Julio solía ser un mes en el que medio país salía en tromba a disfrutar de sus merecidas o deseadas vacaciones, mientras la otra mitad se instalaba en el amodorramiento, aguardando el relevo para tomar por asalto playas, camping o serranías en busca de esa ansiada brisa que refresque el ambiente y calme el ánimo. Políticamente, era también un tiempo amortizado en asuntos de trámite, con las Administraciones a medio gas y las maletas preparadas en los despachos a la espera de la última reunión. Salvo imprevistos, julio transcurría entre el sopor y la abulia en los círculos del poder y el bochorno y las siestas en los hogares. Excepto este año, en que julio ha sido propicio para que España y el resto del mundo se vean impelidos a una inusitada actividad, más propia del frenesí político de un mes no vacacional.
Podría decirse, así, que España ha padecido de una “canícula”
política, durante el mes de julio, que le ha impedido relajarse y descansar. Entre
otros motivos, porque el Govern
catalán ha aprovechado el período estival para ofrecer una función teatral, en
la que participa todo el elenco de “actores” soberanistas, con la ley elaborada
ex profeso para “legitimizar” el
referéndum que pretende convocar el próximo 1 de octubre. La representación tenía
por objeto “seducir” al público sobre el supuesto derecho a decidir una utópica
independencia de Cataluña, aún a costa de quebrantar la ley y la historia. Para
ello, invocando una “pureza” democrática que no respetan en los demás, los
actores se disfrazan para la ocasión cual víctimas de una España que los explota
y aplasta sus singularidades y hasta su identidad, a pesar de que Cataluña es
una de las regiones más prósperas del país y tiene reconocido
constitucionalmente el catalán como lengua oficial en la Comunidad , junto al castellano.
Este pulso catalán al Estado español constituye, en la actualidad, el problema
más grave que soporta el país. Y todas las soluciones posibles resultan
inquietantes, menos la del diálogo, que ninguna de las partes desea emprender. Así
empezaba julio.
Por las mismas fechas, el G-8, el grupo de países más
desarrollados del mundo, se reunía en Alemania, donde esperaba al presidente
norteamericano, Donald Trump, para convencerle de que no rompiera los consensos
internacionales sobre el combate contra el cambio climático ni sucumbiera a la
tendencia hacia el proteccionismo y el aislacionismo comercial a los que
recurren los populismos –de izquierdas y derechas- de ciertos países para aparentar
proteger sus mercados de la globalización económica. Trump, fiel a su estilo,
no cede ni a una cosa ni a la otra: va por libre en su caótica carrera hacia la
cacharrería cual elefante desbocado. Su sueño es levantar muros que protejan a
EE UU del mundo, no sólo de México, al tiempo que intenta alejarse de la trama
rusa que cada vez se cobra más víctimas en su entorno. Es lo que tiene
mezclarse con malas compañías: al final te pillan. Ahora resulta que su hijo
mayor, Donald junior, acudió en plena
campaña electoral de su padre a una cita, en junio de 2016, con una abogada
rusa, Natalia Veselnitskaya, con la intención de obtener presunta información
sensible contra Hillary Clinton, que le sería ofrecida como apoyo de Rusia, siempre
tan generosa, a la candidatura de Trump. El lío es cada vez más gordo. Esa más
que probable injerencia rusa, ya confirmada por los servicios de inteligencia
norteamericanos, no hace más que enredarse y cercar al presidente, quien no
sabe ya a quién nombrar ni destituir para zafarse de los indicios que apuntan su
implicación. De confirmarse, tal connivencia podría ser considerada como
traición. Mal asunto para quien presume de amistades peligrosas.
Volviendo a nuestro país, Íñigo Errejón, el político con
cara de chaval de Podemos, declara en El
País, en plena canícula estival y política (16-7-17), que “deberíamos
sentirnos orgullosos” de España, y nos insta a sentir un “patriotismo
desacomplejado” porque nuestro país es puntero en “avances sociales y
democráticos, como el matrimonio igualitario”. Reclama también una mayor
“autoestima propia”, ya que los hijos humildes pueden estudiar, cualquier
enfermo tiene un hospital al que acudir y otras cosas por el estilo. Hasta
habla de Cataluña para reconocerle el “derecho” a decidir su encaje en España.
Sus declaraciones daban la sensación de constituir un ataque de sensatez
provocado por la insolación, pero…
La respuesta se la ha dado Alfredo Pérez Rubalcaba
(17-7-17), ex secretario general del PSOE y ex muchos otros cargos más, al
recordarle en una carta al mismo periódico que todos esos logros por los que
dice deberíamos sentirnos orgullosos son fruto de políticas desarrolladas por
gobiernos casi siempre socialistas, por lo que es interesado o maniqueo
atribuir todo el mérito exclusivamente a la sociedad en general, sin concretar.
Podría haber añadido el exministro otros logros, tales como la prohibición de
fumar en lugares cerrados o públicos, la creación de la Unidad Militar de
Emergencia (UME), que tan providencial está resultando este verano, la Ley de Dependencia, la del
divorcio, del aborto, etc., por citar algunos ejemplos. Es tan escasa nuestra
memoria que somos presas fáciles para la manipulación y la reinterpretación
histórica. De ahí que las izquierdas diriman así sus rencillas, peleándose por el
mismo nicho electoral, aunque tal división perjudique a todas ellas. La
derecha, mientras tanto, bien, gracias: gobernando gracias a nuestro olvido.
En Venezuela, ese dolor latinoamericano, se celebró un
referéndum promovido por la oposición al Gobierno de Nicolás Maduro, en el que
de forma masiva se rechazó el proyecto de Asamblea Nacional Constituyente con
el que Maduro pretende modificar la Constitución y perpetuarse en el poder. Fue algo
simbólico, pero sirvió para visibilizar una demostración de fuerza contra la
deriva totalitaria del Gobierno, enrocado en impedir toda crítica, toda
oposición y toda libertad que limite su poder omnímodo. La respuesta del
Gobierno no se hizo esperar: siguió adelante con sus planes y ha desalojado al
Parlamento elegido en 2015 con mayoría opositora, ha metido en cárcel a sus
miembros más destacados y ha continuado enfrentándose en la calle -donde ha
dejado más de 120 muertos y más de cinco mil detenidos-, y en las instituciones
a su propio pueblo y contra la opinión pública mundial. ¿Cómo acabará aquello?
Mal, me temo.
En cambio, el “procés” catalán, un fastidio interminable, ha
estado todo el mes manifestándose a través de representaciones teatrales para
hurtar al Parlament su imprescindible labor de control y legislativa, mientras desde
el “govern” se procedía a destituir “consellers” poco fiables en su fervor
independentista si éste afectaba a la “pela”. Para controlar ese “procés”, el
presidente Puigdemont ha designado a un empedernido por la causa al frente de
los Mossos d´Esquadra con la nada oculta intención de asegurarse la “fuerza”
contra quien no cumpla (funcionarios, voluntarios y ciudadanos) con la nueva
“legalidad” rupturista con la que se pretende sustituir a la Constitución , el
Estatuto y todo el Estado de Derecho en aquella Comunidad. Lo dicho: el
problema catalán es un fastidio sin fin.
Pero el acontecimiento del mes, sorprendente por inesperado,
ha sido sin duda la muerte de Miguel Blesa, el exdirector de Caja Madrid y
Bankia, quien se había suicidado el 19 de julio en su finca de Córdoba, sin que
nadie previera sus intenciones. Estaba inmerso en varias causas judiciales por
diversos delitos económicos, pero ninguna de ellas hacía adivinar tan trágico
desenlace. El exbanquero, auspiciado por el PP a la presidencia de la Caja de Ahorros madrileña y
del banco que resultaría de ella, figuraba como imputado en el caso de las
tarjetas Black opacas al fisco, el escándalo de las preferentes, los
sobresueldos que se repartieron en su consejo de administración y otros delitos
fiscales. Poca cosa para un tiburón de las finanzas, pero que ya le había hecho
ingresar un breve período en la cárcel.
Sin embargo, al parecer no soportaba esa caída en desgracia
que lo alejaba y aislaba de sus otrora poderosas amistades (era migo personal
del expresidente Aznar) y, junto a los frentes abiertos con la Justicia , todo ello ha acabado
haciendo mella en su estado de ánimo. Sin llegar a tan drástica medida, no es
la primera personalidad que no resiste ser tratado como un vulgar delincuente a
quien arrebatan sus privilegios y la impunidad con que se comporta, y se
derrumba. Como si los ricos envueltos en escándalos y corrupción tuvieran una
piel superdelicada y fina, alérgica a los barrotes. Pobrecitos.
Con todo, el hecho más importante y trascendental, acaecido
bajo los efluvios veraniegos de julio, fue la comparecencia del presidente de
Gobierno, Mariano Rajoy, en un juzgado, en calidad de testigo, para ser
interrogado sobre la financiación ilegal de su partido y los sobres con sobresueldos
que se repartían entre los dirigentes de la formación. Era la primera vez en
democracia que un presidente en ejercicio es obligado a prestar declaración, a
título personal, en una causa penal por la corrupción en los últimos veinte
años en su partido. Y como cabía esperar, Rajoy manifestó un desconocimiento
absoluto de los asuntos económicos de su formación, aun cuando a lo largo de
ese tiempo había desempeñado la dirección de cuatro campañas electorales y
había asumido diferentes cargos que le han mantenido como miembro de la
comisión ejecutiva que dirige el día a día de la organización. Incluso, él era
la persona que había nombrado personalmente a Luis Bárcenas como
tesorero-gerente del Partido Popular, cuyos “papeles” contables son el motivo
de la pieza separada del caso Gürtel por la que se le hace comparecer como
testigo, con la obligación de decir la verdad. Y “su” verdad es que no sabía
nada, no conocía nada sobre la trama de corrupción que corroe a su partido, a
pesar de que su nombre aparecía más de 25 veces en la contabilidad paralela que
elaboraba “su” tesorero, oculta al fisco, y con la que se pagaban sobresueldos
a dirigentes políticos, se abonaban gastos electorales y se sufragaban obras de
reforma en la sede nacional de la formación, donde Rajoy ocupaba una oficina. No
vio, ni escuchó, ni conoció. Y todos le creyeron, incluso cuando afirmó que
esos “papeles” eran falsos, aunque su autenticidad y veracidad fueran
acreditadas por cinco magistrados de la Audiencia Nacional ,
tres fiscales anticorrupción y la propia Abogacía del Estado.
Es posible que la testifical del presidente del Gobierno,
aun estando concienzudamente preparada, se viera afectada en su consistencia
por el resblandecimiento de meninges que provoca el calor de la canícula estival,
porque de lo contrario no se explica que el único argumento del testigo sea su
absoluto desconocimiento de lo que se cocía a su alrededor. Y es que sus
responsabilidades eran políticas, no económicas, no dejaba de repetir una y otra vez. Por
eso nombraba tesoreros, ordenaba no contratar más con Correa (cabecilla de la
trama) cuando la corrupción saltó a la luz pública y mandaba mensajitos de
aliento a un Bárcenas encarcelado. Se lo juro, señoría, no sabía nada. Palabrita
del niño Jesús, le faltó por decir. Lo dicho: julio ha sido toda una canícula
política que no merece la pena seguir relatando, por nuestra salud psíquica.
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