Hace justamente 40 años que terminamos de soportar 40 años de opresión y represión por parte de una dictadura que surgió de una rebelión militar que derrocó, a sangre y fuego, al gobierno democrático de este país. Los sublevados, apoyados por los fascismos alemanes e italianos de la época, no sólo lograron enfrentar hermanos contra hermanos en una guerra incivil, sino que prosiguieron con una limpieza étnica de rojos e izquierdistas hasta dejar como una patena azul toda la geografía nacional, cautiva y vencida. Mediante procedimientos expeditivos y sumariales, llenaron el territorio de fosas comunes en las que acumularon cadáveres de los que fueron condenados al tiro mortal de la desaparición y el olvido. A los supervivientes se les perdonó la vida pero se les condenó al ostracismo, se les apartó de sus profesiones y trabajos y se les obligó a renunciar a toda esperanza, mientras juraran lealtad a los principios fundamentales del movimiento.
Los herederos ideológicos de aquel régimen dictatorial,
condenado por todas las democracias del mundo, todavía son renuentes a
reconocer la barbarie, a recuperar la memoria y a restablecer la dignidad de
los humillados y derrotados por la bota asesina de un dictador que, hasta el último
día de su vida, fue capaz de firmar condenas de muerte. Murió en su cama un día
como hoy, tras una larga e interminable agonía, dejando un país de súbditos
atemorizados por el porvenir. La gente no daba crédito que el mal que había
soportado durante tantos años, vestido con uniforme de generalísimo, fuera
finalmente vencido por su propia muerte. Una sensación de alivio mezclada con inquietud
invadió a cuántos anhelaban sentirse libres. Yo había pasado la noche en vela
estudiando y la noticia me sorprendió con un café de madrugada. Nunca olvidaré
aquel 20 de noviembre en que Francisco Franco, hace justo 40 años, al fin
falleció. No podré olvidarlo porque aún hay personas que buscan a sus
familiares fusilados y desaparecidos sin que la derecha heredera de aquel régimen,
la antigua y la moderna, quiera mostrar el más mínimo arrepentimiento. Pretende
el olvido desde la soberbia del vencedor cuando cada año habrá un 20 de
noviembre para exigir memoria, dignidad y justicia.
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