Otra empresa, esta vez financiera y española, tras simular
grandes ganancias y cotizar en Bolsa, fue acusada ante la Audiencia Nacional
por presuntos delitos de estafa, apropiación indebida, falsificación de las
cuentas anuales, administración fraudulenta y maquinación para alterar el
precio de las cosas. Dirigía la entidad todo un exministro de Economía y vicepresidente
de Gobierno que llegó incluso a ser presidente del Fondo Monetario
Internacional. Tan brillante currículo no le impidió ratificar unas cuentas que
presentaban beneficios cuando en realidad camuflaban grandes pérdidas en Bankia,
la segunda Caja de Ahorros de España. Rodrigo Rato, al que ahora, además, se
investiga por evasión de capitales y fraude a la Hacienda pública, era esa
“lumbrera” de la economía que contribuyó con su gestión fraudulenta y desleal
llevar a la bancarrota a una entidad que tuvo que ser “rescatada” con un
préstamo que estamos pagando los contribuyentes. Y es que el sistema es así:
sólo persigue el beneficio y las ganancias, sin tener en cuenta ninguna otra
consideración, ya sea medioambiental o ética. Por eso, entre la avaricia de los
banqueros y las estafas a los ingenuos ahorradores con las preferentes, la
banca española ha demostrado, al igual que Volkswagen, poseer pocos escrúpulos
para estafar, timar y delinquir si se presenta la oportunidad, cosa que produce
a diario.
Estos ejemplos ponen de manifiesto una conducta de la élite económica
poco respetuosa con las normas a la hora de conseguir abultadas ganancias y una
asegurada rentabilidad de las inversiones privadas. Precisamente, ese es el objetivo
del sistema capitalista, que sólo busca el incremento constante de los
beneficios, la reducción progresiva de los gastos y una mayor capacidad para
defender sus intereses. Los detentadores del capital y la riqueza imponen, así,
sus “lógicas” mercantiles al conjunto de la sociedad, a la que timan y
empobrecen con tal de obtener los rendimientos que ambicionan. Por ello, las
grandes corporaciones no dudan en condicionar las políticas fiscales,
económicas y laborales de los Gobiernos con la excusa de crear empleo e
instalarse en el último país al que recalan en su permanente búsqueda del
“abaratamiento” de los costes (impuestos, salarios, etc.) y las máximas
ganancias. Ni el medio ambiente, al que contaminan todo lo que pueden, ni el
interés público, que denostan por intentar regular su actividad, pueden frenar
ni calmar ese comportamiento egoísta y desaprensivo del “mercado”, es decir, del
modelo económico capitalista.
Hasta la misma “crisis” económica de los últimos ocho años, a
la que se refiere Rajoy cuando alardea de haberla doblegado con sus medidas de
austeridad, y cuyo origen se debe a un monumental descontrol del sistema
financiero movido, una vez más, por la avaricia, muestra a las claras esa
dinámica depredadora de un Sistema que, en vez de asumir y corregir sus errores,
los endosa al sector público, al que obliga, a golpe de tijera, a cargar con
los “gastos” de reparación o recuperación, también loada por el presidente
español. Para lograrlo convenciendo a la gente, ha propalado con denuedo las supuestas
bondades y supremacía de la iniciativa privada –como eficaz, transparente y
eficiente- a la hora de satisfacer las necesidades de los ciudadanos frente al
“despilfarro” de un sector público –al que tacha de inútil, opaco, insostenible
y sobredimensionado- que se limita a prestar servicios sin perseguir beneficios.
Esta crisis financiera, las trampas de la industria automovilística
alemana y las estafas y corruptelas de la banca española, entre otros muchos
ejemplos, son exponentes clarificadores de aquella máxima, atribuida a David
Harvey, que advierte de que el capitalismo, tal vez, funcione indefinidamente,
pero a costa de causar una degradación progresiva del planeta y el sufrimiento
creciente de la gente. La contaminación intencionada del aire que respiramos
para que la industria del automóvil gane dinero, y el sufrimiento de quienes
han perdido sus ahorros, viviendas y trabajo para que empresas y bancos
mantengan su actividad, confirman las sospechas de ese “urbanista rojo”, como
se define a si mismo el geógrafo y pensador británico Harvey. Se trata, en
definitiva, de una guerra de los poderosos y pudientes contra el resto de la
población, al que intentan arrebatar las últimas defensas sociales que
conserva.
Una guerra que se ha valido de la crisis provocada por los
especuladores para aplicar recortes al sector público, privatizar
servicios o empresas estratégicas y “nacionalizar” las pérdidas de un
sistema financiero fallido y saqueado por aquellos que causaron la crisis,
obligándonos a destinar enormes cantidades de recursos económicos públicos para
saneas los bancos en vez de atender a las familias necesitadas. Según la
escritora Almudena Grandes, es una “guerra encubierta de los especuladores
contra la democracia”, una guerra que “hemos perdido” porque los Gobiernos se
han decantado por defender el interés privado sobre el bien general y el
interés público.
La rapiña voraz del capital, que siempre quiere más y más y jamás se sacia, explica que empresas de ámbitos y actividades diferentes, como son Volkswagen y Bankia, muestren un comportamiento semejante de desprecio a las normas, de desvergüenza para conseguir beneficios a cualquier precio y de falta de escrúpulos para atender sólo sus intereses por encima del interés general. Este es el verdadero rostro del sistema tramposo que el capitalismo neoliberal nos ha implantado, haciéndonos renunciar y hasta repudiar las ayudas que el Estado del Bienestar nos proporcionaba para luchar contra las desigualdades y las injusticias sociales. Así nos va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario