacidad y confidencialidad de las
comunicaciones, el mundo entero se presta a ello amparándose en la libertad de
información, saco en el que se mete toda clase de rumores y chismes que se
confunden, intencionadamente, con la verdadera información, por deseos de
manipular más que de informar y contribuir a la conformación de la Opinión Pública.
Más grave, sin embargo, que esta concordancia con las
valoraciones de Vargas Llosa me resulta la comprensión con que leo las
argumentaciones, acerca del fraude que supone el caso Assange, de Ana Palacio,
la primera mujer que asumió la cartera de Asuntos Exteriores en España
(2002-04), abogada experta en Derecho Internacional y de la Unión Europea , de
marcada tendencia conservadora, y de cuya actividad política disentí
totalmente.
El autor de las filtraciones de wikileaks está acusado en su
país de residencia, Suecia, por delitos de violación sexual, lo que se
sospecha es una turbia maniobra para arrestarlo y extraditarlo a EE UU, país que
todavía no lo ha acusado ni reclamado en relación con las informaciones
confidenciales sustraídas y publicadas del Departamento de Estado. Suecia ha cursado una Orden de Detención
Europea para que Inglaterra lo detenga, ya que Julian Assange se había
refugiado en tierras de la
Pérfida Albión. Agotadas las vías legales, el hacker pide
finalmente asilo en la embajada de Ecuador en Londres, donde permanece recluido
sin que Reino Unido conceda el salvoconducto que le permitiría salir hacia el
país sudamericano, librándose de ser detenido.
En un embrollo en el que destacan más los componentes
políticos que los jurídicos, Ana Palacio plantea las incongruencias de quienes
abogan por un Estado de Derecho, pero socavan su alcance y respeto, y denuncia
el silencio de una Unión Europea que no se pronuncia cuando se cuestiona la
legitimidad jurídica de sus Estados miembros.
Aun siendo partidario de la mayor transparencia en el
funcionamiento de los Estados, donde ninguna actividad ha de estar vedada a la
inspección pública, salvo las estrictamente secretas por ser estratégicas y
relativas a la defensa nacional, la existencia de ámbitos privados protegidos
por derechos constitucionales no pueden quedar expuestos a la curiosidad
descontrolada. De ahí que me parezca oportuna la reflexión de la antigua
ministra de Aznar sobre el nulo apoyo que presta la Unión Europea a un
asunto que afecta a dos de sus Estados miembros, cuyas actuaciones judiciales
están siendo puestas en tela de juicio por terceros, lo que influye en la
percepción que tienen los ciudadanos de las garantías legales que sus países
ofrecen.
Compartir opiniones con Vargas Llosa y Ana Palacio me hace
repudiar todo este lío de wikileaks, esos papeles más propios de una “prensa
del corazón” política que de periodismo serio y relevante. Ignoro si son las
vaharadas de un agosto soporífero o síntomas de una senilidad prematura, pero estas
coincidencias con el pensamiento conservador me están amargando el verano.
¡Maldito wikileaks!
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