Pero, aun uniéndome a los manifestantes, yo sí tengo miedo.
Tengo miedo porque sus autores crecieron en nuestra sociedad pero no asimilaron nuestros valores. No eran
guerrilleros venidos de fronteras lejanas y de otras culturas dispuestos a
combatir lo que representamos, sino que eran chavales de nuestro entorno, que
compartieron juegos con nuestros hijos, y no vacilaron en asesinar a sus
paisanos en nombre de una religión que supuestamente exhorta la paz, la caridad
y la bondad entre los seres humanos.
Yo sí tengo miedo porque de nuestra tolerancia se aprovecha
el terror para captar a sus agentes del odio y la muerte, de nuestra libertad
se vale para incubar su semilla de maldad, intolerancia y fanatismo, y de
nuestra solidaridad obtiene recursos para fijar los objetivos de su demencial
obsesión homicida. Algo hacemos mal cuando nuestros valores no convencen a los
asesinos de lo erróneo de sus actos y de la perversión de sus ideales. Algo
falla cuando cualquier lunático es capaz de mentalizar a unos adolescentes de
que se inmolen, mientras matan a inocentes, en nombre de no se sabe qué guerra
santa pretenden librar en nuestros países. Yo sí tengo miedo de ese terrorismo
que surge en nuestras calles y barrios. Por eso estoy en contra del terrorismo,
y por ello tengo miedo, mucho miedo.
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