Ni qué decir tiene que las películas de ciencia ficción
siempre me han gustado, desde niño. Como es comprensible, no todas las películas,
cualesquiera sea su género, aciertan a satisfacer al espectador, bien por deficiencias
del guion, mediocres interpretaciones o vulgaridades técnicas en sus efectos
especiales o sus montajes. Lo mismo sucede con los filmes de ciencia ficción, sean
de viajes espaciales o de un futuro distópico dominado por máquinas y robots.
Pero algunas excepciones consiguen sobresalir y quedar como obras maestras de la
filmografía futurista, como 2001, una odisea en el espacio, Alien, el
octavo pasajero, El planeta de los simios, Blade runner y
pocas más. Ahora está de estreno Ad Astra, una película envuelta
en un atractivo papel de regalo (Brad Pitt, efectistas efectos especiales,
mucha publicidad) que, sin embargo, esconde un producto endeble y hasta
defectuoso. Y me cuesta decirlo.
Ni la historia, ni la trama, ni el futuro representado, ni
los avances técnicos de ese futuro, ni el final de la película están a la
altura de las expectativas que desata la propaganda del filme. No es que Brad
Pitt, Tommy Lee Jones o Donald Sutherland trabajen mal -se esfuerzan en
representar sus papeles-, sino que sus personajes no son coherentes con el
relato que nos cuentan. Es por ello que chirría que un astronauta,
perfectamente adiestrado, padezca un trauma freudiano que ninguno de los test
psicológicos a los que de continuo es sometido lo detecten… hasta muy tarde.
Que, en vez de satélites, existan antenas de decenas de kilómetros de altura, ancladas
en tierra, que rastrean mensajes procedentes del espacio. Que, para viajar a la
cara oculta de la Luna, se deba utilizar rovers que se desplazan por la
superficie desde la parte iluminada, un hecho incomprensible si, para colmo,
existe el riego de tropezarse con ¡piratas!. Que, para mandar un mensaje a
Neptuno, haya que viajar a Marte para grabarlo y enviarlo. Que, de camino a
Neptuno, la expedición atienda una llamada de socorro de otra nave en la que
unos monos han matado a toda la tripulación. Que, en órbita sobre Neptuno, el
padre del astronauta, un psicópata que lleva treinta años viviendo solo, haga
todo lo posible por no regresar a la Tierra con su hijo, sin dejar claro que la
causa de las alteraciones magnéticas que sufre la Tierra se deba intencionadamente
a la maldad del progenitor. Y que, como colofón, el astronauta vuelva sano y
salvo a nuestro planeta, aprovechando los efectos de una explosión atómica con
la que destruyó la nave del padre, para finalmente reconocer, en un momento de
lucidez crepuscular, que está enamorado de quien podría ser su esposa. Es definitiva, que
la película ni es de ciencia ficción de manera absoluta, solo como contexto
temporal, ni de complejos trastornos psiquiátricos del protagonista, solo como
apunte argumental para dramatizar la historia. Y, por una cosa y la otra,
defrauda al espectador.
Y es una lástima. Porque la industria cinematográfica cuenta
en la actualidad con recursos técnicos y medios suficientes para elaborar una solvente y coherente
película de ciencia ficción, si bien no obra maestra, al menos del nivel de Matrix
u otras. Pero carece de guionistas que construyan buenas historias. Es por ello
que, por muy bien que sea la actuación de los actores citados, Ad Astra no
alcanza a elevarse de la tierra de los productos insustanciales, pero bellos.
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